domingo, 4 de octubre de 2009

Quien fue el primero



Desde los primeros días que frecuenté la facultad de Ciencias Sociales en San Marcos pude escuchar que, entre tantas lecciones que distinguidos profesores -todos ellos muy duchos en sus respectivas disciplinas aunque a la hora de impartir sus enseñanza carecían de mayor metodología de enseñanza- pedían que nosotros, futuros investigadores sociales, abandonásemos cualquier tipo de "actitud positivista" respecto de cómo leer los hechos sociales, la realidad y la dinámica de los individuos. Yo, y lo recuerdo muy bien, desde ese momento sentí un ansia ingente por conocer el positivismo y tener mayor proximidad con sus padres fundadores, pero sobre todo, con el francés Auguste Comte (1798-1857), quien le había dado nombre a la rama de la ciencia que muchísimos otros, en diversos puntos del orbe, me han precedido en su estudio. Comte sería desde entonces una figura recurente en mi vida académica, a la que nunca habría podido dejar de tomar en cuenta y por la que no pocas veces habría sentido cierta lástima por saber -o mejor dicho por oír- que su pensamiento ya estaba caduco y por lo tanto carecía de vigencia en nuestros días presentes. Yo, por el contrario, negaba esta impostura soberbia, porque para mí Comte siempre estuvo vigente, porque al volver a su teoría primera encontraba una muy analítica forma de observar el mundo y el hombre que se me presentaba producto de un análisis de no pocas horas y proveniente de una mente erudita que se forjara tras horas y horas de lectura e investigación en medio de un escenario personal ciertamente difícil y que a cualquiera -excepto a Comte en esta ocasión- habría conducido a la depresión o a la locura.
Para mí, Comte era más actual que ninguno. Comte había sido el primero...

Muchos temas de base trabajados por Comte y que al parecer han caído en el olvido según la ortodoxia que domina la escena contemporánea de la sociología académica, han archivado, por así decirlo, la importancia de los primerísimos planteamientos de este pensador francés, colocándolo tan sólo como ejemplo de un pensamiento inveterado y caduco del que ya no se pueden extraer más lecciones útiles. Así, Comte no podría ser un clásico al lado de otras mentes igual de brillantes y célebres como las de Durkheim, Marx o Weber por el hecho falaz de que la vuelta a su lectura no podría poducir ninguna nueva manera de ver la realidad e intervenir en ella. Si bien es cierto que esa "filosofía del dato" que enarbola el positivismo en el plano epistemológico es por demás infértil, pueto que recusa el intento de formular explicaciones causales de los hechos mismos por considerarlos devaneos metafísicos -aspecto comprensible para el contexto sociohistórico en el que se desarollara la obra comtiana, perfil de un noble proyecto fundador y forjador de los primeros pasos de la ciencia moderna que luego, con el transcuso de los siglos, se haría grande, prolija y alambicada, hasta ver estructurado un cúmulo de saberes que la sociedad académica llamaría con respeto y pudencia Teoría sociológica siglos más tarde- para su momento histórico rompía con una larga tradición de siglos de labor filosófica profusa que se había dedicado a ver el mundo "como debía ser" y no como era.

La potencia de la lectura histórica de la humanidad preclaramente ilustrada en su famosa Ley de los tres estados descubre un conocimiento profundo de la realidad social, económica e histórica de su tiempo, y de cómo se ha dado la evolución de la misma, como por ejemplo lo hace al reconocer la dualidad de las ideas como fenómenos individuales y sociales, colectivos, ligados estos inexorablemente a las condiciones de existencia del ser, del ser social, aunque con ello, la metafísica, que su teoría expulsara por la puerta -como nos solía repetir el simpre brillante profesor César Germaná en más de una de sus clases en la facultad- terminara reintroduciéndose por la ventana. Empero, Comte tiene el gran logro de haber sembrado la necesidad de acción de la disciplina sociológica y su sempiterna praxis, cuando -según críticos como el español Julián Marías- plantea ver para prever y prever para proveer.

Desde el principio, Comte institucionaliza la premisa de conocer para transformar tanto la naturaleza como la sociedad. De esta manera, no es únicamente necesaria una filosofía de la historia -que pese a impelerla termina haciéndola- como también un dominio preciso del pasado de los pueblos para entender el devenir de sus problemáticas y poder darles solución. Lamentablemnte, Comte no pofundiza en los lineaminetos estratégicos que deben elaborarse para acometer tal empresa. Serán sus sucesores quienes de una u otra manera tratarán de hacerlo.

La verdadera importancia de Comte, entonces, está en que generaciones venideras (Durkheim, Marx, Weber, etc.) dialogarán con Comte y su obra. En tal sentido, es Comte el detonante de toda una retahíla de propuestas teóricas que luego habrán de aparecer, y lo hacen precisamente fungiendo de contestatarias de aquellas que pensara el sociólogo francés.

Finalmente, su postulado de que todo es relativo, he aquí el único principio absoluto recoge una idea puntual per sé: la realidad no está dada de una vez y para siempre. Por tanto, la actividad cognoscitiva no se agota, es eterna, y si lo es (como que efectivamente lo es) entonces su referente empírico, su correlato material también está en permanente dinamismo e imparable reconfiguración. Siendo de este modo, la sociología que Comte funda ve venir todo un largo camino de trabajo científico por delante, predispuesta a combatir el dogma. Quizá la debilidad de Comte haya sido no haber sabido que decía más de lo que decía, y así no se percatarse de ello como para seguramente haber escrito un buen número de tratados más que, sin menos "pasión" y con un clima de trabajo más propicio para la producción intelectual, le habrían granjeado hoy por hoy -sin lugar a que asomara la más mínima suspicacia- su merecido puesto en el palco de los clásicos de la Sociología, liberando a algunos como yo de la tarea de, cada cierto tiempo, recordar la actualidad de su pensamiento, y de hacer ver que para la disciplina sociológica Comte fuera el primero en estucturar un saber social que no se asemejara a la filosofía.