domingo, 30 de agosto de 2009

Vivir quiero contigo



Como espectadores atentos hemos podido ver desde hace aproximadamente 02 meses cómo los medios de comunicación han invadido de la manera más grotesca y ofensiva posible la vida privada e íntima de figuras públicas que, sí, pueda que se deban a determinadas audiencias, a determinados seguidores -ello en virtud de la actividad profesional o artística que puedan realizar- pero que en ningún momento justifica que sus secretos mejor guardados sean ventilados y dados a conocer a propios y extraños tan sólo esgrimiendo como argumento para esto la mera pretensión de la búsqueda de "la verdad" que, a su vez, pueda esclarecer otros hechos todavía más trascendentes.

Medios de comunicación como prensa, tv y radio han blandido los titulares más sórdidos que hasta ahora hayamos podido leer y escuchar, siempre valiéndose para este fin de aquella falacia no formal que enseña la Lógica, llamada falacia del énfasis, y que básicamente consiste en buena parte en descontextualizar las afirmaciones del declarante y extraer de ellas la frase que más "sensación" pueda causar, generando así la atención de miles de lectores y espectadores. O también, sin que haya de por medio las declaraciones de un particular -y tan sólo el relato de un "hecho"-simplemente se coloca como titular al menos una palabra que, en la mayoría de las veces por su cualidad polisémica, pueda prestarse a más de una interpretación por parte del receptor del mensaje, en este caso, de la "noticia".

En efecto, "noticias" como las del asesinato de la cantante Alicia Delgado, del homicidio del estilista Marco Antonio o del supuesto parricidio de la millonaria Miriam Fefer deberían constreñirnos a hacer una reflexión que, creo, hasta ahora nadie ha intentado hacer de modo sensato y coherente: el papel de los medios de comunicación y su radio de acción con relación a los espacios privado e íntimo de las personas. ¿Son lo suficientemente legibles las fronteras, los límites de estos últimos para impedir la intromisión de los primeros, resistiendo a su supuesta tarea de "encontrar la verdad" que se oculta tras la confusión fáctica y discursiva de las personas?

En medio de todo este festín carnicero de "noticias" no se puede dejar de mencionar a un actor trascendental en la vida de los peruanos que consigue pasar piola día a día: ¡papá Gobierno! Sí, pues, la agenda de gobierno del partido aprista actualmente en el poder, y su respectivo seguimiento por parte de todos los peruanos, queda soslayada porque se le da más atención a aspectos como si Alicia Delgado previamente antes de morir tuvo relaciones sexuales o no con su amante, o si Marco Antonio tenía Sida y por eso se merecía una execrable muerte como la que le dio su joven pareja de turno, o si Miriam Fefer era una madre homofóbica y avara y así ameritaba ser asesinada de la manera tan indigna como en efecto murió. Día a día se comprueba el estrecho y gozoso contubernio que enlaca a Gobierno con medios de comunicación, que claro, haciendo uso de su "independencia y veracidad", sin querer queriendo le salvan el día a los compañeros apristones que cada vez son más en el gabinete de Álan. Recuerdo a Sinesio López -que fuera profesor mío hasta por tres veces cuando estudiaba sociología en la San Marcos- que bromeaba con todos los alumnos respecto del presidente aprista y su camarilla de adictos diciendo que Álan se levantaba tempranísimo todos los días y pensaba en una nueva cortina de humo que concentrase la atención de los peruanos y les desviara de atender las principales problemáticas sociales, económicas y políticas del país.

Pero, dentro de este grupillo de medios de "comunicación", sin duda, el que sigue encabezándolos cual adalid infame, es ciertamente la televisión, con su infaltable instumento de captura silenciosa de atenciones que es el televisor, sí, la caja boba. La televisión tiene todavía un poder más sorprendente si se le confronta con la radio o con el periódico, que reposa en el hecho de transformar la imagen en el mensaje per sé. De aquí que se hable simplonamente de que una imagen vale más que mil palabras, cuando se recurre a la supresión del texto y su consistencia comunicativa para dar paso al despliegue de una plena cultura visiográfica de la confusión visual, al sembrar imágenes que, sin un referente escrito, podrían emanar más de un significado, distorsionado el buen número de las veces, como también y simplemente no decir más nada de lo que contienen. Pero esta prostitución visiva es la que ocasiona el sensacionalismo que canaliza la atención del espectador de manera extremadamente polémica a un hecho por cual se busca concentre una específica atención. Así, ya entre líneas leemos dos cosas: primero, que el hecho probablemente no pueda existir sino hasta el momento en que se filtra y/o enuncia explícitamente la existencia del mismo, la cual solamente consigue concretarse con la atención que va a recibir -y que le dará en ese momento vida- de quienes están ávidos de tomar conocimiento de aquélla, sin saber que en ese instante aún no es tanto acto cuanto potencia, aristotélicamente hablando, claro está.

Segundo, que hay definitivamente un interés que media en este afán de capturar la atención de un buen número de decenas de miles de espectadores. Asistimos a la creación de un hecho que, por irradiar tanta "importancia" y así reunir a su alrededor las atenciones de las personas, termina por invisibilizar otros hechos que -probablemente, de atraer hacia ellos un capital de atención similar al anterior, podrían ser cuestionados por su gravedad y así rescatados del rincón gris en que aparentemente reposan. Otros hechos y otras "verdades" que como la Rima VII de Gustavo Adolfo Bécquer se encuentran como...


Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!


