La sociología de nuestros días, aquella que nos
complacemos en llamar contemporánea -y bien hacemos puesto que refiere un
número de estudios que tienen como referente el actual momento de la vida
social, política, económica y cultural de las más diversas sociedades
extendidas a lo largo y ancho de la Tierra- no puede ser pensada sin nombrar
con justicia a aquellos científicos sociales que trabajan por enriquecerla como
disciplina. La lista de sociólogos que ya tiene un lugar fijo en
el universo del saber producido por el hombre y para el hombre cuenta entre sus
filas a un investigador de procedencia francesa, quizá el más nombrado y leído
de los últimos 50 años: Pierre Bourdieu.
Con una propuesta teórica alambicada cuanto
inteligente Pierre Bourdieu se ha perfilado como uno de los teóricos cuyo
esfuerzo de investigación es considerado dentro de los mejores y mayores
esfuerzos por conciliar instancias teóricas presuntamente antagonistas
(aquellas heredadas para la ciencia sociológica desde los aportes de Marx,
Weber o Durkheim) para llegar al establecimiento de un cúmulo teórico ambicioso
encaminado a ofrecer lecturas todavía más profundas y reveladoras del espacio
social, de sus actores y de sus dinámicas de interacción. Ciertamente, no se
puede hablar de teoría sociológica sin que el nombre de Pierre Bourdieu venga a
la mente de cualquier persona mínimamente formada en esta disciplina.
El constructivismo estructuralista.-
La propuesta de Bourdieu denominada constructivismo
estructuralista debe entenderse por la consideración de la existencia de unas
estructuras sociales inasibles e independientes de la conciencia y voluntad de
las personas que ejercen sobre las mismas un poder capaz de constreñir y
orientar sus prácticas sociales a determinados fines, de las cuales
difícilmente pueden salir a menos que renuncien a la idea de una vida en
sociedad regida por específicos convencionalismos que organizan su decurso. Sumando a ello, debe igualmente tomarse en cuenta
los patrones de percepción, pensamiento y acción que se constituyen como
inigualable carta de presentación de los individuos al momento de llevar a cabo
sus diversas interacciones sociales, de las cuales se puede esperar un cierto
margen de innovación en la medida de la creatividad de los agentes y de los
estímulos que los lleven a re-significar o al menos a reconsiderar sus
prácticas. Del planteamiento de este concepto es que entonces surge el concepto
de campo.
En ambas premisas, ciertamente, se asiste a uno de
los más notables intentos por ofrecer una conjunción de lo objetivo (las
estructuras sociales, a las cuales el autor terminará concediendo primacía) y
lo subjetivo (la construcción por parte de los actores) que no se limite a los
discursos teóricos clásicos que muchas veces han caído en antagonismos
presuntamente irreconciliables y que sin duda han encontrado sendos tributarios,
los mismos que han aportado a establecer esencialismos teóricos generadores de
la confrontación que poco han sumado a favor de una perspectiva analítica y
comprensiva todavía más profunda y que abarque aquellos resquicios de la vida
social que podían quedar inalcanzables para las tradiciones sociológicas
pre-existentes. Del planteamiento de este otro concepto se entiende así el
concepto de habitus.
Dos momentos del constructivismo estructuralista.-
De lo
expuesto se participa claramente en dos momentos de la teoría de Bourdieu: una
primera de corte objetivista, donde el elemento base para la asimilación de
esta propuesta es el reconocimiento de unas estructuras objetivas estudiadas
por el científico social y en las cuales reposan las representaciones
subjetivas de los actores (o agentes para ser más precisos). Tales estructuras
son vistas como el principal constreñimiento a la práctica de los agentes y el
cuadro de despliegue de sus diferentes pulsiones y lógicas. El segundo momento de la propuesta de Bourdieu tiene
un corte subjetivista, donde las representaciones de los actores cobran un
cariz altamente dinámico y hasta propositivo, al punto de ofrecer la
posibilidad nada desdeñable de un intento de transformación de esas estructuras
sobre las que descansan y que ciertamente les permiten su extensión. Asistiendo a este proceso, a este momento de la
comprensión es que se aprecian los esfuerzos tanto individuales como colectivos
por repensar, reformar o reformular -y hasta revolucionar- estas estructuras
condicionantes del impulso social de los actores, o en el menos afortunado de
los casos, simplemente dejarlas fijas tal y como ya estaban desde un principio.
Es con
particular atención a este segundo momento donde se inscribe una explicación
historicista sobre el principio de acción de los actores, por la cual los
mismos asumen una empresa que se confronta con la sociedad misma. En ello los
individuos, los agentes, no proceden siendo entendidos como una instancia
externa a la estructura ni tampoco como una cosa que reside en la conciencia de
las cosas sino en la íntima relación de ambos estados. He aquí el carácter relacional de unos procesos
históricos que han conseguido objetivación en las cosas (las diversas formas de
instituciones sociales) y, de otra parte, de aquellos mismos procesos
históricos que han recaído en la corporalidad de los agentes y que perfilan sus
prácticas, o lo que para Bourdieu es el habitus.
