domingo, 3 de enero de 2010

La esperanza cifrada en un nombre

En la foto: el barítono italiano Leo Nucci (Rigoletto)
y la soprano rusa Ekaterina Siurina (Gilda)


Rigoletto es la decimoséptima ópera compuesta por el italiano Giuseppe Verdi (1913-1901), estrenada en el teatro La Fenice de Venecia el 11 de marzo de 1851. Su partitura se compone en 3 actos y el tema, según libreto de Francesco Maria Piave, se basa en el drama histórico Le roi s’amuse de Víctor Hugo. El título de la ópera debía haber sido La maledizione, pero Venecia, donde había de estrenarse, estaba ocupada por los austriacos y la censura de los invasores prohibió el título como “ofensivo a la moral”, así como la presentación de la ópera, por ser el protagonista un rey disoluto y ocioso. Verdi se negó a cambiar el título, pero un comisario del gobierno austriaco, el italiano Marcetto, fue quien tuvo la idea de sustituir el rey por un duque imaginario, y el nuevo título de la ópera fue Rigoletto.
En la obra de Víctor Hugo, el personaje se llama Triboulet, nombre que italianizado se volvió triboletto y finalmente Rigoletto, derivado del francés rigolo, que significa alegre, divertido.
Rigoletto es el bufón del duque de Mantua, que es odiado por los cortesanos por ser hombre de corazón duro y lengua viperina. Durante una fiesta en el palacio del duque, el deforme bufón hace burla del conde Monterone, cuya hija fue seducida por el duque. El padre indignado maldice a Rigoletto, que se conmueve puesto que también es padre: su hija Gilda se mantiene escondida para que no caiga en las redes de ningún seductor. Este hecho no permanece más tiempo oculto, ya que Marullo advierte de ello a Monterone, quien para castigar al bufón por sus burlas, rapta a la joven pensándola amante de Rigoletto. Gilda será secuestrada momentos después de haberse encontrado secretamente con el duque, el mismo que ya venía cortejándola desde hace un tiempo, pero lo hace sin revelarle su identidad. Únicamente le dice que se llama Gualtier Maldé, estudiante y pobre, y que la ama profundamente.
Cuando Rigoletto se percata del rapto, corre al palacio, pero ya es tarde. Los secuaces de Monterone le pintan al bufón la escena falsa de que Gilda ha sido secuestrada y posteriormente seducida por el duque, cuando lo que verdaderamente ha ocurrido es que toda la noche el duque estuvo angustiado ante la noticia del secuestro de Gilda, afán que se apacigua cuando los cortesanos llegan con la joven que supuestamente habían encontrado.

Rigoletto arde en deseos de venganza, y contrata los servicios de Sparafucile, un sicario que atrae al libertino a su hostería, valiéndose de los encantos de Maddalena, su hermana, de la cual se ha enamorado ahora el duque.
Gilda se halla sumida en su dolor al ver que lo que se decía del duque era cierto, comprobando la infidelidad de este, pero sin dejar de amarlo. Rigoletto pacta con Sparafucile que al amanecer le entregue el cadáver del duque metido en un saco, pero Maddalena, ahora fascinada con su nuevo pretendiente, le ruega a su hermano que le perdone la vida, y para no romper con el compromiso acordado con el bufón, mate a la primera persona que se hospede en la hostería al caer la medianoche.

Cuando Rigoletto recibe el saco con el cuerpo contenido en éste, y se marcha de la hostería satisfecho de que se haya cumplido el trato, al disponerse a lanzarlo al río, se paraliza al oír la célebre y cínica copla del duque La donna é mobile. Horrorizado, abre el macabro envoltorio y encuentra a su hija moribunda, que fue voluntariamente a la muerte para salvar al hombre que amaba. Implorando el perdón del padre, y pidiéndole a su difunta madre que la espere en el cielo, expira. Rigoletto, víctima del dolor que en ese momento le embarga, y horrorizado profundamente ante el camino trágico, fatal, que tomó su vida y la de su hija Gilda a causa de sus diatribas y sus malos deseos, se hunde en la más absoluta desesperación y clama: "Ah, la maledizione”, recordando las acérrimas palabras del conde de Monterone y presenciando el último suspiro de su única hija.

Con Rigoletto, Verdi, presenta una creación donde las acciones humanas más variadas se muestran en su máxima totalidad, intensas y desbordadas, y donde sus personajes consiguen reflejar de modo tan acabado cuanto sienten que es imposible dejar de encontrar similitudes propias con los mismos. En esta ópera, la figura femenina principal, Gilda, recoge en sí la estructuración del imaginario colectivo de una época en la que la mujer se forma para ser sumisa, dócil y fiel, postergando sus deseos y reprimiendo su subjetividad. Simultáneamente, es presa del afán del hombre y de la sobreprotección del padre, quienes a fin de cuentas procuran ejercer o ejercen el dominio y la imposición de sus valores y esquemas de interpretación de la realidad y de la vida sobre la protagonista, conduciéndola por la vida con unas pautas conductuales y actitudinales que en ese momento se tenían como las más oportunas, convenientes y dignas, y que se expresan precisamente en la educación que encamina su comportamiento, cincelada por el padre (Rigoletto) y cuya debilidad percibe el hombre libre (el duque de Mantua) que así se apresta a aprovecharse de ella, a tomar su juventud y virginidad, para darse el festín de su doncellez.

