lunes, 17 de diciembre de 2012

El constructivismo estructuralista de Pierre Bourdieu




La sociología de nuestros días, aquella que nos complacemos en llamar contemporánea -y bien hacemos puesto que refiere un número de estudios que tienen como referente el actual momento de la vida social, política, económica y cultural de las más diversas sociedades extendidas a lo largo y ancho de la Tierra- no puede ser pensada sin nombrar con justicia a aquellos científicos sociales que trabajan por enriquecerla como disciplina. La lista de sociólogos que ya tiene un lugar fijo en el universo del saber producido por el hombre y para el hombre cuenta entre sus filas a un investigador de procedencia francesa, quizá el más nombrado y leído de los últimos 50 años: Pierre Bourdieu.

Con una propuesta teórica alambicada cuanto inteligente Pierre Bourdieu se ha perfilado como uno de los teóricos cuyo esfuerzo de investigación es considerado dentro de los mejores y mayores esfuerzos por conciliar instancias teóricas presuntamente antagonistas (aquellas heredadas para la ciencia sociológica desde los aportes de Marx, Weber o Durkheim) para llegar al establecimiento de un cúmulo teórico ambicioso encaminado a ofrecer lecturas todavía más profundas y reveladoras del espacio social, de sus actores y de sus dinámicas de interacción. Ciertamente, no se puede hablar de teoría sociológica sin que el nombre de Pierre Bourdieu venga a la mente de cualquier persona mínimamente formada en esta disciplina.

El constructivismo estructuralista.-

La propuesta de Bourdieu denominada constructivismo estructuralista debe entenderse por la consideración de la existencia de unas estructuras sociales inasibles e independientes de la conciencia y voluntad de las personas que ejercen sobre las mismas un poder capaz de constreñir y orientar sus prácticas sociales a determinados fines, de las cuales difícilmente pueden salir a menos que renuncien a la idea de una vida en sociedad regida por específicos convencionalismos que organizan su decurso. Sumando a ello, debe igualmente tomarse en cuenta los patrones de percepción, pensamiento y acción que se constituyen como inigualable carta de presentación de los individuos al momento de llevar a cabo sus diversas interacciones sociales, de las cuales se puede esperar un cierto margen de innovación en la medida de la creatividad de los agentes y de los estímulos que los lleven a re-significar o al menos a reconsiderar sus prácticas. Del planteamiento de este concepto es que entonces surge el concepto de campo.

En ambas premisas, ciertamente, se asiste a uno de los más notables intentos por ofrecer una conjunción de lo objetivo (las estructuras sociales, a las cuales el autor terminará concediendo primacía) y lo subjetivo (la construcción por parte de los actores) que no se limite a los discursos teóricos clásicos que muchas veces han caído en antagonismos presuntamente irreconciliables y que sin duda han encontrado sendos tributarios, los mismos que han aportado a establecer esencialismos teóricos generadores de la confrontación que poco han sumado a favor de una perspectiva analítica y comprensiva todavía más profunda y que abarque aquellos resquicios de la vida social que podían quedar inalcanzables para las tradiciones sociológicas pre-existentes. Del planteamiento de este otro concepto se entiende así el concepto de habitus.

Dos momentos del constructivismo estructuralista.-

  De lo expuesto se participa claramente en dos momentos de la teoría de Bourdieu: una primera de corte objetivista, donde el elemento base para la asimilación de esta propuesta es el reconocimiento de unas estructuras objetivas estudiadas por el científico social y en las cuales reposan las representaciones subjetivas de los actores (o agentes para ser más precisos). Tales estructuras son vistas como el principal constreñimiento a la práctica de los agentes y el cuadro de despliegue de sus diferentes pulsiones y lógicas. El segundo momento de la propuesta de Bourdieu tiene un corte subjetivista, donde las representaciones de los actores cobran un cariz altamente dinámico y hasta propositivo, al punto de ofrecer la posibilidad nada desdeñable de un intento de transformación de esas estructuras sobre las que descansan y que ciertamente les permiten su extensión. Asistiendo a este proceso, a este momento de la comprensión es que se aprecian los esfuerzos tanto individuales como colectivos por repensar, reformar o reformular -y hasta revolucionar- estas estructuras condicionantes del impulso social de los actores, o en el menos afortunado de los casos, simplemente dejarlas fijas tal y como ya estaban desde un principio.

  Es con particular atención a este segundo momento donde se inscribe una explicación historicista sobre el principio de acción de los actores, por la cual los mismos asumen una empresa que se confronta con la sociedad misma. En ello los individuos, los agentes, no proceden siendo entendidos como una instancia externa a la estructura ni tampoco como una cosa que reside en la conciencia de las cosas sino en la íntima relación de ambos estados. He aquí el carácter relacional de unos procesos históricos que han conseguido objetivación en las cosas (las diversas formas de instituciones sociales) y, de otra parte, de aquellos mismos procesos históricos que han recaído en la corporalidad de los agentes y que perfilan sus prácticas, o lo que para Bourdieu es el habitus.  

Del despliegue de ambos componentes explicativos es que se puede comprender la producción y re-producción del mundo social, donde sus agentes llevan inscritos en el cuerpo unos procesos históricos gracias a los cuales aparece entendible su desenvolvimiento social, a la par que aquella misma historia ha ido a encallar en un marco rígido como son las instituciones sociales y que le ofrecen a los agentes los senderos por los cuales desplazarse en salvaguarda de su integridad y para la perpetuación de un orden a todos conveniente.

Interiorización y exteriorización.-

  Para Bourdieu esta compleja dinámica acarrea un doble movimiento constructivista, a saber el de la interiorización de aquellas estructuras inasibles y que constriñen, como de exteriorización de aquellas pulsiones e innovaciones que se perfilan como propuesta de replanteamiento y cambio de las mismas o simplemente de validación de su existencia y perdurabilidad. Esa interiorización de las estructuras se da gracias a los diferentes procesos de socialización que comienzan desde los primeros años de existencia del individuo y que después vienen afianzados gracias a la acción de las agencias de socialización (familia, escuela, por nombrar las más saltantes) que se encargan de dotar a los agentes de los insumos relacionales básicos para su desenvolvimiento en sociedad. Posteriormente, con el paso de los años, los agentes participan en el afianzamiento de dichas estructuras al tributarles validez y legitimidad, necesarias para el normal decurso del conjunto de la vida de todos ellos en los más variados campos que se puedan reconocer.

Sin embargo, en el segundo momento entendido como la exteriorización de un bagaje subjetivo -llámense patrones de percepción, pensamiento y acción- los agentes tienen a su disposición la posibilidad de re-crear ese férreo marco que marca el compás de sus pautas conductuales y actitudinales. No llegan a este momento sin haber asimilado debidamente estos constreñimientos y posteriormente haber llevado a cabo un escrutinio en profundidad de su lógica de producción y re-producción. Al des-cubrirse ante sus ojos este alambicado engranaje dan rienda suelta a su creatividad e innovación para ofrecer alternativas que hagan de sus vidas unas vidas más vivibles que encuentren una mejor satisfacción a sus siempre incesantes necesidades.

El habitus.-

Retomando lo hasta ahora visto, participamos de la definición del habitus como concepto que permite entender la subjetividad perfilada por estas estructuras sociales mediante un infaltable proceso histórico. Un habitus que como insumo de un mayor cuerpo teórico va a dar cuenta de esas instituciones sociales que se graban en la mente de los agentes y que son reconocibles en sus pautas de desenvolvimiento. En este sentido Bourdieu alcanza una iniciativa teórica interesante que no sólo refiere a actores que se desplazan por los espacios sociales motivados por unas pulsiones que únicamente partirían de sus propias subjetividades, sino que éstas están respondiendo a cuanto asimilado y labrado en sus mentes y cuerpos. No serían, pues, estos actores, entes autónomos en un sentido pleno e irrefutable que simplemente han optado por disponer unas pautas conductuales y actitudinales a libre albedrío.

De manera acorde con el principio de acción histórica, el habitus irá a contener una explicación de la singularidad de cada uno de los agentes, cuyas prácticas han sido perfiladas en base a muy particulares experiencias de vida dadas en unos espacios geográficos igualmente particulares que suman a la definición de las mismas de manera irrepetible. Para Bourdieu, los agentes aportan respuestas a las diferentes situaciones sociales de la vida cotidiana a través del habitus, y la respuesta frente a las mismas estará intrínsecamente ligada a todas aquellas pautas de pensamiento y acción de las que puedan disponer los agentes, éstas a su vez nutridas por unas experiencias que calan en la sensibilidad de los mismos y que ya disponen una serie de condicionantes para sus posteriores interacciones.

El campo.-

El campo es visto por Bourdieu como aquellos escenarios donde las instituciones sociales cobran despliegue y dinamismo, albergando el despligue de los agentes y sus modos de socialización, de interacción y de intercambio material y simbólico. En el campo cobran vida las distintas relaciones de los agentes, sean éstas de tipo político, cultural o económico que los confrontan ya sea de modo individual como colectivo y de acuerdo a ciertos intereses que se defienden en determinados escenarios de confrontación. Para Bourdieu cada campo está signado por unas fuerzas, por unas tensiones que precisamente le dan su carácter de espacio de confrontación. De esto no es difícil colegir que tales tensiones obedecen a una desigual distribución de los recursos (no solamente de riquezas) y que perfila unos detentadores de los mismos, al punto de llegar a considerarse el establecimiento de monopolios de la legítima distribución y empleo de los mismos.
Surgen con ello las figuras de los dominantes y los dominados, que como concepto explicativo es en verdad poco novedoso pero que, valgan verdades, responde a una configuración histórica de la lucha por el poder que es tan antigua como la presencia misma del hombre sobre la faz de la tierra. ¿Qué se espera que resulte de esta confrontación sempiterna? Pues nada menos que la reformulación de la distribución de los recursos y de la capacidad de detentar los mismos, hecho que a su vez traerá aparejados nuevos poderes idealmente más justos y equitativos. Esta correlación de fuerzas, de experimentar la posibilidad de reformulación de su configuración, no se dará de la noche a la mañana sino que deberá pasar por toda una serie de etapas que la marcarán como proceso. 

En tal sentido es que se desplegarán diversos esfuerzos por arribar a un momento como éste y en el que los agentes nuevamente deberán dar cuenta de sus márgenes de creatividad, innovación, originalidad e ingenio para lograr tan ansiada posibilidad. Tales capacidades se orientan a enfrentar los mecanismos específicos de los que se valen los dominantes del campo para hacer una capitalización de los recursos, sean estos de tipo cultural, político o los hartamente conocidos de tipo económico.

La dimensión del orden social.-

En la aventura por conseguir la anhelada mejor distribución de los mismos es que los agentes entran en una competencia ardua en la que buscan justificar su legítimo derecho a través de la factura de su producción, es decir, la calidad de la que están hechos los productos que pueden ofrecer a beneficio del campo y de su crecimiento como espacio de interacción y significancia social. En la teoría del constructivismo estructuralista se piensa el universo social como un infinito espacio de representación de diversos campos -tanto autónomos como signados por tensiones, enfrentamientos y competencias- en donde los agentes dan rienda suelta a sus prácticas sociales e igualmente inician procesos de intercambio de recursos tanto materiales como culturales que en alguna medida contribuyen a la satisfacción de sus intereses.

Tales campos son tan variados e infinitos y dependerán en la medida que existan recursos que capitalizar y detentadores de los mismos preparados a dictar normas de acceso y goce a los mismos, de los cuales indudablemente puedan obtener un margen de ganancia y beneficio. Son campos que irán a establecer quienes detentan autoridad en materia de producción de saberes y extensión de dinámicas, a la par que restringirán las posibilidades de alcance de reconocimiento a los nuevos productores del campo, que bajo legítima aspiración buscarán el mismo a través de la producción de nuevos conocimientos o técnicas útiles a la “naturaleza” y pretensiones del campo.

Valoración de la propuesta de Pierre Bourdieu.-

El constructivismo estructuralista ha sido posible gracias a un específico trabajo de investigación que Bourdieu ha llevado a cabo, el cual comienza con una labor de observación sobre la acción de los agentes. Este punto no deja de ser esencial en todo momento del planteamiento teórico. Gracias al despliegue de los esfuerzos de los agentes es que se comprende su avance hacia el análisis del campo y de las estructuras que lo rigen y que les dan coerción. Frente a ellas los agentes actúan con premura visto que se hayan interpelados por las mismas constantemente.

