Premisa.-
A continuación se planteará un caso de investigación
recurriendo al interaccionismo simbólico como marco teórico que posibilite la
comprensión del mismo.
Se valorará dicho enfoque teórico por dar prioridad
al mundo social como escenario marco de comprensión de las experiencias
sociales, recurriendo a la explicación de la conducta del individuo en función
del grupo que le rodea y al cual indefectiblemente pertenece.
A tales efectos es que se retomarán sus postulados
básicos, a saber:
a) Los
seres humanos están dotados de capacidad de pensamiento.
b) La
capacidad de pensamiento está modelada por la interacción social.
c) Las
personas aprenden los significados y los símbolos que les permiten ejercer su
capacidad de pensamiento distintivamente humana.
d) Los
significados y los símbolos permiten a las personas actuar e interactuar.
e) Las
personas son capaces de modificar o alterar los significados y los símbolos que
usan en la acción y la interacción sobre la base de su interpretación de la
situación.
Igualmente, otro insumo base será la estricta
consideración de la anterioridad del todo a las partes, tal como es que lo
entiende el interaccionismo simbólico, concepción que posibilita la acción del
individuo inicialmente estimulado por un entorno y otros como él, igualmente
susceptibles de respuesta ante un entorno que repercute en ellos.
Es gracias a la interpelación del entorno que el
individuo conseguirá desarrollar una mente individual, con lectura lógica de
las cosas y de las personas. Es decir, por la existencia de un entorno es que
se comprende el establecimiento de unos estados mentales en el individuo y su
desarrollo, tanto por el curso histórico de su vida como por el mantenimiento
de una confrontación dialéctica con dicho espacio.
Antecedentes.-
Se quiere entender la dinámica de juego de un grupo
de niños y niñas que viven en condición de institucionalización, esto es,
residen en lo que comúnmente se conoce como albergues o casa hogar, espacios de
acogida temporal para menores en situación de abandono o riesgo moral/material,
privados de la debida atención y cuidados de sus padres/parientes.
Se entiende por dinámica de juego a los momentos del
día en que los niños y niñas tienen oportunidad de desarrollar actividades de
carácter lúdico-recreativo como medida para el desarrollo de sus condiciones
psicosociales. Del mismo modo, es por medio del juego que la sociedad refuerza
en el niño los patrones de socialización y los eventuales roles que puede
asumir una vez que se haya incorporado a ella con el consecuente despliegue de
dinámicas específicas en relación a su entorno y los demás.
Formulación del marco
de investigación.-
La institucionalización como fenómeno por el cual un
niño, niña o adolescente se ve constreñido a crecer y vivir fuera de un
contexto familiar, ideal para su correcto desarrollo psicológico y social
conlleva la aparición de diferentes problemáticas -siempre a nivel personal- que
pueden presentarse en el menor a cualquier edad y acompañarle durante el curso
de sus posteriores años de vida.
Dependiendo
de la complejidad del caso particular de cada menor, la condición de
institucionalización puede repercutir considerablemente en sus procesos de
socialización, reprimiendo su capacidad de expresión, de exteriorización y
verbalización de sus sensaciones y sentimientos, al punto de generarle un
estado de aislamiento que le impida estar acorde con las dinámicas y prácticas
de su espacio.
Uno de estos procesos sociales por los que pasa el
individuo durante sus primeros años de vida está marcado por la iniciación en
el juego y el reconocimiento de posibilidades de acción en sociedad a través
del mismo, que se basa en representaciones simuladas de casos que eventualmente
pueden tener lugar en la vida real.
La condición de abandono y consiguiente
institucionalización, entonces, puede repercutir sobremanera en los ya
mencionados procesos de socialización del menor, impidiéndole incluso el libre
y sano derecho del disfrute al juego, por lo que ve afectado su acceso a los
mecanismos de sano esparcimiento y expresión de la espontaneidad y creatividad
de los que dispone, para estimulación y desarrollo tanto de su psiquis como de
sus prácticas sociales.
Justificación e
importancia.-
Todo niño tiene, en primer lugar, derecho a crecer
rodeado del amor de un padre y de una madre que les prodigue las mayores
atenciones y cuidados, propicios para su crecimiento espiritual, mental y
corporal. Asimismo, tiene derecho al pleno disfrute de su infancia, de los
momentos, compañías y experiencias que puedan forjar en él una personalidad
estable, que desde una temprana edad, puedan prepararlos para interacciones y
convivencias de mayor intensidad propios de la vida en sociedad, como lo son
los que puede encontrar en ambientes como la escuela o el trabajo, entre otros.
Entender en qué medida se ven afectados los procesos
de socialización, y en particular las dinámicas lúdico-recreativas del niño,
por los efectos de la institucionalización es determinante para compulsar sus
posibilidades de adecuada inserción social y de reconocimiento de sus instituciones.
