miércoles, 3 de agosto de 2011

El rostro del placer


La Venus del espejo.
Diego de Velásquez (1599 - 1660).


La búsqueda del placer es en cierto modo la búsqueda de la felicidad. Añoramos ser felices y creemos que cuando experimentamos algunos tipos de placer estamos más cerca de esa idílica felicidad, una felicidad que de ser alcanzada en verdad nos haría felices valga la redundancia. Aunque la felicidad pueda implicar un estado placentero bien sabido es que no todo placer, por más intenso que sea, puede garantizarnos la felicidad pese a que al menos pueda orillarnos a la misma.

Alcanzar la felicidad no es fácil, menos aún cuando se la idealiza más de la cuenta, y al no poder llegar a ella se corre el riesgo de experimentar frustración. Sin embargo, no abandonar o no poder abandonar esa frustración puede ser algo preocupante a la larga. También pude serlo el renunciar a un proyecto como éste y conformarse con otras formas de bien-estar que sean solamente un trazo infiel, poco nítido o incluso alternativo de lo que sería ser/estar feliz.

Sin lugar a dudas uno de los placeres más importantes que podamos experimentar se encuentra en la experiencia del sexo. La experiencia sexual puede ser en verdad gratificante si a la simple interacción sexual se le añade un contexto valorativo más ideal que termine de hacerla una experiencia trascendente para la persona. La lectura de Fromm y El arte de amar me han dado mayores luces sobre esta cuestión: la experiencia sexual se hace bella, verdadera y buena en la medida que es resultado del amor mutuo.

Para algunos, un camino hacia un placer esporádico aunque medianamente intenso se encuentra en el consumo de la pornografía. Más allá de que se pueda con ligereza decir que el acceso y consumo de la misma no es bueno, debemos reconocer que ésta hace algo más que presentarnos cuerpos que indiscriminadamente se vinculan teniendo una relación sexual. A veces no lo pensamos, pero la pornografía participa en la definición de la conducta sexual de las personas (obviamente de aquellas que la consumen). Pero hay ciertamente un proceso de alimentación mutua: ésta recoge del imaginario colectivo una infinidad de fantasías y deseos que muchas veces no podemos concretar y que encuentran su virtual realización en una película pornográfica en la que somos imposibles actores. Además, de ella podemos tomar algunos input para dar rienda suelta a nuestra capacidad de reproducir lo visto y entonces sí, poder volvernos los actores de nuestro propio film XXX.

La pornografía no solamente puede proveernos de estos input que, dependiendo de la forma como sean asimilados, puedan ayudarnos a mejorar nuestra performance sexual. También nos llena la cabeza con estereotipos de lo que debe ser un cuerpo y el rendimiento sexual de éste. Establece la idea de lo que debe ser un buen amante y su exuberancia en la cama. Quien no tiene dos dedos de frente y piensa que debe forzar su propia vitalidad a ser como lo que se le presenta en pantalla experimentará frustración, desde el instante que tenga que verse constreñido a postergar la propia individualidad para ceder ante un modelo implantado por una cultura que tiende a sobre-estetizar y sobre-falicizar todo.

Más allá de salir a la caza del placer y poder vivirlo se alcanza un tipo de experiencia vital que puede dotar de sentido a la vida cotidiana de las personas en tanto que las suspende de la rutina o de la monotonía y les da cosas nuevas que vivenciar. No solamente hay entonces en la pornografía una fuente de inspiración y prejuicios que podemos tomar o no sino la posibilidad de que de ella podamos renovar algunas de nuestras prácticas sexuales y generarnos habitus que terminan dándonos un nuevo estilo de vida.

Sin embargo, y volviendo con las cosas feas de la pornografía, ésta no puede dejar de mostrarnos su modo descarnado de instrumentalizar un cuerpo para hacerlo procura de un placer egoísta y enseñarnos que esto es el ejercicio del placer. Sin duda alguna, todavía nos es difícil reconocer los límites de la individualidad y del egoísmo y saber entonces hasta qué punto podemos dar rienda suelta a nuestra pasión sin empezar a violentar la individualidad de la otra persona y recortar el campo de realización de su deseo. Ciertamente son pocas las veces que nos detenemos a pensar si nuestro compañero de cama consigue satisfacerse con nosotros, y muy por el contrario -y porqué no hasta lastimosamente- centramos toda nuestra energía en atender el alcance del éxtasis mayor pese a que con ello eventualmente podamos restarle espontaneidad a quien nos acompaña en el lecho.

Dicen que en la cama las personas nos mostramos tal cual somos: desatamos nuestras fortalezas y temores, expectativas contenidas y reprimimos algunas pulsiones "naturales" por vergüenza o porque muy probablemente los convencionalismos sociales tienen -como lo tienen- tal alcance que también se van a la cama con nosotros. Si pensamos que la búsqueda y encuentro del amor puede hacernos libres (cosa que dudo) porqué no pensar que la búsqueda y el encuentro del placer también podrá hacerlo -salvando las diferencias de concepto, claro está. Las oportunidades de goce no suelen ser muchas y en cambio suelen ser mayores los momentos de hastío, ofuscación, ansiedad, estrés y preocupación que pasamos día a día.

Creo que bien podemos volver a tener en cuenta que en el alcance del momento preciso está la diferencia. No olvidemos que a la mesa y a la cama una sola vez se llama...