Como ya se había anotado, los agentes ofrecerán respuestas a tales interpretaciones a partir del bagaje cognoscitivo y empírico del que dispongan en un momento dado. De los insumos extraídos de la experiencia es que se fijan conocimientos que orientan las respuestas de los agentes, seguramente unas más eficaces que otras, pero que indefectiblemente se validan conforme van demostrando ser útiles y funcionales a la satisfacción de necesidades y conservación de la integridad de los agentes. Cuando se llega a este nivel de utilización de una serie de respuestas es que se habla de un sentido práctico, donde concretamente se activan fórmulas ya validadas, si se quiere, que economizan la reflexión -incluso la energía que conlleva a la misma- encaminadas a la resolución de problemas prácticos que se suelen presentan en la vida cotidiana así como en diversas esferas de la vida social de los agentes, ciertamente requeridos de alternativas eficaces y eficientes.

Este sentido práctico se halla inscrito en el cuerpo de los agentes, en sus movimientos, en sus diferentes desenvolvimientos corporales, los cuales se activan ante la particularidad de la situación enfrentada. Dicho sentido práctico sería otro modo más de interiorización de aquellas estructuras sociales que, pese a sus constreñimientos por momentos asfixiantes, dotan a los agentes de pautas útiles que les permiten surcar los mares más procelosos de la vida social. En mundo cada vez más convulso y sensacionalista, demandante de acciones rápidas, un concepto como el del sentido práctico da luces sobre esto que durante todas estas líneas se ha venido hablando: la práctica de los actores, que no solamente se limitarían a re-producirlas sino que buscarían la posibilidad de reformular las estructuras en las cuales se mueven. De todo esto, se asiente que hay una intrínseca dialéctica entre el establecimiento de una estructura social y sus márgenes de coerción y los desplazamientos de los agentes, reproductores e innovadores según su particular proceso biográfico.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Las pequeñas grandes victorias de un niño bonito



Ha de quedar claro que de aquí en adelante el niño bonito al cual me voy a referir en este post indubitablemente soy yo.

Este post lo escribo para celebrar las pequeñas grandes victorias de un niño, bueno como todo niño, y que hoy por hoy -aunque ya ha dejado de ser niño- definitivamente sigue siendo bonito.

Secundariamente, escribo este post para dar cuenta de las buenas prácticas que -juiciosamente inculcadas durante la infancia- perduran a través de los años, forjando los buenos espíritus de las personas especiales, ésas que injustamente la gente vulgar, ignorante e insensible no consigue comprender en todo su esplendor.

Ir a la escuela (en este caso a la escuela primaria, para darnos un contexto y marco que acoja el presente relato) fue una experiencia particular -por decir lo menos- para ese niño bonito. Era fácil por el hecho de ir a aprender muchas cosas en un espacio diferente al de la casa, al del propio hogar. Era fácil e interesante porque aquellas cosas nuevas que se iba a aprender eran impartidas por otras personas -no las del contexto familiar ciertamente- y que ofrecían una gran variedad de conocimientos, de manera libre y espontánea.

En cambio fue difícil por el hecho de tener que convivir, de compartir espacios, con otros niños y niñas muchas veces torpes, distraídos y poco dispuestos a aprender. Claro, no todos. Seguramente debe haber habido al menos uno o dos con las mismas predisposiciones intelectuales que las del niño bonito para hacer de la escuela un espacio tolerable. En medio de todos ellos, resplandecía el niño bonito. Y esto no era fácil: en un mundo de gente mediocre, destacar es un riesgo, cuyo costo consagrado es la soledad. O al menos lo fue para el niño bonito.

Aquel niño bonito se granjeó el reconocimiento de sus profesores y la envidia de sus compañeros. De entre aquellos 10 ó 15 niños y niñas de la clase, asumió el compromiso de forjarse un criterio en base a la asimilación de diversos conocimientos. posteriormente, puso en práctica lo que sabía, todo con tal de ir preparándose desde aquel entonces para el largo camino que habría de recorrer y que se llamaba vida. 

Pero, como ya lo mencioné, aquella noble consagración del niño bonito le granjeó la envidia de sus compañeros y compañeras, que no terminaban de entender porqué no prefería dedicarse al juego o a la gratuita pérdida de tiempo bien -consentida en los infantes- y preferir sus estudios, los cuales indefectiblemente lo llevaban a destacar. Sobresalir, entonces, le costó un aislamiento que no pidió pero al que se fue acostumbrando con el paso de los años.

Se trataba de una envidia dirigida a aquel niño bonito -que además de ser aplicado y de tener unos padres pendientes de él- colmaba estas buenas virtudes y posibilidades con el hecho de ser agraciado, físicamente agradable. Era demasiado para aquellas pequeñas mentes prematuramente perversas pero a las cuales se enfrentó gracias a una indomable fuerza de voluntad y carácter que le evitaban caer en un estado lastimero por el cual tan siquiera pudiese pensar en permitirse cambiar lo provechoso (sus estudios) por un grupito de amigos insulsos.

Ese niño bonito ya tomaba sus elecciones a sus tiernos 8 ó 9 años. En medio de tantos compañeritos idiotas, ese niño bonito había decidido hacerle saber a los demás que era buen mozo y que así ganaba simpatías -si no en sus coetáneos al menos en las personas mayores. 
Ese niño bonito era bonito porque además de ser físicamente bonito se peinaba correctamente y llevaba bien puesto el uniforme (y limpio, obviamente). Ese niño bonito preparaba sus útiles y tareas para el día siguiente, repasaba las lecciones, estudiaba a conciencia y rendía buenos exámenes. Este esfuerzo se veía premiado en las excelentes notas que llevaba a casa y que hacia el final del año le ganaban los diplomas y reconocimientos al mejor rendimiento escolar del año. A todo este dechado de virtudes se sumaba lo cortés y respetuoso que era, manteniendo en todo momento un buen comportamiento y desenvolviéndose con educación y buenos modales en los diferentes espacios a los que asistía.

