Introducción.-
En nuestros días, la migración se entiende como un
proceso casi natural por el que las personas dejan sus lugares de nacimiento y
de vivienda para trasladarse a otros en los que presumiblemente encontrarán
mayores oportunidades de desarrollo. Ante la expectativa de vivir experiencias,
diferentes a las que las personas están acostumbradas, y poder entrar en
contacto con aquello que el mundo de hoy ofrece, las personas abandonan
aquellos sitios que los vieron nacer o donde pasaron algunos años de sus vidas,
para salir en busca de nuevas oportunidades y de nuevas sensaciones.
Se migra para ir a buscar cosas que vivir y que ver,
que le permitan al individuo acrecentar su conocimiento sobre sí mismo, sobre
los demás, sobre la vida. Más allá de anhelar mejores condiciones materiales de
crecimiento, al cambiar de lugar se va a
la búsqueda de un replanteamiento de la propia vida desde nuevas experiencias,
ricas y vitales, que doten de sentido a los actuales días y que permitan un
mejor repaso de los años previos vividos en la tierra que se deja.
El inicio de las
migraciones internas.-
Para entender las migraciones internas ocurridas en
los últimos 50 años en el Perú se debe tomar en consideración la evaluación de
02 procesos sociales que afectaron la configuración y modernización del país:
a) El
proceso de urbanización.
b) El
crecimiento demográfico.
Por el primero de ellos debemos entender que, a
medida que el Perú pasaba por procesos de crecimiento y expansión económica, el
aparato estatal comenzó a ampliar su llegada y a robustecer su presencia en
todos los puntos del territorio nacional. Economía y política de la mano
permitieron el surgimiento de espacios urbanos que paulatinamente fueron
postergando el ámbito rural.
Allí donde sólo había concentraciones humanas y un
tramado conformado por básicas relaciones sociales de producción e intercambio
que posibilitaban la vida es que el Estado implanta sus grandes ciudades. Toda
una maquinaria modernizadora acompaña el establecimiento de estos nuevos
núcleos urbanos, expresado en casas de material noble, en edificios para las
diversas dependencias del poder del Estado, en redes de agua y alcantarillado,
luz y teléfono, en escuelas y centros de atención médica. El Perú, así, estaba
demostrando que comenzaban nuevas épocas de crecimiento, en medio de un
contexto mundial históricamente inolvidable que económicamente le favorecía.
De su parte, por el incremento de la población es
que se entiende la migración del campo hacia la ciudad. Los espacios rurales
quedan relegados ante las innovaciones modernas que se van concentrando en los
nacientes y soberbios espacios urbanos. Miles de peruanos que habían pasado sus
vidas en los campos, regentados por una organización latifundista, dejan la
comunidad de origen y se embarcan en una aventura diferente, prometedora de
nuevas y mejores oportunidades de vida.
Sin embargo, llegar a las grandes ciudades no
significó en ningún momento el hallazgo de un paraíso. Parecía que estas nuevas
concentraciones urbanas no estaban pensadas para foráneos, gente proveniente de
otras partes del país portadoras de pautas sociales y culturales diferentes.
Ante ello, los miles de migrantes optan por apropiarse de las áreas libres en
estas ciudades, dando paso al surgimiento de lo que conocemos como barrios,
barriadas o asentamientos humanos, alternativa que les fue obligada a tomar a
modo de solucionar su problema de vivienda.
Estas ciudades aparecían tentadoras a los ojos de
estos migrantes, de estos campesinos que hacía poco habían dejado un régimen
duro y explotador en el campo, en el latifundio. Estas ciudades se perfilaban
como espléndidos polos de desarrollo en continuo florecimiento, pero que como
estructura de organización social de las personas no estaba contemplada para
quienes no habían crecido en ellas. En virtud de ello, migrantes y campesinos
deciden no tirar por la borda el enorme esfuerzo que les había demandado dejar
el propio terruño, por lo que se asientan en las áreas libres y con el paso de
los años van consolidando una notable presencia, superando los embates de una
nueva vida lejos de “casa” y adaptándose con astucia a los diferentes procesos
de modernización que después se sucedieron.