Del problema de la vida fuera de una familia es que
se originan otras problemáticas para el niño, las mismas que de no ser
atendidas en su momento oportuno, devienen en potencial condición de perjuicio
para el adulto que años después será, tornándolo un individuo con problemas de
adaptación a su escenario social, de reconocimiento de las leyes y las
prácticas sociales, de valoración de los demás y respeto a sus derechos. Y a
ello, el problema de un auténtico y propio reconocimiento de sus habilidades
personales, poco desarrolladas por la carencia de un adecuado estímulo
familiar.
Aplicación del marco
teórico.-
El juego, como práctica lúdico-recreativa y de
reforzamiento de las pautas conductuales
y actitudinales que la sociedad implanta en el individuo desde los primeros
años de su existencia, puede ser leído a través del marco teórico propuesto por
el interaccionismo simbólico como uno de tantos actos que le son propios.
Así, todo juego, que vamos a entender como acto
estaría dado por las siguientes fases o etapas:
a) Impulso:
el acto del juego sería llevado a cabo por el niño en virtud de ser invitado a
desarrollar el mismo o porque vería a otros de sus coetáneos tomar parte del
mismo. Así, en el primero de los casos una tercera persona le aproximaría e
iniciaría en el mismo. En otro, procedería por imitación.
b) Percepción:
como respuesta al momento precedente, el niño reacciona al estímulo (ser
animado a jugar o jugar por ver a los demás hacerlo) y elige jugar tras
percibir la dimensión del mismo y considerar siquiera algún grado de
competencia para desarrollar el mismo.
c) Manipulación:
el niño entra en contacto con los medios, los recursos que posibilitan el
despliegue de la actividad lúdico-recreativa. A través de sentidos como la
vista y el tacto el niño refuerza su conciencia de la existencia de la
actividad que esta por realizar, tomando conocimiento de los alcances y
dimensiones de ésta. A ello se puede añadir que si la actividad emprendida no
se está dando por primera vez, entonces el niño puede retomar experiencias
pasadas de relación con la misma y aplicar lo ya aprendido en este nuevo
momento.
d) Consumación: es el acto de jugar, propiamente
dicho.
El proceso anteriormente descrito es el que debería
darse como condición ideal por la que el niño tiene la oportunidad de dar
rienda suelta a su libre espontaneidad y creatividad, valiéndose del juego para
exteriorizar sensaciones y sentimientos así como canalizar y liberar su
energía, consiguiendo posteriormente satisfacción en la actividad que
despliega.
Sin embargo, no todos los niños pueden gozar del
momento del juego y de sus posibilidades de esparcimiento mental y espiritual
debido a condicionantes, de tipo emocional, que le reprimen y constriñen esa
espontaneidad propia del menor debidamente estimulado y funcional al desarrollo
de sus facultades, creciendo rodeado de sus principales figuras de referencia,
como lo son un padre y una madre. El anterior es el marco ideal y esperado para
su crecimiento. Sin embargo, en un contexto fuera de una familia, no es
igualmente factible esperar que dicho desarrollo se dé a plenitud en el menor,
que privado de un contexto de amor y cuidados, crece sintiéndose solo y sin
necesidad de exteriorizar ni manifestar nada por nadie. En tal sentido, el
juego no es considerado como alternativa ni de expresión ni de comunicación.
La géstica.-
Es el gesto, según el interaccionismo simbólico, el
más básico de los mecanismos de todo acto social, donde los movimientos de un
primer organismo (biológico si se entiende un individuo) se configuran como
estímulos para las respuestas de un segundo organismo. De la gama de gestos que
puede ofrecer el individuo ciertamente es el de tipo vocal el que más
importancia tiene para el desarrollo de otros gestos, de tipo significante, que
paulatinamente dan lugar a la aparición del lenguaje, por ejemplo.
Los gestos son los primeros indicadores de los que
se puede disponer para apreciar el grado de vinculación de una actividad,
situación o interacción. Los gestos, como las muecas por ejemplo -o aún más los
eventuales gritos del niño al jugar- nos dicen de su nivel de disfrute de la
actividad que está realizando, de cómo repercute en él, si la está
desarrollando con destreza o menos, así como si eventualmente se hallará en
ánimos de repetirla.
Muchas veces el niño poco estimulado, retraído, no
tiene ocasión de gozar al máximo de la experiencia que le puede proveer el
juego. Es más, simplemente puede no jugar. Pero concentrándonos en el caso de
que opte por jugar, es claro que su rendimiento en el mismo estará directamente
ligado con su capacidad de querer gozarlo. Para que alcance tal estímuloes menester que
crezca debidamente atendido y lleno de los cuidados que únicamente una familia
le puede brindar en pro de su desarrollo psicológico y social.