Nada de esto habría sido posible si el niño bonito no hubiese crecido en un adecuado contexto familiar. En tal había sido afortunado. Había recibido de la vida el privilegio de ser amado por sus padres y demás familiares, tener la debida atención de ellos antes sus situaciones y problemas, el cuidado esmerado y la palabra de enseñanza oportuna. Todo esto se reflejaba lógicamente en un adecuado desarrollo personal del niño bonito, pero que lamentablemente era visto con recelo y envidia por sus compañeros de escuela. Estos le ofrecían una burla descarnada a una buena actitud que consideraban propia de un nerd (y ciertamente se expresaban así por el niño bonito les caía antipático). En respuesta a ello, el niño bonito les ofrecía su desprecio y después su indiferencia, regodeándose en sus pequeñas grandes victorias. Ciertamente digo grandes porque para un niño de 8 ó 9 años ya lo es bastante: adaptarse a las normas, respetarlas y en la medida de sus posibilidades buscar destacar, sobresalir. Esto ya hablaba con grandilocuencia de un compromiso por adherirse a un orden en el que veía el camino al progreso.

No rodearse de amigos sino de conocimientos significó para el niño bonito una de las mejores oportunidades de crecimiento personal por la forja de una mayor amplitud de mente y espíritu que muchos años más tarde, al llegar a la universidad, habría de concretar con sus estudios superiores.Ya desde este momento asistimos a la génesis de una soledad que habría de caracterizar al niño bonito. ¡¿Pero qué le vamos a hacer?! ¡Son elecciones! Y ese niño bonito ya tuvo que tomar a esa tierna edad y de las mismas decidió no separarse jamás.Fue entonces cuando supo que no había nacido para caerle bien a todo el mundo, que jamás sería popular ni que jamás ganaría la elección del mejor amigo por su imposible carisma y simpatía.

Ese niño bonito es hoy en día un adulto, pero sigue siendo igualmente bonito, inteligente, educado y respetuoso. A ello ha sumado grandes dosis de lúcida ironía que lo distingue, imprimiendo este indeleble sello personal en todo lo que dice y hace. Claro, ser así hace que caiga mal -ya quedó claro- pero a estas alturas de su vida eso casi nada le importa. Tiene claro que fuera de él lo demás es ciertamente postergable.

jueves, 8 de noviembre de 2012

En aquel rincón onírico



Carolina sonó con el mar...

Carolina soñó con el mar y todas sus olas aquella noche. Se veía extasiada ante la llegada de cada una de ellas, cada cual más grande y amenazante que la otra. Por un momento pensó que alguna de ellas la habría podido llevar lejos de las rocas donde se encontraba, hacia algún punto desconocido del que no podría regresar jamás. Y aún así no sentía ni el más mínimo deseo de ponerse a buen recaudo. Ciertamente la sola idea de dejar su orilla la embargaba de expectativa.

Carolina estaba sola en aquel sueño. A su alrededor no había otras personas que, como ella, pudiesen contemplar el espectáculo que se descubría ante sus ojos. Eran entonces ella y el mar. Ella tan frágil y orgullosa frente al mar cada vez más bravío que la retaba a capitular. En virtud de ese orgullo, Carolina seguía firme y no se iba. En ese solo momento no podía recordar haber vivido alguna experiencia todavía más excitante.

Carolina estaba sola pero no se preguntaba porqué lo estaba. Es más, jamás consideró seriamente la idea de interrogarse por algo como esto. No era una cuestión fundamental para Carolina estar al lado de alguien o no ante un espectáculo ofrecido por un mar indómito. Sabía que le bastaba estar allí, sola, consigo mismo, para darse por satisfecha y halagada. Pocas veces la naturaleza le revelaba una de sus mayores exuberancias, y en aquella oportunidad había escogido a Carolina... Era dichosa...

Carolina sí pensó en el instante en que despertaría de aquel sueño. Quizá solamente en ello es que pudo reconocer alguna pizca de temor. Temor porque una soledad tan íntima como la que estaba teniendo fuese a acabar para verse de nuevo rodeada de todos aquellos que se habían ido y que le habían dejado las migajas de sus presencias. Carolina aborrecía tener que recordarlos, tener que volver a ver pasar por su mente la imagen de los hombre y mujeres con los que alguna vez había reído, llorado, hablado y cantado y ahora ya no estaban. Se habían ido un día, o una noche quizá, y no le dijeron siquiera un hasta pronto, Carolina. Simplemente desaparecieron.

Carolina ahora los detestaba, y detestaba aún más tener que detestarlos. Detestaba tener que pensar en detestarlos no bien despertara y regresara al mundo real, abandonando aquel rincón onírico en el que se sentía tan soberbia y espléndida. Carolina pensaba que ésta era una de las más grandes injusticias que la vida tenía: no poder permitirle al ser humano difuminarse por aquellos espacios y tiempos remotos, fuera de este mundo, donde las personas presuntamente podían conseguir su realización. Poco a poco, Carolina dejaba de sentirse dichosa.

Carolina regresó de aquel paraje perdido por los meandros más insondables de su mente. Despertó, abrió los ojos y se vio sobre su cama, mirando hacia el techo. Faltaba todavía mucho para que amaneciera, o al menos eso era lo que presumía por el color aún profundamente negro de aquella noche de noviembre. En medio de ese retorno forzado, sonrió. Carolina deseaba ver el mar y pasear por la playa, de noche y sintiendo la fuerte brisa marina acariciando sus mejillas, despeinando sus cabellos y susurrándole lo única que era.

Carolina confirmó que debía volver al mar, a charlar con la eternidad y a renovar una vez más un compromiso que habría de ser imprescriptible en tanto poblase este mundo y no aquel rincón onírico del que había regresado: ser feliz. Tenía claro que sólo a eso estaba destinada...

viernes, 2 de noviembre de 2012

Truco o treta...



El 31 de octubre no es un día cualquiera en el Perú, o al menos en Lima que es donde yo vivo. A la importada celebración de Halloween (que valgan verdades cada vez da menos miedo y al contrario causa más hilaridad) la patriotería peruana opone con gran fervor la celebración del día de la Canción Criolla. A ello necesaria y tristemente hay que agregar que el peruano promedio -y que alrededor de no una sino dos o tres o hasta una caja de cerveza puesta lo mismo puede celebrar el día de la Canción Criolla que Fiestas Patrias, por decir- conoce poco o casi nada de tan rico bagaje musical. 

En efecto, cuando se le habla de la Canción Criolla la primera imagen que le viene a la mente es la de la compositora Chabuca Granda, y la piensa como artista fundacional de este género hoy por hoy en buena medida reivindicado pero poco conocido y así escasamente apreciado en toda su riqueza y vastedad de notas.