Esta migración, de carácter espontáneo
evidentemente, puso bajo cuestionamiento el poder del Estado y su capacidad de
satisfacer las necesidades de todos los peruanos a lo largo y ancho del
territorio nacional. Permitió repensar las oportunidades de vida y desarrollo
que a todos ellos se les brindaba lejos de la imponente Lima. Asimismo, fue la
ocasión de evaluar qué medidas se debían tomar en torno a este “asalto” a las
ciudades y su floreciente modernización y cómo reencauzar un fenómeno social de
esta magnitud. Se tiene, entonces, a un Estado cuya autoridad se ve cuestionada
y del otro lado a unos sectores populares migrantes que establecen un propio
orden y organización social, que dista de la que oficialmente se impone desde
los diversos aparatos burocráticos del Estado peruano.
Vemos así que la actitud de estas clases
“emergentes” es contestataria, recusa las leyes (ya desde el momento mismo que
decide asentarse en espacios libres sin optar por los regulares mecanismos de
población de un espacio geográfico) y enfrenta a las instituciones y los
dispositivos legales que regulan la vida social por aquellos años. Se asiste,
pues, al nacimiento de un nuevo orden que desde esos años hasta la actualidad
se va a conocer como informal.
Causas de la migración.-
Los últimos 50 años del siglo pasado de la historia
peruana nos presentan el auge de una institución económica férrea como lo fue
la gran hacienda, detentadora del monopolio de grandes extensiones de tierra,
de las que se extraía sus recursos merced de la aplicación de mecanismos de
explotación en perjuicio de campesinos y comuneros, en los que se encontraba
una mano servil y mal recompensada. La hacienda era regentada por un hacendado
que concentraba en sí un poder político de carácter regional y que se hallaba
intrínsecamente ligado a un poder mayor, central, como lo era el gamonalismo.
No solamente se desplegaba una maquinaria
político-económica abusiva sino que en términos culturales postergaba la
riqueza de las prácticas milenarias provenientes de la cultura andina y del
bagaje de su infinito universo de significados sobre el hombre y su fuerte y
noble ligazón con la tierra. Pese a este contexto desfavorable, los hombres y
mujeres del ande consiguieron mantener a salvo dicha riqueza cultural a través
de una práctica silenciosa que consiguió llegar hasta nuestros días.
Fuera del Perú, el mundo experimentaba un importante
crecimiento mundial después de haber vivido una infausta II Guerra Mundial. De
ello el Estado peruano se había beneficiado gracias a las importaciones de
materias primas y de insumos destinados a la actividad bélica, que en buena
medida daban cuenta del final del auge de aquellos espléndidos años del auge
del guano y del salitre.
Nuestro Estado comenzaba a verse robustecido por
grandes préstamos privados y ambiciosas inversiones extranjeras que dotaron de
desarrollo a las zonas de la costa norte y central del Perú, a través del
establecimiento de enclaves de petróleo y azúcar. Lo propio ocurrió en la
sierra pero en términos de actividad minera. En medio de este marco comenzó la
expansión comercial que hizo posible el surgimiento de grupos de poder
económico y político que van a participar en la toma de las más importantes
decisiones para el país en las próximas décadas.
Todos estos procesos modernizadores dieron lugar a
un Estado nuevo, acorde con su momento histórico y que paulatinamente estaba
dejando atrás aquellos fuertes rezagos coloniales que hasta los primeros 50
años del siglo XX todavía existían y encontraban presencia no solamente en las
haciendas y latifundios sino en toda la organización de la vida social por la
vida económica.
Se tiene así un país con nuevas capas populares que
cada vez más toman parte en la vida política del país y a las que los
diferentes partidos políticos habrán de dirigirse, precisamente al ver su
carácter dinámico y pujante. Entonces, del extranjero no solamente llegará esta
modernización que se traduce en movimiento económico, en negociaciones
comerciales o en compra de maquinarias sofisticadas. También llegarán las ideas
de justicia social, equidad y participación política que imperaban por aquel
entonces en Europa y que con algunos años de retraso conseguirán eco en el
Perú.
Muchas de estas ideas serán canalizadas a liberar el
campo del abuso latifundista todavía existente aunque ya sin el esplendor de
los años pasados. Lo que se conoció como alcanzar la libertad del indio y la
reivindicación del obrero serán dos de los temas que con mayor fuerza estarán
presentes en la agenda de los partidos políticos, algunos de los más saltantes
de esos años como el Partido Aprista Peruano o el Partido Comunista.
Las situaciones
desfavorables.-
Se entiende el proceso migratorio del análisis de
las difíciles condiciones de vida que tienen lugar en el campo, y por
extensión, en todo el mundo rural. Partiendo de la existencia de las grandes
haciendas y latifundios que entonces se erigían como entidades absolutas de la
dominación territorial se comprende la férrea concentración monopólica de la
misma como espacio no solamente para el ejercicio de un abuso de tipo social y
económico sino también político.
