martes, 14 de agosto de 2012

El oficio del deseo



Invadido por la docilidad de la penumbra
vinieron a mí los esbozos de unos rostros.
Empleando gran esfuerzo, solo en esa estancia
no conseguía ver su presunto esplendor humano.

Aunque el ansia, fiel compañera mía,
me sugería la humanidad de aquellos trazos arcanos
mi otra acompañante, la suspicacia,
me advertía tener cuidado de aquel vacío e inconsistencia.

Algunas con paso ágil, otras con paso trémulo
se aproximaron a mí deslizando por mis formas sus caricias...
Siluetas volubles impregnando algún calor humano
me prometían aquello que no pudieron darme.

La tibieza de sus presencias fútiles pero seductoras
pudieron por instantes aferrarme a sus carismas, volátiles...
Y el aroma que me transportaba a jardines nunca vistos
se escurría como un par de gotas de agua entre mis dedos.

De estos jardines y de estos aromas
pálidos recuerdos hoy conservo...

Me queda una dulce y sempiterna sinfonía
que descubre sus notas cuando renace cada noche.
Le recita al futuro y al pasado, con sutil compás liviano
y me da el insumo necesario para el pensamiento.

En la práctica de singular oficio fluye mi presente...