domingo, 18 de marzo de 2012

En aquel paraje perdido




En aquellos ámbitos me encontré con otros que eran similares a mí. Los reconocí por la mirada llena de espera y de esperanza, y también por el hablar que sin ser preciso daba la posibilidad de pensar en más de una alternativa que explicase su permanencia en esas profundas estancias. Uno de ellos trabó una vaga conversación conmigo y me preguntó cuál es tu nombre, que porqué estaba allí. En un primer momento solamente se me ocurrió mentirle.Y era natural, no lo conocía, no podía empoderarlo ja ja.

Me ofreció acompañarle pero le dije que no, gracias, tengo otras cosas que hacer, pero que agradecía que hubiese pensado en mí. Entonces, sin decir más, o a lo mucho hablarme entre dientes una frase que no conseguí entender, se fue. Yo seguí allí, de pie, contemplando a las otras almas que tristes se deslizaban por los pasadizos de aquella morada impensable donde se espera sin saber si se conseguirá una respuesta.

Momentos después decidí avanzar unos pasos hacia una puerta que se abría y se cerraba de tanto en tanto. Me despertó la curiosidad saber qué había del otro lado y porqué tantas de estas almas que me rodeaban, que pasaban frente a mí, a mi costado, entraban. Ciertamente me resolví a saberlo. Así, y esquivando algunos cuerpos errantes llegué hasta la puerta y giré la perilla. Al entrar los vi en pleno movimiento, en contorsiones casi animales. Sus rostros eran engañosos porque, pese a que por instantes me daba la impresión de que sonreían, reían y gemían de placer, sus ojos no dejaban de tener esa opacidad que me conmovió al sumergirme en aquellas profundidades. Sabía que la escena que se revelaba ante mi era engañosa. No quise ser un protagonista más de esa falaz representación y di media vuelta sobre mi sito y salí.

Me habían hablado de la vaguedad de aquellos entes inmersos en aquellos antros, pero no me habían descrito que después de estar allí me habría quedado un infinito sentimiento de vacío, superior al que ya me asaltaba a la hora de llegar. Se cree que se puede encontrar esa respuesta, esa solución a la falta, pero se ignora que después esa ausencia interna que arde se incrementará hasta provocar la añoranza de lo que ya no es. Eso nunca se dice, porque de otro modo aquellos avernos jamás estarían colmados de tantas almas peregrinas.

Mientras me encontraba pensando en esto una voz me habló y me dijo qué haces acá, tú eras nuevo en estos oficios y no parecía haber estado antes por allí en búsqueda de un elixir de la compañía. Yo le dije que no, no soy nuevo sino que de seguro no me había visto antes, tal vez porque no conseguí ser lo suficientemente obvio o pasé inadvertido. Antes no llevaba un corte de pelo que fuese atractivo a la vista de las almas. Sonreíste y me dijo que no es por tu corte de pelo sino por esos anteojos que llevabas, que eran nuevos, quizá. Te confesé que sí, que hasta hace unas semanas usaba lentes de contacto pero que ya se me habían cansado los ojos de llevarlos y opté por los anteojos -mentí.

Él me hizo pensar que era diferente porque tienes un discurso más articulado, y sobre todo tenía una buena vocalización. Es que muchas personas no saben articular bien las vocales, les gustaba hablar entre dientes y me generan un esfuerzo innecesario. Quizá se trataba de enturbiar el discurso e impedirle al receptor del mismo una buena comprensión de éste. Te sonreíste porque tú pensaste lo mismo, que yo también era diferente. Parece que somos similares, a lo que me dijo que sí, lo parece, porque tú (o sea yo) además de tener estas cualidades ya mencionadas habías comenzado a darme en discursos que ya se ponían -si no enrevesados- lo suficientemente articulados como para delatar mi buena formación. Te lo agradecí.

Conforme avanzaba la conversación, empecé a incomodarme con un hecho: se perfilaba como una persona segura, más segura de lo que su físico permitiría pensar. Yo ya me había hecho a la idea de que si estabas rendido ante aquellos avernos era porque no tenía muchas seguridades sobre la importancia de la compañía y la corrosividad de la soledad. Internamente, eso me molestó y comencé a detestarlo. Seguías hablando de lo muy seguro que eras de tus decisiones, que prácticamente nunca se abandonaba a ningún tipo de ansiedad ante la confusión de decidir entre dos o más alternativas. Yo no creía que estaba ante una persona perfecta porque sé que las personas perfectas no existen. Todavía te detesté más y ya pensaba en encontrar un recurso que me hiciera alejarme de él.

Piensa que necesitas ir al baño, me dijo una voz en mi cabeza y musité un eureka que me hizo ver todavía más raro. Cualquiera otro habría dicho un simple bien o ya está, pero yo una vez más tenía que pasar por el rarito ilustrado que he sido durante toda mi vida. Tus ojos se enfocaron en mí y me dijo qué fue. Claro que no podía esperar que me dijeras otra cosa que ese qué fue que es una de las cosas más comunes que preguntan los jóvenes semi-imbéciles como tú. Entonces me arrepentí de haber iniciado mi conversación, pero luego me conforté con la idea de que había conocido a un mortal más de esta tierra que no valía la pena conocer más de lo que ya lo había conocido gracias a esa conversación que posibilitó este aprendizaje breve.

Necesito ir al baño porque ya me quería largar de allí y regresar a mi casa a cenar y dormir. De seguro ya habías empezado a preocuparte por mi demora, mamá. Pero tu mamá confiaba en ti y en tus decisiones así que no estaba preocupada. Estaba descansando luego de haber leído las noticias en su diario favorito. Siendo así las cosas le dije que me esperara unos instantes porque luego de haber atendido este llamado de la naturaleza habría regresado.

- Regreso dentro de unos segundos.
- Bien, espero aquí.
- Sí, esperas y yo regreso.

Y no regresé... No en los momentos sucesivos ni al día siguiente ni al día posterior al día siguiente de mi descenso a aquellos abismos. Pero no pude confiar en que jamás habría vuelto. Sencillamente era humano y creo que ésa era la excusa perfecta que necesitaba para demostrar con alguna actitud que lo era, y que así se justificaba mi debilidad y mi inconstancia y poca firmeza en decirle no a la búsqueda de la respuesta que jamás encontraría en aquel paraje perdido donde las almas creen que sonríen y gimen sin querer percatarse de aquella imperecedera opacidad de sus ojos. Querían ir por el mundo, engañados, pensando que no añoraban la compañía y que eran fuertes y resueltos, como si fuesen perfectos.