viernes, 13 de marzo de 2009

En-canto


Una de mis pasiones, por lo menos desde que tengo 18 años, ha sido y es el canto. Creo que la música, en general, haya estado presente en mi vida desde muy pequeño. Los primeros gratos recuerdos que guardo en este sentido me devuelven a los domingos que mi madre me llevaba a las presentaciones que hacía la Orquesta Sinfónica Nacional en la sede del Museo de la Nación. Yo ya gozaba de la llamada música selecta, y emepzaba a tener contacto con las inmortales páginas musicales de los compositores más importantes, comenzando por los infaltables Mozart y Beethoven, para luego pasar por Tchaikovsky y llegar hasta Rossini, por ejemplo.

Más adelante, mi tía Ely reforzaría este aprecio por la música clásica cuando me introdujo a un lindo programa musical, Pianissimo, que se transmitía por Radio Solarmonía, hoy Radio Filarmonía, y que escuchábamos juntos a las 7 de la noche. Después, otras veces, cuando la acompañaba en su dormitorio en tanto ella trabajaba en la máquina de coser modificando su propia ropa y otras prendas de vestir, y ponía de fondo musical las interpretaciones de Richard Clayderman, yo, apenas sentía alcanzar mis oídos aquellos acordes sonoros, como un cuerpo metálico que se dirige a un imán, yo inmediatamente buscaba terminar lo que estaba haciendo, e iba donde ella y juntos comentabamos la belleza de aquella variada música que interpretaba el pianista francés con delicia. Mi sensibilidad musical continuaba desarrollándose y si no me falla la memoria, en aquel entonces debo haber bordeado los 7 u 8 años. Sin embargo, estaba todavía muy lejos de pensar en la idea de querer hacer "más mía" la música. Solamente me deleitaba con ella, y aunque ahora me dé un poco de vergüenza, llegaba hasta a adormentarme ligeramente con la paz que las melodías emanadas de un piano o de un violín me hacían olvidarlo todo. Era feliz.

Cuando llegué a la adolescencia conseguí desarrollar una cierta fascinación, digámoslo así, por las telenovelas que producía Televisa de México y que se pasaban por América Televisión. Las veía junto a mi madre. creo que también mi hermano haya visto algún par de ellas con nosotros, pero si hubiese sido así, jamás fue un atento seguidor de las mismas. Él prefería mil veces ver un partido de fútbol con mi padre.

Pero si veía telenovelas la mayoría de las veces lo hacía por los fondos musicales de éstas, que en algunas ocasiones eran medianamente logrados. Bueno, también lo hacía para deleitarme con la belleza de algunas de sus más conspicuas protagonistas, pero el elemento sonoro musical era lo que llamaba poderosamente mi atención.

Una vez, y cuando empezamos a ver la telenovela Vivo por Elena, protagonizada por Victoria Ruffo, una actriz también mexicana de pobre calidad actoral, puse atención a la página musical que abría la misma. Una de las voces era la de la cantante española Martha Sánchez; la otra voz, y la que me despertó más curiosidad, era una voz cálida cuanto potente y todavía más sonora que la de cualquier cantante común y silvestre. Después descubriría que era la voz del cantante italiano Andrea Bocelli, y allí empezaría en realidad un involucramiento mayor con la música, con la música lírica.

Tras haber oído mil veces Vivo por ella (el verdadero nombre de la canción), y ya saciado de la riqueza sonora de la misma, decidí buscar qué otras canciones tenía Bocelli, hasta que encontré un primer cd suyo titulado Viaggio italiano y en el que reconocí únicamente un par de "temas" conocidos, como la universalmente famosa Ave María de Schubert y La donna è mobile de Verdi, célebre entre otras cosas por ser fondo musical de una publicidad para fideos de cocina.

Fue en este momento que, escuchando con buena atención ambas páginas (antes solamenete las había oído en versión instrumental) noté que en la voz de Bocelli cobraban todavía más vida y cuerpo. Empezaba a amar la voz de Bocelli, pero más que nada, empezaba a descubrir la voz de tenor.

Sin embargo, a la par que admiraba la calidad interpretativa de Bocelli en La donna è mobile de Verdi, veía que me topaba con un pequeño problemita: no entendía qué cantaba. Aquel fue otro punto de partida que poco tiempo después me acercaría al idioma italiano, que llegué a estudiar en el Istituto Italiano di Cultura de Lima; pero este es tema para otro post así que no contaré por ahora esta experiencia.

Con los implementos básicos para leer y entender italiano continué adentrándome en el mundo de la lírica, y conocía no sólo a Verdi sino que además tuve mis primeros contactos musicales con Puccini, Mascagni, Leoncavallo, y ya más adelante aún, descubriría a Rossini, Donizetti y Bellini, pero gracias a otros cantantes eso sí.

