miércoles, 30 de diciembre de 2009

Año nuevo, ¿vida nueva?



Pues no, sabemos muy bien que la llegada de un año nuevo no necesariamente comporta el advenimiento de una vida nueva, no obstante la tradición dicte que lo que se deba desear -para así poder esperar- sea, en efecto, una de este tipo: una vida nueva.

Y es que es válido hacer esta pregunta, pese a que la misma intente velar con poco éxito un cierto hálito de pesimismo -o en el mejor de los casos, de suspicacia- respecto de lo que el 2010 ad portas traerá consigo. Estos sentimientos poco conmovedores, poco esperanzadores, se van generando en uno conforme el tiempo en sí pasa y pasa, y se vive. Y conforme se vive se aprehende más, se llega a conocer más y hasta se llega a saber más. Cuando yo era un niño quizá alguna vez pasara por mi cabeza que Papá Noel dejaba los regalos al pie del árbol de Navidad que mi madre y mi tía armaban con tanto esmero, y que volvían a arreglar cuando mi hermano y yo nos poníamos a jugar cerca de éste y terminábamos por traérnoslo abajo más de una vez. Pero conforme fui creciendo en edad, en cuerpo y espíritu, y adquirí conocimientos y saberes "más objetivos" no tardé en caer en cuenta que ello era tan sólo un cuento, que no existía el dichoso Papá Noel y que eran mis padres quienes compraban los regalos. Claro, mi hermano y yo éramos de lo más felices cuando los abríamos y encontrábamos no únicamente lo que necesitábamos, sino también lo que queríamos. Esto seguramente era lo que más gozo daba a nuestras almas.

Poco a poco, y conforme fueron pasando los años, llegué a la universidad y empecé a estudiar sociología -una disciplina a la que le debo tanto y que tan poco me debe a mí- reforcé más ciertas convicciones, juicios y prejuicios, y otros tantos empezaron a derruirse para mí, sobre todo aquellos que provenían de la religión católica que cuando niño profesé con increíble fervor, un fervor que en los primeros años de la asdolescencia me hizo tan siquiera considerar con mediana seriedad la posibilidad de ingresar al Seminario y hacerme sacerdote. ¡Qué ironía! Hoy por hoy, esa misma Iglesia que me habría acogido con los brazos abiertos de par en par simplemente me rechazaría al verme tan distanciado de ella, por diversísimos motivos que no es mi interés enumerar en este momento, pero lo haría.

Entre los tantos motivos que la Iglesia, que Dios me dio para alejarme de ellos, estuvo la separación de mis padres. En tanto casados no fuimos la familia ideal que siempre soñé -y que aún hoy sueño para mis hijos. Por más intentos que hubo siempre de parte de mi madre, la relación con mi padre jamás pudo recomponerse en tanto estuvieron juntos.
Alguna vez, para la festividad de la Sagrada Familia, a nosotros (mi padre, mi madre, mi hermano y yo) el padre párroco de la que era nuestra Iglesia nos pidió que nos acercáramos al altar mayor llevándole la Biblia, y todo para poder representar a la Sagrada Familia de Jesús. No niego que fue una experiencia bonita, pero por más que le pedí a Dios ellos no permanecieron juntos -bajo un mismo techo quiero decir- muchos años más.

Empero, años más tarde y tras la dolorosa separación, mis padres aprendieron a ser amigos, y con esto me devolvieron muchos años de felicidad. Vernos reunidos en casa, todo juntos -incluida mi tía Ely, mi única tía- y contemplar esos cuadros familiares tan irrepetibles me llenaron de inmensa dicha. Hoy, volverlos a tener ya no es posible del todo porque mi padre ha muerto, y para aliviarme por su pérdida sé que hay toda una retórica de lo más ampulosa que explica los alambicados caminos por los cuales nos lleva la vida, hasta constreñirnos a tomar decisiones que no siempre son las mejores, lo sé. Pero no las quiero oír nuevamente, y mucho menos ahora, en estos días, que ando algo susceptible. Prefiero estar solo, hablar solo, mirarme al espejo y sonreirle a mi reflejo y saber que, después de todos y de todo, él me basta.

El año pasado participé de los mismos rituales: pedir a la vida, a Dios por mí, por los míos; porque no falte salud, dinero y amor, etcétera, etcétera. Sé que al llegar la primera hora del 01 de enero volveré a repetir esta petición, y sé que lo haré con mucho respeto y esperanza, deseando por sobre todas las cosas, no perder nuevamente otro ser querido.

Ahora, yo deseo que todas las personas que lean este post reciban un buen año 2010, y que éste les sea propicio. Y que si no alcanzan las metas anheladas, por lo menos que cada vez estén más cerca de ellas. Yo les dejo, por fin de año, y por ser éste mi último post del 2009, el siguiente soneto de Francesco Petrarca, Benedetto sia'l giorno e'l mese e l'anno. Encuentro que es la forma menos terrena, aunque ascéptica, de celebrar el año entrante.


Benedetto sia'l giorno e'l mese e l'anno
la stagione e'l tempo e l'ora e'l punto
e'l bel paese e'l loco ov'io fui giunto
da'duo begli occhi che legato m'ànno;

E benedetto il primo dolce affanno
ch'ì ebbi ad esser con Amor congiunto,
e l'arco e le saette ond'ì fui punto,
e le piaghe che'nfin al cor mi vanno.

Benedette le voci tante ch'io
chiamando il nome de mia donna ò sparte,
e i sospiri e le lagrime e'l desio;

e benedette sian tutte le carte
ov'io fama l'acquisto, e'l pensier mio,
ch'è sol di lei; si ch'altra non v'à parte.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

En Navidad deseo...



Finalmente llegó Navidad. Nuevamente nos vemos imbuidos en la preparación de la tradicional cena navideña que congrega a la familia y a los amigos más cercanos y queridos, en la compra de los regalos para los nuestros, en decorar nuestras casas con las infaltables luces de colores para el árbol navideño, etc. Sí, es Navidad, y aunque parezca ya cansado el decirlo, una fecha como esta nos debe mover a pensar un momento sobre qué hemos hecho durante estos 12 meses con nuestras vidas y cómo nos hemos actuado con los demás. Navidad, creo yo, debería ser siempre una ocasión induscutible para ajustar cuentas en tal sentido, ajustárlas con uno mismo y con los demás, y procurar en buena medida alcanzar metas aún mayores que las ya habidas durante el año siguiente, pero sobre todo, evitar cometer los mismos errores de un año que está por irse y que, aunque suene a afirmación de sentido común, no volverá más.
Pero, ¿qué tan conveniente es desear que el tiempo vivido en un año regrese o, por el contrario, no vuelva a repetirse? ¿Qué hace que de ahora en adelante tengamos añoranza por re-vivir los días de un 2009 que acabará a la medianoche del 31 o, en cambio, esperar que el 2010 sea -si no total y plenamente distinto al año viejo que muere- por lo menos cualitativamente mejor?

Bueno, la respuesta se comprende de acuerdo al análisis y repaso de las experiencias vividas en el arco de tiempo transcurrido a evaluar. Por ejemplo yo, este año perdí a mi padre y el año pasado, antes del arrivo del 2009, esperaba que éste fuera en verdad un buen año, pero no fue así. Sin embargo, ya he asimilado su partida, pero luego de largas noches de sueños interrumpidos a las 3 am, luego de haber comprendido que no había ninguna otra presencia no corpórea en mi habitación y que pudiera responder al alma de mi difunto padre que me iba a visitar, y también luego de haber recapacitado y visto que no hay voces que susurran a mi oído mi propio nombre, que es el nombre de mi padre. Él ya partió, y parte de las lecciones que tenemos que aprender cuando vivimos es saber dejar ir a las personas, cosa que pasa por no aferrarnos demasiado a ellas. Tarde o temprano se irán.

¿Pero cómo no hacerlo? ¿Cómo no acostumbrarte a quien te acompaña, te llena con su presencia, con su palabra, y te hace sentir especial al momento de tomar contacto físico contigo? Debo reconocer que este año, emocionalmente hablando, no ha sido mi año.
He podido notar un considerable descenso de mis ganas de hacer las cosas, de emprender nuevos proyectos personales y de mantenerlos. He leído menos, he dejado el canto bastante de lado, he escrito con menos interés y riqueza más de un post que sólo hablaba de mi desolación. Todos estos fatales estados de ánimo -que no le deseo a nadie, es ahora que lo digo- no solamente los he podido probar por la ausencia de mi padre. Ha habido también otra ausencia: la del ser amado al que no sabría si llamarlo así porque a las finales parece que no lo amé tanto como habría debido y como se lo merecía. En todo caso, quizá deba referirme a él como el ser que amaba, y me amaba a mí. Pero usar estas palabras hastiadas de ser dichas ya no son poéticas hoy por hoy, además de no ser del todo explicativas de un tipo de relación humana que hubo entre nosotros y que yo acabé por inmadurez.


Sí, debo ser justo conmigo, pero sobre todo aquel ser, con G (la inicial de su nombre) y decirle...

No, decirte que sí, me has hecho falta. Me ha hecho falta saber que tenía que verte, que teníamos que vernos, con la asiduidad con la que lo hacíamos. Me ha hecho falta estar a tu lado, saber que me esperabas e ir a tu encuentro, y reposar en tu cama y que dijeras mi nombre en diminutivo y reprobaras con un movimiento de cabeza hacia los costados mi comportamiento tan inestable, y desearas que yo cambiara, que fuera menos prejuicioso y cruel, más espontáneo, sencillo y sincero.

Me ha hecho falta un espacio como el de tu casa, sí, aunque ni tú hayas podido sentirte a gusto cuando teníamos nuestros encuentros amatorios allí. Me ha hecho falta la cordialidad de tu madre, que desde que te conocí y conocí a tu familia, fue la que con mayor cordialidad me abrió los brazos y me dio la bienvenida. Asimismo, me han hecho falta nuestras conversaciones, que casi siempre terminaban en discusiones sin un justo punto final a la hora de tomar mi carro en el paradero (hasta ahí nos acompañábamos, me acompañabas) y tras el vidrio empañado te dejaba con una carita desencajada, porque no sabías qué rumbo habría podido tomar lo nuestro al día siguiente, te jodía mucho no tener las certezas sobre lo nuestro que te eran necesarias para saber que yo te quería. No te las di jamás. No sabes cuánto lo lamento.

He extrañado sentir tu cuerpo junto al mío, tu inteligencia para saber qué puntos tocar y así hacerme sentir especial. He extrañado el encontrarnos en mi universidad, que mis amigas te vieran, que todo el mundo me viera junto a ti. Aunque tarde, sé ahora que ello era un orgullo para mí, porque no eras cualquiera, era una persona inteligente y culta. Lo sigues siendo hoy por hoy. Y así, podría seguir enumerando tus virtudes, pero más que otra cosa, lo que quiero ahora es poder reconciliarme con tu recuerdo y que éste me sea del todo grato. Quizá no me llegue a reconciliar jamás contigo, y cómo, si te hice lo que te hice luego de que hasta lo último, incluso en la muerte de mi padre, estuviste conmigo. Pero tuviste que hacer lo que hiciste... ¿por qué G?, ¿por qué? Lo habríamos podido hablar, pero lo hiciste para ofuscarme, para vengarte, lo sé. ¿Pero acaso no habíamos quedado como amigos? Tus últimas llamadas telefónicas me hicieron creer que algunas de nuestras comunes heridas se habrían podido cerrar, y que tras nuestra historia vivida nos quedaba una amistad, o algo parecido a ella, pero no fue así.

