jueves, 18 de junio de 2009

Entre la presencia y la ausencia

Michelangelo. La creazione di Adamo.
*
Y también se nace a la muerte
con la muerte...

Y entonces
se nace para siempre...



... Mi siempre muy leído hermano Paul recuperó para nuestra memoria estos versos en prosa que encontró en una de las novelas del escritor peruano Luis Alberto Sánchez, y si no me equivoco dicho libro se titula Los burgueses. En caso de que me pueda estar equivocando (porque no niego tal posibilidad en vista de que jamás me he sentido interesado por la producción literaria de Sánchez), espero alguien me corrija, o en todo caso, cuando pregunte bien a mi hermano, yo mismo haré la precisión respectiva.

Pero quiero decir un poquito más que el hecho de relatar este suceso.

Hace poco mi papá falleció, y esto hasta hace no menos de una semana todavía me ha seguido afectando, pero con menor intensidad de como lo hacía los primeros días posteriores a su deceso. Hay, en la mayoría de los casos en los que ocurren eventos dolorosos, una combinación de palabras con profuso significado -la profusión de tal significado se debe al contexto en que se expresen y de acuerdo a lo que las personas vivan- que fungen de especie de consuelo para allanar el dolor. Estas palabras son tiempo y olvido: el tiempo, que con su marcha inexorable hace que las heridas cicatricen, que las emociones causadas por el dolor restañen y la potencia activa de las personas retome su sendero cotidiano, y el olvido, que va de la mano del tiempo, y que poco a poco despliega su grisura sobre determinados hechos que la mente, precisamente al verlos ya opacos a la luz de las horas transcurridas, opta por no recordar, llegando incluso a extremos poco creíbles en los que las personas puedan preguntarse con asombro si tales hechos, ahora ya deslúcidos, alguna vez ocurrieron.

Pero yo creo que un binomio como este sólo alcanza real efectividad de acuerdo a la voluntad de las personas, nuevamente, que son las que deciden qué olvidan y qué recuerdan, qué semi-olvidan y qué semi-recuerdan. Yo, personalmente, soy consciente de que tendría que urgar bastante en los pasajes de mi mente para recordar sucesos que en el pasado, cuando vividos, me produjeron algún tipo de desasosiego lo suficientemente colpente como para que hoy, en la actualidad, hacer un esfuerzo por recordar los mismos no fuese menester. Sin embargo, la muerte reciente de mi padre -evento que de por sí muy difícilmente llegaré a olvidar, a no ser que algún día pierda la memoria de modo natural o no- no la olvidaré jamás.

Otra cosa curiosa -y no sé porqué digo curiosa en verdad, quizá porque recién la he tenido que inevitablemente vivir- es que con su ausencia he recordado muchísimos momentos vividos a su lado durante los años de vida que me acompañó y que estuvo a mi lado. Por las noches, en el pasaje al sueño que se conoce como vigilia, he recordado incluso su voz, su modo de reír y sonreír, sus ironías, sus gestos diversos, y eso me ha hecho feliz. Feliz porque, en medio de su partida que me ha parecido bastante pronta y poco anunciada, he podido caer en la cuenta de que mi padre ha tenido que estar mínimamente presente en los diversos hechos e instantes de mi vida como para que yo haya sido capaz de recordarlo, y de saber que estuvo ahí, conmigo, para compartir mi alegrías y mis penas... Más mis alegrías que mis penas.... Las penas penas más las compartía con mi madre, pero eso ahora es sólo una particular selección de a quién le dije qué. Lo importante y verdaderamente trascendental es que tuve a quién decírselo, y no quedó mi voz con las ganas de hablar y expresarse.

Sin embargo, no niego que me habría gustado disfrutar de más momentos con mi padre. Desde que nací me vi más apegado a mi madre, quizá porque como dice el discurso psicoanalista, también viví el complejo de Edipo; quizá porque mi madre quiso acogerme más que mi padre... En fin, no lo sé y ahora no quiero preguntarme más... Lo cierto es que me habría gustado saciarme de mayores instantes con mi padre, su presencia, su palabra y sus actos.

Eso ya no será más posible, pero ahora, más que nunca, deseo que todo lo que se me ha inculcado respecto de la religión católica, en lo referente a que hay una estancia llamada cielo en donde las almas se vuelven a encontrar tras lavar sus faltas cometidas en tanto ocuparon una materia corpórea vital por un determinado número de años aquí en la tierra, sea verdad.

Si hoy puedo soñar, quiero que mi sueño sea ese: pensar en la posibilidad de reencontrarme con mi papá, al que me habría gustado besar y abrazar más, no tan sólo por aquellos días en que lo vi delicado de salud, hasta aquel sábado 09 de mayo por la mañana, cuando recobró el conocimiento y me prometió que se habría recuperado, luego de habérselo pedido con llanto y besando sus manos...

Me mentiste papá,
pero hasta en las últimas horas de vida
que Dios te permitió,
quisiste liberarme de cualquier carga
que me hiciera sufrir...

... Pero no fue así papá,
hoy, más que por alguna otra cosa,
lloro, lamento nuestras omisiones
y sufro tu partida...

... Y sueño con un idílico día
en el cual te volveré a abrazar
y a decirte solamente:
hola papá...