viernes, 18 de enero de 2013

Una aplicación del interaccionismo simbólico




Premisa.-
A continuación se planteará un caso de investigación recurriendo al interaccionismo simbólico como marco teórico que posibilite la comprensión del mismo.
Se valorará dicho enfoque teórico por dar prioridad al mundo social como escenario marco de comprensión de las experiencias sociales, recurriendo a la explicación de la conducta del individuo en función del grupo que le rodea y al cual indefectiblemente pertenece.

A tales efectos es que se retomarán sus postulados básicos, a saber:

a)    Los seres humanos están dotados de capacidad de pensamiento.
b)   La capacidad de pensamiento está modelada por la interacción social.
c) Las personas aprenden los significados y los símbolos que les permiten ejercer su capacidad de pensamiento distintivamente humana.
d)   Los significados y los símbolos permiten a las personas actuar e interactuar.
e)    Las personas son capaces de modificar o alterar los significados y los símbolos que usan en la acción y la interacción sobre la base de su interpretación de la situación.

Igualmente, otro insumo base será la estricta consideración de la anterioridad del todo a las partes, tal como es que lo entiende el interaccionismo simbólico, concepción que posibilita la acción del individuo inicialmente estimulado por un entorno y otros como él, igualmente susceptibles de respuesta ante un entorno que repercute en ellos.

Es gracias a la interpelación del entorno que el individuo conseguirá desarrollar una mente individual, con lectura lógica de las cosas y de las personas. Es decir, por la existencia de un entorno es que se comprende el establecimiento de unos estados mentales en el individuo y su desarrollo, tanto por el curso histórico de su vida como por el mantenimiento de una confrontación dialéctica con dicho espacio.

 Antecedentes.-
Se quiere entender la dinámica de juego de un grupo de niños y niñas que viven en condición de institucionalización, esto es, residen en lo que comúnmente se conoce como albergues o casa hogar, espacios de acogida temporal para menores en situación de abandono o riesgo moral/material, privados de la debida atención y cuidados de sus padres/parientes.

Se entiende por dinámica de juego a los momentos del día en que los niños y niñas tienen oportunidad de desarrollar actividades de carácter lúdico-recreativo como medida para el desarrollo de sus condiciones psicosociales. Del mismo modo, es por medio del juego que la sociedad refuerza en el niño los patrones de socialización y los eventuales roles que puede asumir una vez que se haya incorporado a ella con el consecuente despliegue de dinámicas específicas en relación a su entorno y los demás.

Formulación del marco de investigación.-
La institucionalización como fenómeno por el cual un niño, niña o adolescente se ve constreñido a crecer y vivir fuera de un contexto familiar, ideal para su correcto desarrollo psicológico y social conlleva la aparición de diferentes problemáticas -siempre a nivel personal- que pueden presentarse en el menor a cualquier edad y acompañarle durante el curso de sus posteriores años de vida.

 Dependiendo de la complejidad del caso particular de cada menor, la condición de institucionalización puede repercutir considerablemente en sus procesos de socialización, reprimiendo su capacidad de expresión, de exteriorización y verbalización de sus sensaciones y sentimientos, al punto de generarle un estado de aislamiento que le impida estar acorde con las dinámicas y prácticas de su espacio.

Uno de estos procesos sociales por los que pasa el individuo durante sus primeros años de vida está marcado por la iniciación en el juego y el reconocimiento de posibilidades de acción en sociedad a través del mismo, que se basa en representaciones simuladas de casos que eventualmente pueden tener lugar en la vida real.

La condición de abandono y consiguiente institucionalización, entonces, puede repercutir sobremanera en los ya mencionados procesos de socialización del menor, impidiéndole incluso el libre y sano derecho del disfrute al juego, por lo que ve afectado su acceso a los mecanismos de sano esparcimiento y expresión de la espontaneidad y creatividad de los que dispone, para estimulación y desarrollo tanto de su psiquis como de sus prácticas sociales.

Justificación e importancia.-
Todo niño tiene, en primer lugar, derecho a crecer rodeado del amor de un padre y de una madre que les prodigue las mayores atenciones y cuidados, propicios para su crecimiento espiritual, mental y corporal. Asimismo, tiene derecho al pleno disfrute de su infancia, de los momentos, compañías y experiencias que puedan forjar en él una personalidad estable, que desde una temprana edad, puedan prepararlos para interacciones y convivencias de mayor intensidad propios de la vida en sociedad, como lo son los que puede encontrar en ambientes como la escuela o el trabajo, entre otros.

Entender en qué medida se ven afectados los procesos de socialización, y en particular las dinámicas lúdico-recreativas del niño, por los efectos de la institucionalización es determinante para compulsar sus posibilidades de adecuada inserción social y de reconocimiento de sus instituciones.

Del problema de la vida fuera de una familia es que se originan otras problemáticas para el niño, las mismas que de no ser atendidas en su momento oportuno, devienen en potencial condición de perjuicio para el adulto que años después será, tornándolo un individuo con problemas de adaptación a su escenario social, de reconocimiento de las leyes y las prácticas sociales, de valoración de los demás y respeto a sus derechos. Y a ello, el problema de un auténtico y propio reconocimiento de sus habilidades personales, poco desarrolladas por la carencia de un adecuado estímulo familiar.

Aplicación del marco teórico.-
El juego, como práctica lúdico-recreativa y de reforzamiento de las  pautas conductuales y actitudinales que la sociedad implanta en el individuo desde los primeros años de su existencia, puede ser leído a través del marco teórico propuesto por el interaccionismo simbólico como uno de tantos actos que le son propios.

Así, todo juego, que vamos a entender como acto estaría dado por las siguientes fases o etapas:
a)    Impulso: el acto del juego sería llevado a cabo por el niño en virtud de ser invitado a desarrollar el mismo o porque vería a otros de sus coetáneos tomar parte del mismo. Así, en el primero de los casos una tercera persona le aproximaría e iniciaría en el mismo. En otro, procedería por imitación.
b)   Percepción: como respuesta al momento precedente, el niño reacciona al estímulo (ser animado a jugar o jugar por ver a los demás hacerlo) y elige jugar tras percibir la dimensión del mismo y considerar siquiera algún grado de competencia para desarrollar el mismo.
c)    Manipulación: el niño entra en contacto con los medios, los recursos que posibilitan el despliegue de la actividad lúdico-recreativa. A través de sentidos como la vista y el tacto el niño refuerza su conciencia de la existencia de la actividad que esta por realizar, tomando conocimiento de los alcances y dimensiones de ésta. A ello se puede añadir que si la actividad emprendida no se está dando por primera vez, entonces el niño puede retomar experiencias pasadas de relación con la misma y aplicar lo ya aprendido en este nuevo momento.
d)    Consumación: es el acto de jugar, propiamente dicho.

El proceso anteriormente descrito es el que debería darse como condición ideal por la que el niño tiene la oportunidad de dar rienda suelta a su libre espontaneidad y creatividad, valiéndose del juego para exteriorizar sensaciones y sentimientos así como canalizar y liberar su energía, consiguiendo posteriormente satisfacción en la actividad que despliega.

Sin embargo, no todos los niños pueden gozar del momento del juego y de sus posibilidades de esparcimiento mental y espiritual debido a condicionantes, de tipo emocional, que le reprimen y constriñen esa espontaneidad propia del menor debidamente estimulado y funcional al desarrollo de sus facultades, creciendo rodeado de sus principales figuras de referencia, como lo son un padre y una madre. El anterior es el marco ideal y esperado para su crecimiento. Sin embargo, en un contexto fuera de una familia, no es igualmente factible esperar que dicho desarrollo se dé a plenitud en el menor, que privado de un contexto de amor y cuidados, crece sintiéndose solo y sin necesidad de exteriorizar ni manifestar nada por nadie. En tal sentido, el juego no es considerado como alternativa ni de expresión ni de comunicación.

La géstica.-
Es el gesto, según el interaccionismo simbólico, el más básico de los mecanismos de todo acto social, donde los movimientos de un primer organismo (biológico si se entiende un individuo) se configuran como estímulos para las respuestas de un segundo organismo. De la gama de gestos que puede ofrecer el individuo ciertamente es el de tipo vocal el que más importancia tiene para el desarrollo de otros gestos, de tipo significante, que paulatinamente dan lugar a la aparición del lenguaje, por ejemplo.

Los gestos son los primeros indicadores de los que se puede disponer para apreciar el grado de vinculación de una actividad, situación o interacción. Los gestos, como las muecas por ejemplo -o aún más los eventuales gritos del niño al jugar- nos dicen de su nivel de disfrute de la actividad que está realizando, de cómo repercute en él, si la está desarrollando con destreza o menos, así como si eventualmente se hallará en ánimos de repetirla.

Muchas veces el niño poco estimulado, retraído, no tiene ocasión de gozar al máximo de la experiencia que le puede proveer el juego. Es más, simplemente puede no jugar. Pero concentrándonos en el caso de que opte por jugar, es claro que su rendimiento en el mismo estará directamente ligado con su capacidad de querer gozarlo.  Para que alcance tal estímuloes menester que crezca debidamente atendido y lleno de los cuidados que únicamente una familia le puede brindar en pro de su desarrollo psicológico y social.