Ahora, sólo quiero que sepas que me pesa profundamente haber actuado como lo hice aquella vez, nuevamente con una reacción sobredimensionada a una acción inicial por parte tuya. Con ella te terminé de alejar de mí, y desde entonces, no ha habido alguien que ocupe el espacio que dejaste, el espacio que te obligué a dejar y del cual te expulsé, prácticamente hablando.
No sé si llegues a leer estas líneas, sí aún te asomes por mi blog a leer qué estoy haciendo y qué estoy pasando, como yo aún lo hago contigo. No sé si luego de leer esto decidas finalmente perdonarme, y si lo haces, entonces me lo hagas saber de alguna manera para así hayar el sosiego que me falta. Y mucho menos sé si después podamos pensar tan remotamente en retomar al menos una amistad o algo parecido a ello, y si para cuando llegue ese día -que podría ser dentro de mucho tiempo- yo aún siga con vida. Es que sé que no viviré mucho, por eso te lo digo, no lo sé...

Yo, en todo caso, deseo que estés bien -no sólo ahora que es Navidad y sé que no la celebras- sino siempre. Y si nunca llegaras a leer estas líneas, al menos, con este ejercicio de escritura he podido descargar mi alma de tanta culpa, pero en parte.Esto no basta ni bastará jamás.
Hoy, yo mismo he querido hacerte justicia, y aunque no lo haga diciendo tu nombre y tan sólo diga la inicial del mismo, quiero que se sepa que me pesa hondamente el haberte fallado. Y que los que conocieron nuestra historia lean y sepan que sí llegaste a ser importante en mi vida. Pero más que por ellos, esto lo he hecho por ti, G, por ti, que escribiste un importante capítulo de mi vida, lástima que tú nunca vayas a poder decir lo mismo respecto de mí.

Algún día G... algún día...

sábado, 21 de noviembre de 2009

Amigos y rivales



Nuevamente, el ya manoseadísimo tema de nuestro sempiterno conflicto con la hermana república de Chile ya ha acaparado la agenda política del país, y no hay quien no comente, o con un poco de desinterés o con cargada colerina, que nuestro vecino una vez más ha dado claras muestras, si no de envidiarnos, por lo menos de no poder conciliar el sueño sin que antes de ir a la cama piense qué nuevas armas comprará para asustarnos, o quizá en qué otros ramos de la economía peruana insertará sus abundantes capitales para, según verborrea de más de un antichileno (ojo que no digo "rojo" o "izquierdoso"), continúe su imparable proceso de sometimiento y dominación contra nosotros a través de acaparar el mercado interno con sus jugosos capitales que dan más trabajo a más peruanos. En verdad, yo tampoco puedo dejar de pensar que Chile siempre, pero siempre, se acuerda de nosotros y no para exaltar nuestras virtudes como nación, sino para esbozar mecanismos y estrategias de velada liquidación, que puedan perjudicarnos, desde dañar nuestra integridad moral de país hasta, y ya materialmente hablando, adueñarse de nuestros mercados, pero anulando, y muy inteligentemente, cualquier resquicio de comentario sedicioso, con sueldos medianamente bien pagados con los cuales, bueno pues, ya ni ganas nos queda de alzar la voz contra su silente invasión.

De entre toda esta nueva campaña de aniquilamiento moral que Chile ha retomado contra nosotros, debo confesar que hay cosas que me sorprenden del vecino país del sur, y que me causan cierta admiración. Una de ellas es la unidad que toda su clase política ha asumido en estos días, dando un contundente y celero respaldo a su clase gobernante, exasperada porque "injustamente" se le ha acusado de pagarle a un espía peruano a cambio de que le venda información clasificada de nuestros operativos militares. Sí, sabemos que es un disparate que se sonrojen por algo que es palmariamente cierto, pero lo que no debe dejar de llamar la atención es que, incluso a la hora de mentir, se unen, y asimilan tan bien su "cuento" que hasta llegan a pensar que en verdad somos nosotros quienes odiamos a Chile. Es risible, sí, pero la convicción con la que mienten sorprende. Mentir sería el medio para alcanzar un fin: la unión de todos los chilenos y su clase política. Con ellos sí recita de maravillas aquella voz que dice el fin justifica los medios, mal atribuída a Macchiavello. No puedo decir que se me escarapela la piel al ver cómo se aplica este imperativo conductual y actitudinal porque yo también alguna vez me regí, con mayor o menor intensión, bajo este imperativo. Sin embargo. ¿cuán valedero es, éticamente hablando, que se recurra a este imperativo, para conseguir un fin, pese a que el mismo llegue a conseguirse con mediano éxito?

De otra parte, y sí lo lamento, es que nuestro excelentísimo presidente, una vez más, haya sido presa inconsciente de su incontinencia verbal, y se haya expresado como lo hizo de la benemérita república chilena. Llamar "republiqueta" a la nación más pendeja de Sudamérica no es para nada justo. Chile es una país grande (bueno, largo, y también bastante estrecho, geográficamente hablando) que ha sabido conjurar esfuerzos en contra de un país tan emprendedor como el Perú, y lo digo sin afán de joder ni automenospreciarme como peruano. El Perú, desde hace buenos años, ha emprendido una magnífica campaña que apuesta por exponer nuestras más grandes riquezas en todo el mundo, y hoy por hoy no hay rincón del orbe-mundo que no se exprese bien de nuestro país, pese a sus siempre endémicos problemas de contaminación ambiental, disparejo desarrollo urbano, pobreza extrema, racismo, etc. De igual modo, contamos con notabilísimos exponentes del arte, la cultura y el deporte que fungen de inmejorables embajadores nuestros en cada rincón del planeta. Quizá ello sí despierte la envidia de Chile, que se regodearía enormente al ver que Perú no avanza ni progresa como ellos. Así sea en términos de la dogmática económica del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la cuestión es que paulatinamente estamos dejando el subdesarrollo, sí, aunque la palabra esté manoseada hasta la indecencia. Esto sí me molesta como peruano: que no se nos permita ocupar un sitial de lujo en los mercados internacionales y en los más glamorosos ámbitos culturales de Europa, Asia y Norteamérica.

Tenemos derecho a crecer económica y socialmente. Ambos pasos se están dando, aunque pueda que el primero con más determinación que el segundo, pero ahí vamos, y no se me hace justo que Chile, habiéndonos ganado la guerra de 1879, y tras hacer suyo el Huáscar y pavonearse con él como trofeo de guerra muy para imperecedera vergüenza de nosotros, aún maquine y urda planes contra el Perú, que en la persona de Grau, por ejemplo, supo demostrar hidalguía al entregra el cadáver de Prat a su mujer. Habría podido arrastrarlo y trajinarlo por algún campo de batalla (en este caso los mares), como hiciera Aquiles con el cuerpo sin vida de Héctor, pero no lo hizo. Haberlo hecho no habría cambiado en nada el curso de la historia del Perú, pero sí habría enlodado nuestro nombre, al no respetar una muerte que inunda un cuerpo ya vacío de vida.

Sabemos que en la guerra el aprecio a la vida queda relegada a un segundo plano; de no ser así las guerras jamás cobrarían tantos muertos, ok. Pero si la vida no es respetada de manera irresctricta, ello por los usos "naturales" de la guerra, ¿entonces a la muerte, al menos, no se la debería respetar? Grau hizo así y escribió una noble página para nuestra historia.

Sé que Chile seguirá con su ánimos exacerbados contra nosotros, sé que seguirá reclamando mayor posesión sobre nuestro mar diciendo que es suyo, sé que seguirá insertando espías, sé que seguirá comprando armas para intimidarnos y declarando a viva voz que el Suspiro a la limeña es creación de la culinaria mapocha y que el recientemente fallecido Zambo Cavero nunca fue peruano sino "roto", y yo, sé que en circunstancias como ésta, nuevamente me sentiré orgulloso de ser peruano, pese al caos que hay en las calles de Lima, pero recordaré que Lima no es el Perú -como recitaba Valdelomar- (El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, etc...), y sé que por más hastiado de mi país que en algunas ocasiones me muestre, volveré a recordar la primera vez que estuve fuera del Perú y escuché por televisión entonar el himno nacional, pudiendo sentir cómo las lágrimas se asomaban por mis ojos, y yo de a poquitos me llevaba la mano al pecho porque la más excelsa melodía que tiene nuestro país empezaba a tocar sus acordes iniciales.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Palabras saciadas de vacío



Ante mí la hoja vacía de palabras que con su implacable blancura espera verse colmada de palabras que al menos digan algo interesante, y no creo ser capaz de conseguir decir nada interesante. Me pasa una vez más: siento que toda inspiración me ha abandonado y que no seré capaz de expresar nada porque simplemente nada tengo que decir. Es en verdad frustrante esta sensación de solamente poder expresar la imposibilidad de no poder expresar, y con esto ya hay una palmaria contradicción que de todas maneras prueba que ya estoy diciendo algo. La ironía de la palabra, que tiene un poder más contundente que el que creemos cotidianamente tiene. Pasa siempre así: expresamos más de lo que decimos y casi nunca nos percatamos de ello, sí, del discurso entre líneas de nuestras innumerables alocuciones. Yo, esta vez, por una fortuna del destino, quiero decirlo así, he conseguido no poder irme en esta ocasión sin darme cuenta que ya estoy diciendo algo.

Y es que cada día que pasa me pregunto: ¿qué de nuevo puedo decir hoy?, y al responder a esta interrogante diciendo que nada tengo que decir ya digo algo. Digo que me siento poco motivado a decir algo que en verdad lo considere importante y digno de ser narrado. ¿Qué me pasa? Busco diversas fuentes en las cuales encontrar un poco de inspiración para decir algo, y sin embargo nada me conmueve lo suficiente como para decir “de esto quiero hablar”. ¡No!
Quizá esté pasando por un momento en el cual, sin quererlo, he llegado a caer en la cuenta de que no tengo un horizonte claro bajo el cual quisiera caminar por el resto de mis días, que sigo pensando serán breves. Pero considero que empieza a sonar burdo el tomar como tema recurrente de mis post el aún no probado hecho de que viviré poco. Quizá quiera llamar la atención, ¿pero qué raro, ni siquiera yo mismo llego a asustarme tanto por esta posibilidad? Definitivamente, estoy procurando un drama con tan poco talento como para hacerlo parecer verídico. Sin embargo, en el pasado creo haber sido un buen actor que fingía emociones y sentimientos que jamás tuvo. ¿Estuvo mal que procediera así? En verdad eso tampoco lo sé a ciencia cierta hoy por hoy. Y ello también es lamentable porque a estas alturas ya debería tener la más mínima certeza de que obre mal, y no obstante, sigo pensando que fue lo más correcto fingir, mentir, para sentirme menos solo, en esos corrosivos momentos en que la soledad no era mi amiga sino mi más cruenta antagonista y no había descubierto que, negociando adecuadamente con ella, ésta habría podido llegar a ser mi más leal cómplice, sí, la cómplice de aquellas aventuras clandestinas de placer y espera eterna de algo que quizá nunca vendrá, pero que de todas maneras seguiré esperando, creyendo que el día de mañana será mejor y el sol brillará con un poquito más de fuerza, dejándose ver tras esas nubes demasiado grises y groseras que lo opacan todo y que tiñen de color tristeza la vida cotidiana de muchas personas como yo que quizá no sé llamen Rolando pero que son muy humanos como él, como yo.

