martes, 27 de enero de 2009

Amor, sublime amor, ¿en qué momento le hablaste a mi corazón?


El amor... ¿Quién sabe lo que es el amor?

De él podemos dar referencia gracias al sentido común como un estado del ser (el estar enamorado) en el que todo nos parece bello, por ejemplo, pero asimismo sabemos que el que ama no solamente puede ser feliz. También puede ser la más desdichada de las personas, y ¿por qué?... Precisamente por amar.

En esta ocasión quiero referirme, pues, al amor, a través de la lectura de uno de los eruditos más importantes del siglo pasado, Zygmunt Bauman, que en ¿Necesita el amor de la razón?, uno de los últimos capítulos de su obra La sociedad individualizada (2001), reflexiona sobre el mismo, revisando a la vez que anotando, las características del amor y cuán profuso como informe aquel es.

Para acometer mi misión quiero citar la tercera de las adivinanzas que la princesa Turandot -en la ópera póstuma del mismo nombre (1924), autoría del compositor italiano Giacomo Puccini (1858-1924)- le hace al desventurado pero valeroso príncipe Calaf para ver si así éste se hace merecedor de desposarla. Puntualmente, la tercera adivinanza tiene como respuesta el nombre mismo de la princesa, Turandot, pero yo aquí quiero insertarla porque el texto de la misma -particularmente a mí- me sugiere la respuesta del amor:

"¡Hielo que te inflama
y con tu fuego
aún más se hiela!
¡Blanca y oscura!
Si te quiere libre,
te hace ser más esclavo.
Si por esclavo te acepta,
¡te hace Rey!
(...) Palideces de miedo!
¡Y te sientes perdido!
(...) El hielo que da fuego,
¿qué es?"

¿No les sugiere también a ustedes la respuesta de "es el amor"?

El proceso de entender la lógica, orden y hasta matemática del amor implica recurrir a la razón para echar más luces sobre este tema. Pero surje ahí el dilema: amor y razón, como es la intención del capítulo del libro de Bauman. Pensamos en ambos y parecemos reconocer entre ellos una relación antonímica; leemos dos cosas opuestas.

El lenguaje de cada uno de ellos es totalmente diverso: uno habla con el corazón a los corazones; el otro habla con la mente a las mentes. El uno mira al otro con desdén. El amor no entiende la vida tan cuadriculada de la razón, en tanto que la razón no termina de asimilar cómo el amor puede moverse entre fronteras tan difusas y casi imperceptibles... Fronteras tan líquidas.

Y si amor y razón se tratan así es porque, como bien lo anota Bauman citando a su vez a Blaise Pascal -que en su momento también se animó a hablar del amor- las experiencias de ambos no son las mismas, por ello la intolerancia que mutuamente se prodigan. Sin embargo, nada de lo hasta aquí anotado quita que la razón, en un mundo como el nuestro, sea la que mejor consiga expresarse, consiguiendo resonantes victorias a la hora de batirse a duelo con el amor, que termina humillado y reclamando a los demás que "no es que haya perdido, simplemente que nadie me entiende".

La adivinanza de Turandot, que me sugiere la respuesta del amor, es que aquél puede adoptar muchas caras, digámoslo así. Es decir, desde distintos lugares de enunciación el amor puede generar las más alambicadas situaciones precisamente por no ser "formal", y prestarse a mil y una interpretación, pudiendo pasar por el simple capricho, por la necedad y la obstinación, hasta llegar a perfilarse como lo que la historia del amor -que no es otra cosa que la historia de la construcción social del amor y el imperio de su significado- la ha presentado desde siempre: un sentimiento doloroso que para el que lo vive y lo soporta le depara la gloria. Y si no, pensemos en la figura de Jesucristo, ¡qué mejor representante de hombre que amó a los demás sin recibir nada a cambio, sufrió y murió por nosotros y consiguió sentarse a la derecha del Padre para ser proclamado como tal a las naciones hasta el fin de la eternidad!

Pero no me desvío del punto: de acuerdo a la adivinanza de Turandot, el amor puede ponernos en situaciones en las que la persona deseada nos pueda ser de lo más esquiva, como el hielo que no se deja apresar sin resentirnos las manos. Es el amor blanco y oscuro, y con ello da cuenta de cuán maleable es, de que su lectura depende del cristal con el que se le lea. "Tú me amas, pero yo te amo más", o "Yo te amo bien, pero tú me amas mal". Aquí yo diluiría más la cosa y diría que el amor ni es blanco ni es negro, sino que se maneja en una escala de grises, claroscuros y esfumaturas pastel varias. Podemos muy bien asignar un color a "amor" que le tenemos a una persona: el rojo apasionado, el azul cielo, el naranja otoñal, o el negro sombrío, aunque por momentos tachonado de puntos blancos, cual noche engalanada con la presencia de las estrellas, etc. Más de un color podría darnos la idea del amor.

