domingo, 10 de enero de 2010

El rey ríe y el bufón llora


Rigoletto es un drama con las características de tener argumento, el desarrollo del mismo en actos, su representación teatral obligada, el desarrollo de la trama por medio de diálogos, que en este caso son cantados líricamente, la disposición de un escenario sugerente y la intencionalidad por parte del autor de transmitir un mensaje, el cual bien puede ser entendido, como no, de acuerdo al público para el que se represente la obra.

Se reconoce un clima variado, que se manifiesta mediante el lenguaje músico-vocal, distinguiéndose momentos de celebración (la fiesta en el palacio del duque), de conmoción (el momento en que Monterone maldice a Rigoletto), de amor (el encuentro entre el duque y Gilda), de ternura (entre Rigoletto y Gilda), de profunda reflexión sobre el amor y la vida (el aria de Gilda), de complicidad y pacto (entre Rigoletto y Sparafucile), de furor (el duque ante el secuestro de Gilda), de exultación suprema (cuando el duque comprueba que su ser se estremece ante la pureza de Gilda), de extrema superficialidad y poco reconocimiento de valor de la mujer (el aria del duque La donna è mobile), de fuerte intercambio de impresiones y pasiones (el cuarteto entre Gilda, Rigoletto, Maddalena y el duque) y de hórrido espanto ( el bufón ante el descubrimiento de su hija agonizante).
La obra transita entre escenarios distintos: el fatuo (el palacio), el apacible (la casa de Gilda), el ambiente hostil y símbolo de la complicidad malévola (la taberna de la Maddalena). El primero y el tercero son escenarios en los que se respira libertinaje, frivolidad y en los que los personajes de espíritu disoluto se encuentran cómodos puesto que en ellos hayan la desconexión necesaria con el mundo. El palacio y la taberna devienen en ghetti donde las pasiones más prohibidas por la sociedad de aquel tiempo pueden desbocarse y cobrar plena manifestación. En cambio, la casa de Gilda se contrapone totalmente a los dos anteriores. Allí se respira calma, sosiego, pureza. El alma de Gilda llena ese espacio con su inocencia y deseos de enamorarse, de encontrar el amor verdadero, bueno y bello que su corazón anhela. Incluso Rigoletto, al regresar a casa, cambia el semblante y momentáneamente aplaca sus odios y resentimientos por entregarse lo más prístino posible a su única hija, por la que se desvive, a la que custodia celosamente pues la sabe único tesoro y razón de su vida. Este lugar solamente se ve turbado cuando los secuaces de Monterone raptan a Gilda después de haber meditado sobre el nombre humano del amor: Gualtier Maldè.

En Rigoletto, la problemática principal de la obra radica en el afán de venganza que éste anida en lo profundo de su ser por la humillación recibida en la persona de su hija. Esta enajenación por la que atraviesa le impide siquiera investigar, profundizar más allá de lo que las apariencias le dicen. Se obnubila y no consigue llegar a saber qué es lo que realmente ha sucedido. Lo único que sabe a ciencia cierta es que su hija ha sido seducida por alguien, y en medio de su dolor, su particular condición paternal le indica que tiene que vengarse. No obstante, nada de esto habría sucedido si su lengua hubiese sido prudente, si hubiese sabido de los límites moralmente permitidos para emitir opiniones y juicios sobre los demás.
Rigoletto es mordaz y altamente ofensivo, por lo que tiene bien ganado el odio de los demás cortesanos. Por tanto, ésta es su particular condición hacia el perjuicio, cuyas consecuencias pagará caro: nada menos que con la vida de su propia hija. Y sí, las últimas palabras de su hija Gilda: “Lassú nel cielo dov’è la madre” recién lo vuelven a una triste realidad y le hacen reflexionar: su hija parte a la eternidad como un día partió la madre y ya nada puede hacer para remediar tal destino. Consigue ver el engranaje, la estructura de toda una intriga en la que se delata como único responsable de tan irremediable destino, él, mísero bufón.