Con cada amanecer cuento los días para que llegue el verano. Yo nací en verano, un 23 de enero, y no creo que eso haya sido coincidencia. El verano es la estación del sol, del mar que luce aún más espléndidas sus olas; la estación que nos ilumina mejor las cosas, la realidad, la vida, y nos saca por tres meses de aquella idea errónea de que todo es opaco y que sólo puede presentarse a nuestros ojos recurriendo a una maldita escala de grises que nos hace pensar que no hay más colores con los cuales nuestros ojos puedan deleitarse un sábado por la mañana en que provoca no pensar mucho en qué vas a vestir ese día, sino en tomar un poco de dinero e ir a almorzar a gusto en algún restaurante cercano, claro, gozando de una excelente compañía. Así, sí vale la pena vivir, porque sabes que una ocasión como esa se va a repetir.

Es poco probable que sólo vaya a darse una única vez. Son pocos los eventos de la vida que solamente acaecen una vez y ya nunca más se vuelven a repetir. Así como algunos males de nuestra vida se producen y retornan a nuestros días posteriormente, cuando pensamos que ya se habían ido del todo, así también las cosas más gratas y dulces de la vida regresan para reavivar nuestro gusto por ellas y para decirnos que hay más colores en la paleta de prueba del pintor eterno que no sean los infelices grises, sino también el rojo, el azul, el verde y sobre todo el negro, que no es luctuoso, unánimemente, como se podría pensar. También es el complemento perfecto para los demás colores que sin él no podrían terminar de tener armonía y adecuado equilibrio.

Y es que necesitamos de un tercero, por más independientes y suficientes que nos sintamos, para poder avanzar, o también para retroceder, y saber que no vamos solos. La soledad no augura la llegada de la paz, hay que dejar esto bien en claro, pero el tumulto no propicia el sosiego definitivamente, así que a buscar el término medio, y para ello, para esta tarea específica, yo procuro encontrar los elementos en medio de una habitación silenciosa que solamente me dice cuán bella es Vieni sul mar en la voz de Andrea Bocelli. Y la paz, a su vez, aunque menos improbablemente, puede ser garante de la llegada de la felicidad. En todo caso, no motiva con más ánimo a pensar que esté cerca y que finalmente sabremos qué es, pero la ansiedad, sin quererlo, nos hace abandonar tal estado de paz, de calma también, y así perdemos el sendero hacia ese muy anhelado deseo que hombres y mujeres de todas las generaciones y desde todos los confines de la tierra han deseado alcanzar y hacer suyo.

Hay quien dice que soñar no cuesta nada, y con ello miente: cuesta tiempo, dedicación y sobre todo muchas energías, las que al ir agotándose se llevan la juventud, la mucha o poca que podamos tener, y esto de acuerdo a la hora en que nos hayamos decidido empezar a soñar, ¿y qué hora fue esa?

domingo, 8 de noviembre de 2009

En mi consentida soledad



Soledad es mi segundo nombre, aunque suene risible. Pero no me podría llamar así a efecto de reconocer que no tengo a nadie a mi alrededor puesto que tengo a mi familia (mi madre, mi tía, mi hermano, incluso mi padre pese a que ya no esté conmigo desde hace 06 meses). Tampoco conozco la soledad por tener que trabajar solo ya que en mi espacio laboral cuento con un grupo de compañeros estupendos con los cuales he podido establecer una muy buena empatía, y eso me satisface, porque siempre es necesario contar con un escenario de trabajo ameno, afable y cálido para poder producir de acuerdo a los estándares de productividad y calidad que a uno se le exige.
Y entonces, ¿por qué es que me siento solo? O en todo caso, ¿por qué diría, no con poca ironía mal velada, que mi segundo nombre podría ser Soledad, sabiendo que la soledad es la carencia de compañía?

Desde hace algún tiempo, un par de meses más o menos, rehúso verme con mis amigos. Bueno, no quiero dármelas de petulante al hablar de mis "amigos". No me puedo jactar de tener un millón de ellos como dice la canción de Roberto Carlos. Mis amigos son pocos pero son. Sin embargo, es tiempo ya que no los veo, y no quiero verlos aún. ahora, si son mis amigos, ¿por qué siento que no me hacen falta y prefiero andar solo? Me preocupa saber de ellos, eso es innegable, de unos más que de otros, pero de ahí a verlos con cierta frecuencia... No.
Es que pasa que me siento tan cómodo estando solo que he llegado a un cierto punto de mi vida en que estar solo es una necesidad casi vital. El placer de oír solamente el eco de mis palabras, de mis risitas burlonas sobre todo y sobre todos me es un bien insustituíble para vivir y seguir adelante. Sé estar solo y no me deprime... del todo... Salvo en algunas ocasiones cuando me digo que sería bello tener otra persona, además de mi familia y de mis compañeros de trabajo, para compartir con ella mis más exaltados júbilos. Y es que sé que una cuarta opinión como esa que no pocas veces he buscado es, sin duda, igualmente necesaria. Cuando no la he encontrado mi soledad se ha curtido más, y he podido reflexionar que no necesito de nadie más que no sean al menos los míos para seguir mi camino en la vida (¡Dios, qué cursi suena esto!) merced de su "aprobación" a mis actos. Así, la soledad es un estado personal que me caracteriza muy bien.

Ir por la calle viendo la gente pasar a mi costado, siempre enfrascada en sus propias preocupaciones, ver los autos cómo contaminan sin piedad el medio ambiente y no les interesa, ver lo poco estética que es nuestra gran ciudad de Lima, con contrastes urbanos y arquitectónicos tan marcados que sin lugar a dudad merecen ser fotografiados o por un antropólogo (para fines de estudio) o por un turista extranjero (para hacerle ver a sus compatriotas lo subdesarrollado que se encuentra nuestro país). Sigo mi marcha por la calle, camino pausadamente, viendo que Lima sigue siendo una ciudad en construcción gracias a nuestras autoridades municipales, y nada me hace desear tener una compañía en ese momento. Marcho feliz, la mayoría de las veces comiendo un helado, y sintiéndo el frío de la noche danzar por mi cara. Sólo sustituiría una caminata como esa por otra ciudad que no fuera Lima, a la que no odio, pese a todos sus problemas, pero por la que tampoco siento ningún afecto. Y es que soy así: pocas son las cosas y las personas que me generan un auténtico compromiso hacia ellas. Nunca termino de preguntarme porqué es que tengo esta actitud hacia las mismas que, valga la aclaración, no llego a calificar de indiferencia. Dar un diagnóstico como este me parecería de lo más burdo y simplista. He sabido jugármela por algo y por alguien cuando lo he querido, y también cuando el momento lo ha ameritado. Pero solo así y entonces, después no. Ya tengo suficiente pensando qué será de mi vida dentro de 05 años, por ejemplo.

Gozo mi soledad, pero le temo al paso inexorable del tiempo, que como ya lo dijera en reiteradas oportunidades, siempre me parece que, para mí, va en celera cuenta regresiva. Mi más grande temor es que cuando haya terminado de encontrar la pasión de mi vida, el motor y motivo para la misma, el cronómetro esté por marcar el término de mi tiempo, y allí será el llanto y rechinar de dientes porque mi hora ya habrá acabado. Sé que no me hace bien vivir así, pero es una preocupación existencial que no puedo postergar de mi agenda diaria. Ella, y ver mi novela favorita por internet a la hora del almuerzo, son dos cosas de marcada relevancia para mí.

Difícilmente cambiaré, eso lo saben quienes me han conocido -y o me odian, me ignoran o me aman-. También lo saben aquellos que me conocen -y que sorprendentemente me siguen queriendo, y lo sabrán los que me conozcan dentro de poco -y que tendrán que padecerme con consentimiento propio. Yo no soy de la clase de personas que va por el mundo derrochando carisma (¡Dios me libre de ser el amigo elegido de otros!). Sé, igualmente, que no paso desapercibido, pero esto ya no me causa mucho orgullo, digámoslo así. Ahora prefiero camuflarme en la opacidad de una vida cotidiana por la cual transitamos todos y todas, y salir de ella sólo cuando quiero para hacer algo medianamente ingenioso y polémico. He aprendido a controlar mis ambiciones, pero siguen ahí, siempre entre el sueño y la vigilia, como si estuvieran en un constante despertar. Las voy materializando poco a poco, quizá a paso paquidérmico, pero firme, y no al ritmo de las pariciones de los roedores, que siempre son frecuentes y numerosas, y porqué no decirlo también, gregarias.

No estoy solo porque terceros me hayan dejado. Estoy solo porque los he dejado, y lamento que esto tenga un cierto trazo egocéntrico, pero es así. También debo decir que me apena en una minúscula medida el no poder ser más tolerante con la gente, como también me apena que cuando encuentro personas que consiguen impactarme, n número de condiciones adversas me separen de ellas, pero no significa que nos dejemos, que me dejen o que las deje. Simplemente hacemos sobre nuestros sitios un giro de 180º y retomamos la marcha. ¡Eso jode! Hay tanta gente inocua que podría no estar a mi lado para cederle el espacio a aquellos con quienes sí me sentiría a gusto... Pero no, una vida así de perfecta como esa solo podría estar cercana a ser un ligerísimo remedo de la gloria que algún día los humanos probaremos cuando lleguemos al Paraíso.
Hacer un ejercicio como este me era necesario, pero han tenido que pasar algunas semanas desde que escribiera mi último post para encontrar el estro que requería y volcarme todo sobre estas líneas. Lo he conseguido en alguna medida, y sé que así, en medio de esta consetida soledad que refiero ahora puedo comprender más cuán complejo soy, y por tanto, quererme más, porque esa persona "sola" soy yo, y no puedo hacer otra cosa que no sea enorgullecerme de ella, también porque no es tan repulsiva como podría creerse. Lo inexplicable sería que admirara a otro y dejara siquiera de prodigarme un poco de respeto y amor propio. Pero sé que eso solo en una realidad alterna llegaría a suceder.

domingo, 18 de octubre de 2009

Este cuerpo no es mío



La pasada semana nuestro medio local -y porqué no decirlo también el nacional- se ha visto asaltado por la polémica generada en torno al proyecto de ley que promueve la despenalización del aborto eugenésico y por violación sexual. Inmediatamente hemos visto cómo dos clásicos opositores en este asunto (los grupos liberales y feministas de un lado y la Iglesia Católica y algunos conservadores inveterados, por otra parte) han empezado a declarar la conveniencia de la puesta en práctica del mismo, así como cuán poco ético y criminal sería permitir aquél y los precedentes que éste sentaría en una sociedad tan adolescente como la nuestra en cuanto se refiere a apertura mental, tolerancia y mayor comprensión de la otredad de nuestros coetáneos, sean estos hombres, mujeres, niños, ancianos, etc.
Estoy de acuerdo, pero a medias, en lo que ambos bandos alegan al respecto. Si bien es cierto que la mujer tiene derecho pleno a decidir sobre su vida y su cuerpo de manera plena, no menos cierto es que ninguna atribución de este tipo tendría sobre la vida y cuerpo del niño que pudiera llevar en el vientre y al cual definitivamente no desearía, de pensar en abortarlo, claro está. Ahora, es más o menos claro porqué una mujer podría rechazar a su hijo nonato:

a) Porque no planificó su concepción, así de simple (pero sobre este punto no llega a aterrizar la propuesta de las feministas y los liberales, aún...).
b) Porque podría tratarse de un caso de severa malformación de la criatura y/o de complicación del embarazo que pudieran comprometer la hora del parto y la vida y salud de ambos, tanto de madre como de hijo.
c) Porque lo "vería" como producto de una violación sexual. Es aquí donde las feministas y los liberales han concentrado sus mayores pertrechos para sostener la idoneidad de la promulgación de una ley como la que ahora se ventila.

