lunes, 17 de diciembre de 2012

El constructivismo estructuralista de Pierre Bourdieu




La sociología de nuestros días, aquella que nos complacemos en llamar contemporánea -y bien hacemos puesto que refiere un número de estudios que tienen como referente el actual momento de la vida social, política, económica y cultural de las más diversas sociedades extendidas a lo largo y ancho de la Tierra- no puede ser pensada sin nombrar con justicia a aquellos científicos sociales que trabajan por enriquecerla como disciplina. La lista de sociólogos que ya tiene un lugar fijo en el universo del saber producido por el hombre y para el hombre cuenta entre sus filas a un investigador de procedencia francesa, quizá el más nombrado y leído de los últimos 50 años: Pierre Bourdieu.

Con una propuesta teórica alambicada cuanto inteligente Pierre Bourdieu se ha perfilado como uno de los teóricos cuyo esfuerzo de investigación es considerado dentro de los mejores y mayores esfuerzos por conciliar instancias teóricas presuntamente antagonistas (aquellas heredadas para la ciencia sociológica desde los aportes de Marx, Weber o Durkheim) para llegar al establecimiento de un cúmulo teórico ambicioso encaminado a ofrecer lecturas todavía más profundas y reveladoras del espacio social, de sus actores y de sus dinámicas de interacción. Ciertamente, no se puede hablar de teoría sociológica sin que el nombre de Pierre Bourdieu venga a la mente de cualquier persona mínimamente formada en esta disciplina.

El constructivismo estructuralista.-

La propuesta de Bourdieu denominada constructivismo estructuralista debe entenderse por la consideración de la existencia de unas estructuras sociales inasibles e independientes de la conciencia y voluntad de las personas que ejercen sobre las mismas un poder capaz de constreñir y orientar sus prácticas sociales a determinados fines, de las cuales difícilmente pueden salir a menos que renuncien a la idea de una vida en sociedad regida por específicos convencionalismos que organizan su decurso. Sumando a ello, debe igualmente tomarse en cuenta los patrones de percepción, pensamiento y acción que se constituyen como inigualable carta de presentación de los individuos al momento de llevar a cabo sus diversas interacciones sociales, de las cuales se puede esperar un cierto margen de innovación en la medida de la creatividad de los agentes y de los estímulos que los lleven a re-significar o al menos a reconsiderar sus prácticas. Del planteamiento de este concepto es que entonces surge el concepto de campo.

En ambas premisas, ciertamente, se asiste a uno de los más notables intentos por ofrecer una conjunción de lo objetivo (las estructuras sociales, a las cuales el autor terminará concediendo primacía) y lo subjetivo (la construcción por parte de los actores) que no se limite a los discursos teóricos clásicos que muchas veces han caído en antagonismos presuntamente irreconciliables y que sin duda han encontrado sendos tributarios, los mismos que han aportado a establecer esencialismos teóricos generadores de la confrontación que poco han sumado a favor de una perspectiva analítica y comprensiva todavía más profunda y que abarque aquellos resquicios de la vida social que podían quedar inalcanzables para las tradiciones sociológicas pre-existentes. Del planteamiento de este otro concepto se entiende así el concepto de habitus.

Dos momentos del constructivismo estructuralista.-

  De lo expuesto se participa claramente en dos momentos de la teoría de Bourdieu: una primera de corte objetivista, donde el elemento base para la asimilación de esta propuesta es el reconocimiento de unas estructuras objetivas estudiadas por el científico social y en las cuales reposan las representaciones subjetivas de los actores (o agentes para ser más precisos). Tales estructuras son vistas como el principal constreñimiento a la práctica de los agentes y el cuadro de despliegue de sus diferentes pulsiones y lógicas. El segundo momento de la propuesta de Bourdieu tiene un corte subjetivista, donde las representaciones de los actores cobran un cariz altamente dinámico y hasta propositivo, al punto de ofrecer la posibilidad nada desdeñable de un intento de transformación de esas estructuras sobre las que descansan y que ciertamente les permiten su extensión. Asistiendo a este proceso, a este momento de la comprensión es que se aprecian los esfuerzos tanto individuales como colectivos por repensar, reformar o reformular -y hasta revolucionar- estas estructuras condicionantes del impulso social de los actores, o en el menos afortunado de los casos, simplemente dejarlas fijas tal y como ya estaban desde un principio.

  Es con particular atención a este segundo momento donde se inscribe una explicación historicista sobre el principio de acción de los actores, por la cual los mismos asumen una empresa que se confronta con la sociedad misma. En ello los individuos, los agentes, no proceden siendo entendidos como una instancia externa a la estructura ni tampoco como una cosa que reside en la conciencia de las cosas sino en la íntima relación de ambos estados. He aquí el carácter relacional de unos procesos históricos que han conseguido objetivación en las cosas (las diversas formas de instituciones sociales) y, de otra parte, de aquellos mismos procesos históricos que han recaído en la corporalidad de los agentes y que perfilan sus prácticas, o lo que para Bourdieu es el habitus.  