Ahora, cuando se piensa en Chabuca Granda tampoco se crea que se viene a la mente todo su repertorio melódico, todas sus canciones del ayer que vienen a nuestro hoy. Generalmente se piensa en La flor de la canela, un casi segundo himno nacional para los peruanos y que ciertamente ha dado la vuelta al mundo. La flor de la canela es para el Perú lo que el Alma llanera para Venezuela o Granada para España. 

Y no se ha hecho mal puesto que no  solamente esta canción sino todas las que componen el acervo musical de esta compositora son dignas de mantener un sitial privilegiado dentro del patrimonio inmaterial de la humanidad. Más allá, sin embargo, de estos desconocimientos de base, es plenamente legítimo querer lo propio en detrimento de lo foráneo, aunque no deje de ser cierto que elecciones de este tipo a veces puedan cobrar ribetes chauvinistas tan inelegantes como repulsivos. 

Días atrás me preguntaban qué habría celebrado, si Halloween o el día de la Canción Criolla. Yo decía que ninguno de los dos porque francamente no me interesan. Me interesan menos ahora que mi mal llamada "vida social" se está extinguiendo. Pero si hubiese tenido que escoger por una de estas dos celebraciones, me habría inclinado por Halloween. Las cosas que uno puede llegar a decir...

La música criolla, como ya lo dije líneas arriba, es attraente, partiendo por considerar su historia, sus espacios y tiempos de producción para luego pasar a su factura musical, su línea melódica, su gran lirismo. Cuando pienso en la música criolla y su notable belleza me es imposible pensarla con otros compases, sugiriendo otras imágenes o lugares. Es entonces cuando compruebo que ha sabido capturar algo que los huachafos llaman "esencia": la esencia de lo que somos como peruanos (o al menos algunos peruanos) o lo que podría ser lo mismo pero dicho de otra forma, la idiosincrasia de un pueblo (otra palabra bastante manoseada). Sin embargo, son los textos de todas estas canciones las que en algunas ocasiones no me convencen. Canciones que generalmente expresan sentimientos de tristeza, de dolor, de pérdida. 

Ya que hablamos de Chabuca Granda, leamos un poco qué dicen algunas de sus más emblemáticas canciones:
  
¡Qué hermoso que es mi chalán!
¡Cuán elegante y garboso!
Sujeta la fina rienda de seda,
que es blanca y roja.

¡Qué dulce gobierna el freno
con sólo cinta de seda,
al dar un quiebro gracioso
al criollo bere-bere!

José  Antonio,  José  Antonio,
¿Por qué me dejaste aquí?
Cuando te vuelva a encontrar
que sea junio y garúe.

Me acurrucaré a tu espalda,
bajo tu poncho de lino,
y en las cintas del sombrero,
quiero ver los Amancaes,

que recoja para ti,
cuando a la grupa me lleves
de ese tu sueño logrado,
de tu caballo de paso.

¡Aquel del paso peruano!


En este extracto de la célebre José Antonio (http://www.youtube.com/watch?v=RRaBe-hzhY0), la compositora canta a la gallarda figura de José Antonio, desplegando nobles palabras a favor de su portentosa estampa, pero a la vez expresa congoja por su  necesaria partida, la misma que parece alimentarse con el ansia del retorno del amado. 

Como ésta -pero con las tintas más cargadas- tenemos Pero regresa, inmortalizada por Lucha Reyes:

 Te estoy buscando porque mis labios 
extrañan tus besos de fuego. 
Te estoy llamando y en mis palabras 
tan tristes mi voz es un ruego. 

Te necesito porque mi vida sin verte 
no tiene sentido y van 
y van por el mundo mis pasos perdidos, 
buscando el camino de tu comprensión. 

Apiádate de mí si tienes corazón, 
escucha en sus latidos la voz de mi dolor. 

Pero regresa para llenar el vacío 
que dejaste al irte, regresa, regresa 
aunque sea para despedirte, 
no dejes que muera sin decirte adiós...

Pero regresa (http://www.youtube.com/watch?v=76gtXa3iEY0es la más preclara manifestación de todo el dolor que se puede experimentar por la ausencia del ser amado. La canción expresa de manera acabada esa impresionante ligazón de dependencia que puede existir entre la presencia de quien se ama y la posibilidad de mantener con vida a quien tributa ese amor, una posibilidad que le otorga sentido a una existencia y le da aliento para seguir. 

Finalmente, una canción que no tiene corte amoroso pero que igualmente expresa sufrimiento. Hablo de Una carta al cielo (http://www.youtube.com/watch?v=JsLaq6Y921w), también conocida por la voz de Lucha Reyes:

La autoridad pregunta,
dime carita sucia
si es cierto lo que dice
y cesa de llorar.

El niño le responde,
es cierto mi sargento,
robé un ovillo de hilo
para así hacer llegar.

A mi blanca cometa
hacia el azul del cielo,
allá donde se ha ido
mi adorada mamá

No ve en ella una carta,
prendida a mi juguete,
perdóneme si en ella
yo quise preguntar.

¿Por qué mamita linda?
¿Por qué te fuiste lejos?
Dejándome tan solo
con mi pobre papá.



En esta canción el dolor que embarga es todavía mayor. Se trata de la pena que siente un niño por la muerte de su madre, una pena que sumergida en la inocencia lleva al menor a pensar que puede hacerle llegar a su madre su pedido de volver con ella. Es sobre todo este factor, el de la inocencia del niño, el que impacta más en quien se toma unos minutos para escuchar Carta al cielo

Y así podría seguir nombrando otras canciones del acervo criollo igual de plañideras. Ante ello entonces preferiría unirme a una celebración plástica como la de Halloween que si bien poco aporta como valores ciertamente se cierne en el imaginario de las personas. Una celebración donde se puede ser un zombie o un vampiro o el hombre lobo, dependiendo del disfraz que se lleve puesto, y que por algunos instantes puede alejarnos de los problemas de la vida cotidiana, creando para nosotros una atmósfera de cuento, de narración extraordinaria donde podemos vivir emociones diferentes, al menos por una noche. Si en ello podemos encontrar algún alivio a los pesares diarios y transportarnos a mundos fantásticos entonces bienvenido Halloween.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El globo



¡Lo solté!
Lo dejé irse por los aires
sabiendo que ya no volvería a mí...
Le di la libertad
pero sabía que no le duraría mucho...
Vi cómo ascendía
y en medio del cielo, ya lejos,
el globo reventó.

