Hace ya poco más de un año que vengo publicando con cierta regularidad post's de casi toda índole en mi blog, al que desde un inicio -y con mucha convicción- llamé El áureo clarín del verbo, y bueno, el primer post que escribí se dedicaba íntegramente a explicar porqué le había puesto ese nombre. En esta ocasión no redundaré en ello y más bien sí invito a que se revise el mismo:
Pues bien, ahora lo que quiero hacer es repasar un poco este primer año de constantes publicaciones y ver, entonces, qué tanto dije, qué no dije, y qué dije sin querer queriendo o queriendo sin querer... Esto último, sobre todo el género de cosas más revelador que haya podido decir en un año.
Esta vez seré breve. Sí, el año pasado empecé mi blog con la preclara intensión de querer orientarlo a ser un espacio erudito (o algo así) y poder contribuir en cierta medida a que otras personas ávidas de algunas lecturas productivas pudieran encontrar acá algunos textos y opiniones de interés, que a su vez pudieran contrastar con las suyas propias. Parece que lo conseguí: en los últimos meses -desde que instalé los contadores de visitantes al blog- he podido ver que este espacio es visualizado en distintas partes del mundo, que al menos alguien le ha echado un vistazo a mi blog desde algún país bastante bastante lejano para mí, y que quizá yo jamás conozca, pero ha pasado.
Eso me hace feliz, no lo puedo negar: saber que tantas horas que he pasado frente a la computadora descargando lo mucho o poco que sé, expresando mis emociones y sentimientos, ha servido en algo. La idea de que haya alguien -por ejemplo en Israel- que conozca el español y que con frecuencia entre a mi blog a leer algún artículo que le resulte interesante, lo confronte y lo comente con otras personas en verdad me satisface!
Ahora bien, con el tiempo mi blog empezó a convertirse en una especie de diario. En él, como ya referí líneas arriba, empecé a encontrar un refugio para mí mismo, para decir lo que quería decir, para maquillar algunos sentimientos que no debía ni podía declarar a los cuatro vientos; también para -con el poder de mis silencios- desplegar elocuentes frases comunicativas que éran y son un grito que desea ser oído, pero que por grito no puede soltarse así simplemente, ya que siempre es, o perturbador o incómodo, inapropiado. Entonces, qué mejor que dejar fluir mis silencios, esperando que alguien con la suficiente sensibilidad los hiciera suyos, los decodificara y comprendiera el mensaje que llevaban dentro.
Y sí, esas personas no faltaron, estuvieron siempre ahí haciéndome creer que no podían leerme entre líneas, pero no me dejaban seguir la marcha sin darme a entender que podía contar con ellos. Esa fue una de las cosas más gratificantes de haber podido iniciarme en la aventura de hacer un blog semana a semana, mes a mes, y hacerlo lo suficintemente atractivo como para que quienes lo revisaran quisieran hacerlo más de una vez. En El áureo clarín del verbo se me podía encontrar, se me puede encontrar...
Lo que de ahora en adelante me resta es poder seguir contando con la lucidez necesaria para seguir escribiendo cosas dignas de ser leídas, y no perder el compromiso personal de expresar por este medio cuanto sienta: mis alegrías, mis tristezas y mis esperanzas en que una vida plena y feliz -en este mundo- es posible.
En tanto siga haciendo uso de la palabra, del verbo y su magnífico poder de dinamizar las acciones del hombre, éste -con la práctica- se mantendrá áureo clarín, dorado y reluciente como un sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario