domingo, 18 de octubre de 2009

Este cuerpo no es mío



La pasada semana nuestro medio local -y porqué no decirlo también el nacional- se ha visto asaltado por la polémica generada en torno al proyecto de ley que promueve la despenalización del aborto eugenésico y por violación sexual. Inmediatamente hemos visto cómo dos clásicos opositores en este asunto (los grupos liberales y feministas de un lado y la Iglesia Católica y algunos conservadores inveterados, por otra parte) han empezado a declarar la conveniencia de la puesta en práctica del mismo, así como cuán poco ético y criminal sería permitir aquél y los precedentes que éste sentaría en una sociedad tan adolescente como la nuestra en cuanto se refiere a apertura mental, tolerancia y mayor comprensión de la otredad de nuestros coetáneos, sean estos hombres, mujeres, niños, ancianos, etc.
Estoy de acuerdo, pero a medias, en lo que ambos bandos alegan al respecto. Si bien es cierto que la mujer tiene derecho pleno a decidir sobre su vida y su cuerpo de manera plena, no menos cierto es que ninguna atribución de este tipo tendría sobre la vida y cuerpo del niño que pudiera llevar en el vientre y al cual definitivamente no desearía, de pensar en abortarlo, claro está. Ahora, es más o menos claro porqué una mujer podría rechazar a su hijo nonato:

a) Porque no planificó su concepción, así de simple (pero sobre este punto no llega a aterrizar la propuesta de las feministas y los liberales, aún...).
b) Porque podría tratarse de un caso de severa malformación de la criatura y/o de complicación del embarazo que pudieran comprometer la hora del parto y la vida y salud de ambos, tanto de madre como de hijo.
c) Porque lo "vería" como producto de una violación sexual. Es aquí donde las feministas y los liberales han concentrado sus mayores pertrechos para sostener la idoneidad de la promulgación de una ley como la que ahora se ventila.

Pero vamos por partes. Si una mujer no planificó la concepción de un hijo, y éste fue producto de la casualidad, el descuido o la negligencia, jamás tendrá ni la más mínima razón para quererlo abortar. Por ahora quienes apoyan esta propuesta de despenalización del aborto no han centrado sus argumentos de apoyo al mismo desde este cariz del asunto. Pero podría apostar que, de aprobarse el aborto, del tipo que éste fuese, quizá dentro de algún par de años (no más de 10, pienso) saldrían al frente a decir que la mujer también tiene derecho a abortar un hijo no planificado y con esto legitimar su pleno derecho a decidir sobre sí, sobre sus cuerpos, lo que implicaría de una u otra forma el poder enmendar los "errores cometidos", incluso los de cama y que por el frenesí del momento arrojan como resultado la pronta llegada de un niño lamentablemente no esperado.

De otro lado, y refiriéndome al punto b, no porque el niño, ya desde el vientre, presente algún tipo de "malformación", tan sólo para "salvarle de una vida dura", merezca ser abortado, librándolo así de un futuro de pesares y complicaciones de diverso tipo. Sabemos que las personas diversamente hábiles, hoy por hoy, han demostrado poder insertarse a la dinámica sociopoductiva de la sociedad con bastante éxito. En todo caso, es la persona con habilidades diferentes la que -en la edad adulta y en pleno uso de sus facultades mentales y en irrestricto ejercicio de sus derechos- deberá decidir si, pese a sus limitaciones psicofísicas, desea seguir viviendo o no, si resiste un mundo hecho para gente "sana" y "normal" aún con la siempre paulatina y en aumento incorporación de distintos mecanismos operativos que procuran hacer de su vida lo más llevadera posible. Aprobar, por ejemplo, el aborto eugenésico, aún cuando también la vida de la madre esté comprometida durante el proceso del embarazo y la hora del parto, sólo deja como mensaje subliminal -y es en verdad lo más alarmante de este aspecto- que se debe exterminar todo lo que no sea "sano" o no cumpla con las expectativas de un determinado paradigma de vida.

Finalmente, y respecto del aborto por violencia sexual, puedo decir lo siguiente: sí, condeno del modo más rotundo el hecho que una persona sea víctima de otra por un tipo de violencia de este tipo, la misma que me parece muy digna de recibir el castigo respectivo por lo altamente execrable que es. Sin embargo, debemos todavía poner más atención en que la mujer violada es una mujer que necesita la ayuda necesaria para superar el trauma de la violación sexual; requiere el adecuado soporte psicológico y psiquiátrico que la ayude a retomar el cuso de su vida. Pero no por ello, y en la confusión de la experiencia vivida, se le va a permitir "decidir" que lo mejor, tanto para ella como para el niño que ya lleva en el vientre, sea darle muerte a éste a través del aborto y así aminorar sus "problemas". Me parece de la mayor de las insanías el querer traspasar la violencia recibida en el propio cuerpo a un tercero, sobre todo si éste es por antonomasia inocente de todos y de todos, como sólo lo podría ser un niño, y creer ver en él un cuerpo sucio per sé que merece ser exterminado para borrar la memoria de un trauma.

Seamos sensatos: ese niño no puede ni siquiera decidir si querrá vivir o no al saber que fue "producto" de una violación sexual. ¿Quién dice si éste, cuando en pleno reconocimiento de su ser y del entorno que le rodea, opta por replantear esta condición de "producto del uso y del abuso" por una oportunidad de vida que merezca la pena ser asumida?

Lo que también me preocupa es que, de aprobarse una propuesta de ley como la que nos concita ahora, vayamos a asistir a una especie de reactualización de la Ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente), la misma que en ningún sentido propicia ni garantiza la supervivnecia de una sociedad a través de la adecuada cohesión de sus integrantes por obra y gracia de las normas sociales que le dan su debido espacio vital a cada uno de ellos.

No podemos volver a la premisa del homo homini lupus (el hombre es el lobo para el hombre) que con cierta suspicacia sostuviera allá por el siglo XVII el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) y establecer la guerra sempiterna de unos contra otros con tal de hacer prevalecer el interés propio. La ley de despenalización del aborto y su impulso por parte de los sectores liberales y feministas es falaz y sumamente engañoso porque, si bien persigue legitimar el derecho de la mujer a decidir sobre su vida y sobre su cuerpo, lo hace atropellando inevitablemente el derecho de otro a también poder decidir sobre su propia vida y sobre su propio cuerpo. Ese otro es el niño, ¿y quién piensa en él y en su interés superior a la vida y a una familia?

Si la madre biológica no lo quiere junto él, que no lo aborte y que espere que nazca para "librarse" de él y lo dé en adopción. Seguramente no le faltará quien lo quiera, lo haga sentir valioso y le dé una familia.

No debemos olvidar que nuestros derechos terminan donde comienzan los del otro. Lamentablemente, ésta es una lección de escuela que aún no terminamos de aprender ahora que somos adultos. ¿Si esta lección no la tenemos bien asimilada ahora que ya estamos grandecitos -y es bastante elemental, digámoslo así- cuántas otras más no tendremos lo suficientemente seguras como para andar por la vida atropellando a los demás? ¡El solo pensarlo me aterra!