Del despliegue de ambos componentes explicativos es que se puede comprender la producción y re-producción del mundo social, donde sus agentes llevan inscritos en el cuerpo unos procesos históricos gracias a los cuales aparece entendible su desenvolvimiento social, a la par que aquella misma historia ha ido a encallar en un marco rígido como son las instituciones sociales y que le ofrecen a los agentes los senderos por los cuales desplazarse en salvaguarda de su integridad y para la perpetuación de un orden a todos conveniente.

Interiorización y exteriorización.-

  Para Bourdieu esta compleja dinámica acarrea un doble movimiento constructivista, a saber el de la interiorización de aquellas estructuras inasibles y que constriñen, como de exteriorización de aquellas pulsiones e innovaciones que se perfilan como propuesta de replanteamiento y cambio de las mismas o simplemente de validación de su existencia y perdurabilidad. Esa interiorización de las estructuras se da gracias a los diferentes procesos de socialización que comienzan desde los primeros años de existencia del individuo y que después vienen afianzados gracias a la acción de las agencias de socialización (familia, escuela, por nombrar las más saltantes) que se encargan de dotar a los agentes de los insumos relacionales básicos para su desenvolvimiento en sociedad. Posteriormente, con el paso de los años, los agentes participan en el afianzamiento de dichas estructuras al tributarles validez y legitimidad, necesarias para el normal decurso del conjunto de la vida de todos ellos en los más variados campos que se puedan reconocer.

Sin embargo, en el segundo momento entendido como la exteriorización de un bagaje subjetivo -llámense patrones de percepción, pensamiento y acción- los agentes tienen a su disposición la posibilidad de re-crear ese férreo marco que marca el compás de sus pautas conductuales y actitudinales. No llegan a este momento sin haber asimilado debidamente estos constreñimientos y posteriormente haber llevado a cabo un escrutinio en profundidad de su lógica de producción y re-producción. Al des-cubrirse ante sus ojos este alambicado engranaje dan rienda suelta a su creatividad e innovación para ofrecer alternativas que hagan de sus vidas unas vidas más vivibles que encuentren una mejor satisfacción a sus siempre incesantes necesidades.

El habitus.-

Retomando lo hasta ahora visto, participamos de la definición del habitus como concepto que permite entender la subjetividad perfilada por estas estructuras sociales mediante un infaltable proceso histórico. Un habitus que como insumo de un mayor cuerpo teórico va a dar cuenta de esas instituciones sociales que se graban en la mente de los agentes y que son reconocibles en sus pautas de desenvolvimiento. En este sentido Bourdieu alcanza una iniciativa teórica interesante que no sólo refiere a actores que se desplazan por los espacios sociales motivados por unas pulsiones que únicamente partirían de sus propias subjetividades, sino que éstas están respondiendo a cuanto asimilado y labrado en sus mentes y cuerpos. No serían, pues, estos actores, entes autónomos en un sentido pleno e irrefutable que simplemente han optado por disponer unas pautas conductuales y actitudinales a libre albedrío.

De manera acorde con el principio de acción histórica, el habitus irá a contener una explicación de la singularidad de cada uno de los agentes, cuyas prácticas han sido perfiladas en base a muy particulares experiencias de vida dadas en unos espacios geográficos igualmente particulares que suman a la definición de las mismas de manera irrepetible. Para Bourdieu, los agentes aportan respuestas a las diferentes situaciones sociales de la vida cotidiana a través del habitus, y la respuesta frente a las mismas estará intrínsecamente ligada a todas aquellas pautas de pensamiento y acción de las que puedan disponer los agentes, éstas a su vez nutridas por unas experiencias que calan en la sensibilidad de los mismos y que ya disponen una serie de condicionantes para sus posteriores interacciones.

El campo.-

El campo es visto por Bourdieu como aquellos escenarios donde las instituciones sociales cobran despliegue y dinamismo, albergando el despligue de los agentes y sus modos de socialización, de interacción y de intercambio material y simbólico. En el campo cobran vida las distintas relaciones de los agentes, sean éstas de tipo político, cultural o económico que los confrontan ya sea de modo individual como colectivo y de acuerdo a ciertos intereses que se defienden en determinados escenarios de confrontación. Para Bourdieu cada campo está signado por unas fuerzas, por unas tensiones que precisamente le dan su carácter de espacio de confrontación. De esto no es difícil colegir que tales tensiones obedecen a una desigual distribución de los recursos (no solamente de riquezas) y que perfila unos detentadores de los mismos, al punto de llegar a considerarse el establecimiento de monopolios de la legítima distribución y empleo de los mismos.
Surgen con ello las figuras de los dominantes y los dominados, que como concepto explicativo es en verdad poco novedoso pero que, valgan verdades, responde a una configuración histórica de la lucha por el poder que es tan antigua como la presencia misma del hombre sobre la faz de la tierra. ¿Qué se espera que resulte de esta confrontación sempiterna? Pues nada menos que la reformulación de la distribución de los recursos y de la capacidad de detentar los mismos, hecho que a su vez traerá aparejados nuevos poderes idealmente más justos y equitativos. Esta correlación de fuerzas, de experimentar la posibilidad de reformulación de su configuración, no se dará de la noche a la mañana sino que deberá pasar por toda una serie de etapas que la marcarán como proceso. 

