jueves, 26 de febrero de 2009

¡Ave César!


Hace ya un mes aproximadamente, quizá más, que Televisión Nacional del Perú transmitió, en su ciclo Grandes miniseries, Yo, Claudio, la misma que fuera producida y emitida por la mundialmente famosa BBC of London y que se viera por primera vez en el año 1976, basada en la novela del mismo nombre de Robert Graves (1895-1985), y que consta de 13 impactantes episodios. La serie presenta la vida y obra de la dinastía Julio-Claudia, que gobernara el Imperio Romano desde el 27 a.C. hasta el año 68 d.C., desde el ascenso de Augusto, pasando por Tiberio, Calígula, Claudio para terminar con Nerón, célebre por incendiar Roma y matar a su madre Agripinila.

La miniserie es protagonizada por el actor inglés Derek Jabobi, por quien no tengo palabras que describan la admiración que he sentido por su genial e impecable actuación en el papel de Claudio, el emperador idiota, como fuera conocido el soberano romano.

Desde su nacimiento, Claudio es tomado por la familia imperial como un imbécil irremediable, ello por padecer de algunos defectos que ante el temple recio que ha caracterizado a los hombres de uno de los más famosos imperios que se han cernido sobre la faz de la tierra, le desmerece como sucesor a ceñirse los laureles imperiales. En efecto, Claudio padecía de sordera, cojera, tartamudez. En sus últimos años de vida, ante la sospecha que la última de sus mujeres, Agripina la menor, o también llamada Agripinila, está orquestando su muerte, decide contar su historia personal y la historia de su familia, plagada de conspiraciones y envidias, con no pocas ansias de más de uno de sus integrantes por abrazar el tan codiciado poder que circundaba el trono imperial. Es más, ya de joven, y gracias a su pasión por la historia, comienza a compilar los primeros escritos sobre su casta, pero más que nada por honrar la memoria del padre que no llegó a conocer, Druso, que muriera merced de una de tantas conspiraciones urdidas por su abuela, la infame Livia, mujer de Augusto emperador, precisamente fundador de la dinastía Julio-Claudia, y que en la miniserie es encarnada por la también brillante actriz Sian Phillips.

Claudio habrá de esperar muchos años para llegar a ser César, luego de ver el reinado excéntrico, desmedido e inomoral de sus predecesores Tiberio y Calígula, que no llegaran a seguir la línea de una administración imperial sensata como la que el divino Augusto realizara en tanto vivo. Claudio es en tal sentido un continuador depositario de las buenas costumbres y sana admnistración de su abuelo, mas el suyo será un reinado en el que deberá sortear mil y un complot en su contra, los mismos de los que llegará a saber por estar maquinados por sus colaboradores más cercanos.

El carácter de Claudio a lo largo dela miniserie es el más íntegro y noble, así como justo aunque por momentos parezca duro. En efecto, es su temperamento una de las cosas que mejor consiguen impactar en el televidente, quien lo aprecia en los más diversos momentos de su vida, y sobre todo, sorteando la maraña de triquiñuelas alambicadas que se tejen entre los demás personajes. Más de un personaje en alguna ocasión le recomienda que siga jugando a hacerse el tonto. Y es que sólo de esa forma, pasando "desapercibido" es que Claudio consiguió sobrevivir a años y años de juegos sucios por hacerse del poder.

Es Claudio un personaje que termina vengado por su talento mismo de aprovechar su condición de dismunución física de aquellos precisos complots que caracterizaban la vida de la familia imperial en aquel entonces. Su declarada pasión por la historia le sumerge en un mundo diferente del que vive fuera de las bibliotecas y gabinetes de estudio, pero no por esto deja de estar consciente de la realidad que aqueja a Roma, la bella dea, y de las manera cómo pueda ayudarla a levantarse de su corrupción moral y administrativa.

A las finales es Claudio quien le ve la cara de idiota a más de uno, entre ellos a los desgraciados Tiberio y Calígula, famosos por su vida excéntrica y llena de desenfreno. Claudio sale bien librado de estar en la lista de no pocos ambicios personajes que preparaban éstas para despejar el camino al codiciado trono de César. Simplemente Claudio no contradice de primera intención a los desquiciados personajes miembros de su familia. Es notable cómo "le sigue la cuerda" a su sobrino Calígula, que en un momento de su vida llega a creerse el mismísimo dios Zeús. La clara consigna de Claudio es no contradecir, pues, al loco de su sobrino, que llega a nombrar senador a su caballo Incitatus, con el que seguramente habrá tenido más de una práctica zoofílica, digo yo. Por extensión, Claudio no contradice nunca a los locos de su familia, y consigue sobrevivir, aunque de haberse pronunciado hubiera podido denunciar más de una infamia. Sin embargo, su desventaja física y política se lo impide. Deberá esperar algunos años más para que sea la guardia pretoriana la que lo proclame emperador, tras haber urdido el magnicidio de Calígula, pero pensando que habría podido manejar a su antojo al nuevo emperador. En ese instante será que Claudio demuestre su factura personal, digámoslo así, y saque a relucir su preparación y conocimiento del Estado, de la nación romana y de su historia para poder iniciar un buen gobierno.

En definitiva, Claudio es la exaltación más elevada del "débil" que triunfa sobre el "fuerte", de la "inteligencia" que a las finales se impone sobre la "ignorancia institucionalizada". Claudio es otra forma de demostrar fortaleza y a la vez nobleza, virtudes que Derek Jacobi consigue encarnar de manera limpia y conmovedora. Debo confesar que el personaje de Claudio, el emperador idiota, siempre me llamó la atención, sobre todo después de haber tomado un primer contacto con la historia romana allá por los años en que apenas contaba no más de 08 abriles de vida, y que con una aún recordada novela mexicana producida por Televisa, Imperio de cristal (1994) -cuyos personajes llevaban los nombres de la familia Julio-Claudia, con algunas excepciones eso sí- Claudio, que fuera encarnado por el actor Germán Gutiérrez, me devolvía a la mente la imagen del emperador de ojos tristes, así como la obligación de empaparme aún más de la historia de estos romanos bastardos tan brillantes, que legaran a la humanidad una de las más grandes herencias culturales que jamás se hayan recibido de pueblo humano. Un compromiso, además, después de haber dejado inconcluso más de una vez el Vida de los doce césares de Suetonio.

Recomiendo Yo, Claudio, por ser una producción sorprendente, vital, de presentación descarnada de la vida y milagros de los emperadores romanos, y porque nos acerca a Claudio, la rosa del pantano (parafraseando el célebre vals del peruano Fausto Florián) tan bello de sentimientos como bellos los ojos de Derek Jacobi que le dan vida en esta producción inglesa.

Yo, que sólo soy César por el nombre de mi padre, una vez más he probado el deseo de haber nacido en alguna corte de las que cuenta la historia universal, y haber podido acompañar las aventuras de estos personajes fantásticos que aún pueblan todas las noches mis sueños.