Estado de Apure
Muchos años de docencia le permitieron a Rómulo Gallegos conocer la hostoria de Venezuela tanto por los libros como por el contacto directo con las personas habitantes de los llanos que visitó y en los cuales se documentó para escribir su monumental Doña Bárbara. Fueron esas mismas gentes las que sufrieron e hicieron frente a los constantes alzamientos y revoluciones que a las finales reportaron significativos números de vidas y de pérdidas materiales para una de las naciones más ricas de Sudamérica. Venezuela no estuvo exenta del afán personalista de caudillos que se hicieron del poder gracias a la demagogia acompañada de cuartelazos y golpes de Estado tan propios de nuestras tierras.
Frente a esto y ante las siempre arraigadas tradiciones del machismo, herencia colonial todavía sin desterrar y que detiene el progreso cultural de las naciones y el alcance y conquista de nuevos derechos, Gallegos quiere la voluntad civilista anhelante de establecer entre los venezolanos un régimen de convivencia y de respeto por aquellos sentimientos nobles de una moral tradicional. Efectivamente, el novelista venezolano emplea sus novelas y sus diversas publicaciones como arma de pelea y de lucha por un ideal. La necesidad de dar a conocer su ideología lo lleva a hacer de sus obras el medio para acercarse a su pueblo.
Toda su obra deja ver que para él el hombre es lo más importante. No se conforma con la idea de que tengamos que vivir en un mundo con contradicciones anodinas en pleno siglo XX-XXI, donde todavía falta un proyecto común de progreso social que aún no ha llegado a establecerse del todo. Para ello, los valores que se imparten en la educación de las generaciones tienen que estar basados en el deber, la humildad, la identidad americana y el sentido de pertenencia a un continente para alcanzar una suerte de regeneración nacional y continental.
El lector recibe un llamado a fin de que asuma su responsabilidad ciudadana y a partir de su experiencia personal comience a poner en acción este compromiso que se entabla con la patria venezolana. Sin embargo, Gallegos no solamente se dirige al lector: también busca ser oído por el intelectual americano que siempre tiene la misión de orientar a su pueblo. Es necesaria la prédica de un rechazo a la violencia y darle la espalda al facilismo irresponsable que no mide consecuencias. Repudiar la falta de ideales. De igual modo, es decirle no a la improvisación, combatir la incultura con asistencia del proyecto civilizador del cual debe ser portavoz el intelectual americano. Ubicar estos problemas parte de tomar conciencia de que ellos existen y de que son propios de nuestra realidad, de la realidad americana. Desde aquí juega un rol importante el reconocimiento de nuestro entorno, de lo que es natural y de lo que ha sido creado por el hombre.
La libre contemplación de los escenarios naturales, y en el caso de Doña Bárbara del llano venezolano, inmediatamente genera en nosotros la idea válida de que pertenecemos a una tierra, y por lo mismo, nos identificamos con ella. El paisaje indómito cobra vida propia y enfrenta al hombre con la inmensidad de la naturaleza, que lo apabulla y que parece oponerse a sus planes civilizadores. Éste a las finales termina por deslumbrarlo.
Gallegos describe este paisaje, el llano:
Avanza el rápido amanecer llanero. Comienza a moverse sobre la sabana la fresca brisa matinal que huele a mastranto y a ganados. Y bajo la salvaje algarabía de las aves, palpita con un ritmo amplio y poderoso la vida libre y recia de la llanura. Santos Luzardo contempla el espectáculo desde el corredor de la casa y siente que en lo íntimo de su ser olvidados sentimientos se le ponen al acorde de aquel bárbaro ritmo.
Ante la belleza del llano no se puede permanecer indiferente. Su contemplación produce sensaciones nuevas:
¡Ancha tierra, buena para el esfuerzo y para la hazaña! El viento silba en los oídos, el pajonal se abre y cierra en seguida, el juncal chaparrea y corta las carnes, pero el cuerpo no siente golpes ni heridas. A veces no hay tierra bajo las patas del caballo, pero bombas y saltanejas son peligros de muerte sobre los cuales se pasa volando.
La vida que ofrece el llano al hombre tiene algo del tópico del amenus locus (lugar ameno) aunque le ofrezca también peligros que, en claro resguardo de su vida debe conjurar. Es precisamente ahí donde fluye esa energía que le hace sentirse vivo.
También fuera de ella ya el mundo no es lo que hasta allí había sido: un monte intrincado donde recoger chamizas, un palmar solitario sonde era posible estar horas y horas tendido en la arena, inmóvil hasta el fondo del alma sin emociones ni pensamientos. Ahora los pájaros cantan y da gusto oírlos. Ahora el tremedal refleja el paisaje y es bonito aquel palmar, invertido. Aquel fondo del cielo que se le ha formado al remanso... La belleza no está en ella solamente, está en todas partes: en el palmar profundo y diáfano, en la sabana inmensa y en la tarde que cae dulcemente, dorada y silenciosa.
Pese a que críticos y novelistas de renombre como Mario Vargas LLosa (1936) hayan calificado de primitiva a la novela regional por haber convertido en materia de datos geográficos, descripción de usos y costumbres y muestrario de folclor su narrativa, es innegable que Doña Bárbara tiene un sitial ganado dentro de la literatura latinoamericana y universal al exponer el espíritu de un puebo que ama, sufre y espera, que trabaja por su progreso y se identifica con un suelo, con una nación, con un continente.
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