domingo, 8 de noviembre de 2009

En mi consentida soledad



Soledad es mi segundo nombre, aunque suene risible. Pero no me podría llamar así a efecto de reconocer que no tengo a nadie a mi alrededor puesto que tengo a mi familia (mi madre, mi tía, mi hermano, incluso mi padre pese a que ya no esté conmigo desde hace 06 meses). Tampoco conozco la soledad por tener que trabajar solo ya que en mi espacio laboral cuento con un grupo de compañeros estupendos con los cuales he podido establecer una muy buena empatía, y eso me satisface, porque siempre es necesario contar con un escenario de trabajo ameno, afable y cálido para poder producir de acuerdo a los estándares de productividad y calidad que a uno se le exige.
Y entonces, ¿por qué es que me siento solo? O en todo caso, ¿por qué diría, no con poca ironía mal velada, que mi segundo nombre podría ser Soledad, sabiendo que la soledad es la carencia de compañía?

Desde hace algún tiempo, un par de meses más o menos, rehúso verme con mis amigos. Bueno, no quiero dármelas de petulante al hablar de mis "amigos". No me puedo jactar de tener un millón de ellos como dice la canción de Roberto Carlos. Mis amigos son pocos pero son. Sin embargo, es tiempo ya que no los veo, y no quiero verlos aún. ahora, si son mis amigos, ¿por qué siento que no me hacen falta y prefiero andar solo? Me preocupa saber de ellos, eso es innegable, de unos más que de otros, pero de ahí a verlos con cierta frecuencia... No.
Es que pasa que me siento tan cómodo estando solo que he llegado a un cierto punto de mi vida en que estar solo es una necesidad casi vital. El placer de oír solamente el eco de mis palabras, de mis risitas burlonas sobre todo y sobre todos me es un bien insustituíble para vivir y seguir adelante. Sé estar solo y no me deprime... del todo... Salvo en algunas ocasiones cuando me digo que sería bello tener otra persona, además de mi familia y de mis compañeros de trabajo, para compartir con ella mis más exaltados júbilos. Y es que sé que una cuarta opinión como esa que no pocas veces he buscado es, sin duda, igualmente necesaria. Cuando no la he encontrado mi soledad se ha curtido más, y he podido reflexionar que no necesito de nadie más que no sean al menos los míos para seguir mi camino en la vida (¡Dios, qué cursi suena esto!) merced de su "aprobación" a mis actos. Así, la soledad es un estado personal que me caracteriza muy bien.

Ir por la calle viendo la gente pasar a mi costado, siempre enfrascada en sus propias preocupaciones, ver los autos cómo contaminan sin piedad el medio ambiente y no les interesa, ver lo poco estética que es nuestra gran ciudad de Lima, con contrastes urbanos y arquitectónicos tan marcados que sin lugar a dudad merecen ser fotografiados o por un antropólogo (para fines de estudio) o por un turista extranjero (para hacerle ver a sus compatriotas lo subdesarrollado que se encuentra nuestro país). Sigo mi marcha por la calle, camino pausadamente, viendo que Lima sigue siendo una ciudad en construcción gracias a nuestras autoridades municipales, y nada me hace desear tener una compañía en ese momento. Marcho feliz, la mayoría de las veces comiendo un helado, y sintiéndo el frío de la noche danzar por mi cara. Sólo sustituiría una caminata como esa por otra ciudad que no fuera Lima, a la que no odio, pese a todos sus problemas, pero por la que tampoco siento ningún afecto. Y es que soy así: pocas son las cosas y las personas que me generan un auténtico compromiso hacia ellas. Nunca termino de preguntarme porqué es que tengo esta actitud hacia las mismas que, valga la aclaración, no llego a calificar de indiferencia. Dar un diagnóstico como este me parecería de lo más burdo y simplista. He sabido jugármela por algo y por alguien cuando lo he querido, y también cuando el momento lo ha ameritado. Pero solo así y entonces, después no. Ya tengo suficiente pensando qué será de mi vida dentro de 05 años, por ejemplo.

Gozo mi soledad, pero le temo al paso inexorable del tiempo, que como ya lo dijera en reiteradas oportunidades, siempre me parece que, para mí, va en celera cuenta regresiva. Mi más grande temor es que cuando haya terminado de encontrar la pasión de mi vida, el motor y motivo para la misma, el cronómetro esté por marcar el término de mi tiempo, y allí será el llanto y rechinar de dientes porque mi hora ya habrá acabado. Sé que no me hace bien vivir así, pero es una preocupación existencial que no puedo postergar de mi agenda diaria. Ella, y ver mi novela favorita por internet a la hora del almuerzo, son dos cosas de marcada relevancia para mí.

Difícilmente cambiaré, eso lo saben quienes me han conocido -y o me odian, me ignoran o me aman-. También lo saben aquellos que me conocen -y que sorprendentemente me siguen queriendo, y lo sabrán los que me conozcan dentro de poco -y que tendrán que padecerme con consentimiento propio. Yo no soy de la clase de personas que va por el mundo derrochando carisma (¡Dios me libre de ser el amigo elegido de otros!). Sé, igualmente, que no paso desapercibido, pero esto ya no me causa mucho orgullo, digámoslo así. Ahora prefiero camuflarme en la opacidad de una vida cotidiana por la cual transitamos todos y todas, y salir de ella sólo cuando quiero para hacer algo medianamente ingenioso y polémico. He aprendido a controlar mis ambiciones, pero siguen ahí, siempre entre el sueño y la vigilia, como si estuvieran en un constante despertar. Las voy materializando poco a poco, quizá a paso paquidérmico, pero firme, y no al ritmo de las pariciones de los roedores, que siempre son frecuentes y numerosas, y porqué no decirlo también, gregarias.

No estoy solo porque terceros me hayan dejado. Estoy solo porque los he dejado, y lamento que esto tenga un cierto trazo egocéntrico, pero es así. También debo decir que me apena en una minúscula medida el no poder ser más tolerante con la gente, como también me apena que cuando encuentro personas que consiguen impactarme, n número de condiciones adversas me separen de ellas, pero no significa que nos dejemos, que me dejen o que las deje. Simplemente hacemos sobre nuestros sitios un giro de 180º y retomamos la marcha. ¡Eso jode! Hay tanta gente inocua que podría no estar a mi lado para cederle el espacio a aquellos con quienes sí me sentiría a gusto... Pero no, una vida así de perfecta como esa solo podría estar cercana a ser un ligerísimo remedo de la gloria que algún día los humanos probaremos cuando lleguemos al Paraíso.
Hacer un ejercicio como este me era necesario, pero han tenido que pasar algunas semanas desde que escribiera mi último post para encontrar el estro que requería y volcarme todo sobre estas líneas. Lo he conseguido en alguna medida, y sé que así, en medio de esta consetida soledad que refiero ahora puedo comprender más cuán complejo soy, y por tanto, quererme más, porque esa persona "sola" soy yo, y no puedo hacer otra cosa que no sea enorgullecerme de ella, también porque no es tan repulsiva como podría creerse. Lo inexplicable sería que admirara a otro y dejara siquiera de prodigarme un poco de respeto y amor propio. Pero sé que eso solo en una realidad alterna llegaría a suceder.

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