domingo, 20 de febrero de 2011

La música de la noche


You alone can make my song take flight...
Help me, make the music of the night...


El amor del fantasma que habita la Ópera Garnier de París por la joven solista Christine Daae le sumerge en un torbellino de sensaciones y sentimientos que le rescatan por un momento de la oscuridad en la que vive, de ese refugio lóbrego que es su hogar -las profundidades del teatro- y que lo salva de las miradas escrutadoras y desdeñosas de las personas que no soportarían ver su rostro deforme. Sus mejores compañeros son la inspiración y la creación artística que llenan sus días de emoción. Su espíritu turbado de contradicciones emocionales, que le lleva a atormentar al elenco de la ópera, creerá ver una luz en medio de esos infinitos claroscuros en los que se halla inmerso cuando sienta la proximidad de Christine y piense en la posibilidad de un futuro a su lado abandonando por fin las penumbras.

El fantasma de la ópera (2004) es una película dirigida por el director de cine estadounidense Joel Schumacher (1939) y musicalizada por el compositor inglés Andrew Lloyd Webber (1948) y que cuenta en su reparto con la notable actuación de Gerard Butler (el fantasma), Emmy Rossum (Christine) y Patrick Wilson (Raoul). Este film retoma la música compuesta por Webber en 1986 y que se basa en la novela homónima (Le fantome de l'opéra, 1910) del escritor francés Gaston Leroux (1868 - 1927). La trama se ambienta en París del siglo XIX, más precisamente en la Ópera Garnier la misma que según afirman sus empleados está encantada por la presencia de un espectro al que todos conocen como el fantasma de la ópera el cual provoca accidentes y asesinatos y chantajea a sus gerentes a darle dinero a cambio de no causarles perjuicios mayores. Sin embargo, el fantasma es el compositor de la mayoría de obras que se representan en el teatro con gran éxito y concurrencia del selecto público de la ciudad.

Christine Daae, la solista de la que el fantasma llega a enamorarse, no solamente lo cautiva por su belleza y buena voz sino por sus nobles sentimientos. Ella desde pequeña se ha sentido acompañada por un ángel de la música, guarda que le fuera prometido por su padre al morir. Christine confundirá este ángel, esta inspiración, con el fantasma de la ópera del que recibirá no solamente el estro necesario para actuar y cantar sino en el que encontrará el fin a la soledad de sus días y a la nostalgia por la pérdida del padre. Ella consigue alcanzar fama al reemplazar a la prima donna Carlotta, una soprano de coloratura con aires de diva que a causa de un accidente provocado por el fantasma se ve obligada a dejar la escena temporalmente. Cuando suba al escenario el joven vizconde Raoul de Chigny quedará enamorado de ella. Al volverla a ver tras comprar el teatro de la ópera la recordará como la amiga de la infancia de la que quedó prendado. Así, se establecerá un triángulo amoroso donde los eternos redimidos serán Christine y Raoul en tanto que el fantasma deberá a las finales escapar de la persecusión del pueblo y abandonar su esperanza de una vida al lado de su musa para volver a esconderse de todo y de todos en algún escondite secreto del que ya no tenemos referencia.

De los personajes que componen este triángulo amoroso es definitivamente el fantasma de la ópera el que más seduce y cautiva, no solamente por su aparentemente enajenado amor sino por la esperanza que tiene de poder vivir algún día un amor que le acompañe más allá de su fealdad física. La deformación de su rostro es una alegoría que habla de la insestabilidad emocional por la que pasa pero que no le impide soñar en la superación de la misma encontrando en una persona como Christine el alivio a tal malestar. Si bien es cierto que porta consigo un pasado doloroso él creerá ver en la joven cantante el estímulo que requiere para dejar atrás las penas pasadas. En tal sentido, es que podría decirse que es legítimo el reclamo que el fantasma le hace a Christine quien ha decidido amar a Raoul y no a él. Sin embargo, y como sobre el corazón no se puede mandar, finalmente el fantasma tendrá que dar un paso al costado y dejarlos vivir su idilio en tanto que él deberá sumar un nuevo dolor al hecho de ya saberse infeliz por su deformidad: quedarse solo.

No podríamos decir que la suya es una locura de amor en los términos que plantea Baumann en La sociedad individualizada, porque no busca digerir ni consumir el amor de Christine. El suyo es un amor desesperado, que teme la condenación de no encontrar otro cuerpo que amar y que ame, y así es que busca aferrarse a Christine. No podemos dejar de compadecernos del infortunado fantasma que en verdad tiene poco o casi nada, porque más allá de su increíble talento debe encontrar la inspiración en amores platónicos que no podrá vivir jamás en carne propia. Entonces, la verdadera víctima de una trama como ésta no es otra que el fantasma de la ópera que es el más preclaro personaje del melodrama que es su vida y que no puede escapar al hecho de tener que protagonizar el mismo de manera más que dramática como conmovedora. Es un melodrama que no escoge vivir y que no le consiente la posibilidad de resolverlo con un final feliz. Lo quiere eternamente doliente y así le hace trascender como prototipo de los atormentados amores imposibles que pudieran conocerse.

La música de esta obra en sin lugar a dudas bella, cala en la sensibilidad del espectador de manera delicada para luego descubrir toda una gama de vibraciones que reportan las sensaciones y sentimientos de nuestros protagonistas. Cada una de las arias, duetos y coros relucen por su musicalidad y la noble sencillez de su factura. El genio de Webber queda nuevamente comprobado al deleitarnos con cada una de las notas que se cantan a lo largo de la trama, cuando muchos años después de la tragedia que llevara a los gerentes del teatro a clausurarlo Raoul regresa a visitar la tumba de su esposa Christine y ve que ya alguien más se le ha anticipado dejando una rosa roja con un lazo negro y un anillo, el inconfundible sello del fantasma de la ópera.

Tantos años han pasado, las vidas de todos y de la ciudad han cambiado y en el otoño de sus vidas dos hombres recuerdan a una misma mujer: Raoul, cuyo amor por su esposa Christine trasciende la muerte de ésta y el fantasma de la ópera, que experimentando una particular devoción por ella, ya ha pasado a rendirle memoria y diciéndonos en silencio, y con tan solo una rosa roja con un lazo negro que sencillamente hay amores que duran para siempre.