Prosiguiendo, pensamos que el amor muchas veces nos hará libre. Es el cuento que más se nos ha vendido, pero en realidad nos vuelve esclavos. Cuanto más pensamos que nos hará libres, más nos encadenamos a él y menos campo de acción tenemos, ya que el amor implica paciencia, perseverancia y -entre otras cosas- fidelidad. Y pregunto: ¿tenemos todas estas virtudes? Claro, se me replicará que cada una de ellas se adquiere a base de pulso y constancia, pero vuelvo a preguntar: ¿tenemos voluntad comprobada para asimilar tales "bendiciones"?...



Después de todo lo expuesto hasta aquí, Bauman anota 03 características que definen al amor, y que quiero comentar con ustedes:

1.- El amor tiene que ver con el VALOR y la razón con el USO.

El que ama, ama la valía de aquello que le roba el sueño, aunque también tal predisposición puede tener el efecto realizador de dar la valía misma, pero adoptar esta última postura implicaría asumir que hay cuerpos que no tienen valor, cosa por demás inicua ya que no hay cuerpos desbordantes de valor ni otros carentes del mismo. Acá también podemos hablar de una producción social de la valorización del cuerpo.

"El amor mueve al que desea a desear lo que no está en su posesión, lo que no tiene, lo que le falta... A desear lo que uno no es" (Bauman, Op.Cit.).

De otra parte, podríamos reconocer a la persona que ama porque la misma es la peor de las insatisfechas en lo que a amor y a amar se refiere. El que ama puede llegar a esencializar todo lo que le rodea, desde las cosas físicas y hasta las relaciones sociales, haciéndolas devenir en simples "hechos fácticos". La persona que ama nunca cree haber tocado techo con la relación de amor que mantiene con un tercero.

2.- La gloria del amor es también su desgracia.

El amor sumerge a sus seguidores en una nebulosa que no se puede medir ni precisar. Al perseguir el amor lo infinito, se corre el riesgo de perseguir lo indefinido. El amor trabaja con la generalidad, y cuando se le replica por ello, suele ponerse evasivo, rebelde y fanfarrón, aunque no consiga percibir tal fanfarronería y crea que aquella es la más sublime de las declaraciones sobre "el sentido de la vida y de las cosas". ¡¿Qué significa esto... por Dios?!

Siendo que el amor pretende capturar el cuerpo que desea -de otro modo no es- busca con ello despojarlo de su otredad, esto es, de su condición de ser otro hasta asimilarlo, hasta fundirse en uno solo. Pero, y como también sabemos, el amor no es egoísta sino tolerante y le permite al "otro-por-asimilar" conservar su otredad (¿qué contradicción?), abriéndole con ello las puertas a dejarse llevar por ser infinito. ¿Pero quién no dice que esa infinitud es igual de indefinida? Bien podría un día ese Otro volverse OTRO, o sea, dejar de ser el que uno conocía y simplemente cambiar, modificarse, y con ello hacerse menos inteligible y accesible. ¡Qué encrucijada!

3.- La razón impulsa a la lealtad al Yo, en cambio el amor reclama solidaridad con el Otro.

El amor subordina su propio Yo al Yo del Otro supuestamente porque ese otro Yo está dotado de cierta importancia. Y es que como decía Max Scheler, citado también por Bauman, en el acto del amor, un ser se une a otro en un acto de compartir y participar en ese otro, de participar de ese otro.

En cambio la razón -que tiene que ser egoísta porque la tradición gnoseológica así lo dice y lo ha dicho por mucho tiempo (un Yo instrumentalizado e instrumentalizador bajo la forma de la racionalidad instrumental weberiana, por ejemplo)- ofrece al Yo la habilidad de convertir las propias intenciones en los objetivos que guían la conducta de los otros. Por su parte el amor estimula al Yo a aceptar las intenciones del Otro como su propio objetivo y objetivo, que se objetiva en determinadas prácticas y pautas conductuales y actitudinales.

Esta es, por tanto, una de tantas fotografías del amor.

Cuando amamos estamos firmando un papel en blanco y dándosela a un tercero para que haga con el lo que pensamos estimará por mejor y más conveniente.

El amor sumerge en el misterio. Invita a ponernos una venda en los ojos y simplemente creer, y es que como dicen los huachafos, el que ama lo da el todo por el todo y se fía a ciegas sin cuestionar.

Pero por más "bonito" que parezca/sea el amor, siempre volverá a él -aunque sin ser llamada- la razón, que "de por sí ilumina", a salvarla de su necedad. Amiga que consuela aunque con palabras bien calimetradas en las hondas horas de dolor que pueda vivir el amor.