domingo, 19 de junio de 2011

Se llamaba Rolando...


Hace dos años que no le celebro a nadie el día del padre. Mi padre, Rolando, murió y desde entonces empecé un largo camino por traer nuevamente a mi memoria los buenos momentos que viví con él. Empecé a sanar las heridas y a comprender lo que las personas buenamente podemos dar en ciertos momentos de nuestra vida de acuerdo a las circunstancias que nos tocan vivir.

Ahora vuelvo a postear lo que solamente un par de horas después de muerto mi padre quise escribirle. Es una manera de recordarlo hoy que no lo puedo abrazar.


Adiós, papá

Hoy habría tenido que escribir un nuevo post dedicado a mi madre, claro está, porque mañana domingo es día de las madres. Pero no... Ahora escribo uno para Rolando Coronado, mi padre, que hoy dejó de existir a las 04 y 20 de la tarde en la sección de Emergencia del Hospital Rebagliati. Un maldito tipo de cáncer llamado Linfoma no Hodgkin -que lo atacara por primera vez hace aproximadamente 10 años- hace tan sólo un par de meses reapareció en su organismo, pese a los rigurosos controles a los que desde entonces asistió y tras aquellas sesiones de quimioterapia a la que iba acompañado de mi madre, la cual nunca dejó de ser su esposa pese a que por aquellos años ya el matrimonio que llevaban no fuera el más "ideal" posible, y lo siguió acompañando aún cuando ya se habían separado y no vivían juntos.

Sin embargo, ese mismo linfoma rebrotó y terminó por acabar con su organismo hasta debilitarlo y hacerlo presa de cualquier enfermedad oportunista que hoy, sábado 09 de mayo de 2009, se llevó a mi padre.

Apenas hace más o menos una semana, el viernes 01, mi padre había sido dado de alta, tras haber ingresado por segunda vez, en no menos de quince días, internado al Hospital Rebagliati, para someterse nuevamente a esas implacables sesiones de quimioterapia que supuestamente habrían acabado con las células malignas del cáncer que padecía, pero que simultáneamente, le exterminaban las defensas de su organismo, el organismo de un hombre de 67 años, edad que por su semblante amable no aparentaba.

Estuve siempre pendiente de todo este último proceso por el cual pasó, llamándolo todos los días, enviándole mensajes de texto al celular, yendo a visitarlo con frecuencia, viéndolo y conversando con él, abrazándolo con intensión al saludarlo y al despedirme y deseándole la pronta recuperación.

Nos habríamos tenido que ver hoy a las 6 pm en casa de su hermana donde había decidido pasar la convalecencia. Pero no. Tuvimos que vernos desde ayer viernes 08 y hoy sábado 09 en el mencionado hospital.

El día jueves lo llamé y terminamos de concertar el encuentro que se habría dado hoy en casa de su hermana. Le insistí que solamente íbamos por él y que no era necesario que su hermana ni su marido preparasen algo como un lonche para ofrecernos. No era idea ni mía ni de mi hermano incomodar. Mi padre insistió con esa voz espontánea que tenía y me dijo que no era un problema, que vayamos nomás y como visitándolo tomásemos tal lonche. Tal lonche, el que habría sido el último, no lo tomamos jamás.

Ayer viernes lo llamé por la mañana (sabía que tenía cita con el cardiólogo; lo había ido a acompañar mi mamá) pero ya no escuché su voz espontánea. Hablaba con dificultad. Ese día había amanecido con fiebre alta y temblaba al punto de no poder sostener un vaso en la mano (supe esto tras hacer un par de llamadas que me decían su verdadero estado; él, esa vez por teléfono, no me había dicho nada. No quería preocuparme... Ay!, papá...).

Regresé a casa y recibí la llamada de mi madre que me decía entre llanto que fuese inmediatamente a ver a mi padre a la Emergencia porque estaba contando sus últimas horas, y que le comunicase esto a mi hermano. Perdí el apetito, no almorcé y salí de inmediato al hospital junto con mi tía Ely (en adelante sólo me referiré a ella únicamente como mi tía porque considero que más tías como ella no tengo). En el taxi no sabía qué pedirle a Dios: o que salvara a mi padre nuevamente como lo hizo hace 10 años o que le procurara una partida lo menos dolorosa posible. Yo, así, lloraba en silencio.

Cuando conseguí verlo rompí en llanto, un llanto desesperado al ver a mi padre postrado en una cama, semi-consciente/semi-inconsciente, y con un aspecto bastante penoso. La muerte empezaba a llevárselo y no habían oraciones a Dios que pudieran dilatar por más tiempo que nos dejara.

Minutos después llegó mi hermano y ambos lloramos juntos, al lado de mi madre y de mi tía... Yo no me cansaba de tomar su mano derecha casi inerte, de verlo y llorar y de besarlo en la frente cada cierto tiempo.

De cuando en cuando le hablaba con voz fuerte para que me escuchase. Él consiguió percatarse de la presencia de todos los que estábamos a su lado. Luego volvía a adormilarse.