Así, caemos en la cuenta del enorme poder realizador que los medios de comunicación tienen, y sobre todo la telvisión a través de la imagen como arsenal básico para crear y re-crear "hechos" e insertalos en una realidad tan variopinta y colorida como la nuestra. Entonces, una vez liberada la "noticia" sobre el "hecho" en cuestión, y concentrada la atención de las personas sobre el mismo, éstas inocentemente se sienten preparadas para "expresar" una opinión al respecto, la misma que correspondería a los medios de comunicación recoger y difundir. En efecto, los mismos se suelen arrogar la facultad de "expresar" el sentir de la gente, pero esto en el suspicaz caso de ser cierto sólo acontecería en una segunda instancia, cuando -en la tarea de recoger las opiniones de la ciudadanía, del público, o como se le quiera llamar- lo único que estarían haciendo es cosechar lo que se cultivó. Así, y atendiendo a esta génesis del surgimiento y divulgación del "hecho noticioso" lo que los medios de comunicación estarían haciendo no es tanto expresar como generar las apreciones de la gente.

¿Y la tarea de instruir, de formar de la cual los medios de comunicación no están exentos dónde empieza, dónde queda? Es un cariz pedagógico olvidado lamentablemente. Si ya es decir que no informan bien, debidamente, es verdaderamente escandaloso que ni siquiera puedan formar al lectorado que les hace ganar cientos de miles de soles. No basta, por ejemplo, que lancen mensualmente promociones por adquisición de libros, etc., con la compra del periódico y el llenado de un respectivo cupón para dar por consumada una tarea del tipo que aquí se anota, de ninguna manera.

De cara a toda esta bacanal de la "información" la imperiosa necesidad de saber elegir qué se lee, qué se ve, qué se consume al respecto nos lleva a reconocer que, en tiempos como los que hoy por hoy vivimos, el problema de la información va por establecer si ésta está al alcance de las personas o no, porque de hecho que lo está. Vale decir, no creo que haya al menos un peruano que no esté al tanto de noticias como las tres que me han servido de ejemplo para este post. ¡¿Que levante la mano quien no ha oído de las mismas desde hace dos meses?! Hasta la persona con menos posibilidades adquisitivas puede comprar, desde s/. 0.50 céntimos de sol un diario de los llamados chicha e "informarse" sobre cuanto ocurre en nuestro país. Así, el problema es de elección de la fuente de información que nos pondrá al tanto de determinados hechos. Sin embargo, aquí surge el problema que, por ejemplo en el caso de los periódicos, no todos aquellos que cuentan con una estimada credibilidad son posibles de ser adquiridos al precio que se venden, y todos los días, por todos los peruanos. No sin poca desilusión asistimos al despliegue de dos relaciones directamente proporcionales, engañosas eso sí, como son:

alta calidad=alto precio
baja calidad=bajo precio

... que terminan constriñendo, a quien no tiene dinero, a consumir basura informativa, y al qué si tiene medios para hacerlo, a paladearse con reportes noticiosos detallados y comentados por los más ilustres profesionales de la información, analistas y entendidos varios, etc., que informan tanto como opinan, pero de manera un poco más elaborada. ¿Es justo esto?

Finalmente, ¿qué hacemos nosotros para censurar la intromisión de los medios de comunicación en la vida de terceros? ¿Qué hacemos para que estos retomen una agenda pedagógica olvidada y si no, mal atendida? Lo que hacemos es seguir consumiendo lo que nos venden, es la triste verdad. Es que nuestro morbo es uno de los elementos fundamentales a los que apelan los medios de comunicación. Saben que nos interesa espectar las propias experiencias íntimas y privadas que en la vida cotidiana bien podríamos tener pero protagonizadas por terceros. Sí, que sean terceros los que nos hagan ver y recordar cómo vamos al baño, cómo tenemos intimidad con nuestra pareja y cómo la engañamos, cómo no siempre somos tan dignos y decentes como decimos ser a la hora de transgredir nustros códigos éticos de conducta y dejar que las más variadas pulsiones de nuestra psiquis nos dominen. Eso genera a la vez que indignación un placer casi masoquista, como tan sólo que podamos estar llamados por la simple curiosidad, y siguiéndola, ya hacemos mucho.

Cuando el joven cantante David del Águila vio su intimidad asaltada por unas fotos y unos videos en los que aparecía practicando sexo oral a su pareja, y después desnudo mostrando su anatomía, ¿eso a quién le interesaba? ¿Había necesidad de proclamar eso a los cuatro vientos? Definitivamente que no. No hay justificación, creo yo, de ningún tipo para hacer público algo que le pertenece a una persona y que, de no ser contraria su voluntad, debe respetarse y dejarse únicamente y exclusivamente para ese fuero tan restringido como lo es la intimidad. Y si es un secreto de dos, basta que una de las partes se niegue a hacerlo público para que continúe descansando en la reserva de la vida íntima y privada. ¡Nada más!

No podemos dejar que los medios de comunicación vivan con nosotros ni vivan nuestra intimidad, ni mucho menos dejar que permitan que la misma sea vivida por terceros. Siempre será la censura y su poder de cohersión la que le pondrán el mejor coto a los avances perversos de los mismos. Es una necia pretensión el querer fungir de detectives en busca del develamiento de la verdad.

Somos dueños de nuestras palabras y de nuestros actos, de nuestros dioses y de nuestros demonios, y si queremos seguir combatiendo contra los mismos desde nuestra soledad nadie tiene derecho a conminarnos a hacer lo contrario, porque hay verdades que hacen la vida de las personas más llevadera y feliz cuando descansan ocultas e inaccesibles como un arpa, silenciosa y cubierta de polvo, quizá olvidada, en algún ángulo oscuro del gran salón de nuestra psicología.