domingo, 24 de enero de 2010

La condición hacia el perjuicio



¿Qué debemos entender por condición hacia el perjuicio después de todo lo hasta ahora tratado respecto de la ópera Rigoletto de Verdi? ¿Verdaderamente quiénes terminan perjudicados tras los penosos acontecimientos sucedidos a lo largo de la acción desenvuelta? ¿Quiénes, por determinada constitución de su subjetividad sufren el perjuicio directo e irremediable de sus propios actos o de otros derivados de los demás personajes que inundan la ópera que aquí analizamos?
En efecto, tanto Gilda como Rigoletto son los mayores perjudicados en esta historia, y ello debido a que, como Gilda, se exponen demasiado, muestran excesivamente sus debilidades, sus emociones más íntimas y puras, sus ilusiones y el deseo vivo de amar, sentimiento que siempre genera dependencia a algo, o a alguien (a la vida, a un ser que se ama), o que como Rigoletto, esconden los tramados más profundos de su ser, esas emociones y sentimientos que bien pueden ser considerados puros y bellos, para armarse de una coraza que custodie los mismos y que los haga lo menos visible posible, adoptando otro repertorio, otro registro individual en la esfera social y que calce con el escenario, con sus características y peculiaridades.

Rigoletto, el personaje psicológicamente más complejo que transita por la ópera verdiana, ello por la particularidad de su comportamiento, actúa de dos maneras totalmente diversas, antes ya mencionadas, un doble registro conductual y actitudinal que aplica en contextos igualmente diferentes. Por ejemplo, el primero se despliega en su total plenitud cuando se reconoce un ser corrosivo y áspero, que aplasta dignidades con sus diatribas extremas, o cuando se compara con el matón a sueldo Sparafucile, encontrando total similitud entre ambos, solamente que cada uno tiene diferentes maneras de zaherir y causar perjuicio. Así lo declara el mismo Rigoletto en el aria Pari siamo:

Pari siamo:
Io ho la lingua, egli ha il pugnale.
L’uom son io che ride
Ei quel che spegne.
Quel vecchio maledivami…

O uomini! O natura!
Vil scellerato mi faceste voi.
O rabbia, esser diforme
Non dover, non poter altro che ridere
Il retaggio d’ogni uom m’è tolto.
Il pianto...

Questo padrone mio
Giovin, giocondo, sì possente, bello
Sonnecchiando mi dice:
Fa’ ch’io rida, buffone.
Forzarmi degg’io e farlo.
Oh, dannazione!

Odio a voi, cortigiani schernitori
Quanto in mordervi ho gioia!
Se iniquo son, per cagion vostra è solo
Ma in altr’uomo qui mi cangio.
Quel vecchio maledivami...
Tal pensiero...

Perché conturba ognor la mente mia?
Mi coglierà sventura?
Ah, no, é follia.


La traducción de esta intervención del bufón es: Somos iguales, yo tengo la lengua y él tiene el puñal. Yo soy el hombre que ríe, pero él paga las vidas... Ese viejo me maldijo... Los hombres, la naturaleza... Han hecho de mí un hombre vil... Ser deforme, qué suplicio, no poder hacer otra cosa que reír (...) Los odio cortesanos malditos, pero cuánto gusto me da ser yo quien los humille. Si soy un ser ruin solamente es por vuestra culpa (...).
Rigoletto, pues, no se sabe mejor que nadie. Él ataca con la lengua, ofende con la palabra. En cambio Sparafucile lo hace con el arma, con el puñal. Asimismo, medita sobre su triste condición de simple bufón. Hace reír a los demás, pero el no ríe. Al contrario lamenta ser quien es, hacer lo que hace. Es por ello que recuerda la maldición que el conde Monterone le lanzara durante la fiesta del duque en su palacio por haber ofendido a su hija. Rigoletto también se sabe padre, y sabe cuán terrible es que una hija sea deshonrada, por eso teme por la suya, por Gilda. Sin embargo, Rigoletto en todo momento culpa a los demás por ser quien es, un bufón sórdido y de palabras despiadadas. Quizá esta actitud se entienda si se atiende a su condición de bufón y deforme: está acomplejado por su fealdad, instrumento principal con el cual hace reír. La gente se ríe más de sus defectos que de las bromas que como bufón de la corte pueda hacer, por lo que para vengarse atina a ofender, a atacar morales y dignidades como modo de resarcirse por tanta impiedad ante quien sufre menoscabo físico. Siente impotencia comprensible, y rabia por solamente estar destinado a hacer reír a los demás mientras él sufre su condición.

