sábado, 11 de diciembre de 2010

Un espléndido jardín


A ti...
Sabes muy bien que estas líneas te pertenecen...


En algún punto de la tierra se extendía un jardín, hermoso como pocos antes vistos, que reunía los más diversos tipos de flores con texturas suaves al contacto de la piel y de aromas amables, gentiles y cautivantes. Era en efecto un espléndido jardín. Lo era no solamente por sus más diversas flores -la mejor carta de presentación de este jardín y así su mayor virtud- sino también por el poder reconfortante de las propiedades internas (interiores) de aquellas. De verdad era un bello y buen jardín, y en ese punto de la tierra en el cual se extendía era visto por los ojos de los demás como un espacio puro y en el que se quería estar.

Cierto día, viendo Dios la belleza y bondad de este jardín, decidió encomendarle el cuidado del mismo a un jardinero solitario, de ojos negros y entonces tristes. Este joven jardinero era aún novato en su oficio, pero se notaba que tenía mucho afán, mucho esmero por mejorar y ser más diestro. Ante la proposición de Dios no dudó ni un segundo en optar por hacerse cargo del jardín y cuidar de él. El joven y solitario jardinero ya no estaría solo sino que podría con devoción atender el espléndido jardín, del cual no tardó en enamorarse considerando las cualidades maravillosas del mismo. Y así, un día de verano, un día 20 empezó con su tarea. Éran entonces el jardinero y ese magnífico jardín... Ambos tenían la oportunidad de consagrarse el uno al otro, y la experiencia de hacerlo también era bella.

El joven jardinero, que tiempo atrás se quejaba de su soledad, ahora se acompañaba con el jardín durante buena parte de las horas de los días de sus semanas, y era feliz, pero no lo sabía del todo como sí llegó a saberlo tiempo después cuando las cosas cambiaron y no hubo más jardín ni más jardinero que protagonizaran este relato. Y es que algunos excesos de sensibilidad de parte del joven jardinero causaron, poco a poco, que el jardín perdiera magnificencia... Sus flores, algunas de ellas y sin que se notara, empezaban a marchitarse por esta debilidad del joven jardinero.
Quien escribe estas líneas no deja de lamentar que el pobre no haya podido ser más constante y convencido de ciertas cosas que éran fundamentales para continuar aportando a la belleza de este jardín...

Pasó que un día el joven jardinero empezó a dudar sobre si era este jardín el más adecuado o no para él, y en reiteradas ocasiones iba donde Dios a preguntarle si le había dado el jardín adecuado que cuidar. Dios le decía que sí, a la vez que le aconsejaba esforzarse por disipar las dudas y los temores: "Hijo, si esas dudas y esos temores no cesan podrías hacer que el jardín y sus flores se marchiten... ¿Es que acaso quieres eso?", y el joven jardinero se marchaba de la presencia de Dios pensando "Sé que quiero, que amo este jardín, pero a veces siento también que no me da del todo cuanto tiene... ¿Debo pedirle más?". Y así, el joven jardinero se debatía entre cuánto quería y amaba el espléndido jardín y cómo hacer para que esas dudas y temores -infundados- se desvanecieran.

Quien escribe estas líneas no deja de lamentar que el joven jardinero se mostrara escéptico de las bondades que le ofrecía este jardín. El joven jardinero hasta entonces no había podido hallar el sosiego deseado... Hacía algún tiempo atrás había perdido a su padre el cual nunca terminó de enseñarle el oficio de la jardinería, y así el joven jardinero tuvo que ir aprendiéndolo solo, pero ayudado por el aliento de una madre que siempre estaba a su lado. El joven jardinero no podía borrar de su memoria la imagen de una familia cuyos integrantes poco a poco se habían ido desvaneciendo del retrato familiar que alguna vez conoció. El joven jardinero no confiaba mucho en las personas, pero no por ello cesaba en su anhelo por querer y ser querido. El espléndido jardín era la ocasión más propicia para compensar esos afectos y compañías ya no habidas y conocer otros todavía más especiales. Sin embargo, pudo más la duda y el temor que el amor...