Mi música, la lírica, se hizo mi más elevado placer artístico al llegar a los 16-17 años, desplazó a las cancioncitas sensibleras que todas las tardes, durante los últimos dos años de escuela secundaria, nos acompañaron a mi hermano y a mí a la hora de hacer las tareas, siempre vistos y seguidos por mi madre, solícita a darnos una mano en caso de presentársenos alguna dificultad, y más.

Esta nueva amiga mía, la lírica, me acompañó hasta Venezuela. Viviendo allá en Chacao, un distrito muy bonito de la zona este de Caracas, y pasando las calurosas tardes con mis tías Ely y Bertha -sobre todo con esta última- mi acercamiento a una posibilidad de poder cantar de verdad fue pasando de potencia a acto cuando mi tía Bertha me escuchaba tararear arie italiane, y también alguna que otra canción "selecta" como Granada o Júrame, y que en la voz de Plácido Domingo eran sencillamente de inigualable interpretación.

Ella buscó alguna ocasión para iniciarme en los rudimentos del canto, cómo hacer la toma de aire si quería cantar, cómo poner atención a la canción que escuchaba, el sentimiento que debía imprimir a mi interpretación, etc., etc. Mi tía Bertha, fungiendo de maestra improvisada en ese momento, tenía una didáctica muy pecualiar para transmitirme sus conocimientos (!)

Nuevamente en Lima, y con el ansia de cantar que me brotaba por los poros de la piel, le dije a mi madre que quería ser cantante y que me ayudara a entrar al Conservatorio Nacional. Ella, demostrando una vez más su sabiduría, me habló de lo difícil que era hacer carrera de cantante en el Perú, y me sugirió que mejor hiciera una carrera profesional, universitaria. Por acá también podría iniciar a contarles otro fragmento de mi vida, pero ello quizá sea tema de otro post.

Y sí, el año 2004 entré a estudiar sociología a la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de San Marcos, y el año pasado concluí mis estudios de manera satisfactoria. En 05 años tuve que postergar mi deseo de estudiar seriamente canto, mas ello no implica que mi pasión por éste disminuyera en los absoluto. Seguía cantando. Cantaba, al principio, con temor -y es que no era más que un aficionado principiante- pero después la práctica -que da la maestría en un arte y oficio cuando éste se ejecuta con devoción, humildad y seriedad- hizo que empezara a perder aquel temor. Fui cosechando en ese lapso de tiempo tanto conocimientos como experiencias tras breves pero intensas temporadas en distintos grupos corales. No obstante, fueron las aulas de la facultad de Ciencias Sociales de San Marcos las que más veces me acogieron y con su acústica ampliaban mi todavía joven voz de tenor lírico-ligero. Probaba un placer inigualable al oír mi voz crecer y vibrar y viajar por el espacio; una voz ya bastante impostada que llegué a ofrecer hasta en tres ocasiones a un grupo medianamente numeroso de personas en tal sitio.

Desde el año pasado, y no pudiendo esperar el décimo ciclo para acabar la carrera de sociología, conocí del Programa de Extensión Cultural de la Biblioteca Nacional y que entre sus tantos cursos impartía uno de impostación para el canto, en el cual sin dudarlo me matriculé inmediatamente, que por motivos siempre universitarios tuve que dejar de frecuentar por unos meses, pero al que ahora, lejos de las turbulentas aguas sanmarquinas, he vuelto con gusto incrementado, porque uno de mis objetivos personales -y que quizá linde la obsesión-compulsión- es cantar, tan sólo cantar. Cantar bien, y con voz de tenor.

En realidad no sé qué sea de mí y de esta pasión que tengo una vez que termine el curso y me vea con mi certificado de haber acabo el mismo y probablemente con deseos fervientes de iniciar una carrera artística en el canto lírico. Quizá recurra al profesor Juan La Madrid, como ya me lo ha sugerido mi actual profesor Luis Flórez. Pero tampoco me afano más de lo debido. Si llegase a ser un cantante reconocido, en buena hora, y quizá por allí alcance la realización personal, obtenga el reconocimiento que busco y sea feliz. Y si no pasara así, entonces deberé tener siempre otra alternativa de realización personal, por ejemplo en relación a mi formación como sociólogo. Pero si puedo dejar un mensaje conciso, y que fue consejo de un tercero que alguna vez recibí, es que no debemos constreñir dicha realización personal, porque de no ser alcanzado tráería frustración, amargura y desesperanza en que otro camino hacia la felicidad es posible y existe.

Así como más de un camino lleva a Roma, más de una posibilidad real debe conducirnos a la felicidad.