Lamenté
que ya no estuviese conmigo
y me llamé estúpido por haberlo hecho...
Y cuando lo tuve
asido a mis manos
pensaba con ansia en la idea
de dejarlo ir... ¡Ay, mi globo!

¿Por qué 
teniéndolo conmigo no sabía
qué hacer?, y ahora
que no lo veo más 
pienso en todo 
lo que habríamos podido hacer...

Como ese globo
mis deseos, uno a uno
comienzan a irse por los aires
y me queda la gana loca
de recuperar el tiempo que ya se fue...

lunes, 1 de octubre de 2012

El valor de la vida



 ¿Quién no se ha quedado sorprendido con la repentina muerte de la joven peruana Ruth Thalía Sayas, la primera concursante de El valor de la verdad? Quizá su muerte ya se veía venir al saber de su misteriosa desaparición, pero lo cierto es que más de uno lamenta que una mujer tan joven y seguramente con un futuro prometedor (con más razón ahora que había ganado 15 mil soles por ir a decir sus "verdades" al programa de Beto Ortiz) vea interrumpido el curso de su vida por la enajenación de un hombre misérrimo y digno de infinita lástima como lo es Bryan Romero, su ex pareja sentimental.

Ruth Thalía alcanzó una notoriedad mediática que si aún contara con vida la lamentaría. Estar en boca de todos, que todos sepan de uno, es ciertamente un arma de doble filo. Ello se hace todavía más patente si aquello por lo que se salta a la palestra no son precisamente cosas buenas, virtudes que los demás elogien, sino llanamente tu vida misma, tus secretos e intimidades conocidas por todos y todas a condición de ganar dinero. Lo lamentable es que es poco probable que ante un lastimoso evento como su muerte alguien vaya a dejar de pensar que ir a desnudarse -metafóricamente hablando- por una cantidad de buenos billetes sea algo malo o deshonesto. Acá está el punto: cada vez son más quienes piensan que son menos las cosas que deben conservarse puras (digamos así) o inalcanzables por los demás, o simplemente invendibles.

La televisión peruana asistió a un nuevo episodo luctuoso, triste y deplorable en el que seguramente tuvo una participación más que culposa. Después de la pérdida de esta joven quedó claro que para su asesino, Bryan Romero, la vida no vale nada. En cambio para Ruth Thalía, la vida valía 15 mil soles. ¿Cómo así? ¿Es que la necesidad -del tipo que sea- puede ser tan fuerte como para arriesgar lo que más valor debería tener para nosotros mismos, la vida? Esto no lo supo del todo Ruth Thalía, y hoy es tarde.

Ese pobre infeliz que fue su ex compañero sentimental no la mató por ser pobre o por ambicionar la pequeña fortuna que había ganado. La mató porque no tenía nada que perder en caso de ser encontrado culpable. Así pasó y aún así no perdió nada: no podemos decir que perdió 15 mil soles porque esos jamás fueron suyos. Tampoco perdió una vida -entendida como proyecto de vida, valga la redundancia. ¿Acaso su vida era digna de ser vivida? Un hombre como él, viviendo sin entender un significado para su propia existencia, carente no sólo de recursos materiales sino de recursos espirituales que le ofrecieran una garantía de que valía la pena vivir, desprovisto de un sentido para sus días, es totalmente sujeto de la más inifinita compasión que se pueda tener, más allá de poder decir que bien se merece una fuerte condena por su repugnante crimen.

El fondo de todo esto es que se está perdiendo el valor de la vida como centro organizador de nuestro desenvolvimiento social. La vida, no sólo como entidad orgánica sino como concepto espiritual e insumo moral, está perdiendo su amplio significado. Éste se volatiliza cada vez más, se relativiza al punto de saber que pueden haber hombres que matan a sus compañeras sentimentales simplemente porque tienen celos de que los estén engañando, o que algún ladronzuelo con arma en mano pueda cejar el aliento de una persona con tal de robarle menos dinero del que jamás habría pensado. Este desplazamiento de la vida y su valor primero es parte de la desacralización del mundo, un mundo en el que sin lugar a dudas impera una lógica mercantil donde todo, cosas y personas, pueden ser compradas y vendidas. Prácticamente todo es susceptible de recibir una valorización económica, tras lo cual podrá ser ofertado y eventualmente adquirido.

Bryan Romero recibirá la cárcel como castigo a su crimen. Ruth Thalía no recobrará la vida por más que las personas concentren su odio sobre el asesino inicuo. La televisión peruana seguirá ofreciéndonos la basura a la cual estamos acostrumbrados y por más censura que se haga no dejará de ser eso: televisión peruana, híbrida y grotesca como ninguna. Más de un cretino le endilgará buena parte de la culpa a Beto Ortiz y El valor de la verdad para después sentarse imperturbable ante la llamada caja boba y seguir como si nada.  Y es que la televisión es una tentación de la que pocos consiguen escapar.

Tentaciones como ésta las hay por doquier. El punto en medio de todo esto radica en darle el justo valor a las cosas, y en medio de ellas, darle el justo valor a la vida. Un valor que de ninguna manera podrá expresarse jamás en una cifra, por más ceros que tenga. Debería ser ésta la lección marco para entender que como hay cosas que no podemos comprar, también hay otras que difícilmente podemos vender.

lunes, 10 de septiembre de 2012

En tu razón cautivo...



¡Retenlo!
¡No le permitas volar!
¡No le permitas moverse demasiado!
Que no hay un viaje que hacer
ni un lugar a donde ir...
¡Que su cadencia
no perturbe tu razón!

Si tu razón no le asiste
podría dirigirse a cualquier parte...
Se engañaría
pensando que ha de encontrar lo que espera.

Presume de fortaleza,
cree que puede esperar
y esa cadencia cobra impulso
si se comienza a ilusionar.
Procúrale más que menos
que no merece poco o nada
a todo lo que algún día tuvo...
Ese todo
que hoy son recuerdos en tu alma.

