miércoles, 6 de marzo de 2013

Hay amores que son equivocados



Venezuela ya nunca más será recordada solamente por su Alma llanera, el Salto Ángel, sus paradisíacas playas o por ser la patria del autor de Doña Bárbara... De ahora en adelante se le deberá recordar también como aquel exuberante país que vio nacer y morir a uno de los hombres más importantes de los últimos 50 años para el continente sudamericano. Claramente estoy hablando de Hugo Chávez, su más reciente dictador.

Chávez y su carisma se van a quedar impregnados en el imaginario continental por muchos años. Se sumará a una larga lista de personalidades latinoamericanas que, para mal o para bien, le han dado a nuestras tierras innumerables páginas de historia por escribir. Su carácter colosal ciertamente lo hará irreemplazable a partir de hoy, eso hasta que los llanos venezolanos puedan parir nuevamente un portento de orador y dictador como lo fue "el Comandante".

Cuando tuve la oportunidad de estar en Venezuela conocí un país fracturado, convulso y en pie de lucha permanente. Una lucha doble, sostenida de un lado contra los presuntos países enemigos de la propuesta política y de gobierno que encabezaba Chávez así como dividido en sus fibras más intrínsecas. Unos ciudadanos contra otros enfrentados, sectores sociales en constante estado de disputa reflejada en la conversación del centro comercial, la pequeña discusión en una bodega o los polos tricolores de muchos jóvenes caminando por Sábana Grande me hacían ver que estaba en el país más exacerbado de Sudamérica.

Por más que siempre vi en Chávez a un dictador caribeño de oratoria incontenible y a veces obscena, debo reconocer (siempre lo he hecho) que nunca me cayó mal. Muchas veces pasé los domingos, desde las 11 am hasta las 5 pm pegado de la Radio Nacional de Venezuela escuchando su imposible "Aló, Presidente". Me interrumpía mis transmisiones de ópera (la primera que me interrumpió fue una Tosca cantada por el tenor español José Carreras) pero igualmente lo escuchaba. Lo hacía porque su fácil verbo encandilaba, su particularísimo sentido del humor me ganaba y porque necesitaba saber más de aquel país que en aquel entonces me acogía (hablo de un periodo de 06 meses comprendidos entre los años 2002 y 2003).

No odiaba a Chávez, es cierto, pero era innegable que sostenía mis puntos de vista sobre su condición de dictador, sobre todo cuando debatía con mi tía Bertha, quien creía ciegamente en su proyecto de gobierno. Lo hacía también por un ejercicio de inteligencia, de lucidez, de hacerle ver cuándo un gobierno, por más asistencialismo que brindase, no era uno de neta y acendrada factura democrática.

Ayer, al enterarme de la noticia de su deceso, no pude evitar conmoverme. Es un ser humano, libró una dura batalla contra una terrible y aún poco conocida enfermedad. Pensar en ese militar robusto y altisonante, combatiente, dando lucha día a día, hora a hora contra esa enfermedad me hizo admirarlo un poco (siempre he pensado que en su situación habría buscado el primer abismo que me pasase por el frente). Me conmovió igualmente el hecho de pensar que muchos venezolanos, beneficiarios de su asistencialismo, hayan perdido a un líder y hoy se sientan desprotegidos, nuevamente a la deriva. Y me conmovió caer en la cuenta que desde hoy Hugo Chávez se ha convertido en un hombre para la eternidad y eso es algo que absolutamente nadie se lo podrá quitar.

No niego que Chávez haya querido llegar al poder no solamente para gozar de ese poder y sus comodidades sino también para socializar con miles de miles de venezolanos todas esas oportunidades que brinda el poder. Sin embargo, lo indubitablemente cuestionable es los medios de los que se valió para llegar a proveer a tantos venezolanos de una alternativa de vida y desarrollo. Aplastar la institucionalidad democrática jamás es una opción. Pero no se puede negar que con él más de un venezolano supo lo que es acceso a servicios sociales, a estudio y salud y a una perspectiva de vida a futuro más allá de las zonas marginales, olvidabas por la clase rica que acuñó su fortuna en base a la riqueza petrolera de la nación.

Ese amor por Venezuela llevó a Chávez a buscar el poder. Empero, su determinada tozudez a no dejar el gobierno y a aferrarse a él después de un proceso electoral que nunca terminó de convencerme acabaron por desacreditar aún más su nombre ante el mundo, pero no ante aquellos que le agradecían por una esperanza del mañana, que no se basaba en simples promesas sino en acciones, acciones enmarcadas dentro de una preclara política asistencialista y clientelista.

Chávez le cantará siempre a Venezuela, con alma de trovador. Ha pasado a formar parte de una suerte de parnaso del cual ya no saldrá jamás. Será recordado por su gobierno férreo y escasamente democrático, su idolatría por Bolívar y esa admiración deslumbrante por las tierras venezolanas a las que un día decidió amar y por las cuales un día se obsesionó. Lo hizo al punto de moverse a alcanzar el poder y hacer pensar a muchos que vivía un amor equivocado por aquella patria de la que se hizo señor un 02 de febrero de 1999 y de la que se marchó solamente llevado por la enfermedad. Una vida que como tantas otras vidas, son los ríos que van a dar en la mar que es el morir.

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