Pero vamos por partes. Si una mujer no planificó la concepción de un hijo, y éste fue producto de la casualidad, el descuido o la negligencia, jamás tendrá ni la más mínima razón para quererlo abortar. Por ahora quienes apoyan esta propuesta de despenalización del aborto no han centrado sus argumentos de apoyo al mismo desde este cariz del asunto. Pero podría apostar que, de aprobarse el aborto, del tipo que éste fuese, quizá dentro de algún par de años (no más de 10, pienso) saldrían al frente a decir que la mujer también tiene derecho a abortar un hijo no planificado y con esto legitimar su pleno derecho a decidir sobre sí, sobre sus cuerpos, lo que implicaría de una u otra forma el poder enmendar los "errores cometidos", incluso los de cama y que por el frenesí del momento arrojan como resultado la pronta llegada de un niño lamentablemente no esperado.

De otro lado, y refiriéndome al punto b, no porque el niño, ya desde el vientre, presente algún tipo de "malformación", tan sólo para "salvarle de una vida dura", merezca ser abortado, librándolo así de un futuro de pesares y complicaciones de diverso tipo. Sabemos que las personas diversamente hábiles, hoy por hoy, han demostrado poder insertarse a la dinámica sociopoductiva de la sociedad con bastante éxito. En todo caso, es la persona con habilidades diferentes la que -en la edad adulta y en pleno uso de sus facultades mentales y en irrestricto ejercicio de sus derechos- deberá decidir si, pese a sus limitaciones psicofísicas, desea seguir viviendo o no, si resiste un mundo hecho para gente "sana" y "normal" aún con la siempre paulatina y en aumento incorporación de distintos mecanismos operativos que procuran hacer de su vida lo más llevadera posible. Aprobar, por ejemplo, el aborto eugenésico, aún cuando también la vida de la madre esté comprometida durante el proceso del embarazo y la hora del parto, sólo deja como mensaje subliminal -y es en verdad lo más alarmante de este aspecto- que se debe exterminar todo lo que no sea "sano" o no cumpla con las expectativas de un determinado paradigma de vida.

Finalmente, y respecto del aborto por violencia sexual, puedo decir lo siguiente: sí, condeno del modo más rotundo el hecho que una persona sea víctima de otra por un tipo de violencia de este tipo, la misma que me parece muy digna de recibir el castigo respectivo por lo altamente execrable que es. Sin embargo, debemos todavía poner más atención en que la mujer violada es una mujer que necesita la ayuda necesaria para superar el trauma de la violación sexual; requiere el adecuado soporte psicológico y psiquiátrico que la ayude a retomar el cuso de su vida. Pero no por ello, y en la confusión de la experiencia vivida, se le va a permitir "decidir" que lo mejor, tanto para ella como para el niño que ya lleva en el vientre, sea darle muerte a éste a través del aborto y así aminorar sus "problemas". Me parece de la mayor de las insanías el querer traspasar la violencia recibida en el propio cuerpo a un tercero, sobre todo si éste es por antonomasia inocente de todos y de todos, como sólo lo podría ser un niño, y creer ver en él un cuerpo sucio per sé que merece ser exterminado para borrar la memoria de un trauma.

Seamos sensatos: ese niño no puede ni siquiera decidir si querrá vivir o no al saber que fue "producto" de una violación sexual. ¿Quién dice si éste, cuando en pleno reconocimiento de su ser y del entorno que le rodea, opta por replantear esta condición de "producto del uso y del abuso" por una oportunidad de vida que merezca la pena ser asumida?

Lo que también me preocupa es que, de aprobarse una propuesta de ley como la que nos concita ahora, vayamos a asistir a una especie de reactualización de la Ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente), la misma que en ningún sentido propicia ni garantiza la supervivnecia de una sociedad a través de la adecuada cohesión de sus integrantes por obra y gracia de las normas sociales que le dan su debido espacio vital a cada uno de ellos.

No podemos volver a la premisa del homo homini lupus (el hombre es el lobo para el hombre) que con cierta suspicacia sostuviera allá por el siglo XVII el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) y establecer la guerra sempiterna de unos contra otros con tal de hacer prevalecer el interés propio. La ley de despenalización del aborto y su impulso por parte de los sectores liberales y feministas es falaz y sumamente engañoso porque, si bien persigue legitimar el derecho de la mujer a decidir sobre su vida y sobre su cuerpo, lo hace atropellando inevitablemente el derecho de otro a también poder decidir sobre su propia vida y sobre su propio cuerpo. Ese otro es el niño, ¿y quién piensa en él y en su interés superior a la vida y a una familia?

Si la madre biológica no lo quiere junto él, que no lo aborte y que espere que nazca para "librarse" de él y lo dé en adopción. Seguramente no le faltará quien lo quiera, lo haga sentir valioso y le dé una familia.

No debemos olvidar que nuestros derechos terminan donde comienzan los del otro. Lamentablemente, ésta es una lección de escuela que aún no terminamos de aprender ahora que somos adultos. ¿Si esta lección no la tenemos bien asimilada ahora que ya estamos grandecitos -y es bastante elemental, digámoslo así- cuántas otras más no tendremos lo suficientemente seguras como para andar por la vida atropellando a los demás? ¡El solo pensarlo me aterra!

domingo, 11 de octubre de 2009

A ti a-sido



No es exagerada la propuesta de situar a César Vallejo como uno de los más altos exponentes de la poética peruana en lo que va de nuestra historia. Su obra tiene tal vigencia, que despierta, como lo hizo en su tiempo, el asombro de propios y extraños respecto de una producción de no sólo dice mucho de la forma a la que recurre para expresarse, sino que el contenido que alberga es marcadamente comunicativo, expresivo, el cual se despliega en base al continuo proceso de comunicación que se establece, y que indefectiblemente se consigue a través de la lengua, la que propicia el contacto entre los individuos.

Dicha carga expresiva consigue posibilitarse mediante el signo lingüístico y su relación con el lector, al darle a saber las cosas que tiene el autor para comunicar, para dar a conocer esas interioridades que a Vallejo lo asaltan, y que son propias de la condición humana. Y todo ello mediante el signo lingüístico, que logra contacto con la individualidad y a su vez con la colectividad humana, de la que el poeta busca ser insigne portavoz. Se entabla así un contacto comunicativo con fuerte relación intersubjetiva, donde las situaciones presentadas por Vallejo tiene un gran sentido social, que se ve precisado en la natura especial de la significación. Aquí se descubre que aquélla es una poética definitivamente realizativa, con actos lingüísticos que constantemnte dicen y hacen algo, y que no por esto pueden ser calificados de verdaderos o falsos. En este proyecto de poesía realizativa se recurre a un tiempo específico (en el caso de Vallejo juegan un rol importante los tiempos indicativo y presente así como los adverbios), el acto verbal desliza la temporalidad, que precisa el contexto y la emisión/intensión de su autor, que no describe ni informa, únicamente dice y hace.

El resultado es la respuesta del lector y el compromiso al que desde ese entonces se ve sujeto, dándose a notar en lo que lee y cómo lo interpreta, cómo lo reconoce y luego cómo lo reproduce. De este modo, se establece una complicidad texto-interlocutor a partir de la correcta articulación del primero de ambos componentes, sin obviarse jamás el significado. Por otro lado, la producción vallejiana está dotada de un hondo humanismo, que prefigura la acción social del hombre, establece un marco comunicativo, una relación poderosamente emocional y una fuerte identificación personal que nace al sentir la angustia de Vallejo, sus anhelos y frustraciones de un mundo mejor y más propicio para todos. Todas estas características de tal humanismo son viables sí y sólo si se sostienen en la función simbólico-social de la lengua, que genera comunicación, diálogo y acuerdo.

En definitiva, la poesía de César Vallejo parte de la existencia humana y de la meditación filosófica de ésta. No es un producto abstracto ni cerebral. Es la consecuencia de un análisis comprometido con la sociedad y especialmente con quienes sufren en la opacidad de sus vidas. Definitivamente que las subjetividades fluyen cuales aguas de un río caudaloso, aunque lo subjetivo nunca llegue a chocar con lo colectivo. Por el contrario, se armoniza con el mismo y de paso se enriquece con la individualidad. Asimiso, la renovación artística, el paso de un Vallejo modernista a uno vanguardista, no va por la forma entendida como un elemento puro, sino por el contenido que pretende sensibilizar e impresionar al lector, moviéndolo a pronunciarse sobre el acontecer social y político que vive, recurriendo siempre al análisis meditativo sobre los hechos, análisis que también hace Vallejo. Y es que Vallejo tiene grandes reflexiones sobre la vida, la sociedad, la libertad, etc. que en conjunto delatan una suerte de imagen de la modernidad, donde estos tres conceptos se han visto replanteados, reconfigurados. No queda otra alternativa que el análisis de consecuencias y el planteamiento de soluciones.

El poeta verá como solución de la injusticia social al marxismo, que se volverá motor de su poesía y generará así una estética auténtica, naciendo poemas donde la imagen de una vida signada por el sufrimiento tiene una luz al final del túnel: la esperanza. De lo anteriormente dicho, se desprende que el lenguaje de Vallejo busca ser dialéctico, un lenguaje que se adapte a su visión de un mundo convulso, en movimiento, plagado de antítesis, de apariencias y contradicciones, que necesariamente tienen que resolverse, para lo cual es de vital importancia el lenguaje, que por su efecto comunicativo establece y mantiene las relaciones sociales, úniéndose esfuerzos a fin de satisfacer deseos y empeños comunes, que en palabras del crítico peruano Miguel Ángel Huamán se traduce como: lenguaje, única vía que nosotros los humanos tenemos para sobrevivir.

domingo, 4 de octubre de 2009

Quien fue el primero



Desde los primeros días que frecuenté la facultad de Ciencias Sociales en San Marcos pude escuchar que, entre tantas lecciones que distinguidos profesores -todos ellos muy duchos en sus respectivas disciplinas aunque a la hora de impartir sus enseñanza carecían de mayor metodología de enseñanza- pedían que nosotros, futuros investigadores sociales, abandonásemos cualquier tipo de "actitud positivista" respecto de cómo leer los hechos sociales, la realidad y la dinámica de los individuos. Yo, y lo recuerdo muy bien, desde ese momento sentí un ansia ingente por conocer el positivismo y tener mayor proximidad con sus padres fundadores, pero sobre todo, con el francés Auguste Comte (1798-1857), quien le había dado nombre a la rama de la ciencia que muchísimos otros, en diversos puntos del orbe, me han precedido en su estudio. Comte sería desde entonces una figura recurente en mi vida académica, a la que nunca habría podido dejar de tomar en cuenta y por la que no pocas veces habría sentido cierta lástima por saber -o mejor dicho por oír- que su pensamiento ya estaba caduco y por lo tanto carecía de vigencia en nuestros días presentes. Yo, por el contrario, negaba esta impostura soberbia, porque para mí Comte siempre estuvo vigente, porque al volver a su teoría primera encontraba una muy analítica forma de observar el mundo y el hombre que se me presentaba producto de un análisis de no pocas horas y proveniente de una mente erudita que se forjara tras horas y horas de lectura e investigación en medio de un escenario personal ciertamente difícil y que a cualquiera -excepto a Comte en esta ocasión- habría conducido a la depresión o a la locura.
Para mí, Comte era más actual que ninguno. Comte había sido el primero...