Pero simultáneamente envidia con todo su corazón a su amo, al duque de Mantua, joven, alegre, poderoso y bello, cualidades que en un hombre lo hacen excelente partido, todas ellas, cosas que Rigoletto jamás ha tenido ni tendrá. Por tanto, define su Yo desde el reconocimiento del OTRO que no es, que no puede ser, y que le domina, al cual está sometido irremediablemente en tanto quiera sobrevivir. El duque constriñe a Rigoletto a hacerlo reír, y éste forzado acata, pero le guarda resentimiento, porque no contempla siquiera su desgracia. Le pide hacerlo reír pero no repara en que su alma no se haya en ánimo ni en capacidad de hacerlo. Rigoletto guarda mucho odio en su ser, como se puede ver: odio hacia el duque, hacia los cortesanos, que si de inicuo lo tachan, es íntegramente por culpa de ellos, mas al llegar a su casa, con su hija, deviene en otro hombre, en ese padre amoroso y motivado a vivir un día más tan solo por su hija Gilda.
Empero, al llegar a casa y volver a ver a su hija, deviene en otro hombre, en ese padre amoroso y motivado a vivir un día más sólo por su hija Gilda:

Rigoletto: Figlia!
Gilda: Mio padre!
Rigoletto: A te d'appresso, trova sol gioia il core oppresso.
Gilda: O quanto amore, padre mio!
Rigoletto: Mia vita sei tu! Senza te in terra qual bene avrei? O figlia mia!

La traducción de este diálogo es:

Rigoletto: Hija!
Gilda: Padre mío!
Rigoletto: Solamente a tu lado mi corazón oprimido encuentra júbilo.
Gilda: Cuánto amor, padre mío!
Rigoletto: Eres mi vida! si a mi lado no te tuviese qué bien tendría sobre la tierra, hija mía!


La apacible tranquilidad de la casa de Rigoletto, habitada la mayor parte del día por Gilda, se configura en el propicio escenario de liberación que sólo allí su espíritu indefectiblemente puede alcanzar. Rigoletto no es únicamente ese bufón deforme y malo sobre el que cae el peso de la supuesta maldición del conde Monterone. En él vemos un ser humano con amplitud de registro conductual y actitudinal que deja sentir con mayor fuerza parte de esa gama: específicos sentimientos en ella contenidos precisamente porque los mismos son estimulados por el ambiente que le exige a la persona, en su interactuar con los demás, determinados mecanismos de expresión y acción que se cincelan de acuerdo a la frecuencia con la cual ocurren determinados eventos.

Rigoletto está lejano a sentir piedad por sí mismo ni a autorreivindicarse como persona, como ser humano. Vive temiendo el perjuicio que su condición pueda acarrearle. Por ello es que custodia a su hija Gilda día y noche, sin saber que negándole la experiencia de mundo que a él le sobra pone en manos del hombre libre (el duque) el arma precisa para seducirla. Deviene en el dispensador de los elementos que hacen posible su propia tragedia y la de su hija.

Poco antes de finalizar el primer acto, y viéndose nuevamente obligado a partir, Rigoletto le pide a Giovanna, la tutora de Gilda, lo siguiente:

Veglia, o donna, questo fiore
che a te puro confidai.
Veglia attenta e non sia mai
che s'offuschi il suo candor.
Tu dei venti dal furore
ch'altri fiori hanno piegato
lo difendi e inmacolato
lo ridona al genitor.