Está en tu lucidez
orientar su movimiento
y que se pueda estremecer
junto a quien comprenda su estado
y momento.
No es hoy, no será mañana
pero te aseguro que será un día
que llegará sin anunciarse... Furtivo...
y renovará su latir
ahora en tu razón cautivo...


lunes, 3 de septiembre de 2012

Ojos bien cerrados




Es necesario
mantener los ojos bien cerrados...
Cerrados
para no ver la necedad de la gente
y para no saber
lo que hacen o dejan de hacer
más aún cuando pretenden contra uno.

Ojos bien cerrados
para no ver cómo se van
los receptores de tu afecto
y así no lamentarse
por el curso natural que toman
así como lo toman las cosas.

Ojos bien cerrados
para cultivar la expectativa
de que algún día seremos
gratamente sorprendidos
y alcanzados por quien esperamos.

Ojos bien cerrados
para escuchar lo que no leemos
en los rostros de las personas.
Cerrados
para ver si nos convienen
y cerrados
para juzgar si nos entregamos a ellas
o si seguimos prisioneros
en nuestras formidables jaulas de oro.


miércoles, 22 de agosto de 2012

Los ausentes




Hasta anoche
supe que contestaban 
a lo que en mi confusión les decía...
Hasta anoche
el consuelo que encontraba en sus palabras
me devolvía fortaleza para seguir...
Hasta anoche
quise creer que no estaban ausentes...

Esta mañana
desperté y caí en irremediable cuenta
que debo recitar un monólogo...
Esta mañana
recogí los fragmentos infinitos de mi fábula...
Esta mañana
opté por reemplazar las voces ausentes
por mi solo canto llamado a ser etéreo...

Cuando caiga la noche
volveré a mi estancia amena
y a mi soledad perfecta
y a mi calidez tierna
para envolverme en un silencio
que no pone peros a mi discurso.

Tomaré el calor que emana de mi ser
y encontraré el alivio noble
que sana rupturas y devuelve el brillo...
Allí en mi estancia amena
sin pensar ya más
en la partida de los ahora ausentes.

martes, 14 de agosto de 2012

El oficio del deseo



Invadido por la docilidad de la penumbra
vinieron a mí los esbozos de unos rostros.
Empleando gran esfuerzo, solo en esa estancia
no conseguía ver su presunto esplendor humano.

Aunque el ansia, fiel compañera mía,
me sugería la humanidad de aquellos trazos arcanos
mi otra acompañante, la suspicacia,
me advertía tener cuidado de aquel vacío e inconsistencia.

Algunas con paso ágil, otras con paso trémulo
se aproximaron a mí deslizando por mis formas sus caricias...
Siluetas volubles impregnando algún calor humano
me prometían aquello que no pudieron darme.

La tibieza de sus presencias fútiles pero seductoras
pudieron por instantes aferrarme a sus carismas, volátiles...
Y el aroma que me transportaba a jardines nunca vistos
se escurría como un par de gotas de agua entre mis dedos.

De estos jardines y de estos aromas
pálidos recuerdos hoy conservo...

Me queda una dulce y sempiterna sinfonía
que descubre sus notas cuando renace cada noche.
Le recita al futuro y al pasado, con sutil compás liviano
y me da el insumo necesario para el pensamiento.

En la práctica de singular oficio fluye mi presente...

viernes, 20 de julio de 2012

Nayla Paola Coronado Quispe




Hoy viernes 20 de julio de 2012
a las 5.05 pm
ha venido al mundo
Nayla Paola Coronado Quispe,
mi primera sobrina.

Felicito a sus padres, Susana y Omar
y les deseo amor y unión abundantes
que les servirán en la crianza de su hija.

Y doy infinitas gracias a Dios, nuestro Señor,
por habernos concedido uno de los más preciados
milagros de nuestras vidas.

En ella está la prolongación de nuestra línea familiar
y a ella concederemos nuestro tiempo y cuidados
por verla crecer todavía más feliz
de lo que nosotros, sus parientes, hemos podido hacerlo.

¡Bienvenida, sobrina mía!

domingo, 15 de julio de 2012

La eterna imperfección de las cosas




Los espíritus presuntamente idealistas son los que más sufren con la eterna imperfección de las cosas. Saber que su solo deseo no basta para cambiar el orden universal establecido debe producir una de las mayores frustraciones que en esta vida se puedan sentir. No solamente se debe sentir frustración sino también impotencia ante el descubrimiento de que el poder del deseo per se no es capaz de modificar ese orden universal. Que con el solo querer que las cosas sucedan o menos no es suficiente. Entonces, es menester echar mano de los recursos materiales, esos cuya existencia se puede verificar objetivamente y emplearlos siguiendo  una adecuada estrategia que permita la consecución de los fines, o por qué no decirlo, de los deseos.

¿Pero cómo seguir y pensar que las cosas son eternamente imperfectas? Pensar que lo son supone aceptar la existencia de un ente regulador que determina que sean de otra forma a la que se desea se desplieguen      -y lo que es peor siempre de manera aciaga. Así, las mismas no se dan porque simplemente se las fuerza a ser lo que no pueden ser, porque no está estipulado que sean como se quiere ya que otro es su lineamiento ontológico. Este lineamiento ontológico de las cosas tendría un desarrollo teleológico que -por su factura digamos- aún no nos es permitido conocer.

Ante tal situación, entonces, la clave sería la espera como insumo vital para preservarnos con bienestar y no perder la calma por ese futuro espléndido que aún no llega. En la confianza de que algún día llegará se tendría el combustible para hacer marchar el presente. Lamentablemente, visto que vivimos sumergidos en el mundo de la inmediatez, la espera no es una opción. Así, se sale a la búsqueda de la anticipación del momento último y rutilante, pero en semejante aventura se pierden energías así como tiempo. Es vana esta presunción de querer hacer que las horas avancen más rápido de lo que el reloj puede dictaminar severamente.

Quien acepta esperar comienza a labrarse un espíritu sabio, hecho que no lo mantendrá a salvo de futuros errores, pero se espera que cuando estos se le presenten, sabrá responder de forma inteligente, pero también sensata. La mayoría de las personas no consigue alcanzar esta sabiduría, como tampoco llega a sacar lecciones de vida de sus propios errores o de las situaciones que una mañana le tocan a la puerta y le vuelven -si no protagonista de éstas- al menos un espectador participante.