Muchos temas de base trabajados por Comte y que al parecer han caído en el olvido según la ortodoxia que domina la escena contemporánea de la sociología académica, han archivado, por así decirlo, la importancia de los primerísimos planteamientos de este pensador francés, colocándolo tan sólo como ejemplo de un pensamiento inveterado y caduco del que ya no se pueden extraer más lecciones útiles. Así, Comte no podría ser un clásico al lado de otras mentes igual de brillantes y célebres como las de Durkheim, Marx o Weber por el hecho falaz de que la vuelta a su lectura no podría poducir ninguna nueva manera de ver la realidad e intervenir en ella. Si bien es cierto que esa "filosofía del dato" que enarbola el positivismo en el plano epistemológico es por demás infértil, pueto que recusa el intento de formular explicaciones causales de los hechos mismos por considerarlos devaneos metafísicos -aspecto comprensible para el contexto sociohistórico en el que se desarollara la obra comtiana, perfil de un noble proyecto fundador y forjador de los primeros pasos de la ciencia moderna que luego, con el transcuso de los siglos, se haría grande, prolija y alambicada, hasta ver estructurado un cúmulo de saberes que la sociedad académica llamaría con respeto y pudencia Teoría sociológica siglos más tarde- para su momento histórico rompía con una larga tradición de siglos de labor filosófica profusa que se había dedicado a ver el mundo "como debía ser" y no como era.

La potencia de la lectura histórica de la humanidad preclaramente ilustrada en su famosa Ley de los tres estados descubre un conocimiento profundo de la realidad social, económica e histórica de su tiempo, y de cómo se ha dado la evolución de la misma, como por ejemplo lo hace al reconocer la dualidad de las ideas como fenómenos individuales y sociales, colectivos, ligados estos inexorablemente a las condiciones de existencia del ser, del ser social, aunque con ello, la metafísica, que su teoría expulsara por la puerta -como nos solía repetir el simpre brillante profesor César Germaná en más de una de sus clases en la facultad- terminara reintroduciéndose por la ventana. Empero, Comte tiene el gran logro de haber sembrado la necesidad de acción de la disciplina sociológica y su sempiterna praxis, cuando -según críticos como el español Julián Marías- plantea ver para prever y prever para proveer.

Desde el principio, Comte institucionaliza la premisa de conocer para transformar tanto la naturaleza como la sociedad. De esta manera, no es únicamente necesaria una filosofía de la historia -que pese a impelerla termina haciéndola- como también un dominio preciso del pasado de los pueblos para entender el devenir de sus problemáticas y poder darles solución. Lamentablemnte, Comte no pofundiza en los lineaminetos estratégicos que deben elaborarse para acometer tal empresa. Serán sus sucesores quienes de una u otra manera tratarán de hacerlo.

La verdadera importancia de Comte, entonces, está en que generaciones venideras (Durkheim, Marx, Weber, etc.) dialogarán con Comte y su obra. En tal sentido, es Comte el detonante de toda una retahíla de propuestas teóricas que luego habrán de aparecer, y lo hacen precisamente fungiendo de contestatarias de aquellas que pensara el sociólogo francés.

Finalmente, su postulado de que todo es relativo, he aquí el único principio absoluto recoge una idea puntual per sé: la realidad no está dada de una vez y para siempre. Por tanto, la actividad cognoscitiva no se agota, es eterna, y si lo es (como que efectivamente lo es) entonces su referente empírico, su correlato material también está en permanente dinamismo e imparable reconfiguración. Siendo de este modo, la sociología que Comte funda ve venir todo un largo camino de trabajo científico por delante, predispuesta a combatir el dogma. Quizá la debilidad de Comte haya sido no haber sabido que decía más de lo que decía, y así no se percatarse de ello como para seguramente haber escrito un buen número de tratados más que, sin menos "pasión" y con un clima de trabajo más propicio para la producción intelectual, le habrían granjeado hoy por hoy -sin lugar a que asomara la más mínima suspicacia- su merecido puesto en el palco de los clásicos de la Sociología, liberando a algunos como yo de la tarea de, cada cierto tiempo, recordar la actualidad de su pensamiento, y de hacer ver que para la disciplina sociológica Comte fuera el primero en estucturar un saber social que no se asemejara a la filosofía.

jueves, 1 de octubre de 2009

Mi hermano y yo

(de izquierda a derecha: Paul, mi hermano, y yo)


Es bueno saber que en mi hermano tengo también un amigo
Es raro... Hasta ayer tuve que esperar para saberlo...

sábado, 26 de septiembre de 2009

Paul, mi hermano


Ayer, 25 de setiembre, Paul, mi único y menor hermano cumplió un año más de vida, y hoy quisiera escribir algunas líneas que me hagan recordar todo el tiempo que hasta hoy nos venimos acompañando y que, obviamente, dicha compañía espero se prolongue por aún muchos años más.

Semanas atrás recordaba junto a mi madre a aquel niño blanquiñoso y de ojos verdes que de pequeño había hecho del llanto espontáneo y fingido uno de sus deportes favoritos. Bueno, en realidad a veces tal llanto no era tan simulado, podía ocasionarlo yo y en no pocas ocasiones, pero de que conseguía impresionar a mi madre hasta el punto de llegar a regañarme, de eso sí no hay duda. Paul, además, cuando niño también solía golpearse con cierta frecuencia, o tener caídas aparatosas que asustaban ostensiblemente a mi madre y a mi tía, las que en el acto no vacilaban en llevarlo inmediatamente al hospital a hacerlo ver. Y es que Paul era un maestro en hacerse daño sin quererlo. Así, recuerdo la ocasión en que saltando en la cama fue a darse de frente con el filo de la ventana, o la vez en que ambos jugabamos en la azotea de la casa con nuestros carritos de juguete y él decidió pasar unos de estos sobre la luna del tragaluz. Se había apoyado tanto sobre la misma que aquélla terminó por romperse, cayendo Paul aparatosamente al fondo del mismo y alarmando a toda la casa nuevamente. Y ni qué decir de cuando ya más grandecito, y por motivo de uno de sus cumpleaños -no recuerdo ahora cuál- pidió que le regalaran unos patines. Mi mamá se los compró, y no tardó en salir a jugar con los mismos y con sus amigos, hasta ir a la urbanización que queda detrás de la nuestra y probar bajar una pendiente semipronunciada empleando su juguete nuevo. Claro, él, todavía patinador inexperto, bajo la pendiente en patines pero no llegó al final de la misma incólume sino bastante lastimado por las varias heridas que le había causado su nueva caída. Hasta hoy sigo pensando que ha sido un milagro que después de haber tenido tantas no haya quedado idiota.

Paul, a diferencia mía, nunca se cuidó tanto de ensuciarse la ropa o de salir levemente herido a la hora de jugar. A él no le interesaba si el polo o el short se le manchaban, o si jugando fútbol se lastimaba. Él simplemente disfrutaba el momento con los amigos. Mucho menos daba importancia al hecho de despeinarse o de transpirar. Esas premuras nunca fueron con él, por lo menos hasta que se hizo un joven más centrado y prudente.

Ah!, también recuerdo que de niño Paul no era muy aplicado a los estudios, y a diferencia mía descuidaba un poco el cumplimiento de sus tareas y demás obligaciones. Mi madre siempre tenía que estar seguiéndolo muy de cerca a fin de que cumpliera, y a mí me dejaba proceder con un poco más de autonomía viendo en mí un mayor grado de responsabilidad. Paul, además, era de los niños que cuando regresaba del colegio, no ordenaba el uniforme, y si rara vez lo hacía, no lo hacía bien, a diferencia mía que dejaba el mío casi planchado nuevamente. A él mi madre le ordenaba el suyo y le ponía de ejemplo mi caso.

Pero Paul poco a poco empezó a tomar conciencia de que debía aplicarse a los estudios de similar manera a como yo lo hacía. En cierta ocasión mi tía Ely le regaló unas pantuflas pero le pidió que se esmerara un poco más y que no permitiera que el tiempo fuese haciendo incorregible una actitud suya de negligencia hacia uno de los aspectos más fundamentales que hay en la vida: la propia formación. Paul comprendió, y seguramente después habría lamentado el que una día, cuando de visita en casa otros tíos -que solían dejar generosísimas propinas cada rara vez que nos veían- mostró casi con orgullo un 07 que había obtenido en un examen, en tanto que yo, orondo, mostraba una muchísimo mejor nota. El gesto siempre espontáneo de mi hermano arrancó más de una sonrisa en los presentes. ¡Paul era así, es así! No tenía reparo en mostrar que, sí, pues, en aquella ocasión no había rendido lo suficiente, pero sabía que el potencial lo tenía, y que era cuestión de tiempo para que llegara a demostrar de cuánto era capaz. Y así lo iría haciendo con el trancurrir del tiempo.

Ya en los años de la escuela secundaria, Paul llegó a alcanzar los primeros puestos del cuadro de mérito como yo lo hiciera algunos años antes. Llegó a destacar bastante y a ser bien considerado por los profesores. Claro, esto indefectiblemente no habría pasado si mi madre no hubiese estado a su lado, y al lado mío también. Omar, como le conocían en el colegio (su primer nombre), era ese chico alto y, ya para esos últimos años de colegio, de anteojos, que sobresalía en las principales materias, excepto en las matemáticas, y en eso sí coincidimos plenamente ambos pues era evidente que no teníamos ni tendremos jamás mayor talento para esa rama del saber en la que otros compañeros nuestros sí brillaban, resolviendo ecuaciones, logaritmos y polinomios que ni él ni yo éramos capaces de hacer, ni siquiera con ayuda de profesor particular. Sin embargo, hemos debido habernos dado buena maña para salvar esos obstáculos molestos.

Pero Paul tuvo una recaída en los años sucesivos. Ya cuando hacía la preparación preuniversitaria en la academia Trilce, los amigos y la enamorada le consiguieron distraer del que en ese tiempo debía ser su objetivo único: aprender para pasar el examen de admisión de la San Marcos. Lamentablemente las cosas no ocurrieron como mejor se esperaba y aquella vez no ingresó. Lágrimas de por medio, Paul había aprendido cómo jode no ganar en la vida, y qué mal puede llegar a sentirse uno al verse derrotado, digamos. Pero es sabido que cuando se cae más fuerzas puede ganar uno para levantarse, retomar la marcha y seguir adelante. Paul así lo hizo.

Dejo a los amigos y amigotes y no volvió a contactarlos en tanto empezó una segunda preparación universitaria, y también abandonó a su enamorada sin darle mayores explicaciones del distanciamiento entre ambos. La pobrecita lo llamó más de una vez. Él se hizo negar, estaba ofuscado y todos lo comprendíamos. Pasaron los meses y finalmente ingresó a la universidad. Nuevamente había demostrado que si algo se proponía, lo conseguía. Nunca le perdimos la fe.

Al día de hoy, Paul es un chico empeñoso, comprometido con su propia formación, y además responsable y trabajador. Yo, como su hermano, estoy muy orgulloso de compartir con él los vínculos de sangre que nos unen por nuestros padres, y deseo de corazón que le siga yendo bien en la vida. Este año, por cierto, ha sido muy favorable para él (con la excepción de la muerte de nuestro padre). Ha empezado a dar sus primeros pasos sea laboral que académicamente hablando (cursa ya el 4ª año de Turismo en La Cantuta), y sé que mayores logros le esperan conforme siga su marcha personal. Yo, como hermano suyo que soy, no puedo hacer otra cosa que estar a su lado y darle la mano de manera incondicional cuando él recurra a mí, como sé, sin ninguna duda, que él lo seguirá haciendo conmigo, cuando los tiempos sigan pasando y las cosas continúen variando.

¡Feliz cumpleaños Paul!

domingo, 20 de septiembre de 2009

La exposición de un alma


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.

Rubén Darío. Canción de otoño en primavera (Fragmento).

