sábado, 14 de noviembre de 2009

Palabras saciadas de vacío



Ante mí la hoja vacía de palabras que con su implacable blancura espera verse colmada de palabras que al menos digan algo interesante, y no creo ser capaz de conseguir decir nada interesante. Me pasa una vez más: siento que toda inspiración me ha abandonado y que no seré capaz de expresar nada porque simplemente nada tengo que decir. Es en verdad frustrante esta sensación de solamente poder expresar la imposibilidad de no poder expresar, y con esto ya hay una palmaria contradicción que de todas maneras prueba que ya estoy diciendo algo. La ironía de la palabra, que tiene un poder más contundente que el que creemos cotidianamente tiene. Pasa siempre así: expresamos más de lo que decimos y casi nunca nos percatamos de ello, sí, del discurso entre líneas de nuestras innumerables alocuciones. Yo, esta vez, por una fortuna del destino, quiero decirlo así, he conseguido no poder irme en esta ocasión sin darme cuenta que ya estoy diciendo algo.

Y es que cada día que pasa me pregunto: ¿qué de nuevo puedo decir hoy?, y al responder a esta interrogante diciendo que nada tengo que decir ya digo algo. Digo que me siento poco motivado a decir algo que en verdad lo considere importante y digno de ser narrado. ¿Qué me pasa? Busco diversas fuentes en las cuales encontrar un poco de inspiración para decir algo, y sin embargo nada me conmueve lo suficiente como para decir “de esto quiero hablar”. ¡No!
Quizá esté pasando por un momento en el cual, sin quererlo, he llegado a caer en la cuenta de que no tengo un horizonte claro bajo el cual quisiera caminar por el resto de mis días, que sigo pensando serán breves. Pero considero que empieza a sonar burdo el tomar como tema recurrente de mis post el aún no probado hecho de que viviré poco. Quizá quiera llamar la atención, ¿pero qué raro, ni siquiera yo mismo llego a asustarme tanto por esta posibilidad? Definitivamente, estoy procurando un drama con tan poco talento como para hacerlo parecer verídico. Sin embargo, en el pasado creo haber sido un buen actor que fingía emociones y sentimientos que jamás tuvo. ¿Estuvo mal que procediera así? En verdad eso tampoco lo sé a ciencia cierta hoy por hoy. Y ello también es lamentable porque a estas alturas ya debería tener la más mínima certeza de que obre mal, y no obstante, sigo pensando que fue lo más correcto fingir, mentir, para sentirme menos solo, en esos corrosivos momentos en que la soledad no era mi amiga sino mi más cruenta antagonista y no había descubierto que, negociando adecuadamente con ella, ésta habría podido llegar a ser mi más leal cómplice, sí, la cómplice de aquellas aventuras clandestinas de placer y espera eterna de algo que quizá nunca vendrá, pero que de todas maneras seguiré esperando, creyendo que el día de mañana será mejor y el sol brillará con un poquito más de fuerza, dejándose ver tras esas nubes demasiado grises y groseras que lo opacan todo y que tiñen de color tristeza la vida cotidiana de muchas personas como yo que quizá no sé llamen Rolando pero que son muy humanos como él, como yo.

Con cada amanecer cuento los días para que llegue el verano. Yo nací en verano, un 23 de enero, y no creo que eso haya sido coincidencia. El verano es la estación del sol, del mar que luce aún más espléndidas sus olas; la estación que nos ilumina mejor las cosas, la realidad, la vida, y nos saca por tres meses de aquella idea errónea de que todo es opaco y que sólo puede presentarse a nuestros ojos recurriendo a una maldita escala de grises que nos hace pensar que no hay más colores con los cuales nuestros ojos puedan deleitarse un sábado por la mañana en que provoca no pensar mucho en qué vas a vestir ese día, sino en tomar un poco de dinero e ir a almorzar a gusto en algún restaurante cercano, claro, gozando de una excelente compañía. Así, sí vale la pena vivir, porque sabes que una ocasión como esa se va a repetir.

Es poco probable que sólo vaya a darse una única vez. Son pocos los eventos de la vida que solamente acaecen una vez y ya nunca más se vuelven a repetir. Así como algunos males de nuestra vida se producen y retornan a nuestros días posteriormente, cuando pensamos que ya se habían ido del todo, así también las cosas más gratas y dulces de la vida regresan para reavivar nuestro gusto por ellas y para decirnos que hay más colores en la paleta de prueba del pintor eterno que no sean los infelices grises, sino también el rojo, el azul, el verde y sobre todo el negro, que no es luctuoso, unánimemente, como se podría pensar. También es el complemento perfecto para los demás colores que sin él no podrían terminar de tener armonía y adecuado equilibrio.