¿Y si podemos aprender de las lecciones de vida que nos da la vida (me permito la redundancia) quisiera saber qué hace que volvamos a errar o a estar tan próximos a la sensación de fracaso o de irresolución de las cosas? Pienso que a veces pasa porque nos excita el riesgo de saber que en algún momento podremos caer, pero en el deleite de ver cuán astutos somos como para que esto no nos pase y salir airosos es que se nos va buena parte del tiempo útil de nuestros días. Hay una sensación de poder que nos queda, que es funcional al ensanchamiento de nuestro ego y a la perdurabilidad de nuestro estado de bienestar. Acá es donde el hombre podría demostrar que es -en efecto poderoso- y creer vanamente que será por siempre indestructible, que no podrá fallar o que no sentirá jamás la desolación. Definitivamente, se engaña.

Engañarse a sí mismo es el recurso más frecuente de la vanidad inconsciente que todos tenemos. Es amiga incondicional del ego y lo resguarda de verse opacado o menguado. Para preservarlo de cualquier decepción le exagera las cosas, los entornos y las personas, creando para él un escenario edénico donde él es supremo e infalible. Si esta vanidad consigue asaltar el juicio y encaminarlo por sus senderos gaseosos entonces el individuo se haya presa de sí mismo, y por ende, expuesto a cuanto mal pueda rondarle. Ya no obra con sensatez sino llevado por lo que quiere ver u oír.

Cuando llega el momento en que se cae en el abismo se piensa injustamente que cualquier proyecto de felicidad que se había podido trazar no consiguió su desarrollo porque simplemente algo o alguien conspiró para que ello no se dé como se aguardaba. Aquí lo lamentable no es el abismo sino pensar que alguien más allá de nosotros mismos conspiró por nuestra infelicidad. En medio de esta oscuridad es medianamente lógico pensar en la eterna imperfección de las cosas, pero más lógico como necesario es tratar de abrir los ojos y ver que tenemos el infinito poder de hacer las cosas por nuestra propia mano y que en nosotros está hacerlas bien, a procura de nuestro propio bienestar y del respeto infinito por los demás, en un marco intangible como  debería serlo el universo-mundo.

domingo, 8 de julio de 2012

Poderoso caballero es don dinero



Nuestra cada vez más infame televisión peruana vio anoche el nacimiento de un nuevo programa de entretenimiento. Hablo de El valor de la verdad, que se transmitirá los sábados a las 11 pm por Frecuencia Latina - Canal 2 y que será conducido por el siempre polémico periodista Beto Ortiz. Ortiz, que ya andaba mucho tiempo sin llamar la atención, refuerza ahora su presencia televisiva conduciendo este programa que se perfila como una nueva opción sensacionalista, donde los participantes están dispuestos a desnudar los pasajes más íntimos y secretos de sus vidas a cambio de dinero. Irremediablemente vuelve a mi mente el verso de Francisco de Quevedo, "Poderoso caballero es don dinero..." y una sensación nauseosa me invade, cuando menos.

Sinceramente me pregunto qué valor puede haber en decir la verdad a cambio de dinero. ¿Es éste el mensaje más oportuno que se puede transmitir al espectador? Desde una óptica carnicera se le ofrece al participante un atractivo premio monetario con tal de que nos cuente su vida. ¿Es que esto nos interesa realmente? La persona accede a des-velar sus secretos, sus verdades y mentiras por obtener el premio, sacrificando para ello su reputación. Así, la lectura errónea que se nos deja es que bien se puede perder una cosa para ganar otra. ¿Acaso la reputación y el buen nombre de una persona pueden ser comprados con dinero? ¿Es que ello tiene un precio? ¿Y más allá de todo, pagable?

Detesto ese mensaje subliminal que queda, donde se lee que absolutamente todo puede ser susceptible de ser vendido a cambio de dinero. Con ello, caemos en la cuenta de que cada aspecto y cuestión de nuestras vidas puede ser perfectamente monetarizado y adquirido. ¿El premio máximo que ofrece el programa, 50 mil soles, vale bien el descrédito y la decepción que podamos suscitar en otros? Y si nos jalamos todavía más los cabellos, ¿son estos 50 mil soles suficientes? ¿Es que con este monto les compramos a las personas, a nuestros amigos y familiares, una nueva percepción de nosotros y restauramos su confianza? Definitivamente no.

Siendo así las cosas, no hay ningún tipo de valor en decir la verdad. Mucho menos lo hay si se hace ante cámaras, para que todo un país lo sepa y sin oponer la más mínima consideración a favor de quienes se perjudica y somete a una indebida visibilización en ningún momento pedida. Lejos de un contexto íntimo donde abordar estas cuestiones se prefiere un set de televisión para armar el más deplorable de los circos, donde el insumo de base es la humillación pública de la persona que opta "voluntariamente" por decir "la verdad".

Decir la verdad... El programa presuntamente encontraría su justificación en este punto: en que decir la verdad siempre vale y que es en todo momento deplorable la mentira. No cuestiono el hecho de que la verdad ilumine, poéticamente hablando, y que absolutamente no es justo hacer vivir a los demás un escenario de mentiras o falsedades. Pero son en definitiva los medios y las formas a las que se ha recurrido para impartir una lección moral como ésta lo que ahora cuestiono y deploro.

A dar un valor a la verdad, en el sentido del programa de Ortiz, opongo rotundamente el valor de callar. De no des-cubrir estas cuestiones tan personales, tan propias e íntimas en un detestable contexto como lo es el de un set de televisión. Tenemos el legítimo derecho de ser libres de decir las cosas en el momento que se crea más propicio y conveniente, procurando herir o dañar lo menos posible a quienes se vean eventualmente perjudicados por nuestras revelaciones. 

Nuevamente nuestra televisión peruana apuesta por un recurso poco saludable y adecuado pero bastante rentable. Lo peor de todo, sin embargo, es que muchos televidentes podrán darse cuenta de esto, y continuarán favoreciendo esta fórmula televisiva con la sintonía del mismo. Y es que aquí media el más insano de los morbos por querer entrar en la vida de los otros, conocer sus problemas y debilidades -que también son los nuestros- y llevarlos a escena, cuales obras de teatro. Hay un terrible placer en ver al otro humillado, doliente, y saber que puede sufrir tanto o más que uno.