domingo, 14 de febrero de 2010

No sé si es amor, ¡pero se le parece tanto!...

Pierre Auguste Cot (1837-1883).
Le printemps (1873).


El título de este post, un día como hoy, no puede sugerir otro tema para lo que a continuación se leerá que no sea hablar y comentar un poco la celebración que hoy festaja casi todo el mundo: el día del amor y de la amistad. Bueno, desde que tengo memoria, el 14 de febrero siempre fue exclusivamente una fecha para conmemorar el amor de pareja; ya posteriormente algunos pobres infelices -gente para nada afortunada en el amor- no queriendo quedarse atrás y ver como las dichosas parejas celebraban el día del amor, decidieron sumar a los actos celebratorios de este día la celebración de la amistad, y así ya no quedaban tan soslayados. ¡Vaya consuelo que nos quedó!

El amor, el amor, el amor... ¿De dónde surge? Quizá la canción aparentemente compuesta por el cantante mexicano Luis Miguel (1970) pueda decirnos algo:


Amor, amor, amor,
nació de ti, nació de mí, de la esperanza.
Amor, amor, amor,
nació de Dios para los dos, nació del alma.

No... Nos dice poco en verdad.
El amor es uno de los sentimientos más cantados por la música... Pero, ¿gracias a ella o a la literatura sabemos en verdad lo que es el amor? Para muchos de nosotros llegará el día en que tendremos que dejar de ver la luz del mundo, su bella luz, y probablemente nos seguiremos preguntando qué es el amor y si realmente hemos llegado a conocerlo en algún momento de nuestras vidas. Que se entienda que no hablo del amor paternal o filial o fraternal: hablo del amor romántico, el amor de las parejas... Ese tipo de amor, por ejemplo yo, aún no lo conozco.

El sustantivo amor no tiene razón de ser sin el verbo amar, que es su principal motor ontológico. Y amar, en palabras de Zygmunt Bauman (1925) en su obra La sociedad invididualizada...

... significa valorar al otro por su otredad, desear reforzarlo en su otredad, proteger esa otredad y hacer que florezca y prospere y estar dispuesto a sacrificar la propia comodidad de uno, incluyendo su misma existencia mortal, si es eso lo que hace falta para realizar esa intensión.

Y entonces, ¿ponemos en práctica esta acepción tan maravillosa de lo que es amar en nuestras propias vidas y en relación con nuestro ser amado? No, casi nunca lo hacemos... Lo intentamos hacer, pero nos resulta difícil, entre otras cosas, porque a la larga es, sobre todo para los espíritus individualistas, hacer una renuncia de sí, realizar una autopostergación que debe entenderse casi plena en favor de quien se ama, y ello no es nada, pero nada fácil.

Por ejemplo yo, hasta ahora no sé lo que es el amor romántico. Sí he sabido ilusionarme, ¿pero de ahí a decir que he amado?... No. Soy un alma siempre insatisfecha: no hay persona que pueda darme todo lo que quiero, todo lo que busco. Esas otras almas a las que he recurrido cuando me he pensado "enamorado" no me han podido colmar, y el problema no es tanto de ellas como mío. ¡Nunca nada me es suficiente, siempre quiero más! Las relaciones de pareja que he tenido (solamente 02 hasta hoy) no han sido otra cosa que un ritual veneratorio donde el ídolo de barro a ensalzar era yo. Mi siempre nocivo comportamiento me hizo perder amores que a la larga me habría podido hacer feliz, pero yo quería todavía mayores sacrificios que me probasen un amor incondicional. Buscaba un sacrificio similar al que se lee en el relato de Óscar Wilde (1854-1900), El ruiseñor y la rosa, y con ello daba prueba de una declarada enajenación psicológica.

Para no dejar de citar a Bauman, uno de mis pensadores favoritos, yo, lo que he vivido y conocido, ha sido una locura de amor:

... lo que uno desea quiere usarlo, gastarlo, despojarlo de la otredad, hacerlo posesión de uno o ingerirlo; convertirlo en parte de su cuerpo, en una extensión de sí mismo.

Ese es el único significado de amar y de amor que he conocido. Quizá tenga la imperiosa necesidad de brillar porque aún no he alcanzado todo el reconocimiento que me hace falta, puede ser. De ahí que se entienda mi requerimiento por acaparar el espacio que ocupo, de no pasar desapercibido, como sí buscaba hacerlo cuando era un niño tímido. He sabido hacer mía esa supuesta frase que el libertador Simón Bolívar (1783-1830) le dijera al también libertador José de San Martín (1778-1850) en el marco de ese famoso encuentro que los historiadores han convenido en llamar La entrevista de Guayaquil ocurrido el 26 de julio de 1822:

dos soles no pueden brillar en un mismo firmamento

No niego que se dibuja en mi rostro una leve sonrisa al tener que graficar mi ampuloso yo y su lugar en una relación de pareja con esta frase. Siento que no he nacido para estar a la sombra de nadie, mi espacio vital no es la oscuridad o la penumbra, esa oscuridad y esa penumbra a las cuales de pequeño les tenía muchísimo miedo, al punto de no poder quedarme solo ni siquiera en mi casa y menos de noche, debiendo para ellos contar en todo momento con un poco de luz; oscuridad y penumbra que incluso hoy me despiertan por las noches y me piden escrutarlas con mis ojos miopes carentes de sus anteojos con medida y reconocer en ellas el rastro de alguna forma ya no humana que dejó en el ambiente su indeleble marca de un paso acertado por este mundo. Pero, ¿por qué es que empecé a decir esto?

Finalmente, casi todas las personas confundimos amor con deseo, pero no con cualquier deseo. Según Aristófanes (444 a.C-385 a.C): el deseo de la totalidad y su búsqueda es llamado Amor. Pensamos, creemos que a través del amor alcanzaremos la máxima realización como humanos y como personas. La ortodoxia heteronormativa nos ha enseñado que el amor (sobre todo el que se tienen un hombre y una mujer) es por excelencia el amor mismo, supremo e insuperable que al ser experimentado nos acerca a la realización total. ¿Y cómo no iba a serlo? El hombre y la mujer que han constituído un hogar, una familia y con hijos merecen el respeto de sus congéneres y son apreciados coo sujetos merecedores de estima y respeto por excelencia. Ello se aprecia mejor en sociedades ridículamente conservadoras como la nuestra, con marcada intromisión de la iglesia y del Estado con sus grupos pro vida.

Y sí, sabemos muy bien que amar también es desear, como nos lo dice Sócrates (470 a.C-399 a.C):

... el que desea, desea lo que no está en su posesión y no está allí, lo que no tiene, lo que él mismo no es y lo que le falta.

Pero la pregunta es: ¿qué tan bien distinguimos el desear del amar? ¿Desear amar es amar? ¿Amar es una necesidad? ¿Hay interés en el amor?... Que estas simples preguntas les amenen la conversación a miles de parejitas en el mundo que hoy celebran el día del amor...
Veamos si al terminar de hablar, y tras dejar salir a flote aquellas cositas que "por amor" se callan tal amor sigue intacto y áureo, como el clarín de un ángel...