domingo, 26 de abril de 2009

En nombre del amor



¿Cuánto le debe la actual configuración de la disciplina filosófica a personajes como Sócrates, Platón o Aristóteles? ¿Cuánto habrían podido decir otros tantos desde Hobbes, pasando por Descartes o Hume hasta Lock, Kant y llegar, digamos, hasta el siglo pasado con Sartre, Heidegger, Lenin, por no mencionar a un par de decenas más de ellos que ahora no nombro?

La filosofía, como su raigambre etimológica lo dice, es el amor a la sabiduría, y cuando se habla de amor se hace expresando un compromiso casi íntimo con ésta misma de manera que de ella se obtenga la reflexión.

Ya en la antigua Grecia el trinomio Sócrates-Patón y Aristóteles dejó en claro una posición que para aquel entonces rompía con la ortodoxia erudita: el filósofo no debía confundirse con el simple sabio. Lo que diferenciaba al primero del segundo era su amor, su dedicación por sacar de ese cúmulo de saberes y conocimientos la reflexión pertinente para, por ejemplo, poder entender la naturaleza del hombre, su psicología y comportamiento. En cambio el sabio solamente se limitaba a fungir de cántaro receptor/dador de vastísimos saberes pero que no iba más allá de estos; no se interesaba por reflexionar sobre los mismos. En conclusión, no tenía amor, un amor que sí caracterizará a los tres célebres fundadores de la filosofía y de cuyos legados habrá de desplegarse, siglos de siglos más tarde, una de las disciplinas más interesantes cuanto alambicadas que el genio humano haya podido delinear.

Es más, ¿cuánto le debe el pensamiento occidental a Sócrates, a Platón y a Aristóteles, y cómo el sentido común de cientos de generaciones, hasta ahora, continúa constituyéndose en base a lo que alguna vez disertaron estos tres grandes pensadores?

También, ¿en qué gran medida los primeros basamentos teórico-epistemológicos de disciplinas como la economía, la historia, la psicología y la sociología han llegado a perfilarse merced de las primerísimas nociones que aportara la filosofía en las personas de nuestros tres queridos amantes de la sabiduría?

Debates como los del origen de las cosas, del hombre y del mundo, del fin máximo de estos; del establecimiento de la verdad y los factores que la posibilitan; de llegar a saber qué es lo bueno y lo malo, lo bello y lo no bello -y antes mencionado- lo verdadero y lo falso, continúan vigentes en la agenda de discusión académica hasta hoy, debates clásicos, imperecederos e inagotables que siguen encendiendo filiaciones e interpelaciones de lo más polémicas, sin por ello inveterarse o hastiar hasta empaladar. Ni Sócrates ni Platón ni Aristóteles habrían imaginado jamás que la humanidad los habría inmortalizado en la profusión de las exégesis y paráfrasis sobre filosofía más alambicadas que acaso se hayan podido llegar a dar en los más conspicuos centros del debate académico del mundo, y todo, todo ello, por la sin aspavientos y templada labor de estos tres personajes que buscaban obtener la reflexión y entendimiento de la vida y del mundo en base a la lectura atenta de los conocimientos ya atesorados. Fue en nombre de ese amor, quizá el más preciado de todos, que hasta uno de ellos, Sócrates, llegaría a cometer suicidio con tal de no negar dicha filiación. Más tarde le seguirían otros. No mucho después Séneca habría de sucumbir de la misma forma ante una de las disposiciones de su ex discípulo, el flamígero emperador Nerón -el último de la dinastía julioclaudiana- y de ahí en adelante y en el fuero privado y sumergidos en algunos casos en el anonimato, tantos otros que prefirieron morir firmes en sus más altas convicciones antes que capitular y mentir. Si no se vive para servir (a la sabiduría) no se sirve para vivir, habría podido ser la máxima. Muchas no pensaron en la alternativa de la negociación, que pusiera en práctica el increíble Galileo Galilei cuando la Iglesia de su tiempo le pidió/obligó de renegar sobre los descubrimientos en cuanto a astronomía que había alcanzado.

Luego, a la filosofía se le debe la iniciación de uno de los primeros debates académicos: el distinguir entre doxa (opinión) y episteme (conocimiento), y cómo, por ejemplo, la sociología hizo suya tal discusión hasta hablar de sentido común y su ilusión de la transparencia, y distanciarla de la reflexión de primer y segundo orden. En aquel entonces asistíamos a la verdadera concepción del saber occidental con estos tres grandes personajes, que ya estaban de acuerdo en que ningún saber confiable sobre el mundo y el hombre habría de obtenerse si las discusiones tomaban como basamento de disertación simples opiniones sacadas de cuanto percibían los sentidos, siempre imposiblemente perfectos, espurios, imprecisos y veleidosos. Era el conocimiento parido con los esfuerzos de la razón la que viabilizaría este trabajo, otra cosa no.

Sin embargo, perdura hasta hoy la polémica sobre si fue Platón y no Sócrates el verdadero fundador de la filosofía. Y es que sabemos que Sócrates no dejo producción escrita, que sus paráfrasis fueron recogidas por su discípulo Platón. De ahí que en sus Diálogos socráticos o de la juventud, generen más de una suspicacia al buscar saberse hasta qué punto habla Sócrates por boca de Platón y no él mismo buscando acaso mayor autoridad para su pensamiento al apelar a una alocución ajena. Sea como fuere era Platón un decidido a limpiar la imagen de su maestro, inducido a la muerte injustamente, a través de las disertaciones que hace en sus diálogos. Ya en la producción media y postrera de éste, Sócrates ya no hablará y se dilucidará finalmente y con innegable claridad los frutos del pensamiento platónico, su constitución y la polémica que gira en torno a su postura idealista-esencialista del hombre y del mundo, y que en verdad amerita mayor tiempo y espacio para desarrollar, los mismos que ahora no se hayan incluídos en la intención de este artículo.

Finalmente, la importancia imprescriptible de la filosofía radica en echar las bases de la primera reflexión sobre el pensamiento humano, una reflexión sobre el mismo y su configuración que empodera y que libera al hombre de su natural estado de obnubilación respecto de su naturaleza y la del mundo que le rodea. Gracias a una reflexión de este tipo que es la que propugna de modo inalienable la filosofía es que el hombre es más consciente del lugar que ocupa en la sociedad, en el mundo (nuevamente) y le da luces sobre el rol que podría cumplir en comunión con los demás a no ser que prefiera/pueda vivir prescindiendo de los demás como sólo una bestia o un dios podrían hacer, tal como lo dijera Aristóteles.

He ahí la importancia del ejercicio filosófico, un ejercicio que libra de mil y una postergaciones y abusos al hombre en su vida cotidiana con tan siquiera llevarlo a la práctica, porque en definitiva, está menos dominado y sojuzgado aquel que piensa y reflexiona sobre quién es, de dónde viene, a dónde va, qué misión debe cumplir. Son éstas las características que hacen del hombre un animal metafísico, como el buen José Carlos Mariátegui dijera alguna vez. Entonces, quien no hiciera suyos tales atributos pasaría de ser un animal metafísico a simplemente ser un animal, ¿no?

Y cuántos animales-NO-metafísicos encontramos en nuestra vida cotidiana. Así, es lamentable que en pleno siglo XXI tengamos que seguir viviendo en una jungla plagada de adelantos tecnológicos pero carente de las condiciones para la sana reflexión en nombre del amor por la sabiduría.

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