El contexto de la institucionalización muchas veces interrumpe este proceso de desarrollo, dejando al niño aún más carente de lo que estaba al haberse visto obligado a entrar en un albergue o casa hogar, como medida temporal de acogida frente a la situación de abandono, desatención o desamparo.

Es a través del lenguaje que se puede obtener un mejor testimonio del niño y el juego, recogiéndose del mismo su apreciación de la experiencia. En tal sentido, el lenguaje se entiende como el conjunto de símbolos que responden a un significado y conllevan a la comunicación. Necesariamente establecen el contacto de un emisor con un receptor y la transferencia de un mensaje que ambos pueden decodificar, haciendo posibles los procesos mentales y espirituales de la persona así como la capacidad de pensamiento en la misma.

Lamentablemente, muchos niños y niñas, por las duras condiciones que tienen que pasar lejos de un escenario familiar que procure su crecimiento, suman a su problemática el no poder expresar sus procesos internos a través de las palabras, limitándose a convivir con sus hechos de manera solitaria.

Aquí asistimos a la forja de un individualismo por el cual no se hace necesario compartir ni socializar nada con el resto de las personas partiendo del simple hecho que no hay nada que comunicarles. Es más, de haberlo éstas no estarán siempre para escuchar o para interponer medidas que procuren alivio a un problema o la satisfacción de una necesidad. La medida a ello se establecería, pues, por la presencia y posterior ausencia de las figuras paterna y materna, las que de manera acabada sí están en condiciones de hacerlo.

La afectación del self.-
El yo como el mí son partes constitutivas del self, que es la capacidad del individuo de considerarse a sí mismo como sujeto, de evaluar su actividad social y las relaciones que emprende en los escenarios que transita. En este procesa media evidentemente la mente. Para el interaccionismo simbólico, el self se sitúa en la experiencia social y sus procesos, desplegando un proceso de reflexión y capacidad de ubicarnos en un lugar ajeno al propio y actuar como los demás lo harían. Es la posibilidad de iniciar una evaluación de sí desde fuera y ver el papel que desempeñamos.

En un escenario poco propicio, donde se tiene un niño inadecuadamente sometido a correctos estímulos que posibiliten su desarrollo personal, la evaluación propiciada por el self se ve dificultada -si no distorsionada o imposibilitada- y suplantada por un proceso en ensimismamiento poco vinculado a la realidad. De aquí que se desprendan casos donde algunos niños creen tener amigos imaginarios, reemplazo de aquellos padres que no le pueden dar la debida escucha.

 Las condiciones de institucionalización son castrantes para un menor, en todo sentido. Ponen coto a su lado creativo e imprevisible, a sus cualidades innovadoras. Restringen ese YO, que por el interaccionismo simbólico entendemos, cancelando o al menos aminorando sus posibilidades de innovación social, muchas de las cuales tiene ocasión de presentar durante sus primeros años de vida y a través de la experiencia del juego.

El ambiente de la institucionalización, igualmente, dificulta los procesos sociales de aprendizaje de conocimiento y asimilación de valores, al no ser precisamente un albergue o casa hogar el contexto idóneo donde impartirlos, con respectiva carencia de los padres como los primeros transmisores de saberes, desde los más útiles y de inmediata aplicación hasta los más elaborados y que generan la reflexión y el establecimiento de estos valores.

En cuanto al otro aspecto del self, el MI, éste puede verse de hecho reforzado por la implantación de dispositivos de regulación de la conducta impartidos por la maquinaria disciplinaria del albergue u orfanato que simplemente encausan sus pulsiones a una no expresión de éstas o a su represión, en salvaguarda del orden.

El niño institucionalizado tiene generalmente presente la idea de limitación de su voluntad por la aplicación de medidas de disciplina, rígidas, que marcan pautas a su tiempo y acción. Así, hay una hora para tomar los alimentos, otra para asearse, otra para estudiar  y otra para jugar, que son las menos y las más apreciadas por él. A la larga, se tiene un niño que, perdiendo paulatinamente sus esperanzas de un retorno al contexto familiar, acaba por conformarse con la suerte que le ha tocado vivir. Se concluiría de ello que:

a)    El escenario ideal para el desarrollo de un menor es el contexto familiar, donde encuentra las debidas atenciones, cuidado y afecto de un padre y de una madre.
b)   La institucionalización como proceso presuntamente temporal de acogida frente al abandono, el desamparo y la desatención interrumpe el proceso de desarrollo personal del niño, confinándolo a una pobreza de estímulos, emociones y expresiones.

Por medio del juego se tiene oportunidad de constatar la espontaneidad del niño, la aplicación innovador por parte del mismo y la debida asimilación y reproducción de los mecanismos y pautas de socialización y reconocimiento de unas normas de convivencia, garantía de la armonía y cohesión social.

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