En el desarrollo de este drama, tanto Gilda como Rigoletto son los mayores perjudicados, ello debido a que, o bien se exponen demasiado, muestran excesivamente sus debilidades, sus emociones más íntimas y puras, sus ilusiones y el deseo vivo de amar -sentimiento que genera dependencia siempre a algo, o a alguien (a la vida, a un ser que se ama)- como es el caso de Gilda, o que bien esconden los tramados más profundos de su ser, esas emociones y sentimientos que bien pueden ser considerados puros y bellos para armarse de una coraza que custodie los mismos, evitando su exposición y así adoptando otro repertorio, otro registro conductual en la esfera social que calce con el escenario, con sus características y peculiaridades, como es el caso de Rigoletto.

Pero, ¿cómo reconocemos tal estado de emociones y subjetividades en nuestros personajes? ¿A qué fuente tenemos que recurrir directamente para poder palpar, si se quiere, la constitución de estas personalidades, cada una diversa pero igualmente interesante y digna de un análisis detenido, socio-literario específicamente? Sin duda alguna debemos remitirnos al texto que cantan, aunado al desenvolvimiento escénico que realizan, que despliegan, y sumando las características vocales, que terminan por imprimir el definitivo carácter a los personajes y a su rol, y que desde el aspecto artístico–musical es el más valioso, elemento que define por antonomasia este género lírico–dramático donde la vocalidad, técnicamente hablando, es la suprema protagonista.

Sin embargo, en esta ocasión sólo abordaremos a Gilda, la protagonista femenina principal de la ópera que hoy nos concita, pero más precisamente revisaremos algunas fragmentos de la partitura que canta, en especial lo que nos dice cuando canta el aria Caro nome. Más adelante continuaremos alcanzando más entregas respecto de los otros personajes que compnen el mundo de esta obra.
Gilda, poco antes de que finalice el primer acto canta el aria Caro nome:


Gualtier... Maldè...
Nome di lui sì amato
Ti scolpisci nel cor inamorato...
Caro nome che il mio cor
Festi primo palpitar.
Le delizie dell’amor
Mi dei sempre rammentar.
Al pensier il mio desir
A te sempre volerà
E fin l’ultimo sospir
Caro nome il tuo sarà:
Gualtier Maldè...


Gilda, tras su dulce pero breve encuentro con el duque de Mantua -quien no le ha revelado su identidad, diciéndole únicamente que se llama Gualtier Maldè- se queda pasmada, meditativa. El amor tiene nombre de hombre, y se llama Gualtier Maldè. Traduciendo lo que canta Gilda en su respectiva aria, notamos cuán profundo es ese enamoramiento, cuán sincero es su sentimiento y cuán dispuesta está a entregarse al hombre que la ha cautivado, a darlo todo, incluso hasta la muerte, todo esto en el marco de la reflexión y meditación profundas de tan solo un nombre, el de Gualtier Maldè, en el que cifra su esperanza de una vida bella y feliz; sin embargo es falso.


Es decir, Gilda, demostrando una inocencia que linda con la ingenuidad, se ha dejado impactar con la primera impresión. ¿Por qué? Porque confía en las personas, porque no ha salido al mundo aún y se ha topado con que tanto mujeres como hombres podemos mentir, maquillar situaciones para conseguir objetivos, fines -algunos más nobles. Empero, ella no se haya en grado de prever todo este estado de cosas porque ha vivido durante mucho tiempo en una campana de vidrio, aislada del mundo y de sus avatares. Sin experiencia alguna, su espíritu se entrega con facilidad a las idealizaciones. Todo ello es producto de la sobreprotección del padre, de Rigoletto, que ha querido preservarla de la maldad mundana, de la sordidez de la gente, de esos enemigos que son los otros, y salvaguardar su pureza. Pero al hacerlo la dejaba expusta e inerme a los embates emocionales y sentimentales de la vida y sus pruebas de lo más diversas. Todo esto es corroborable en las palabras propias de Gilda cantadas en Caro nome: Gualtier Maldè, nombre del ser amado, grábate firmemente en mi corazón. Con tu solo nombre palpitó mi corazón. Las delicias del amor hazme siempre vivir. Que a ti vuele siempre mi dulce pensamiento, mi dulce deseo, y que cuando tenga que morir, mi último suspiro sea para ti, Gualtier Maldè.


Hacia el final de la ópera, lo único que le quedará a Gilda será el haber fracasado en aquel proyecto inherente a todo ser humano: vivir una vida en la que se pueda llegar a saber qué es la felicidad. Gilda paga un alto costo por preservar la vida de quien ama, aunque ello requiera el hecho de ponerle fin a su propia existencia. Se condena voluntariamente a tal suerte, a tal destino y así condiciona su vida al más triste de los perjuicios: el morir por un amor no correspondido.