Y es que necesitamos de un tercero, por más independientes y suficientes que nos sintamos, para poder avanzar, o también para retroceder, y saber que no vamos solos. La soledad no augura la llegada de la paz, hay que dejar esto bien en claro, pero el tumulto no propicia el sosiego definitivamente, así que a buscar el término medio, y para ello, para esta tarea específica, yo procuro encontrar los elementos en medio de una habitación silenciosa que solamente me dice cuán bella es Vieni sul mar en la voz de Andrea Bocelli. Y la paz, a su vez, aunque menos improbablemente, puede ser garante de la llegada de la felicidad. En todo caso, no motiva con más ánimo a pensar que esté cerca y que finalmente sabremos qué es, pero la ansiedad, sin quererlo, nos hace abandonar tal estado de paz, de calma también, y así perdemos el sendero hacia ese muy anhelado deseo que hombres y mujeres de todas las generaciones y desde todos los confines de la tierra han deseado alcanzar y hacer suyo.

Hay quien dice que soñar no cuesta nada, y con ello miente: cuesta tiempo, dedicación y sobre todo muchas energías, las que al ir agotándose se llevan la juventud, la mucha o poca que podamos tener, y esto de acuerdo a la hora en que nos hayamos decidido empezar a soñar, ¿y qué hora fue esa?

domingo, 8 de noviembre de 2009

En mi consentida soledad



Soledad es mi segundo nombre, aunque suene risible. Pero no me podría llamar así a efecto de reconocer que no tengo a nadie a mi alrededor puesto que tengo a mi familia (mi madre, mi tía, mi hermano, incluso mi padre pese a que ya no esté conmigo desde hace 06 meses). Tampoco conozco la soledad por tener que trabajar solo ya que en mi espacio laboral cuento con un grupo de compañeros estupendos con los cuales he podido establecer una muy buena empatía, y eso me satisface, porque siempre es necesario contar con un escenario de trabajo ameno, afable y cálido para poder producir de acuerdo a los estándares de productividad y calidad que a uno se le exige.
Y entonces, ¿por qué es que me siento solo? O en todo caso, ¿por qué diría, no con poca ironía mal velada, que mi segundo nombre podría ser Soledad, sabiendo que la soledad es la carencia de compañía?

Desde hace algún tiempo, un par de meses más o menos, rehúso verme con mis amigos. Bueno, no quiero dármelas de petulante al hablar de mis "amigos". No me puedo jactar de tener un millón de ellos como dice la canción de Roberto Carlos. Mis amigos son pocos pero son. Sin embargo, es tiempo ya que no los veo, y no quiero verlos aún. ahora, si son mis amigos, ¿por qué siento que no me hacen falta y prefiero andar solo? Me preocupa saber de ellos, eso es innegable, de unos más que de otros, pero de ahí a verlos con cierta frecuencia... No.
Es que pasa que me siento tan cómodo estando solo que he llegado a un cierto punto de mi vida en que estar solo es una necesidad casi vital. El placer de oír solamente el eco de mis palabras, de mis risitas burlonas sobre todo y sobre todos me es un bien insustituíble para vivir y seguir adelante. Sé estar solo y no me deprime... del todo... Salvo en algunas ocasiones cuando me digo que sería bello tener otra persona, además de mi familia y de mis compañeros de trabajo, para compartir con ella mis más exaltados júbilos. Y es que sé que una cuarta opinión como esa que no pocas veces he buscado es, sin duda, igualmente necesaria. Cuando no la he encontrado mi soledad se ha curtido más, y he podido reflexionar que no necesito de nadie más que no sean al menos los míos para seguir mi camino en la vida (¡Dios, qué cursi suena esto!) merced de su "aprobación" a mis actos. Así, la soledad es un estado personal que me caracteriza muy bien.