En esta ocasión quiero justificar de alguna manera el post precedente que se intutula Vorrei morir. La primera vez que escuché esta canción fue cantada por el italiano Andrea Bocelli (1958) -que en abril de este año estuviera en nuestro país para ofrecer un recital lírico- y que junto a otras más, la mayoría de la autoría del compositor italiano Francesco Paolo Tosti (1846-1916), forma parte del álbum Sentimento (Sugar, 2002), el que fuera producido con la asistencia y dirección de Lorin Maazel (1930), director de orquesta, violinista y compositor estadounidense de ascendencia francesa. Por aquel entonces, cuando por vez primera me deleité con las agudas notas del violín sumado a la voz de tenor -un binomio muy de moda por inicios del pasado siglo XX- yo tenía aproximadamente 17 años y era el año 2003, y desde hacía un buen tiempo había abandonado las baladas que por las tardes, después del colegio y a la hora de hacer las tareas, escuchaba en radio Ritmo Romántica, si no es que también en Radio A, y ya no eran Laura Pausini, Miriam Hernández, Franco de Vita, Ricardo Montaner, entre otros y sólo por citar algunos, los que me conmovían con sus voces y sus temas siempre lastimeros. Luego de haber escuchado a Andrea Bocelli cantar el tema de entrada de la novela Vivo por Elena (Televisa, 1998), a dúo con Martha Sánchez, había quedado seducido por su voz, y prácticamente de la mano de este cantante invidente fui adentrándome al maravilloso e imparangonable mundo de la ópera. Y en el trayecto, entre arie, romanzas y chansons, conocí lo que se conoce en el mundo de la música erudita como le romanze da salotto, canciones para canto y piano (o violín, instrumento con el cual Maazel y Bocelli innovan en Sentimento) cuyos textos la mayoría de las veces estaban escritos por poetas de exquisita vena literaria, como Gabriele D'Annunzio (1863-1938), entre otros, y que se interpretaban por las más selectas voces de la época, habiendo encontrado en cantantes como Enrico Caruso (1873-1921) o Giuseppe di Stefano (1921-2008) a sus primeros recitadores.
Estas romanze da salotto -lo supe desde el primer momento que las escuché, y cantadas por Bocelli- no las habría podido olvidar jamás, sobre todo porque siempre habría encontrado en ellas pasajes de mi vida musicalizados que en un futuro habría podido volver a evocar, como asimismo retazos de una vida que nunca habría podido ser mía y que de todas maneras habría ansiado vivir con frenesí.

Entre este grupo de canciones de salón está, pues, Vorrei morir, que canta el deseo del poeta de querer morirse un día, al atardecer, y siendo primavera, en medio de un cielo sereno y calmo que lo vea partir, coronado por el vuelo de las golondrinas y engalanado aún más por las bellas flores de los campos. Solamente así uno podrá entregar su alma a Dios. Pero si llegada la hora de partir, el día fuese nublado, oscuro, y a los árboles las hojas les faltasen (claramente se describe en esta parte de la canción la estación otoñal) entonces así, cualquiera tendría miedo de morir. Un contexto así de lóbrego no prometería, según el poeta, una trascendencia feliz hacia un mundo bello más allá de este terreno. A veces uno recurre a canciones como ésta no porque se esté feliz, sino porque se está triste, y yo, hace unos días cuando me encontraba pasando un estado de ánimo similar no encontré otra canción más melancólica que Vorrei morir. A veces pienso que, por más problemas que podamos tener en la vida, y en ese momento deseemos que llegué el fin de nuestros días, la muerte -si es piadosa- sólo nos recogerá, pasará por nosotros, una vez hayamos resuelto nuestros más variados asuntos, o por lo menos los más importantes. Más o menos así también quiero ver las cosas gracias a Vorrei morir.
Yo no quisiera marcharme de este mundo sin haber concluído algunos proyectos personales que, valgan verdades, cada vez son menos (debo estar algo depre´ quizá...). Tengo todavía algunas metas que alcanzar, algunos sentimientos que vivir, algunos lugares que visitar, algunas personas que conocer y a otras tantas con las cuales reconciliarme antes de morir. Tengo asimismo que demostrar a los demás -y demostrarme a mí mismo- algunos talentos que no se me conocen muy bien, superar algunos temores que no me dejan vivir como quisiera y des-cubrir algunas verdades que reposan en silencio en los intersticios de mi alma. Una vez cumplidas estas tareas podré morir, y espero sea también en un día bello que me augure que me espera todavía un mundo mejor que podré compartir al lado de mis padres, de mi tía Ely y de mi hermano. Sólo así podré morir.

Cuando tenía 16 años y rezaba fielmente todos los días a la hora de acostarme, le pedía a Dios, entre otras tantas cosas, que me permitiera vivir hasta los 85 años, recuerdo bien la cifra. Hoy por hoy, no deseo vivir más allá de los 50 años, porque no quiero conocer la soledad de la vejez, ni pasarme los días extrañando las horas presentes que ahora vivo, ni deseando más haber vivido otra historia personal que no me fue dada. Como sé que no llegaré a tener hijos -bueno, en realidad más o menos lo intuyo- no tendré por quien vivir ni desear prolongar mis días, y ya para ese entonces quizá dos de los tres últimos seres queridos más queridos que me quedan en este mundo (mi madre y mi tía Ely) ya habrán ido a darle el alcance a mi padre en el cielo. En tanto mi hermano Paul seguirá viviendo la vida con ese peculiar estilo que siempre le voy a envidiar: no dándole más importancia a las cosas de lo que éstas lo merecen.

Dentro de poco (en enero del próximo año) estaré llegando, en el mejor de los casos, a la mitad de mi vida -claro, si es que no me muero antes, y espero que no sea así, no tanto por mí como por mi madre que se moriría, literalmente hablando, de vivir un fatídico evento como el que propongo. Por ella es que aún no me puedo ni quiero morir. A ella me une una ligazón profundamente fuerte, porque conozco cuánto ha hecho por mi hermano y por mí, y a cuántas cosas ha renunciado por nosotros. Si mañana yo me muero no me moriré tranquilo, porque mi muerte seguramente será la causa del último de sus dolores, y darle una tamaña pena no sería el gesto más agradecido que un hijo pueda hacerle a su madre. Así, confío -aunque mínimamente- en que Dios, o el destino, etc., sabrán hacer su trabajo y serán nobles y justos, y no permitirán que se dé una sucesión de aciagos eventos como los descritos líneas arriba. Yo aún confío en la sabiduría del Dios, o del destino, etc., sobre cómo hará que se suceda el devenir.
Cuando mi madre haya partido, yo sabré que en cualquier momento deberé estar preparado para partir. Desde pequeño he tenido sueños en los que, o me despido de mi madre (porque sé que se va a morir), o en los que ya no vuelvo a saber nada más de ella. Siempre que se los he contado ella me ha dicho que cuando se sueña a una persona querida ésta vive más. Aún hoy la vuelvo a soñar alejándose de mí y cuando ya no puedo más, empiezo a llorar y mi madre acude a despertarme y a tranquilizarme, y a decirme que ya no pasa nada y que todo va a estar bien, y yo le quiero creer.

Yo, en verdad, no quisiera vivir mucho, y quizá diga esto por vanidad, simple y pura vanidad. Desde pequeño, las dos más importante mujeres de mi vida, mi madre y mi tía Ely, me hicieron sentir un niño bonito. Crecí preocupándome por verme siempre bien, por estar bien peinado, bien lavado y aseado, bien vestido y arreglado. No podía verme mal. A todas estas cosas siempre se sumó la pretendida belleza que tuve desde niño (¿Pero qué niño no es bello, por Dios?). Recuerdo que cuando aún no pasaba los primeros años de nacido, y se me llevaba a controles médicos y otros chequeos, siempre le decían a mi madre, por mí, algo así como ¡Qué bonita la nena! Ella sonreía, agradecía el saludo y corregía inmediatamente que era un niño.

Ha sido así que el ansia de satisfacer mi necesidad de ser bello, que me persigue hasta hoy (y ojo, con esto no quiero decir que soy en verdad bello, sino que siempre he querido serlo y he encontrado impulso para acometer tal empresa gracias a los halagos de mi madre y mi tía que me decían y me dicen que lo soy) no me ha abandonado. Sí, pues, soy muy vanidoso, y es esa vanidad la que desde ahora me dice que no podré soportar los años otoñales, cuando mi pretendida belleza se vaya o termine por irse, no lo sé... No quiero llegar a viejo porque no quiero verme cansado, resignado a no poder hacer ciertas cosas, o porque no quiero ver en el espejo un rostro que dé testimonio de mis años ya vividos.

Por esta y muchas cosas más es que no quiero morirme ahora, pero tampoco quiero vivir mucho, no para ver cómo me marchito y cómo me voy quedando solo, porque si de otra cosa también estoy más o menos seguro es que no vendrá ya nadie más "especial" a mi vida vendrá. ¿Estaré, y ahora sí me lo pregunto en serio, viviendo un proceso de depresión? ¿Mis pocas ambiciones personales aún existentes, el encerrarme en mi vanidad y los temores que amenzan mi supuesta belleza, y el no poder desear otra cosa más que no sea morir después de que mi madre lo haga, no terminarán siendo, a las finales, síntomas de cuán mal me encuentro espiritual y emocionalmente? Sin embargo, ¿quién podrá venir a salvarme si mi problema no sale a la superficie? ¿O quizá ya lo hizo y yo aún no me he dado cuenta?... ¿O son los otros los que no han caído en la cuenta de que me está pasando algo? ¿O, en todo caso, y en medio de mi perturbación, tengo aún las fuerzas para no turbar más a los míos con los problemas existenciales de un muchacho que se llama Rolando?

De todas maneras, y como dice una canción de la cantante mexicana Lucero (1969) "sobreviviré, claro que sí... ya lo verás"... A quienes lean este post les pido que no se preocupen por mí (si es que me tienen estima porque nada malo les he hecho): no pienso suicidarme o hacer algo que atente contra mi integridad. Le temo al castigo que la Biblia dice se les depara a los suicidas... Yo, mientras tanto, prefiero con calma esperar el final...

jueves, 17 de septiembre de 2009

Vorrei morir!


El compositor italiano Francesco Paolo Tosti (1846-1916), compuso, hacia 1915 aproximadamente, una de las canciones más bellas que jamás haya podido escuchar: Vorrei morir, que junto a otras igualmente célebres por la belleza de su factura, como Malia, L'ultima canzone, Ideale, etc., me conmueven una vez más, y más, cada vez que regreso a ellas. Son canciones que han sabido atrapar muy bien los diversos estados de ánimo del ser humano, y ésta cuyo texto ahora comparto con ustedes, Vorrei morir, es en estos momentos una de las que con más entrega y compromiso quisiera poder cantar...


Vorrei morir nella stagion dell'anno
quando è tiepida l'aria e il ciel sereno
Quando le rondinelle il nido fanno
Quando di nuovi fior s'orna il terreno
Vorreri morir...

Vorreri morir quando tramonta il sole
Quando sul prato dormono le viole
lieta farebbe a Dio l'alma ritorno
A primavera e sul morir del giorno
Vorreri morir...

Ma quando infuria il nembo e la tempesta
Allor che l'aria si fa scura, scura
Quando ai rami una foglia più non resta
allora di morire avrei paura
Vorrei morir...

Vorreri morir quando tramonta il sole
Quando sul prato dormono le viole
lieta farebbe a Dio l'alma ritorno
A primavera e sul morir del giorno
Vorrei morir....