Conforme pasaba el tiempo el vínculo entre el jardinero y el jardín -ya no tan espléndido- se desgastaba. El jardín ya no relucía como antes, y el joven jardinero ya no se esforzaba lo suficiente por remozarlo. De este modo, poco a poco el jardín dejó de ser espléndido y sus muchas flores empezaron a marchitarse. Cierto día, temprano por la mañana el joven jardinero acudió al jardín, y lo encontró totalmente seco, sin aquellas flores de aromas amables y texturas gentiles. Solo en ese momento entró en conmosión y quiso revivir su belleza, pero no pudo.
Buscó tierra buena y flores buenas que volver a sembrar y aportar a este jardín, pero no las encontró disponibles en ninguna parte. Luego pensó en el agua: "De hecho que el agua hará mucho y las flores de mi jardín renaceran", pero el agua tampoco estaba disponible. El joven jardinero se preocupaba todavía más. Apostaba porque el húmedo elemento pudiera hacer más que algo, y al no encontrarlo lloró. Y llorando se dió cuenta que contenido en sus propios ojos estaba el húmedo elemento que necesitaba. Así, empezó a llorar y llorar con tal de juntar todo lo que podía y dárselo al jardín, ahora opaco, gris.

Pasaba las noches, encerrado en su habitación, meditativo y triste, muy triste porque sabía que nunca podría llorar lo suficiente como para remediar la sequía por la que atravesaba el jardín. Se iba a la cama, a dormir, llorando como nunca antes lo hizo por otro jardín que jamás hubiere conocido. Su madre, que no permanecía ajena a su dolor, le acompañaba. Y sus amigos y conocidos le decían que "todo estará mejor, pasará la sequía y volverá a florecer el jardín", pero eso, lamentablemente, nunca llegó a suceder.

Así, el joven jardinero volvía a la presencia de Dios a pedirle que intercediera y le devolviera al jardín la belleza que siempre tuvo, pero Dios le dijo:

Hijo, es tarde...
El jardín que alguna vez conociste espléndido
por la bondad y belleza de sus flores
ahora está seco.. Lo puedes ver ahí, gris y sin el menor brillo.
El jardín se ha secado porque no pudiste acabar con tus dudas y temores.

Te ofreció todo lo que tenía y más
y sin embargo tu insensatez acabó por desgastarlo
y ahora ya no hay nada más que flores sin color
que alguna vez tuvieron cálidos aromas.

A todo ello el joven jardinero dijo: "Pero Padre, ¿qué puedo hacer?... Por favor, dáme una oportunidad más..." Y Dios le dijo por última vez:

Hijo, ya no hay más oportunidades...
Se te dieron todas y las dejaste pasar.
Ahora lo que te queda es empezar a resignarte.
Toma tus cosas y lo antes posible márchate,
te libero del cuidado del jardín. Éste, a su debido momento,
renacerá... Y vendrá otro que se encargue de él
y quizá se quede al lado del jardín para siempre...
Tu trabajo está concluído. Puedes retirarte.
Y al joven jardinero no le quedó más que empacar sus herramientas e irse. En el momento justo que estaba por partir giró sobre su sitio y miró por última vez el jardín que alguna vez fue bueno y bello, con el que compartió las horas de los días de sus semanas, y no pudo contener el descender de unas lágrimas más: "Una a una, las puedo ver caer, a cada instante, una a una", decía el joven jardinero. "Adiós jardín, algún día..." y en instante se le cortó la voz, no pudiendo decir nada más.

El joven jardinero retomó su camino y empezó a andar, y poco a poco a alejarse de aquel punto de la tierra en el que se extendía el jardín, que alguna vez fue espléndido como dos ojos negros, fijos contemplando la mirada del joven jardinero, que también alguna vez fue bello, un bello enamorado... Un enamorado de ese jardín... Sí, y en medio de su confusión, enamorado de ese jardín...

La moraleja en todo esto:

toma las rosas en tanto puedas que mañana podrían ya no estar para ti...