En tal sentido es que se desplegarán diversos esfuerzos por arribar a un momento como éste y en el que los agentes nuevamente deberán dar cuenta de sus márgenes de creatividad, innovación, originalidad e ingenio para lograr tan ansiada posibilidad. Tales capacidades se orientan a enfrentar los mecanismos específicos de los que se valen los dominantes del campo para hacer una capitalización de los recursos, sean estos de tipo cultural, político o los hartamente conocidos de tipo económico.

La dimensión del orden social.-

En la aventura por conseguir la anhelada mejor distribución de los mismos es que los agentes entran en una competencia ardua en la que buscan justificar su legítimo derecho a través de la factura de su producción, es decir, la calidad de la que están hechos los productos que pueden ofrecer a beneficio del campo y de su crecimiento como espacio de interacción y significancia social. En la teoría del constructivismo estructuralista se piensa el universo social como un infinito espacio de representación de diversos campos -tanto autónomos como signados por tensiones, enfrentamientos y competencias- en donde los agentes dan rienda suelta a sus prácticas sociales e igualmente inician procesos de intercambio de recursos tanto materiales como culturales que en alguna medida contribuyen a la satisfacción de sus intereses.

Tales campos son tan variados e infinitos y dependerán en la medida que existan recursos que capitalizar y detentadores de los mismos preparados a dictar normas de acceso y goce a los mismos, de los cuales indudablemente puedan obtener un margen de ganancia y beneficio. Son campos que irán a establecer quienes detentan autoridad en materia de producción de saberes y extensión de dinámicas, a la par que restringirán las posibilidades de alcance de reconocimiento a los nuevos productores del campo, que bajo legítima aspiración buscarán el mismo a través de la producción de nuevos conocimientos o técnicas útiles a la “naturaleza” y pretensiones del campo.

Valoración de la propuesta de Pierre Bourdieu.-

El constructivismo estructuralista ha sido posible gracias a un específico trabajo de investigación que Bourdieu ha llevado a cabo, el cual comienza con una labor de observación sobre la acción de los agentes. Este punto no deja de ser esencial en todo momento del planteamiento teórico. Gracias al despliegue de los esfuerzos de los agentes es que se comprende su avance hacia el análisis del campo y de las estructuras que lo rigen y que les dan coerción. Frente a ellas los agentes actúan con premura visto que se hayan interpelados por las mismas constantemente.

Como ya se había anotado, los agentes ofrecerán respuestas a tales interpretaciones a partir del bagaje cognoscitivo y empírico del que dispongan en un momento dado. De los insumos extraídos de la experiencia es que se fijan conocimientos que orientan las respuestas de los agentes, seguramente unas más eficaces que otras, pero que indefectiblemente se validan conforme van demostrando ser útiles y funcionales a la satisfacción de necesidades y conservación de la integridad de los agentes. Cuando se llega a este nivel de utilización de una serie de respuestas es que se habla de un sentido práctico, donde concretamente se activan fórmulas ya validadas, si se quiere, que economizan la reflexión -incluso la energía que conlleva a la misma- encaminadas a la resolución de problemas prácticos que se suelen presentan en la vida cotidiana así como en diversas esferas de la vida social de los agentes, ciertamente requeridos de alternativas eficaces y eficientes.

Este sentido práctico se halla inscrito en el cuerpo de los agentes, en sus movimientos, en sus diferentes desenvolvimientos corporales, los cuales se activan ante la particularidad de la situación enfrentada. Dicho sentido práctico sería otro modo más de interiorización de aquellas estructuras sociales que, pese a sus constreñimientos por momentos asfixiantes, dotan a los agentes de pautas útiles que les permiten surcar los mares más procelosos de la vida social. En mundo cada vez más convulso y sensacionalista, demandante de acciones rápidas, un concepto como el del sentido práctico da luces sobre esto que durante todas estas líneas se ha venido hablando: la práctica de los actores, que no solamente se limitarían a re-producirlas sino que buscarían la posibilidad de reformular las estructuras en las cuales se mueven. De todo esto, se asiente que hay una intrínseca dialéctica entre el establecimiento de una estructura social y sus márgenes de coerción y los desplazamientos de los agentes, reproductores e innovadores según su particular proceso biográfico.