domingo, 6 de marzo de 2011

Vi que estaba desnudo y tuve vergüenza

Y dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo...
Génesis 2, 18


Adán y Eva se encuentran aparentemente felices en el Edén de Dios hasta que caen en la tentación de la serpiente y comen una de las tantas manzanas que penden del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal. Con ello desobedecen a Dios y en el instante de su grave falta se percatan de que están desnudos, lo que los hace experimentar uno de los primeros sentimentos más sobrecogedores: la vergüenza. Inmediatamente Adán acusa a su mujer de haberlo hecho pecar pero el castigo divino los alcanza a ambos que terminan siendo expulsados de ese paraíso literario que nunca existió.
Al marcharse de ese Edén tanto Adán como Eva ya son conscientes de que no son uno entre sí ni que lo son más con ese Dios y ese paraíso que había puesto a su disposición. Están solos y sufren, se angustian y así estos padres de la humanidad le dan a recorrer a ésta uno de los peregrinajes más largos que hasta ahora haya podido hacer en su búsqueda por la superación de la soledad.

El psicoanalista alemán Erich Fromm (1900 - 1980) en su libro El arte de amar (1959) sienta las bases de la teoría de la separatidad como la existencia del ser humano separada, desunida de algo o de alguien. Esta condición separada le genera angustia. Reconocer este estar aislado le lleva a pensar en el deseo de aferrarse al mundo, a las personas con las que no se encuentra unido. Asimismo, la separatidad le produce vergüenza y sentimientos de culpa al no poder unirse a los demás y al mundo exterior. Para que el hombre consiga verse separado de aquello y aquellos que le rodean se parte de la premisa de que tiene una razón que le permite ver esto, una razón depositada en una vida que es la suya y que conjugadas le generan una conciencia de sí mismo que le faculta a tener idea de sus posibilidades y potencialidades como de su pasado y las perspectivas de su futuro.

El relato bíblico de Adán y Eva es la alegoría que grafica un fenómeno cultural como el de la separatidad. Ambos nacen a una vida cultural que se aleja de la originaria armonía animal con la naturaleza a la que estaban unidos hasta comer el fruto prohibido. En un cierto modo la serpiente es la conductora que propicia el conocimiento mas no lo provee aunque como Dios bien sepa qué se podrá sentir y comenzar a saber no bien se coma del mismo. Es en este momento que nuestros personajes nacen como seres humanos y reconocen su separatidad, pese a que ambos sigan siendo un perfecto desconocido para el otro. ¿Y ello por qué? Pues porque no se aman.
Según Fromm es el amor uno de los sentimientos que vencen esa separatidad y disipan la angustia que genera la misma. En tal sentido es que el amor viene a ser uno de los estados de ánimo y disposiciones del ser más anhelados por los hombres y mujeres:

La necesidad más profunda del hombre es la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad... La conciencia de la separación humana -sin la reunión del amor- es la fuente de la vergüenza. Es al mismo tiempo la fuente de la culpa y de la angustia (p. 21).

Ante este problema y su eventual resolución el hombre plantea cómo lograr la unión, trascender la propia individualidad y encontrar la compensación a toda la angustia de la separatidad. Son muchos los caminos que llevan a ello. A lo largo de los siglos los más recorridos han sido los de la religión y la filosofía, cada cual ofreciendo basamentos de creencia que le devuelvan al hombre la conexión primera con el mundo, la vida y los demás. Sin embargo, en los tiempos actuales nuestra sociedad occidental ha encontrado otros caminos que recorrer en este sentido, quizá menos místicos o metafísicos que los ya mencionados pero igualmente cautivantes. Una de esas formas de escapar de la separatidad es la que facilitan el estado orgiástico y la experiencia sexual.

El estado orgiástico y la experiencia sexual pueden ser efectivamente escapes a la separatidad y pausa a la sofocante angustia que produce. Lamentablemente son solo estados transitorios de exaltación en los que si bien el mundo puede llegar a desaparecer -y con esto el sentimiento de estar separado del mismo- no puede dejar de considerarse que por su factura efímera devuelve al hombre a su realidad, e incluso le puede remarcar aún más su separatidad, con lo cual le genera una angustia mayor a la que inicalmente tenía. Es uno de tantos desesperados intentos:

El acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos excepto que en forma momentánea (p. 24).

Este tipo de interacción y de unión no llega nunca a ser duradera por más intensa o violenta que fuere. Es siempre transitoria.


Referencia bibliográfica.-
Erich Fromm. El arte de amar.
Editorial Paidós.
Buenos Aires, 1970.