Ir por la calle viendo la gente pasar a mi costado, siempre enfrascada en sus propias preocupaciones, ver los autos cómo contaminan sin piedad el medio ambiente y no les interesa, ver lo poco estética que es nuestra gran ciudad de Lima, con contrastes urbanos y arquitectónicos tan marcados que sin lugar a dudad merecen ser fotografiados o por un antropólogo (para fines de estudio) o por un turista extranjero (para hacerle ver a sus compatriotas lo subdesarrollado que se encuentra nuestro país). Sigo mi marcha por la calle, camino pausadamente, viendo que Lima sigue siendo una ciudad en construcción gracias a nuestras autoridades municipales, y nada me hace desear tener una compañía en ese momento. Marcho feliz, la mayoría de las veces comiendo un helado, y sintiéndo el frío de la noche danzar por mi cara. Sólo sustituiría una caminata como esa por otra ciudad que no fuera Lima, a la que no odio, pese a todos sus problemas, pero por la que tampoco siento ningún afecto. Y es que soy así: pocas son las cosas y las personas que me generan un auténtico compromiso hacia ellas. Nunca termino de preguntarme porqué es que tengo esta actitud hacia las mismas que, valga la aclaración, no llego a calificar de indiferencia. Dar un diagnóstico como este me parecería de lo más burdo y simplista. He sabido jugármela por algo y por alguien cuando lo he querido, y también cuando el momento lo ha ameritado. Pero solo así y entonces, después no. Ya tengo suficiente pensando qué será de mi vida dentro de 05 años, por ejemplo.

Gozo mi soledad, pero le temo al paso inexorable del tiempo, que como ya lo dijera en reiteradas oportunidades, siempre me parece que, para mí, va en celera cuenta regresiva. Mi más grande temor es que cuando haya terminado de encontrar la pasión de mi vida, el motor y motivo para la misma, el cronómetro esté por marcar el término de mi tiempo, y allí será el llanto y rechinar de dientes porque mi hora ya habrá acabado. Sé que no me hace bien vivir así, pero es una preocupación existencial que no puedo postergar de mi agenda diaria. Ella, y ver mi novela favorita por internet a la hora del almuerzo, son dos cosas de marcada relevancia para mí.

Difícilmente cambiaré, eso lo saben quienes me han conocido -y o me odian, me ignoran o me aman-. También lo saben aquellos que me conocen -y que sorprendentemente me siguen queriendo, y lo sabrán los que me conozcan dentro de poco -y que tendrán que padecerme con consentimiento propio. Yo no soy de la clase de personas que va por el mundo derrochando carisma (¡Dios me libre de ser el amigo elegido de otros!). Sé, igualmente, que no paso desapercibido, pero esto ya no me causa mucho orgullo, digámoslo así. Ahora prefiero camuflarme en la opacidad de una vida cotidiana por la cual transitamos todos y todas, y salir de ella sólo cuando quiero para hacer algo medianamente ingenioso y polémico. He aprendido a controlar mis ambiciones, pero siguen ahí, siempre entre el sueño y la vigilia, como si estuvieran en un constante despertar. Las voy materializando poco a poco, quizá a paso paquidérmico, pero firme, y no al ritmo de las pariciones de los roedores, que siempre son frecuentes y numerosas, y porqué no decirlo también, gregarias.

No estoy solo porque terceros me hayan dejado. Estoy solo porque los he dejado, y lamento que esto tenga un cierto trazo egocéntrico, pero es así. También debo decir que me apena en una minúscula medida el no poder ser más tolerante con la gente, como también me apena que cuando encuentro personas que consiguen impactarme, n número de condiciones adversas me separen de ellas, pero no significa que nos dejemos, que me dejen o que las deje. Simplemente hacemos sobre nuestros sitios un giro de 180º y retomamos la marcha. ¡Eso jode! Hay tanta gente inocua que podría no estar a mi lado para cederle el espacio a aquellos con quienes sí me sentiría a gusto... Pero no, una vida así de perfecta como esa solo podría estar cercana a ser un ligerísimo remedo de la gloria que algún día los humanos probaremos cuando lleguemos al Paraíso.
Hacer un ejercicio como este me era necesario, pero han tenido que pasar algunas semanas desde que escribiera mi último post para encontrar el estro que requería y volcarme todo sobre estas líneas. Lo he conseguido en alguna medida, y sé que así, en medio de esta consetida soledad que refiero ahora puedo comprender más cuán complejo soy, y por tanto, quererme más, porque esa persona "sola" soy yo, y no puedo hacer otra cosa que no sea enorgullecerme de ella, también porque no es tan repulsiva como podría creerse. Lo inexplicable sería que admirara a otro y dejara siquiera de prodigarme un poco de respeto y amor propio. Pero sé que eso solo en una realidad alterna llegaría a suceder.