lunes, 9 de febrero de 2009

No estamos locos... Sanos, sanos... tampoco


La semana pasada, cuando regresaba a casa por la noche, y lo hacía usando nuestro terrible sistema público de transporte urbano, es decir, había tomado una combi, de un momento a otro pude percatarme de la estentórea y carrasposa voz de un hombre anciano que, al inicio hablando a intervalos, y después ya de continuo, entonaba con poca fortuna algunas canciones o poemas pero con tono, al parecer un buen número de ellos referidos a la mujer o al concepto del amor que ha fracasado. Después, cuando dos señoras abordaron la combi con sus respectivos hijos, uno de ellos, como de 12 ó 14 años empezó a "seguirle la corriente" y a hacer algún intento de baile -en la medida que se lo permitía el estar sentado- que acompañaba las imposibles canciones de aquel hombre transtornado por buenas dosis de alcohol.

Sonreí al ver la soltura con la que aquel chico no solamente le acompañaba sino que también le daba escucha, le replicaba y asentía cuando seguramente creía estar de acuerdo con alguna de las cosas dichas por aquel anciano en estado etílico. Los demás pasajeros simplemente se limitaban a hacer una breve mirada de lo que iba aconteciendo, tal vez sonreían, pero sus caras delataban que apreciaban la escena como si reconocieran en ella no más que una naturaleza cómica, graciosa, pero sin importancia. Y es que el protagonista principal era aquel anciano ebrio. En pocas palabras, lo que tenía que decir no era relevante, ergo, no merecía más escucha que la que aquel adolescente le podía dar. Y si no se le callaba era porque no se le consideraba mayormente peligroso u ofensivo.

Pero vayamos al hecho de que el discurso del anciano ebrio había sido tolerado, siempre por estar visto como inofensivo, pero nunca puesto en consideración. Es decir, su discurso no valía, era nulo, inocuo para ese otro auditorio indirecto que eran los demás pasajeros, pero solamente una persona, aquel chico, medio en broma o no, había optado por darle unos minutos de escucha y acompañarlo en la breve algazara que se había generado en aquella combi esa noche, cuando todos íbamos camino a casa. Así, hoy quiero detenerme un momento a entender porqué el discurso del anciano borracho era ignorado, pero no bastará decir que era ignorado en tanto que era percibido como no ofensivo o "peligroso". La reflexión de esta escena me llevará, pues, a extenderme un poco más, y con ayuda de Michel Foucault y su libro El orden del discurso, comprender cuáles son los procedimientos de producción del mismo.

Foucault, que siguiendo la consigna de tantos otros escritores franceses, y que desde ya hace mucho tiempo es la consigna de todo científico social que se precie, escribe en difícil (como decía mi profesor de primer año de sociología en la San Marcos, Manuel Dammert). Y escribir en difícil (a la vez que leer en difícil) es una casi necesidad que se requiere no solamente del lector sino también del más que aprendiz o interesado por las ciencias sociales. Esa esoterización de la ciencia social de la que habla Emile Durkheim en su Las reglas del método sociológico es indispensable desde el momento que se tiene la pretención de hacer ciencia. Esta forma de producción del discurso por su utilización (del discurso científico para el presente caso) es una de las tantas que reconoce Foucault en El orden del discurso. Él dice:

"Toda producción discursiva es controlada, seleccionada, y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar poderes y peligros, dominar acontecimientos aleatorios y esquivar su pesada y terrible materialidad".

Por ejemplo, podría suponer que el discurso del anciano alcoholizado en ese instante había tomado curso gracias a la influencia y efecto de un factor físico como el alcohol contenido seguramente en el licor que habría tomado horas antes. Pero ¿qué se gana con tomar? El tomar le da el valor a quel hombre para decir lo que quiere decir. ¿Acaso no lo habría podido decir en otras circunstancias y bajo otras condiciones? Es probable que no. Recién en ese momento consigue interrumpir la "calma" con un discurso que, como dice la cita arriba insertada, querría esquivar algún otro acontecimiento aleatorio, con su respectiva pesada y terrible materialidad. ¿Cuál? No lo sé. Pero también podía intuir que se estaba refiriendo a penas del corazón. La figura latente de la mujer se cernía por entre aquellos versos mal entonados y trillados y que no cabían en un pentagrama normal. Su alocución encaja en la producción del discurso por procedimiento interno, esto es, es un discurso que se dice pero que desaparecerá tan pronto como termine de ser pronunciado. Hay una subjetividad reprimida, que no ha alcanzado la materialización no corpórea de las palabras, y que apenas tiene la ocasión fluye con la ayuda del alcohol. ¿Pero hasta que punto el que habla es el hombre y no el alcohol? Recuerdo cuando niño haber oído una frase que se le atribuye a Confucio:

En la primera copa el hombre bebe vino.
En la segunda, el vino bebe vino.
En la tercera, el vino bebe al hombre.

Por otra parte, no es menos cierto que el discurso del anciano en estado etílico es percibido como mulo, como carente de contenido, y por eso se le tolera. ¡Se le tolera! Esto a mí me sorprende bastante, porque es casi como comparar lo que bien puede estar diciendo con el ladrido de un perro: molesta, pero no se le hace caso en tanto el perro no salte a morder. Si no pasa esto, déjalo nomás que ladre, ya se callará por cansancio.

Pensemos en cuántas personas no tienen voz, y si la tienen, no tienen un micrófono para hacerla escuchar, porque valgan verdades, en una sociedad como la nuestra, uno de estos, hasta un altoparlante, es menester para que tanto el Estado como las instituciones privadas escuchen el pliego social de reclamos que mana de la ciudadanía. Hay "mudos" que requieren de la palabra, sumergidos en silencios que tienen voz propia. Es alarmante pensar que ya a puertas de concluir la primera década del siglo XXI en un país como el nuestro todavía hay personas que no consiguen expresarse, "gente aparentemente que no hace eco porque simplemente no tiene cuerdas vocales para producir sonido"...

Así, el discurso del anciano está entendido como opuesto a la razón. Es locura pura. Este es el tipo de producción del discurso por exclusión.

Yo quiero terminar citando nuevamente a Foucault -que es una invitación que les hago a la reflexión- que en medio de ese mar proceloso de palabras me sorprende con destellos fulgurantes de luz sapiente que me hacen feliz porque me permiten cada vez más ver más allá de lo evidente, parafraseando aquí a Leono, el rey de los Thundercats:

¿Qué hay de tan peligroso en el hecho que la gente hable
y de que sus discursos proliferen indefinidamente?
¿En dónde está por tanto el peligro?

¡Buena meditación!