domingo, 7 de noviembre de 2010

La música de los sentimientos


La Bohéme es la ópera que más amo.
Es probablemente la primera ópera
que escuché completa cuando era niño.
Su historia es real y contemporánea.
Rodolfo y Mimí son muy humanos.
Ellos no son símbolos o héroes
sino personas sencillas:
aman, trabajan, luchan,
como muchos de nosotros hacemos.
Indudablemente, la música de Puccini
es la música de los sentimientos,
de las sensaciones, la pasión y las lágrimas.

Andrea Bocelli (1999).


No creo que compositor alguno jamás haya creado una obra tan inmensamente bella y triste como lo es La Bohéme (1896) de Giacomo Puccini (1858-1924) que a diferencia de Madame Butterfly o de Tosca no cuenta con antagonistas. En La Bohéme es solamente el destino el que no les permite a Rodolfo y a Mimí ser felices. Un destino que conocen día a día al ver su pobreza, una pobreza que -por ejemplo a Mimí- le impide acceder a los medicamentos que podrían curarle la tisis que padece, salvarla y permitirle realizar un sueño de vida al lado del pobre poeta que un día se enamora de ella. Así, ¿cómo luchar contra lo ya predeterminado, contra ese hado fatal que termina arrancándole a Rodolfo esa poesía que encuentra en la joven modista Mimí? ¿Es que no se puede más? Parece que no. La muerte arrebata de este mundo a Mimí simplemente por ser pobre, nada más. De haberse podido comprar las medicinas que necesitaba para su enfermedad no se habría muerto, y habría podido contar una vida llena de poesía al lado de Rodolfo. Sin embargo, La Bohéme da cuenta con estremecedor realismo de cuán implacable puede ser el destino, la vida, al llevarse a gentes sencillas que en medio de su humildad solamente tienen la osada aspiración de ser felices, como Rodolfo y Mimí.

Sabemos más quiénes son nuestros personajes por boca de ellos mismos, cuando hacia el primer acto de la ópera consiguen encontrarse y conocerse. Este acto atesora las dos arias más famosas que Puccini haya compuesto para las voces del tenor y la soprano: Che gelida manina que canta Rodolfo y Sì, mi chiamano Mimì que canta ella. En su canto no encontramos el relato de grandes hazañas, sino la descripción de los momentos que constituyen sus vidas cotidianas: unas vidas ordinarias en las que saben encontrar la belleza de la vida a través de la apreciación y valoración de los instantes sublimes y pequeños que efectivamente tienen ocasión de vivir.

Rodolfo es un poeta pobre que derrocha rimas e himnos de amor; Mimí es una modista que teje flores que no tienen olor y que teje en memoria de aquellas otras reales que le deleitan la vista cada primavera. Los dos están unidos por ese afecto por la estación más romántica que tiene el año europeo. No solamente la esperan cada término de invierno por permitirse una satisfacción estética que como pocas pueden darse el lujo de tener. La esperan también porque es el término de los días fríos, días que con su implacable condición gélida les arrancan las pocas fuerzas que tienen para trabajar, y entonces vivir. Más adelante, y cuando opten por separarse, lo harán poco antes de recibir esa primavera, que de una u otra manera les da la oportunidad de repensar sus tiempos y espacios venideros. Saben que no es fácil, pero saben que más difícil es no pensarlo.

Rodolfo y los otros bohemios, sus amigos Marcello, Colline e Schaunard también tienen inclinaciones artísticas: son pintor, filósofo y músico respectivamente, y en la expresión de su arte encuentran la bondad de vivir. Esta escena bohemia sorprende precisamente por cómo sus personajes consiguen demostrar que la vida puede ser más bella de lo que parece cuando se hacen las cosas que a uno le gustan, por más que las mismas no acarreen la fama y la fortuna. A su vez Mimí y Musetta hacen lo propio: la una con sus flores de tela y la segunda con el derroche de su coquetería cada vez que va por la calle y la gente la mira. Ella, cuando canta ese famoso vals del segundo acto Quando me'n vo da una lección que podría escaparse a la vista del espectador poco atento: Musetta celebra la belleza que le dio la vida, y eso ya le es bastante como para permitirle compensar su pobreza. Entonces ¿escogerá pasar su vida lamentándose por lo que no tiene cuando se sabe y la saben una mujer bonita? ¿Es eso ya poco? Indudablemente que no.

Pero como se habla de la vida se habla de la muerte. No podemos pensar en las cosas sin que a nuestra mente acuda su contraparte. Mimí no puede celebrar la vida que ama sin ignorar que la muerte le ronda todas las noches y le interrumpe el sueño cuando consigue hacerla toser. En La Bohéme la muerte es la inevitable antagonista, y decirlo no termina de sorprenderme. ¿Acaso no lo es para todos nosotros, y sin embargo no partimos de esta tierra tan solo por el hecho de considerar este aspecto, o de que la muerte aparezca un día cuando menos lo imaginamos? Este es un hecho aparentemente sencillo pero más complejo de lo que parece. En medio de su enfermedad y de sus dolores, Mimí desea dormir para ya no padecer más su mal. Es solamente durante las horas de sueño que consigue alivio. Y así, el destino quiere que salga de escena: durmiendo es que finalmente muere. Que Rodolfo grite con desesperación el nombre de Mimí -para su triste suerte- no la va a aferrar a la vida.

Los acordes finales de la ópera son los mismos que canta Mimí instantes antes de morir en Sono andati? fingevo di dormire. Así, la obra quiere perennizar la figura de una mujer sencilla, que vivió, pasó por este mundo sin que el resto de sus millones de habitantes se dieran cuenta, y aunque sin mayor fortuna material, no se fue de él sin saber lo que es amar.
Comparto el siguiente link que recoge la escena final de la ópera, con la muerte precisa de Mimí, interpretada por la soprano italiana Mirella Freni, y como Rodolfo, viéndola morir, el también italiano Luciano Pavarotti.