viernes, 20 de julio de 2012

Nayla Paola Coronado Quispe




Hoy viernes 20 de julio de 2012
a las 5.05 pm
ha venido al mundo
Nayla Paola Coronado Quispe,
mi primera sobrina.

Felicito a sus padres, Susana y Omar
y les deseo amor y unión abundantes
que les servirán en la crianza de su hija.

Y doy infinitas gracias a Dios, nuestro Señor,
por habernos concedido uno de los más preciados
milagros de nuestras vidas.

En ella está la prolongación de nuestra línea familiar
y a ella concederemos nuestro tiempo y cuidados
por verla crecer todavía más feliz
de lo que nosotros, sus parientes, hemos podido hacerlo.

¡Bienvenida, sobrina mía!

domingo, 15 de julio de 2012

La eterna imperfección de las cosas




Los espíritus presuntamente idealistas son los que más sufren con la eterna imperfección de las cosas. Saber que su solo deseo no basta para cambiar el orden universal establecido debe producir una de las mayores frustraciones que en esta vida se puedan sentir. No solamente se debe sentir frustración sino también impotencia ante el descubrimiento de que el poder del deseo per se no es capaz de modificar ese orden universal. Que con el solo querer que las cosas sucedan o menos no es suficiente. Entonces, es menester echar mano de los recursos materiales, esos cuya existencia se puede verificar objetivamente y emplearlos siguiendo  una adecuada estrategia que permita la consecución de los fines, o por qué no decirlo, de los deseos.

¿Pero cómo seguir y pensar que las cosas son eternamente imperfectas? Pensar que lo son supone aceptar la existencia de un ente regulador que determina que sean de otra forma a la que se desea se desplieguen      -y lo que es peor siempre de manera aciaga. Así, las mismas no se dan porque simplemente se las fuerza a ser lo que no pueden ser, porque no está estipulado que sean como se quiere ya que otro es su lineamiento ontológico. Este lineamiento ontológico de las cosas tendría un desarrollo teleológico que -por su factura digamos- aún no nos es permitido conocer.

Ante tal situación, entonces, la clave sería la espera como insumo vital para preservarnos con bienestar y no perder la calma por ese futuro espléndido que aún no llega. En la confianza de que algún día llegará se tendría el combustible para hacer marchar el presente. Lamentablemente, visto que vivimos sumergidos en el mundo de la inmediatez, la espera no es una opción. Así, se sale a la búsqueda de la anticipación del momento último y rutilante, pero en semejante aventura se pierden energías así como tiempo. Es vana esta presunción de querer hacer que las horas avancen más rápido de lo que el reloj puede dictaminar severamente.

Quien acepta esperar comienza a labrarse un espíritu sabio, hecho que no lo mantendrá a salvo de futuros errores, pero se espera que cuando estos se le presenten, sabrá responder de forma inteligente, pero también sensata. La mayoría de las personas no consigue alcanzar esta sabiduría, como tampoco llega a sacar lecciones de vida de sus propios errores o de las situaciones que una mañana le tocan a la puerta y le vuelven -si no protagonista de éstas- al menos un espectador participante.

¿Y si podemos aprender de las lecciones de vida que nos da la vida (me permito la redundancia) quisiera saber qué hace que volvamos a errar o a estar tan próximos a la sensación de fracaso o de irresolución de las cosas? Pienso que a veces pasa porque nos excita el riesgo de saber que en algún momento podremos caer, pero en el deleite de ver cuán astutos somos como para que esto no nos pase y salir airosos es que se nos va buena parte del tiempo útil de nuestros días. Hay una sensación de poder que nos queda, que es funcional al ensanchamiento de nuestro ego y a la perdurabilidad de nuestro estado de bienestar. Acá es donde el hombre podría demostrar que es -en efecto poderoso- y creer vanamente que será por siempre indestructible, que no podrá fallar o que no sentirá jamás la desolación. Definitivamente, se engaña.

Engañarse a sí mismo es el recurso más frecuente de la vanidad inconsciente que todos tenemos. Es amiga incondicional del ego y lo resguarda de verse opacado o menguado. Para preservarlo de cualquier decepción le exagera las cosas, los entornos y las personas, creando para él un escenario edénico donde él es supremo e infalible. Si esta vanidad consigue asaltar el juicio y encaminarlo por sus senderos gaseosos entonces el individuo se haya presa de sí mismo, y por ende, expuesto a cuanto mal pueda rondarle. Ya no obra con sensatez sino llevado por lo que quiere ver u oír.

Cuando llega el momento en que se cae en el abismo se piensa injustamente que cualquier proyecto de felicidad que se había podido trazar no consiguió su desarrollo porque simplemente algo o alguien conspiró para que ello no se dé como se aguardaba. Aquí lo lamentable no es el abismo sino pensar que alguien más allá de nosotros mismos conspiró por nuestra infelicidad. En medio de esta oscuridad es medianamente lógico pensar en la eterna imperfección de las cosas, pero más lógico como necesario es tratar de abrir los ojos y ver que tenemos el infinito poder de hacer las cosas por nuestra propia mano y que en nosotros está hacerlas bien, a procura de nuestro propio bienestar y del respeto infinito por los demás, en un marco intangible como  debería serlo el universo-mundo.