Las comunidades campesinas se ven así condenadas a
vivir en la pobreza y en el escaso o casi nulo acceso a recursos que
posibiliten una vida más digna. Obviamente no hay una distribución de riquezas
ni se da el debido valor a la figura del campesino o del comunero, que presta
su mano de obra servil para un trabajo arduo del cual no se verá justamente
gratificado. A la par, la población de estas comunidades irá incrementándose y
estará aparentemente condenada a vivir en espacios reducidos e inadecuados.
Todas estas tensiones sociales se pueden resumir en
marginación política y social, que trae aparejada la invisibilización del
campesino, de la ausencia de sus derechos y de las debidas instancias legales a
las cuales pueda dirigirse para reclamar mejores y más justas condiciones de
vida que le permitan subsistir y que le garanticen un futuro digno para su
descendencia. Carentes de una voz, de una representación y de los adecuados
canales de expresión de sus necesidades optarán por abandonar aquel contexto de
abuso, maltrato y dominación en busca de una oportunidad de crecimiento, entonces
ofrecido por las grandes ciudades y su dinámica económica.
Las alternativas.-
Ante el panorama desolador arriba expuesto se
presentan 02 alternativas bien definidas. De una parte está el imposible
reordenamiento a profundidad de la tenencia de la tierra, del arreglo de las relaciones económicas y sociales a través
de la intervención del Estado en cuestiones de organización del agro. Esta
alternativa acarreaba unos costos y unos esfuerzos que la desidia de un Estado
peruano como el de aquellos años -empachado del flujo de capitales e
inversiones- no permitió canalizar hasta la llegada del primer gobierno del
presidente Juan Velasco Alvarado.
La otra posibilidad era emprender un éxodo del campo
a la ciudad que aliviara todas las tensiones hasta ahora expuestas y que con
ello no incurría en la modificación de las estructuras de dominación imperantes
en el mundo campesino. Definitivamente esta segunda posibilidad fue la que
entró en vigor por su viabilidad y sus menores costos sociales. De aquí en
adelante estos migrantes encontraron un camino de acceso inmediato hacia las
grandes ciudades, y sobre todo hacia Lima, gracias a recursos como las redes
viales, que facilitaron su traslado y que por aquellos años se encuentran
extendidas por casi todo el territorio nacional, merced de la política de
modernización emprendida durante aquellos años (hablamos de finales de la
década de los 40 e inicios de la década de los 50).
Todas estas transformaciones económicas favorecieron
la migración provinciana hacia la costa. Puntualmente, la bonanza de las
exportaciones, la expansión industrial a nivel internacional y las grandes
políticas organizadoras de los gobiernos de turno (General Manuel A. Odría)
permitieron el incremento de inversiones gubernamentales en obras públicas. De
ello que un reflejo nítido de este proceso se haya visto en las redes viales y
carreteras que como rutas de penetración facilitaban la intercomunicación de
los pueblos.
Otras grandes inversiones se apreciaron en planes de
vivienda urbana, mejora de la infraestructura educativa y de salud, creación de
fuentes y puestos de trabajo por el auge de las exportaciones. Ante todos estos
fenómenos económicos es que se entiende la aparición de las tendencias
migratorias, las cuales de esta forma consolidan su proceso.
El siglo XX se cerrará con la el definitivo
establecimiento de grandes contingentes de migrantes en Lima metropolitana, a
la par que el Estado peruano ya habrá cobrado presencia en todo el territorio,
interactuando con las diferentes regiones y pueblos del país, ya incluidos en
la vida nacional y en la toma de decisiones políticas.
Estos nuevos sectores populares, consolidados en
barriadas o asentamientos humanos, después de haber ocupado casi todas las área
libres disponibles, comenzarán a poblar los cerros, a implementar una economía
informal como parte de una actitud contestataria y manteniendo vivas su lengua,
su cultura y sus formas de vida. Sus tradiciones, creencias y usanzas que se
constituirán en un rico bagaje simbólico que les dotará de una presencia
inconfundible en medio de la Lima de cemento cada vez más sumergida en una
vorágine social, política y económica incesante.
