domingo, 27 de marzo de 2011

Cuando la gente se pierde



Se me fue con el sol
sin hablar, sin un adiós...
No recuerdo ni su cara ni su voz...

Miriam Hernández. Se me fue (1993).


La gente se pierde. Las personas se pierden de nuestras vidas cuando menos lo imaginamos. Esto va sucediendo poco a poco. Ellas dejan de tener presencia en nuestras vidas y finalmente llega un día en que ya han dejado de sernos familiares. Sus rostros nos son ajenos y si pensamos volver a verlos no encontramos más la necesidad de reencontrarlos. Ya para entonces es tarde porque también nosotros nos hemos perdido para ellas.

De una u otra manera es triste que la gente se pierda de nuestras vidas. Las personas se pueden perder por diversos motivos: el trabajo, los estudios, los compromisos o problemas personales, pero la mayoría de veces estos son solamente los pretextos de los cuales se valen para justificar su salida de nuestras vidas. ¿Y qué le vamos a hacer? No son válidos los reproches, simplemente se asiente y se les deja ir, tal como un día llegaron.

No es válido lamentarse en ningún sentido. Sin embargo, aquí la madurez se deja ver y entonces vemos qué tanto echamos de menos la partida de aquellos que ayer compartieron nuestras vidas. El lamento es mayor cuanto más aferrados estamos a ellos. Todo pasa en esta vida, incluso las personas, y es parte de algo que se llama ley de la vida dejar partir lo que no es enteramente nuestro. La capacidad de saber renunciar a quienes estuvieron a nuestro lado es necesaria porque de otro modo nos acarreamos sufrimiento y ansia que en el peor de los casos deberíamos solamente permitirnos tener con la ausencia de nuestros verdaderos seres queridos.

Algunas otras personas se pierden de nuestras vidas porque las invitamos a hacerlo o porque simplemente les creamos una situación en la que lo único que puede quedarles es perderse. Esas personas deben perderse porque no nos acompañan como dicen que lo hacen. Es más, cuando no lo procuran podemos percatarnos que estamos solos aunque a nuestro lado haya alguien. Así, ¿qué más da que ya no estén a nuestro lado si impostan su interés por nuestros problemas? Son personas deleznables y con el tiempo ni siquiera se les extraña.

No hemos venido al mundo acompañados por nadie ni nos iremos de él asistidos por alguien. Caminar solo el sendero de nuestras vidas es una tarea difácil, pero definitivamente vale la pena caminarlo por las miles de sensaciones nuevas y ricas que nos depara y que le terminan de dar sentido a la misma. Caminarlo al lado de alguien, de los amigos, del enamorado, la novia o la pareja es bello pero si no están allí no podemos perder la fuerza para seguir adelante. ¡Eso jamás!

Disfrutar de la propia soledad y de la propia compañía es algo para lo que la sociedad no nos prepara. Nos hace temerle, impelerla lejos de nosotros y al contrario, nos ofrece buscar al otro. Si efectivamente este otro puede complementar nuestra vida lo cierto también es que nosotros debemos trabajar en nuestra soledad y desde nuestra intimidad por ofrecerle a ese otro nuestro buen complemento, y ello es un proceso que no se logra de la noche a la mañana. Es como el advenimiento de una flor: ésta necesita forjarse para ser bella, buena y verdadera, pero se debe esperar para gozar del poder contemplarla.

Se van los que se tienen que ir porque no son útiles en nuestras vidas, y permitirles la partida es una de las mejores cosas que podemos hacer por nuestra propia salud emocional. Le ceden un espacio a otros que en su momento jugarán un rol especial al lado nuestro y escribirán con nosotros un nuevo capítulo de vida. Entonces ¿por qué estar tristes?

La mejor alternativa es predisponer nuestro cuerpo, corazón y mente a lo vendrá/a quien vendrá y sonreír por la partida de quien no puede contribuir a más por nuestro desarrollo personal. Si la gente se pierde es por algo y en ciertas ocasiones es mejor no salir a buscarla.