Del
despliegue de ambos componentes explicativos es que se puede comprender la
producción y re-producción del mundo social, donde sus agentes llevan inscritos
en el cuerpo unos procesos históricos gracias a los cuales aparece entendible
su desenvolvimiento social, a la par que aquella misma historia ha ido a
encallar en un marco rígido como son las instituciones sociales y que le
ofrecen a los agentes los senderos por los cuales desplazarse en salvaguarda de
su integridad y para la perpetuación de un orden a todos conveniente.
Interiorización y exteriorización.-
Para
Bourdieu esta compleja dinámica acarrea un doble movimiento constructivista, a
saber el de la interiorización de aquellas estructuras inasibles y que
constriñen, como de exteriorización de aquellas pulsiones e innovaciones que se
perfilan como propuesta de replanteamiento y cambio de las mismas o simplemente
de validación de su existencia y perdurabilidad. Esa interiorización de las
estructuras se da gracias a los diferentes procesos de socialización que
comienzan desde los primeros años de existencia del individuo y que después
vienen afianzados gracias a la acción de las agencias de socialización
(familia, escuela, por nombrar las más saltantes) que se encargan de dotar a
los agentes de los insumos relacionales básicos para su desenvolvimiento en
sociedad. Posteriormente, con el paso de los años, los agentes
participan en el afianzamiento de dichas estructuras al tributarles validez y legitimidad,
necesarias para el normal decurso del conjunto de la vida de todos ellos en los
más variados campos que se puedan reconocer.
Sin embargo, en el segundo momento entendido como la
exteriorización de un bagaje subjetivo -llámense patrones de percepción,
pensamiento y acción- los agentes tienen a su disposición la posibilidad de
re-crear ese férreo marco que marca el compás de sus pautas conductuales y
actitudinales. No llegan a este momento sin haber asimilado debidamente estos
constreñimientos y posteriormente haber llevado a cabo un escrutinio en
profundidad de su lógica de producción y re-producción. Al des-cubrirse ante sus ojos este alambicado
engranaje dan rienda suelta a su creatividad e innovación para ofrecer
alternativas que hagan de sus vidas unas vidas más vivibles que encuentren una
mejor satisfacción a sus siempre incesantes necesidades.
El habitus.-
Retomando lo hasta ahora visto, participamos de la
definición del habitus como concepto que permite entender la subjetividad
perfilada por estas estructuras sociales mediante un infaltable proceso
histórico. Un habitus que como insumo de un mayor cuerpo teórico va a dar
cuenta de esas instituciones sociales que se graban en la mente de los agentes
y que son reconocibles en sus pautas de desenvolvimiento. En este sentido Bourdieu alcanza una iniciativa
teórica interesante que no sólo refiere a actores que se desplazan por los
espacios sociales motivados por unas pulsiones que únicamente partirían de sus
propias subjetividades, sino que éstas están respondiendo a cuanto asimilado y
labrado en sus mentes y cuerpos. No serían, pues, estos actores, entes
autónomos en un sentido pleno e irrefutable que simplemente han optado por
disponer unas pautas conductuales y actitudinales a libre albedrío.
De manera acorde con el principio de acción
histórica, el habitus irá a contener una explicación de la singularidad de cada
uno de los agentes, cuyas prácticas han sido perfiladas en base a muy
particulares experiencias de vida dadas en unos espacios geográficos igualmente
particulares que suman a la definición de las mismas de manera irrepetible. Para Bourdieu, los agentes aportan respuestas a las
diferentes situaciones sociales de la vida cotidiana a través del habitus, y la
respuesta frente a las mismas estará intrínsecamente ligada a todas aquellas
pautas de pensamiento y acción de las que puedan disponer los agentes, éstas a
su vez nutridas por unas experiencias que calan en la sensibilidad de los
mismos y que ya disponen una serie de condicionantes para sus posteriores
interacciones.
El campo.-
El campo es visto por Bourdieu como aquellos
escenarios donde las instituciones sociales cobran despliegue y dinamismo,
albergando el despligue de los agentes y sus modos de socialización, de
interacción y de intercambio material y simbólico. En el campo cobran vida las
distintas relaciones de los agentes, sean éstas de tipo político, cultural o
económico que los confrontan ya sea de modo individual como colectivo y de
acuerdo a ciertos intereses que se defienden en determinados escenarios de
confrontación. Para Bourdieu cada campo está signado por unas
fuerzas, por unas tensiones que precisamente le dan su carácter de espacio de
confrontación. De esto no es difícil colegir que tales tensiones obedecen a una
desigual distribución de los recursos (no solamente de riquezas) y que perfila
unos detentadores de los mismos, al punto de llegar a considerarse el
establecimiento de monopolios de la legítima distribución y empleo de los
mismos.