Para mayores fines ilustrativos, les paso el siguiente link para que escuchen la intepretación de esta sublime partitura en la voz del tenor español Alfredo Kraus (1927-1999), aunque considero que la que hace el italiano Andrea Bocelli (1958) en su cd Sentimento es mil veces mejor y más coinvolgente:

http://www.youtube.com/watch?v=kWfk8UizyE4

domingo, 6 de septiembre de 2009

Los usos de la memoria

Salvador Dalí. La persistencia de la memoria


La memoria es la capacidad mental de conservar y evocar cuanto se ha vivido. Es un fenómeno muy complejo en el que entran en juego el psiquismo elemental (rastros que las sensaciones dejan en el tejido nervioso), la actividad nerviosa superior (creación de nuevas conexiones nerviosas por repetición, es decir, reflejos condicionados) y el sistema conceptual o inteligencia propiamente dicha. Es una actividad específicamente humana en cuanto comporta el reconocimiento de la imagen pasada como pasada. Así define http://www.psicoactiva.com/ a la memoria, brindando un concepto breve pero consistente de todos los elementos psicofísicos que juegan un papel decisivo en el establecimiento y permanencia de la memoria y la evocación de sucesos ya vividos que, en el momento de ser reproducidos ya son sólo recuerdos.

Y sí, gracias a la memoria continuamos teniendo algún tipo de conexión con el pasado que hemos vivido y que nosotros mismos, sin lugar a dudas, hemos protagonizado, habiendo podido desempeñar un rol feliz o no, cómico o trágico, etc. Asimismo, el poder de nuestra memoria y la recurrencia de sus recuerdos es directamente proporcional a la intensidad de las sensaciones, emociones y sentimientos experimentados en un determinado momento, espacio y circunstancia de nuestras vidas. A cada uno de esos corresponde uno de los anteriores, y es que no vivimos por vivir: no hay relación humana dada en un determinado espacio y mediando alguna circunstancia que no consiga impactar nuestra subjetividad, para generarnos a la postre un recuerdo que nuestra memoria atesorará. Tenemos recuerdos de familia al lado de nuestros seres queridos, de los compañeros de la escuela, los amigos de la universidad, de la relación con nuestros vecinos, de los amores alcanzados como también de aquellos otros frustrados que definitivamente, con un trazo contundente -como también podría serlo pálido- han ido a grabarse en la memoria, y de cuando en vez se reactualizan como lo que son, recuerdos, de acuerdo a nuestra expresa voluntad de evocarlos -en el caso de que tengamos un adecuado dominio sobre nuestra psiquis.

¿Pero qué hacemos cuando no son recuerdos gratos sino dolorosos los que consiguen filtrarse a nuestro pensamiento actual y turban el desenvolvimiento de nuestra vida? ¿Qué nos salva de un fantasma que habita en los corredores de nuestra mente y que, en la mayoría de los casos, sólo nosotros podemos ver? Es un combate que lidiamos solos contra ese recuerdo gelatinoso que no se deja asir por nuestras manos, ávidas de aniquilarlo por el dolor que nos ocasiona. Es en este punto que las diversas patologías de la memoria hacen una aparición en escena casi milagrosa que termina redimiendo engañosamente a la persona atormentada. Entre estas tenemos las siguientes:

La amnesia.-

Es la pérdida parcial o total de la memoria que puede deberse a causas emocionales u orgánicas, o a la combinación de ambas. La amnesia nos impide la evocación de hechos específicos, no solamente de los dolorosos, también de aquellos felices. En el caso de que sean, como referíamos líneas arriba, sucesos dolorosos los que se pierdan en el dédalo del olvido, la persona habrá podido ganar una serenidad que de seguro le hacía falta, al verse atormentada por los mismos, pero ¿cuál será el costo a asumir por ello? Cuando un problema como la amnesia se presenta, puede que se lleve recuerdos dolorosos -ese es el lado positivo- pero por lo general barré con los recuerdos de un sólo tirón, llevándose desafortunadamente también los buenos. Y es que esto se comprende porque nuestra vida es una sucesión de experiencias felices y no tan felices que se intercalan unas con otras a lo largo de nuestros días. La amnesia lamentablemente no es una patología selectiva que procede con un mecanismo de elección de lo que va a llevarse, a la vez que esté en pacto con quien la sufra, a fin de aliviarle la carga gnósica (por gnosis=conocimiento. Hay que considerar que el recuerdo es también conocimiento de algo, alguien). No, si fuera así no se le consideraría como una patología sino como un proceso de autorregulación que la mente despliega para salvaguarda de la estabilidad psíquico-neurológica del ser humano.

La persona amnésica es una persona menos completa en tal sentido, vulnerable y tristemente vacía, así como insegura en relación a los eventos sucesivos que esté por protagonizar. Entre otras complicaciones, y de acuerdo a la edad en que la amnesia se dé, en la buena parte de los casos hay que repetir el proceso de socialización para estar al día con el entorno y las personas que rodean al paciente. Además, el pasado no es sólo fantasmas grises que se ciernen sobre nuestra tranquilidad, amenazándola. Son también buenos momentos hechos recuerdos que afloran en el presente y que, a la hora de tomar decisiones o de enfrentar nuevas experiencias y situaciones de vida, nos sirven como una especie de feedback insustituíble del que así nomás no podemos prescindir.

Imagimenos que no supieramos que meter los dedos en el enchufe de la pared nos va a causar una pequeña descarga de corriente eléctrica: al intentar hacerlo -y luego, en efecto, hacerlo- sabremos que ya no más tendremos que intentar semejante cosa (a menos que nos guste recibir descargas de corriente eléctrica a escala controlada), y mucho menos intentar hacerlo con las manos mojadas (a no ser que se esté buscando una manera de morir). De la misma manera, y sirviéndome de este prosaico ejemplo, ¿cuántas cosas en la vida tendría que experimentar nuevamente la persona amnésica que ya aprendió y vivenció antes, como salir sola a la calle, interactuar con las personas, etc.?

La hipermnesia.-

Fenómeno de exaltación de la memoria producido en estado de trance y por personas con facultades de agudizar el psiquismo, hasta recordar con los más precisos detalles hechos y conocimientos perdidos en la memoria del tiempo. El paciente que sufre esta patología recuerda todo lo que ha hecho cada instante de su vida al punto de poder presentar un reporte detallado de los mismos. Las personas con este "talento" no son abundantes en este planeta sino todo lo contrario, son muy escasas, siendo 03 los casos que se refieren en todo el mundo según http://noticiasinteresantes.blogcindario.com/2008/08/01258-hipermnesia-o-la-enfermedad-de-recordar-todo-lo-que-has-hecho-cada-instante-de-tu-vida.html

El mencionado portal también refiere que las personas con esta patología no viven ésta como un don, ya que presentan dificultades de abstracción, siendo incapaces de generar categorías. En tal sentido, hay una imposibilidad para generalizar, por lo que el paciente se detiene en la evaluación de elementos particulares sin ser capaz de extraer de cada uno de ellos las cualidades comunes. ¿Pero podría ser un problema recordar, entonces, más de lo que normalmente las personas suelen recordar? La mente también podría ser -como expresara José Baquíjano y Carrillo (1751-1817), precursor de la independencia del Perù cuando dijo del mismo- como un resorte que ajustado más de lo que permite su elasticidad termina por saltar de la mano de quien lo contiene. No se le puede dar a la memoria más recuerdos de los que normalmente ésta almacena. El olvido y sus mecanismos, así, pues, juega un rol necesario porque nos ayuda a eliminar recuerdos que, simplemente, no sirven. ¿Qué de trascendental puede tener el que, a la vez que se recuerda un pasado evento personal, importante y trascendente, se recuerde también que, por ejemplo, ese mismo día se casó la hija del primer ministro de Andorra? ¿Si algo así se olvida, la vida de uno se verá perjudicada en lo más mínimo? O a la inversa, ¿si esto mismo se recuerda, mejora en algo nuestra vida? Definitivamente que no.

El olvido le da espacio a nuestra memoria para almacenar nuevos recuerdos, quizá aún más importantes que evocar después, como el nacimiento de un hijo. No es ni bueno ni útil saturar la memoria con cosas tan baladíes como la mencionada en el párrafo precedente.

La paramnesia.-

Es un desorden de la memoria caracterizado por la ilusión de recordar cosas y situaciones que se viven por primera vez. El caso contrario es sentir que las cosas familiares son vistas por primera vez. Algunos investigadores indican que podría haber alguna conexión entre la paramnesia y la epilepsia al ver que los efectos de la primera ocurren antes de una convulsión propia de la segunda patología mencionada. Pero, tomando la primera parte de esta definición que se refiere a la ilusión de recordar lo que se vive por primera, en el caso de que uno no esté tan paramnésico como se podría pensar, el simular que se recuerda algo que se vive por primera vez tendría la particularidad de apreciarse, según la espontaneidad del sujeto, como un gesto de cortesía y cordialidad, como fingimiento o hipocresía, o simplemente como vergüenza a hacer el ridículo. ¿Cómo así?

Si es la primera vez que voy a cenar a un lujoso restaurante junto con otras personas que no son mis amigos, pero a los cuales quiero impresionar, y quiero aparentar ante ellos que tengo costumbre de hacerlo, entonces fingiré que estoy familiarizado con una práctica de este tipo, pese a que sea la primera vez que la vivo. Así, ¿qué tanto podemos hablar de que la persona que recurre a este engaño, a este autoengaño, no tiene un desorden, si no de la memoria, de la personalidad? ¿O si visitamos un asentamiento humano por primera vez y, para salvar un poco las enormes distancias sociales fingimos cortesmente saber de los problemas por los que pasa su población y estar al tanto de escenarios como aquel? ¿Somos parmnésicos? No.

Pero si hablamos de la paramnesia en su estricto sentido clínico, ¿tiene ésta alguna ventaja para la persona que la experimenta? Pensemos en que muchas veces las personas necesitamos "recordar" lo que vivimos por primera vez porque así hayamos sosiego para nuestras atormentadas conciencias, y descartamos por un momento que sólo hasta ese momento hemos podido llegar a tener contacto con ese algo o alguien que desde hacía tiempo queríamos alcanzar, pero que en el pasado quizá diversas dificultades que coparon nuestro camino hacia nuestro ansiado fin nos impidieron hacerlo. Acaso es doloroso tomar conciencia, en el presente, de que lo que estamos viviendo ahora, lo que estamos gozando ya, nos costó mucho tiempo y sacrificio, mucha renuncia y desvelos. Por supuesto que si llegamos a paladear un momento gozoso de este tipo -una meta a la que se llega con un historial de sacrificios asentado en nuestras espaldas- inexorablemente se harán presentes los recuerdos de malestar asociados al camino que fue menester recorrer para llegar a éste. Entonces, para suprimir la sensación dolorosa es que decidimos "olvidar" los sucesos previos y simular que el instante llegado no es novedoso sino que ya se esperaba, más aún, que ya se estaba familiarizado con el mismo, y que en el momento de ser vivido por primera vez solamente se lo está recordando.

Pero entonces quizá esto ya no sea paramnesia sino una forma de re-crear momentos de nuestra vida que nunca tuvieron lugar, y hacer como que si se recordaran los mismos: lo que nunca pasó y que pensamos sí pasó, y todavía decimos recordar. Una tía mía solía decir que a su papá (o sea a mi abuelo) le encantaba que ella le pusiera música de Roberto Carlos. Ese es el testimonio de mi tía, y al haberla oído "recordar" esto, ella misma se conmovía. Lo cierto es que, según el relato de terceros, a mi abuelo jamás le gustó Roberto Carlos, ni nunca se llevó bien con mi tía, por lo que nunca habría podido pedirle cosa semejante. ¿Quién miente? ¿Este falso recuerdo sigue siendo paramnesia o ya es locura?