Musicalmente hablando, la obra recurre a una dinámica muy interesante y bastante acorde para el terreno en que se mueve. El aria (pieza solista) nos desnuda en todo momento sentimientos y estados de ánimo. Así, tenemos Questa o quella donde el duque no tiene cortapisas en declararse amante ligero y mujeriego, ideas que ratifica cuando entona La donna é mobile donde tilda a la mujer de voluble, cuyo rostro tanto en llanto como en gozo siempre es engañoso. Sin embargo, cree sentirse enamorado cuando se entera del rapto que ha sufrido su Gilda. Su convulso estado de ánimo se pone de manifiesto nuevamente cuando canta tres páginas solistas continuadas como son Ella mi fu rapita... Parmi veder le lagrime y luego la impresionante Possente amor mi chiama .
Gilda por su parte, cuando canta Caro nome proclama un amor que se afirma con tan solo meditar un nombre: Gualtier Maldé.

Los dúos son otra joya de la ópera, destacando aquellos que se entablan, por ejemplo, entre Gilda y el duque en È il sol dell’anima donde ambos personajes protagonistas se proclaman un amor limpio que esperan dure por mucho tiempo. O también el dúo entre Rigoletto y Gilda, por ejemplo: el celebrado Sì, vendetta, tremenda vendetta donde un exacerbado padre clama venganza por la honra de su hija, vilmente burlada por el hombre libre, despreocupado y tenorio.
Asimismo, el espléndido cuarteto del último acto: Bella figlia dell’amore termina de pintar las motivaciones de los personajes y confirma la factura de sus personalidades: el duque, descarado y fútil. Gilda, inocente y enamorada, joven soñadora e idealista. Rigoletto, que cuida un tesoro, su Gilda, la que finalmente se le irá de las manos. Maddalena, que se ilusiona: para el amor no importa la condición social, ni tampoco si se vive en la marginalidad. Simplemente un día nos enamoramos y la grisura de nuestras vidas se acaba.
Finalmente, Rigoletto nos presenta a lo largo de su trama valores como los siguientes y que son clara expresión de sus contenido simbólico.

En lo humano: los difíciles momentos por los que tienen que pasar los personajes, especialmente Gilda y su padre Rigoletto, que a diferencia de los demás, sufren las consecuencias de sus actos, aunque guiados por diferentes motivos. Sus casos son preclara expresión de la fuerza que puede cobrar el destino y contra el cual no se puede luchar cuando diversos elementos confabulan para que se desate un determinado desenlace, aquí trágico indudablemente.

En lo literario: Verdi ha podido dar música a una de las más monumentales obras de Víctor Hugo, donde el acabado final es Rigoletto, en la que el espíritu del autor francés convive armónicamente con el alma del operista italiano, y que con la implementación del elemento sonoro musical consigue hacerse más imprimible en la sensibilidad humana, puesto que efectivamente la apelación para ello es la combinación de un drama potente con una música conmovedora y que estremece.

En lo social: las relaciones entre los personajes son trilladas, sus subjetividades confluyen con facilidad, como un río caudaloso que pero que corre pendiente abajo. Los comportamientos de sus personajes son universales, fuertemente inscritos en el imaginario individual y colectivo e imperecederos. Aún hoy seguimos topándonos con las figuras inmortales de Gilda, cándida e ilusa; de Rigoletto, padre sobreprotector y con manejo de un doble repertorio conductual/actitudinal: por un lado es un diligente padre, pero también puede ser cruel y despiadado. Ha aprendido a desenvolverse en un mundo hostil y desacralizado, y de tanto procurar sobrevivir al mismo ha terminado copiando los elementos negativos del aquel, hasta volverse una persona corrosiva, ácida.

En lo político: se esboza el nivel de corrupción de una corte, la francesa, cuyo disoluto monarca, Francisco I, es retratado en esta obra, pero debido a la censura de la época, y a que potencias extranjeras ocupaban Italia, Verdi no habló de una corte en Francia sino en Mantua, ni tampoco de un rey sino de un duque. Pero la denuncia social está hecha: la vida palaciega llena de vano frenesí y de corrupción moral, y que ante la sociedad se presenta como modelo de educación a seguir.

A pesar de los cambios con relación al texto de Hugo, Rigoletto conserva intacta su carga simbólica, la que la convierte en una de las óperas más extraordinarias compuestas por Verdi.