Rigoletto no le encomienda a Giovanna cualquier cosa. El tono firme de sus palabras en efecto son las de un padre diligente que concede a una persona de su confianza la custodia de una joya que tiene vida: su hija Gilda: Vigila, mujer, esta flor que pura te confío. Vigila atenta para que jamás cese su candor. Defiéndela de los vientos feroces que ya antes otras flores han dañado. Defiéndela e inmaculada retórnasela a su progenitor.
Pese a que somos testigos de este conmovedor momento, son más los momentos durante la ópera en que Rigoletto muestra su lado negativo. Sus sentimientos son confusos, como cuando, después del rapto de Gilda, corre al palacio del duque a encontrarla y se deja engañar por la escena que le construyen los cortesanos secuaces de Monterone, de que el duque fue quien la rapto y la deshonró. Rigoletto no duda pues conoce a la perfección a su amo, y con el rencor que ya le tenía, se dispone a tramar su venganza, pero a la vez se siente abatido por la suerte que ha corrido su hija. Esto se ilustra claramente en su aria Cortigliani, vil razza dannata:

Cortigliani, vil razza dannata
Per quel prezzo vendesti il mio bene?
A voi nulla per l’oro sconviene
Ma mia figlia è impagabil tesor.
La rendete o, se pur disarmata
Questa man per voi fora cruenta
Nulla in terra più l’uomo paventa
Se dei figli difende l’onor.


Rigoletto acusa, amenaza y pide perdón en medio de su confusión: Cortesanos, raza maldita, habéis vendido mi único bien por unas cuantas monedas cuando mi hija es un tesoro invaluable. Entregádmela o si no mi mano dura podría ser con ustedes. El mayor espanto para un hombre en esta vida es la ofensa al honor de un hijo que se quiere.

Siendo así, Rigoletto canaliza sus fuerzas en su venganza, y sin escuchar las súplicas de su hija que le pide se detenga a reflexionar bien las cosas y a no dejarse engañar por las apariencias, a que comprenda su amor por el duque. Está decidido y nada lo puede hacer cambiar de parecer: se vengará. Tal determinación la reconocemos cuando canta el Sì, vendetta:

Sì, vendetta,
Tremenda vendetta
Di quest’anima è solo desio.
Di punirti già l’ora s’affretta
Che fatale per te tornerà
Come fulmin scagliato da Dio
Il buffone te colpire saprà.


Su odio está dirigido hacia el duque, del cual arde en ansias de vengarse: Venganza, sí, venganza, es el deseo de mi alma que desea castigarte. Es la ora de que la ira de Dios sobre ti caiga, y en este bufón su instrumento tendrá.

El final será terrible. La venganza, sentimiento que enceguece a Rigoletto, le llevará por un sendero aciago, hasta darle como resultado la pérdida irremediable del único ser que le quedaba, su hija Gilda. Las palabras finales de Rigoletto y con las cuales se cierra la ópera nos remiten elocuentemente al momento preciso en que toda esta tragedia se inició, cuando Monterone maldijo al bufón por no medir sus palabras: Sii maledetto! (maldito seas), y Rigoletto ya no pudo vivir nunca más tranquilo, recordando que Quel vecchio maledivami (que aquel viejo lo había maldecido) para que llegada la hora del desenlace, donde finalmente comprendiera la ruta que habían tomado los hechos y lo que verdaderamente había sucedido, sólo atinara a decir, con resignación extrema, y reconociéndose merecedor de aquel destino cruel, aquellas palabras que de solo ser oídas estremecen a cualquiera que se detenga en ese preciso momento a meditar si con su conducta pudiera estar perjudicando a alguien más, generando el temor natural de que hay una justicia que supera a la de los hombres y de que cuando castiga, castiga sin clemencia: Ah, la maledizione!

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