miércoles, 23 de marzo de 2011

El encuentro de una flor


I

¿Por dónde voy? ¿Quién me va a encontrar?
He visto la senda recorrida
y las huellas de unos pasos caminados...

No sé aún si me he perdido,
quizá me estoy buscando y no me encuentro
tal vez alguien me clama y no me halla...

Ser feliz, ser no-feliz
y estar semi-triste o semi-tranquilo por ser o no serlo...

Puedo ver cómo me sofoca la no-compañía
y como ésta se hace mi mejor amiga día a día...
La penumbra que veo
y me rodea cada vez es menos oscura.

Hay un jardín que se está formando
las flores mías ya van creciendo una a una
y quiero no esparcirlas sin pensar en el espacio
en que dejo un rastro de mi paso.
¿Me ayudas a dejarlas donde debería?
Mis flores son bellas, únicas
y no muchas...


II

Una flor
no nace de la noche a la mañana
aunque un día al despertarnos al alba,
muy temprano,
ya la encontramos radiante para nosotros.

Una flor
toma su tiempo en llegar a ser flor
y no se desespera porque sabe que hasta ser flor
y poder deleitar la vista de los demás
debe con paciencia prepararse...
Vivir un tiempo de espera.

Necesita desarrollar una esencia
y una fragancia y una forma y un color...
Un tamaño, una extensión.

Sus espléndidas cualidades
se forjan poco a poco
y no se improvisan por más deseos que la flor
tenga por ser tal y querer nacer.

En medio de uno de los silencios más bellos,
un silencio que atestigua como se forja su belleza
se rinde testimonio de este proceso necesario
y el silencio nunca apremia a nuestra flor
a nacer antes de tiempo.

Y un día una espera como ésta
acaba sin darnos cuenta...
Cuando la flor ya es flor solo admiramos su belleza
y solo pensamos en el milagro
de que estuvo ahí para nosotros desde siempre...