domingo, 4 de abril de 2010

Nada apaga mi noche


Javier Bellido Valdivia. Nada apaga mi noche
( Acrílico sobre tela de 2 m x 2.60 m)


La primera vez que vi este cuadro fue cuando fui al Centro Cultural de la Universidad Católica a ver una película, La teta asustada de la cineasta peruana Andrea Llosa. Era la última semana de marzo y por aquel entonces la cinta estaba compitiendo por un premio Óscar a mejor película extranjera, honor que a las finales no ganó, que muchos lamentaron pero que sinceramente no merecía ganar.
Antes de la proyección pasé a la sala de exposiciones del Centro Cultural donde aún se exponían una serie de cuadros que desde el primer momento no llamaron mi atención. En general no suelo ir a muestras de este tipo porque no consiguen despertar mi interés artístico, y no porque quienes hayan creado tales obras no tengan talento, sino porque carezco de los basamentos teóricos para poder leer el contenido y los ejes de desenvolvimiento de las mismas. Es decir, me cuesta entender las pinturas de arte abstracto (si es que en medio de mi ignorancia las puedo llamar así) por lo que siempre he preferido bodegones, paisajes, personas en diversas actividades o estáticas que me dicen más, tipo La maja desnuda de Goya, Las meninas de Velásquez o incluso La persistencia de la memoria de Dalí.
Sin embargo, hubo un cuadro que sí llamó poderosamente mi atención y me mantuvo frente a él por largos e incontables minutos, y fue este acrílico titulado Nada apaga mi noche, de Javier Bellido Valdivia, que también pueden apreciar junto a otros cuadros del artista en http://javierbellidov.blogspot.com/
La pintura se compone de esta manera: dos figuras con rostros, cabezas y corporatura que sugieren la anatomía de un par de seres semi-humanos. No sabemos si son dos personas que se han bestializado reduciéndose a las figuras que apreciamos en el cuadro, o si son dos bestias que aún no han pasado a ser humanas del todo. Uno de ellos tiene algo en las manos, entre las dos manos y le da la espalda al segundo que lo mira ansioso. Definitivamente el primero le niega lo que lleva entre las manos y no se lo da a ver. Eso que lleva entre las manos podría ser algo importante, debe serlo como para que el segundo le aguarde ávido y quiera insistirle con el brazo que hacia él extiende. No sabemos qué es, las manos del primero consiguen ocultarlo del todo y no permiten siquiera adivinar qué podrá estar asiendo con tanto afán.
El primero tiene un semblante adusto, rígido que se contrapone con el del segundo, que más bien se puede antojar amable, noble, en medio de su monstruosidad. Se podría colegir esto de sus ojos, que llegan a apreciarse claramente y que delatan cierta tristeza. Definitivamente están pidiendo algo.
Los colores de sus formas son predominantemente oscuros. Hay una luz presente que da un fondo al cuadro. Es una luz que se emana de un haz que está fuera del cuadro y que pareciera ubicarse en la parte superior izquierda del mismo pero siempre detrás de las figuras que participan de la escena. Sólo así se entendería que el lado frontal de sus cuerpos sea oscuro. Después, no hay más colores.
Lo que más intriga de este cuadro es lo que que la primera de estas dos figuras, sí, la que se ubica en el extremo izquierdo de la escena lleva en las manos. Ya se ha dicho que debe ser algo importante para que el segundo acuda a él. Quizá la clave para saber qué es lo que oculta esté en el hecho mismo de detenerse a pensar que ambas figuras, semi-humanas como ya se las ha descrito, no nos permiten del todo saber si en un inicio eran dos humanos bestializados y devenidos en las criaturas que vemos en el cuadro, o si son dos bestias que están por devenir humanos, ¿quizá por segunda vez? Esto tampoco queda del todo resuelto. Quizá ambas hipótesis sean válidas.
Sin embargo, si perdieron su completa humanidad para quedar reducidos a esas figuras monstruosas que vemos ante nosotros, al menos una de ellas, la de la derecha, aún desea regresar a su estado inicial de plena humanidad. Podría ser, entonces, que aquello que le pide al primero sea lo que finalmente le restablecerá su constitución humana y le sacará de esa grisura en la que ambos se encuentran, y es por ello que pide, que implora a través de su mirada que se le deje ser quien era, porque si bien decimos que ahora ambos son figuras semi-humanas, también debemos decir que no están del todo degradados en su humanidad puesto que algo de las mismas les queda. De lo contrario no nos vendría a la mente la sugerencia de que son lo que ya hemos dicho, figuras semi-humanas bestializadas: los ojos, las cabezas y la corporatura de ambos nos lo dice.
Ahora bien, de ser así, ¿por qué es el primero el que concentra el elemento que permitiría la realización del segundo? Al respecto, nada nos dice cómo es que llegó a establecerse tal estado de dominio (del primero hacia el segundo) y dependencia (del segundo hacia el primero). El establecimiento de este micro orden de poder es arbitrario y en la escena no hayamos mayores respuestas a nuestra interrogante. Es precisamente esta ausencia de respuestas dadas y esta posibilidad de hacer conjeturas lo que le da toda su riqueza simbólica a Nada apaga mi noche de Javier Bellido Valdivia, cuadro que aplaudo y felicito sobremanera.
Por lo que no pienso preguntarme ahora es ¿pero la noche de cuál de ambas figuras que componen la escena es la que no se apaga con nada? ¿Será la noche del primero o la noche del segundo? ¿O será una única noche que ambos viven, oscura y aparentemente indescifrable a primera intensión?