El contexto de la institucionalización muchas veces
interrumpe este proceso de desarrollo, dejando al niño aún más carente de lo
que estaba al haberse visto obligado a entrar en un albergue o casa hogar, como
medida temporal de acogida frente a la situación de abandono, desatención o
desamparo.
Es a través del lenguaje que se puede obtener un
mejor testimonio del niño y el juego, recogiéndose del mismo su apreciación de
la experiencia. En tal sentido, el lenguaje se entiende como el conjunto de
símbolos que responden a un significado y conllevan a la comunicación.
Necesariamente establecen el contacto de un emisor con un receptor y la
transferencia de un mensaje que ambos pueden decodificar, haciendo posibles los
procesos mentales y espirituales de la persona así como la capacidad de
pensamiento en la misma.
Lamentablemente, muchos niños y niñas, por las duras
condiciones que tienen que pasar lejos de un escenario familiar que procure su
crecimiento, suman a su problemática el no poder expresar sus procesos internos
a través de las palabras, limitándose a convivir con sus hechos de manera
solitaria.
Aquí asistimos a la forja de un individualismo por
el cual no se hace necesario compartir ni socializar nada con el resto de las
personas partiendo del simple hecho que no hay nada que comunicarles. Es más,
de haberlo éstas no estarán siempre para escuchar o para interponer medidas que
procuren alivio a un problema o la satisfacción de una necesidad. La medida a
ello se establecería, pues, por la presencia y posterior ausencia de las
figuras paterna y materna, las que de manera acabada sí están en condiciones de
hacerlo.
La afectación del self.-
El yo como el mí son partes constitutivas del self,
que es la capacidad del individuo de considerarse a sí mismo como sujeto, de
evaluar su actividad social y las relaciones que emprende en los escenarios que
transita. En este procesa media evidentemente la mente. Para el interaccionismo
simbólico, el self se sitúa en la experiencia social y sus procesos,
desplegando un proceso de reflexión y capacidad de ubicarnos en un lugar ajeno
al propio y actuar como los demás lo harían. Es la posibilidad de iniciar una
evaluación de sí desde fuera y ver el papel que desempeñamos.
En un escenario poco propicio, donde se tiene un
niño inadecuadamente sometido a correctos estímulos que posibiliten su
desarrollo personal, la evaluación propiciada por el self se ve dificultada -si
no distorsionada o imposibilitada- y suplantada por un proceso en
ensimismamiento poco vinculado a la realidad. De aquí que se desprendan casos
donde algunos niños creen tener amigos imaginarios, reemplazo de aquellos
padres que no le pueden dar la debida escucha.
Las
condiciones de institucionalización son castrantes para un menor, en todo
sentido. Ponen coto a su lado creativo e imprevisible, a sus cualidades
innovadoras. Restringen ese YO, que por el interaccionismo simbólico
entendemos, cancelando o al menos aminorando sus posibilidades de innovación
social, muchas de las cuales tiene ocasión de presentar durante sus primeros
años de vida y a través de la experiencia del juego.
El ambiente de la institucionalización, igualmente,
dificulta los procesos sociales de aprendizaje de conocimiento y asimilación de
valores, al no ser precisamente un albergue o casa hogar el contexto idóneo
donde impartirlos, con respectiva carencia de los padres como los primeros
transmisores de saberes, desde los más útiles y de inmediata aplicación hasta
los más elaborados y que generan la reflexión y el establecimiento de estos
valores.
En cuanto al otro aspecto del self, el MI, éste
puede verse de hecho reforzado por la implantación de dispositivos de
regulación de la conducta impartidos por la maquinaria disciplinaria del
albergue u orfanato que simplemente encausan sus pulsiones a una no expresión
de éstas o a su represión, en salvaguarda del orden.
El niño institucionalizado tiene generalmente
presente la idea de limitación de su voluntad por la aplicación de medidas de
disciplina, rígidas, que marcan pautas a su tiempo y acción. Así, hay una hora
para tomar los alimentos, otra para asearse, otra para estudiar y otra para jugar, que son las menos y las
más apreciadas por él. A la larga, se tiene un niño que, perdiendo
paulatinamente sus esperanzas de un retorno al contexto familiar, acaba por
conformarse con la suerte que le ha tocado vivir. Se concluiría de ello que:
a) El
escenario ideal para el desarrollo de un menor es el contexto familiar, donde
encuentra las debidas atenciones, cuidado y afecto de un padre y de una madre.
b) La
institucionalización como proceso presuntamente temporal de acogida frente al
abandono, el desamparo y la desatención interrumpe el proceso de desarrollo
personal del niño, confinándolo a una pobreza de estímulos, emociones y
expresiones.
Por medio del juego se tiene oportunidad de constatar la espontaneidad del niño, la aplicación innovador por parte del mismo y la debida asimilación y reproducción de los mecanismos y pautas de socialización y reconocimiento de unas normas de convivencia, garantía de la armonía y cohesión social.