Terminada la hora de visita, y siendo tan restringido el acceso sin permiso a la sala de enfermos, todos regresamos a casa excepto mi madre, que estaba decidida a acompañarlo toda la noche en caso se presentase algún inconveniente. Sin embargo, todas las impresiones del día le pasaron una breve factura a mi madre esa noche, que pensando entrar por emergencia fingiendo sentirse mal, terminó internada por encontrarse efectivamente con una ligera alteración nerviosa (bueno, no creo que haya sido tan ligera puesto que a las finales terminó internada). De esto nos avisó a las 3 de la mañana de hoy sábado. Más problemas...

Cuando amaneció, y apenas terminamos de alistarnos, salimos nuevamente para el hospital, y por la mañana mi tía y yo conseguimos verlos a ambos. Mi madre ya más estabilizada, pero mi padre silenciosamente empeoraba.

Cuando lo fui a ver pudimos hablar. Bueno, él se comunicaba con cierta dificultad, pero se dejaba entender. Pidió a su hermana que le trajera un buzo que había adquirido días atrás y que lo preparaba para dárselo de regalo a mi madre por el día de las madres, así como un dinero que quería que se le entregara. Ambos gestos me demostraron que mi padre, hasta lo último, pensaba en ella, y en medio de su imposibilidad quería retribuirle y agradecerle por haber estado siempre a su lado, en las buenas y en las malas. Del lado de esa mujer y de sus hijos no debió separarse jamás...

Regresamos a casa con la idea de volver al hospital a las 3 de la tarde, hora de visitas, y así verlo nuevamente, y ver nuevamente a mi madre, estable como ya dije. Mi hermano ya había tramitado los pases y conseguimos entrar los dos. Obviamente nos preocupaba más mi papá, al que al volver a ver, me sumió más en la tristeza y la desesperación de sentirme tan inerme como para poder ayudarlo. Pero pude hablarle, aunque él ya no me escuchase -o no manifestara gesto alguno de que lo hiciese- y le dije lo siguiente:

"Papá, perdóname:

perdóname porque he podido ser un mejor hijo,
tú has podido ser un mejor padre.

Perdóname porque hemos podido querernos más,
estar más tiempo juntos, vivir más cosas.

Hemos podido jugar al ajedrez más veces
y conversar sobre las partidas de los jugadores más
renombrados, esas que te encantaba reproducir.

Hemos podido escuchar más ópera
e intercambiar opiniones sobre tus cantantes favoritos
(te encantaba el E lucevan le stelle de la Tosca de Puccini

en la voz de Franco Corelli).

He podido cantarte más y mostrarte mis avances
en el canto lírico. Me habrías vuelto a aplaudir con satisfacción.

He podido sugerirte más libros para leer
y así poder enfrascarnos en conversaciones amenas
como cuando lo hacíamos cuando leímos Cien años de soledad.

Hemos podido visitar más librerías juntos...

Hemos podido vernos más días a la semana,
y no tras plazos tan prolongados de a lo mucho un mes
y sólo contentarnos con una llamada telefónica.

Nos queda esta gran deuda que no terminamos de saldar...

Dios nos dio una segunda oportunidad hace 10 años
para mejorar nuestra relación padre-hijo e hijo-padre...
Lo hicimos, sí,
pero lo hemos podido hacer mejor.

Llegó a nacer una mayor confianza entre nosotros
pero no al grado de que te contara mis cosas más íntimas,
las que tuve que contarle a mi madre cuando tú no estabas...

Las cosas han podido ser en definitiva mejor ...

Pero algo sí te digo:
estoy orgulloso de haber sido tu hijo
y de que tú hayas sido mi padre.

Estoy orgulloso de llamarme como tú
y de llevar tu apellido: Rolando Coronado.

Te quiero mucho y te agradezco todo
lo que hiciste por mí y en favor mío y de mi hermano.

Has sido un hombre bueno con sus virtudes y debilidades,
pero, ¿quién no las tiene?

Nadie que te conozca jamás se ha expresado mal de ti
porque siempre fuiste un caballero,
un hombre honesto y respetuoso, tolerante...

Y si algún día llego a tener un hijo
te juro que también se llamará
Rolando Coronado:
Rolando como tú y como yo
y llevará nuestro apellido: Coronado,
un apellido que si ahora se ennoblece
es porque fue el tuyo, papá...

De corazón, perdóname
y gracias...

Después, ya sólo vino el fin...

Mi padre empezó a respirar lentamente y su pulso bajo ostensiblemente. Yo no podía contener el llanto. Se acercó un doctor o una doctora y dijeron que había que entubarlo para facilitarle la respiración (el día previo le habían hecho un cateterismo para ayudar a que su corazón bombeara). Yo corrí a la cama de mi mamá, siempre con mi hermano, y se lo dije ahogado en infinitas lágrimas. Ella pidió permiso para ir a verlo y así fue. Fuimos los tres por última vez a verlo y ahí nos despedimos de él con un beso en la frente...

