domingo, 17 de julio de 2011

El merecimiento de la muerte


Y también se nace a la muerte
con la muerte...
Y entonces
se nace para siempre.
Luis Alberto Sánchez.


Como merecemos nacer merecemos morir. Merecemos morir con la más digna de las muertes en la medida que las circunstancias lo permitan. Merecemos morir cuando ya no podemos vivir más. Merecemos morir cuando ya no vale la pena seguir viviendo más. Y a esto añado que merecemos morir cuando ya no deseamos vivir más. Y este momento en particular debería poder ser decidido de manera irrestricta por todos y cada uno de nosotros de modo indubitable y sin ningún tipo de coerciones.
Si no podemos decidir u opinar sobre el instante en que nacemos a la vida al menos deberíamos poder decidir el momento en que nacemos a la muerte.

Los diversos grupos pro-vida claman ardorosamente por no interrumpir el "natural" curso de la vida y solamente aceptar la pérdida de ésta en el momento que el cuerpo humano ya no tiene más recursos para seguir viviendo, además que sea la voluntad de Dios el saber hasta cuando preservarle la misma a cualquiera. Así, se reafirma que Dios, como da la vida, también la quita. El trasfondo de todo esto es la negación de la legítima posibilidad que tiene el hombre de poder ser dueño de sus actos y palabras y de optar por lo que crea más conveniente. Ni siquiera su propia vida le pertenecería.

Pero sabemos que no siempre es ni digno ni justo prolongar la vida de una persona cuando ésta, la vida, ya no puede ser considerada vivible, cuando ya no está caracterizada por esa dinámica e impulso que la hacen hermosa y deseable y ya solamente es el trazo cada vez menos nítido de algo que alguna vez fue esplendoroso. No pretendo de manera alguna hacer un discurso que exalte la muerte. Estoy impedido de hacerlo desde el momento que no sé a ciencia cierta de qué trate la misma. Qué "se siente" o qué "se vive" cuando se experimenta ésta. En cambio sí puedo escribir sobre la vida y lo maravillosa que es, los espacios y las personas que nos permite conocer en diversos momentos. ¡Esto es bello!

Pero cuando ya no se puede gozar más de todo ello, cuando los espacios y las personas faltan y uno ya no se encuentra dispuesto a continuar una marcha que permita nuevas sensaciones e instantes, entonces va quedando poco. Si a esto se suma que la salud comenzara a faltar pues lo restante es cada vez menos. ¿No será preferible, así, hacer una salida de escena lo más decorosa posible? Pensemos ahora en las últimas imágenes que le dejaremos a nuestros seres queridos. Los recuerdos finales suelen ser inolvidables... ¿Por qué podríamos optar?
Y nosotros, ¿acaso no podemos recordar cada segundo precedente y vivido hasta el último momento que tenemos algún hálito de vida? ¿Acaso no merecemos tener siempre viva la mejor de las imágenes de nosotros mismos?

Pareciera que nuestra participación en esta vida tuviese que estar forzosamente signada por una entrada en escena gloriosa (el nacimiento) y una salida de ésta triste y opaca (la muerte). Todo lo contrario a un desenlace teleológico.


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