Tendencias hacia el año
2021.-
El año 2021 se cumplirán 200 años del nacimiento del
Perú a la vida independiente. Sin embargo, el anhelado sueño de igualdad y
libertad para miles de peruanos y peruanas sigue aún en proceso de
construcción. La aún poco justa distribución de los recursos y de las riquezas
permite la aparición de clases sociales dispares, donde unas conocen mejor los
conceptos de bienestar y seguridad social, y donde otras todavía esperan una
oportunidad de reivindicación, una hora de surgimiento y la esperanza de un
mañana que ofrezca mejores posibilidades de vida y de desarrollo personal y
comunitario.
El proceso de migraciones internas no ha se ha dado
como un fenómeno gratuito. Todo lo contrario: ha respondido a urgentes e
impostergables necesidades que el Estado peruano no ha sabido responder en el
curso de más de un siglo, necesidades que aún hoy sigue empeñado en resolver y
que hablan igualmente de un Estado en proceso de crecimiento. Hay lecciones
todavía no aprendidas, como la de la igualdad de oportunidades y equitativa
repartición del capital -no solamente económico sino también cultural- que no han
sido asimiladas del todo, y que constriñen a miles de peruanos a vivir todavía
en situación de pobreza y pobreza extrema, de marginación y postergación que no
son atendidas con un interés más decidido y con la oportuna disposición de
inversiones.
El Estado habrá podido extender una importante red
de carreteras y rutas de penetración a lo largo del territorio nacional, pero
el estado de bienestar y de igualdad de oportunidades es sin lugar a dudas la
cuestión de fondo que no se termina de resolver con grandes y suntuosas
inversiones, depredadoras muchas de ellas de los recursos naturales de las
regiones. El crecimiento económico y social como tal seguirá pareciéndole a
muchos peruanos una mera ilusión en tanto no se tomen medidas concretas que
auspicien el surgimiento de sus pueblos, de sus comunidades y regiones
partiendo del respeto de su diversidad y de una sensata disposición de sus
recursos para encaminar un proceso de producción y desarrollo sostenibles.
De cara al 2021, el fenómeno migratorio, de un lado,
podrá reforzarse hacia la capital y otras grandes ciudades de la costa y sierra
en tanto las mismas continúen siendo el principal foco de inversión no sólo
para el Estado sino para las empresas extranjeras y poderosas transnacionales.
De otro lado, estas mismas inversiones extranjeras podrán poner su atención en
diferentes puntos del país aún vírgenes al proceso productivo colmados de
recursos naturales, en donde se pueda establecer unos espacios de desarrollo
económico respetuoso del paisaje e inclinado a no alterar su configuración, al
punto de acabar no solamente con su belleza como atractivo turístico sino con
la posibilidad de permitir el desarrollo de una vida social y su respectiva
organización.
La misma sierra peruana todavía puede ofrecer muchos
puntos geográficos que canalicen la migración interna, haciéndola desistir de
la capital como alternativa para ofrecer otras igualmente prometedoras e
incluso menos convulsas y turbulentas, que igualmente podrían poner a
disposición de sus habitantes las ventajas que actualmente se encuentran en las
grandes ciudades.
Sin embargo, para ello será necesario que el Estado
inicie un importante proceso de inversión que rescate de la postergación a
estas ciudades, alcanzando auténticas posibilidades de un desarrollo adecuado y
de transformación. Sólo así se encontrarán alternativas a la migración que no
necesariamente pasen por considerar en grado único a Lima metropolitana.
Finalmente, la selva peruana se haya lamentablemente
poco promocionada como vasto espacio geográfico que pueda acoger los procesos
migratorios y su lógica social. Si se evidencia un poco o escasa inversión en
las diferentes ciudades de la sierra, en la selva dicha inversión prácticamente
no es un tema serio en la agenda de los gobiernos de turno. Retomando este
aspecto y dotando a la selva peruana de oportunidades de crecimiento es que la
misma podría constituirse en alternativa a los futuros éxodos que el Perú
todavía seguirá registrando de aquí a unos años.
Pensar en la selva peruana y en su estratégica ubicación geopolítica, que la hace próxima a grandes países del continente sudamericano (entre ellos y definitivamente el Brasil) podría ser un factor a explotar de cara al 2021, a cuya consideración se sumen sus innumerables atractivos turísticos que bien podrían perfilarla como polo de desarrollo alternativo y entonces esperanza de un rápido enriquecimiento, partiendo del hecho de verla como la garantía de llegar al término del siglo XX merced de ser fuente de recursos todavía insuficientemente explotados.