Surgen con ello las figuras de los dominantes y los
dominados, que como concepto explicativo es en verdad poco novedoso pero que,
valgan verdades, responde a una configuración histórica de la lucha por el
poder que es tan antigua como la presencia misma del hombre sobre la faz de la
tierra. ¿Qué se espera que resulte de esta confrontación
sempiterna? Pues nada menos que la reformulación de la distribución de los
recursos y de la capacidad de detentar los mismos, hecho que a su vez traerá
aparejados nuevos poderes idealmente más justos y equitativos. Esta correlación de fuerzas, de experimentar la
posibilidad de reformulación de su configuración, no se dará de la noche a la
mañana sino que deberá pasar por toda una serie de etapas que la marcarán como
proceso.
En tal sentido es que se desplegarán diversos esfuerzos por arribar a
un momento como éste y en el que los agentes nuevamente deberán dar cuenta de
sus márgenes de creatividad, innovación, originalidad e ingenio para lograr tan
ansiada posibilidad. Tales capacidades se orientan a enfrentar los
mecanismos específicos de los que se valen los dominantes del campo para hacer
una capitalización de los recursos, sean estos de tipo cultural, político o los
hartamente conocidos de tipo económico.
La dimensión del orden social.-
En la aventura por conseguir la anhelada mejor
distribución de los mismos es que los agentes entran en una competencia ardua
en la que buscan justificar su legítimo derecho a través de la factura de su
producción, es decir, la calidad de la que están hechos los productos que
pueden ofrecer a beneficio del campo y de su crecimiento como espacio de interacción
y significancia social. En la teoría del constructivismo estructuralista se
piensa el universo social como un infinito espacio de representación de
diversos campos -tanto autónomos como signados por tensiones, enfrentamientos y
competencias- en donde los agentes dan rienda suelta a sus prácticas sociales e
igualmente inician procesos de intercambio de recursos tanto materiales como
culturales que en alguna medida contribuyen a la satisfacción de sus intereses.
Tales campos son tan variados e infinitos y
dependerán en la medida que existan recursos que capitalizar y detentadores de
los mismos preparados a dictar normas de acceso y goce a los mismos, de los cuales
indudablemente puedan obtener un margen de ganancia y beneficio. Son campos que irán a establecer quienes detentan
autoridad en materia de producción de saberes y extensión de dinámicas, a la
par que restringirán las posibilidades de alcance de reconocimiento a los
nuevos productores del campo, que bajo legítima aspiración buscarán el mismo a
través de la producción de nuevos conocimientos o técnicas útiles a la
“naturaleza” y pretensiones del campo.
Valoración de la propuesta de Pierre Bourdieu.-
El constructivismo estructuralista ha sido posible
gracias a un específico trabajo de investigación que Bourdieu ha llevado a cabo,
el cual comienza con una labor de observación sobre la acción de los agentes. Este
punto no deja de ser esencial en todo momento del planteamiento teórico.
Gracias al despliegue de los esfuerzos de los agentes es que se comprende su
avance hacia el análisis del campo y de las estructuras que lo rigen y que les
dan coerción. Frente a ellas los agentes actúan con premura visto que se hayan
interpelados por las mismas constantemente.
Como ya se había anotado, los agentes ofrecerán
respuestas a tales interpretaciones a partir del bagaje cognoscitivo y empírico
del que dispongan en un momento dado. De los insumos extraídos de la
experiencia es que se fijan conocimientos que orientan las respuestas de los
agentes, seguramente unas más eficaces que otras, pero que indefectiblemente se
validan conforme van demostrando ser útiles y funcionales a la satisfacción de
necesidades y conservación de la integridad de los agentes. Cuando se llega a este nivel de utilización de una
serie de respuestas es que se habla de un sentido práctico, donde concretamente
se activan fórmulas ya validadas, si se quiere, que economizan la reflexión
-incluso la energía que conlleva a la misma- encaminadas a la resolución de
problemas prácticos que se suelen presentan en la vida cotidiana así como en
diversas esferas de la vida social de los agentes, ciertamente requeridos de
alternativas eficaces y eficientes.
Este sentido práctico se halla inscrito en el cuerpo
de los agentes, en sus movimientos, en sus diferentes desenvolvimientos
corporales, los cuales se activan ante la particularidad de la situación
enfrentada. Dicho sentido práctico sería otro modo más de interiorización de
aquellas estructuras sociales que, pese a sus constreñimientos por momentos asfixiantes,
dotan a los agentes de pautas útiles que les permiten surcar los mares más
procelosos de la vida social. En mundo cada vez más convulso y sensacionalista, demandante de acciones rápidas, un concepto como el del sentido práctico da luces sobre esto que durante todas estas líneas se ha venido hablando: la práctica de los actores, que no solamente se limitarían a re-producirlas sino que buscarían la posibilidad de reformular las estructuras en las cuales se mueven. De todo esto, se asiente que hay una intrínseca dialéctica entre el establecimiento de una estructura social y sus márgenes de coerción y los desplazamientos de los agentes, reproductores e innovadores según su particular proceso biográfico.