¿En qué momento dejamos que sea más nuestro subconsciente o inconsciente el que juegue un papel más decisivo que nuestra conciencia a la hora de asimilar las diversas vivencias de la vida cotidiana, para luego dar testimonio de las mismas con la respectiva evocación de aquéllas? ¿Somo conscientes, por ejemplo en el caso del falso recuerdo, de que nos estamos engañando a nosotros mismos con tal de hallar la calma que necesitamos? Pero entonces una calma como la que se quiere alcanzar solamente llegaría si en un cierto punto dejamos de ser conscientes del autoengaño para ya simplemente evocar el recuerdo de algo que jamás se vivió. Ese es el pacto que hacemos con nuestra memoria: tenemos que creer nuestras propias mentiras para luego defender con ardorosa fe nuestras falsas verdades.

domingo, 30 de agosto de 2009

Vivir quiero contigo



Como espectadores atentos hemos podido ver desde hace aproximadamente 02 meses cómo los medios de comunicación han invadido de la manera más grotesca y ofensiva posible la vida privada e íntima de figuras públicas que, sí, pueda que se deban a determinadas audiencias, a determinados seguidores -ello en virtud de la actividad profesional o artística que puedan realizar- pero que en ningún momento justifica que sus secretos mejor guardados sean ventilados y dados a conocer a propios y extraños tan sólo esgrimiendo como argumento para esto la mera pretensión de la búsqueda de "la verdad" que, a su vez, pueda esclarecer otros hechos todavía más trascendentes.

Medios de comunicación como prensa, tv y radio han blandido los titulares más sórdidos que hasta ahora hayamos podido leer y escuchar, siempre valiéndose para este fin de aquella falacia no formal que enseña la Lógica, llamada falacia del énfasis, y que básicamente consiste en buena parte en descontextualizar las afirmaciones del declarante y extraer de ellas la frase que más "sensación" pueda causar, generando así la atención de miles de lectores y espectadores. O también, sin que haya de por medio las declaraciones de un particular -y tan sólo el relato de un "hecho"-simplemente se coloca como titular al menos una palabra que, en la mayoría de las veces por su cualidad polisémica, pueda prestarse a más de una interpretación por parte del receptor del mensaje, en este caso, de la "noticia".

En efecto, "noticias" como las del asesinato de la cantante Alicia Delgado, del homicidio del estilista Marco Antonio o del supuesto parricidio de la millonaria Miriam Fefer deberían constreñirnos a hacer una reflexión que, creo, hasta ahora nadie ha intentado hacer de modo sensato y coherente: el papel de los medios de comunicación y su radio de acción con relación a los espacios privado e íntimo de las personas. ¿Son lo suficientemente legibles las fronteras, los límites de estos últimos para impedir la intromisión de los primeros, resistiendo a su supuesta tarea de "encontrar la verdad" que se oculta tras la confusión fáctica y discursiva de las personas?

En medio de todo este festín carnicero de "noticias" no se puede dejar de mencionar a un actor trascendental en la vida de los peruanos que consigue pasar piola día a día: ¡papá Gobierno! Sí, pues, la agenda de gobierno del partido aprista actualmente en el poder, y su respectivo seguimiento por parte de todos los peruanos, queda soslayada porque se le da más atención a aspectos como si Alicia Delgado previamente antes de morir tuvo relaciones sexuales o no con su amante, o si Marco Antonio tenía Sida y por eso se merecía una execrable muerte como la que le dio su joven pareja de turno, o si Miriam Fefer era una madre homofóbica y avara y así ameritaba ser asesinada de la manera tan indigna como en efecto murió. Día a día se comprueba el estrecho y gozoso contubernio que enlaca a Gobierno con medios de comunicación, que claro, haciendo uso de su "independencia y veracidad", sin querer queriendo le salvan el día a los compañeros apristones que cada vez son más en el gabinete de Álan. Recuerdo a Sinesio López -que fuera profesor mío hasta por tres veces cuando estudiaba sociología en la San Marcos- que bromeaba con todos los alumnos respecto del presidente aprista y su camarilla de adictos diciendo que Álan se levantaba tempranísimo todos los días y pensaba en una nueva cortina de humo que concentrase la atención de los peruanos y les desviara de atender las principales problemáticas sociales, económicas y políticas del país.

Pero, dentro de este grupillo de medios de "comunicación", sin duda, el que sigue encabezándolos cual adalid infame, es ciertamente la televisión, con su infaltable instumento de captura silenciosa de atenciones que es el televisor, sí, la caja boba. La televisión tiene todavía un poder más sorprendente si se le confronta con la radio o con el periódico, que reposa en el hecho de transformar la imagen en el mensaje per sé. De aquí que se hable simplonamente de que una imagen vale más que mil palabras, cuando se recurre a la supresión del texto y su consistencia comunicativa para dar paso al despliegue de una plena cultura visiográfica de la confusión visual, al sembrar imágenes que, sin un referente escrito, podrían emanar más de un significado, distorsionado el buen número de las veces, como también y simplemente no decir más nada de lo que contienen. Pero esta prostitución visiva es la que ocasiona el sensacionalismo que canaliza la atención del espectador de manera extremadamente polémica a un hecho por cual se busca concentre una específica atención. Así, ya entre líneas leemos dos cosas: primero, que el hecho probablemente no pueda existir sino hasta el momento en que se filtra y/o enuncia explícitamente la existencia del mismo, la cual solamente consigue concretarse con la atención que va a recibir -y que le dará en ese momento vida- de quienes están ávidos de tomar conocimiento de aquélla, sin saber que en ese instante aún no es tanto acto cuanto potencia, aristotélicamente hablando, claro está.

Segundo, que hay definitivamente un interés que media en este afán de capturar la atención de un buen número de decenas de miles de espectadores. Asistimos a la creación de un hecho que, por irradiar tanta "importancia" y así reunir a su alrededor las atenciones de las personas, termina por invisibilizar otros hechos que -probablemente, de atraer hacia ellos un capital de atención similar al anterior, podrían ser cuestionados por su gravedad y así rescatados del rincón gris en que aparentemente reposan. Otros hechos y otras "verdades" que como la Rima VII de Gustavo Adolfo Bécquer se encuentran como...


Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!


Así, caemos en la cuenta del enorme poder realizador que los medios de comunicación tienen, y sobre todo la telvisión a través de la imagen como arsenal básico para crear y re-crear "hechos" e insertalos en una realidad tan variopinta y colorida como la nuestra. Entonces, una vez liberada la "noticia" sobre el "hecho" en cuestión, y concentrada la atención de las personas sobre el mismo, éstas inocentemente se sienten preparadas para "expresar" una opinión al respecto, la misma que correspondería a los medios de comunicación recoger y difundir. En efecto, los mismos se suelen arrogar la facultad de "expresar" el sentir de la gente, pero esto en el suspicaz caso de ser cierto sólo acontecería en una segunda instancia, cuando -en la tarea de recoger las opiniones de la ciudadanía, del público, o como se le quiera llamar- lo único que estarían haciendo es cosechar lo que se cultivó. Así, y atendiendo a esta génesis del surgimiento y divulgación del "hecho noticioso" lo que los medios de comunicación estarían haciendo no es tanto expresar como generar las apreciones de la gente.

¿Y la tarea de instruir, de formar de la cual los medios de comunicación no están exentos dónde empieza, dónde queda? Es un cariz pedagógico olvidado lamentablemente. Si ya es decir que no informan bien, debidamente, es verdaderamente escandaloso que ni siquiera puedan formar al lectorado que les hace ganar cientos de miles de soles. No basta, por ejemplo, que lancen mensualmente promociones por adquisición de libros, etc., con la compra del periódico y el llenado de un respectivo cupón para dar por consumada una tarea del tipo que aquí se anota, de ninguna manera.

De cara a toda esta bacanal de la "información" la imperiosa necesidad de saber elegir qué se lee, qué se ve, qué se consume al respecto nos lleva a reconocer que, en tiempos como los que hoy por hoy vivimos, el problema de la información va por establecer si ésta está al alcance de las personas o no, porque de hecho que lo está. Vale decir, no creo que haya al menos un peruano que no esté al tanto de noticias como las tres que me han servido de ejemplo para este post. ¡¿Que levante la mano quien no ha oído de las mismas desde hace dos meses?! Hasta la persona con menos posibilidades adquisitivas puede comprar, desde s/. 0.50 céntimos de sol un diario de los llamados chicha e "informarse" sobre cuanto ocurre en nuestro país. Así, el problema es de elección de la fuente de información que nos pondrá al tanto de determinados hechos. Sin embargo, aquí surge el problema que, por ejemplo en el caso de los periódicos, no todos aquellos que cuentan con una estimada credibilidad son posibles de ser adquiridos al precio que se venden, y todos los días, por todos los peruanos. No sin poca desilusión asistimos al despliegue de dos relaciones directamente proporcionales, engañosas eso sí, como son:

alta calidad=alto precio
baja calidad=bajo precio

... que terminan constriñendo, a quien no tiene dinero, a consumir basura informativa, y al qué si tiene medios para hacerlo, a paladearse con reportes noticiosos detallados y comentados por los más ilustres profesionales de la información, analistas y entendidos varios, etc., que informan tanto como opinan, pero de manera un poco más elaborada. ¿Es justo esto?

Finalmente, ¿qué hacemos nosotros para censurar la intromisión de los medios de comunicación en la vida de terceros? ¿Qué hacemos para que estos retomen una agenda pedagógica olvidada y si no, mal atendida? Lo que hacemos es seguir consumiendo lo que nos venden, es la triste verdad. Es que nuestro morbo es uno de los elementos fundamentales a los que apelan los medios de comunicación. Saben que nos interesa espectar las propias experiencias íntimas y privadas que en la vida cotidiana bien podríamos tener pero protagonizadas por terceros. Sí, que sean terceros los que nos hagan ver y recordar cómo vamos al baño, cómo tenemos intimidad con nuestra pareja y cómo la engañamos, cómo no siempre somos tan dignos y decentes como decimos ser a la hora de transgredir nustros códigos éticos de conducta y dejar que las más variadas pulsiones de nuestra psiquis nos dominen. Eso genera a la vez que indignación un placer casi masoquista, como tan sólo que podamos estar llamados por la simple curiosidad, y siguiéndola, ya hacemos mucho.

Cuando el joven cantante David del Águila vio su intimidad asaltada por unas fotos y unos videos en los que aparecía practicando sexo oral a su pareja, y después desnudo mostrando su anatomía, ¿eso a quién le interesaba? ¿Había necesidad de proclamar eso a los cuatro vientos? Definitivamente que no. No hay justificación, creo yo, de ningún tipo para hacer público algo que le pertenece a una persona y que, de no ser contraria su voluntad, debe respetarse y dejarse únicamente y exclusivamente para ese fuero tan restringido como lo es la intimidad. Y si es un secreto de dos, basta que una de las partes se niegue a hacerlo público para que continúe descansando en la reserva de la vida íntima y privada. ¡Nada más!

No podemos dejar que los medios de comunicación vivan con nosotros ni vivan nuestra intimidad, ni mucho menos dejar que permitan que la misma sea vivida por terceros. Siempre será la censura y su poder de cohersión la que le pondrán el mejor coto a los avances perversos de los mismos. Es una necia pretensión el querer fungir de detectives en busca del develamiento de la verdad.

Somos dueños de nuestras palabras y de nuestros actos, de nuestros dioses y de nuestros demonios, y si queremos seguir combatiendo contra los mismos desde nuestra soledad nadie tiene derecho a conminarnos a hacer lo contrario, porque hay verdades que hacen la vida de las personas más llevadera y feliz cuando descansan ocultas e inaccesibles como un arpa, silenciosa y cubierta de polvo, quizá olvidada, en algún ángulo oscuro del gran salón de nuestra psicología.