Dejamos mi hermano y yo a mamá en cama nuevamente y salimos. Mi tía conseguía entrar a ver a ambos, pero sobre todo a mi padre.

Afuera, y dejando que el aire nos diera en la cara, mi hermano y yo esperabamos el fin. Minutos después mi madre me llamó anunciándome que mi padre había muerto. Yo volteé donde mi hermano, me abrazó, entendió mi llanto y lloró conmigo... Y lloramos la partida de nuestro padre.

Aún me cuesta creer que mi padre ya no está en este mundo y que no lo volveré a ver jamás. Quizá nos reencontremos en el cielo si es que éste existe. Yo quiero creer que sí, y que ese Dios de bondad, justicia, misericordia y amor lo acogerá como buen hijo suyo que fue. Porque si consiguió vivir 10 años más tras la primera aparición del linfoma, creo yo, fue gracias a que nunca dejó de creer en Dios y de aceptar con hidalguía la dura prueba que le mandaba. Esa fe le salvó aquella terrible ocasión y le permitió vivir 10 años más.

Mi padre ya no leerá este post, pero yo, con él, quiero rendir homenaje a su memoria y decirle que no lo olvidaré jamás, y pedirle que desde cualquier punto del cielo en el que esté, vea por mi hermano y por mí...

¡¡¡Cómo te voy a extrañar, papá!!!

2 comentarios:

Rosa Martha dijo...

Como ya he comentado antes, yo también perdí a mi padre, aunque fuera en realidad mi tío. Yo tampoco tuve a quien festejar este domingo pero también recordé lo que escribí unos días después de su muerte al enteranrme de la muerte del poeta Gopnzalo Rojas. Entonces tomé prestadas algunas palabras del poema "Juan" de este poeta y escribí lo siguiente:

Yo no vi flaco a mi tío. Pero vi sus más de 1.80 lastimados medio durmiendo, medio viviendo, medio muriendo pero no lo vi flaco,lo vi entero a pesar de los estragos de aquel ”tsunami cerebral”,ese que con sigilo lo tomó por sorpresa en el desayuno para comenzar a apagar las luces de su vida ejemplar.

Un hombre sin dobleces, de una sola pieza, fuerte, muy fuerte, suave, muy suave, un hombre
ahí estaba medio durmiendo, medio viviendo, medio muriendo en esa cama de hospital.

Ahí estaba mi tío, el hombre leal sin titubeos, creativo incansable, juguetón y cariñoso, responsable a cual más, profesional sin fallar, a veces egocéntrico en el día a día pero pródigo en lo fundamental,
autodidacta como pocos, observador casi sin igual, pero sobre todo padre sin serlo.

Amante de la música, del buen comer, diestro con la sierra y el torno, juguetón con el piano, la guitarra y la vihuela, aficionado a la fotografía, la joyería la herrería y seguro a algo más.

Huérfano a los 12 a trabajar de cargador para mantener a su familia como “el hombre de la casa”
a cargar bultos en el mercado, a barrer bodegas y banquetas, a pasar hambre, a olvidar tristezas.

Desde entonces a trabajar y trabajar buscando siempre algo más para aprender, ya taquigrafía, mecanografía, dibujo, caligrafía, inglés, mecánica automotriz, administración y no sé qué más.

De taquígrafo y mecanógrafo a inmigrante, de regreso: taxista, almacenista y por último Jefe de compras para aún hacer tratos con el BID.

Aquel niño en la orfandad creció y creció y creció mucho.Luego a jubilarse solo para seguir haciendo, para seguir andando, para seguir observando.

También deportista de corazón, practicó la natación, box, karate, tiro con arco. Aquel juez internacional de tiro con arco ahora estaba ahí medio durmiendo, medio viviendo, medio muriendo.

Te dije que aguantaras “ingrato” pero no me hiciste caso, tu mano fuerte apretó la mía y los dos intuimos lo mismo, contuve el llanto para no mostrarme débil y como para que no se fuera con las lágrimas mi esperanza, esa esperanza que también lleva la zeta de tristeza.

No sé cuánto de esos 80 años pasó por tu mente pues algo medio decías no del presente, y dormías como aquel Juan "escandalosamente” y con “dignidad y coraje” pero me dejabas ahí escandalosamente inmóvil negando lo inminente.

Me quedo con lo mejor de ti, otros con tus cosas. Valoraste la vida como ninguno. El rencor no era lo tuyo, cualquier recuerdo lo hiciste bueno.

“12. Ah, y no te olvides del encantode haber nacido hombre a todo galopar, cortado en el
gran riesgo de los valientes,”...

como aquel Juan

Vicho. dijo...

He llegado por casualidad a tu blog y debo decirte dos cosas: me encantó tu mezcla bien dosificada del buen idioma y tu sensibilidad. Además, me sentí muy identificado con algunas sensaciones. Aunque no tengo tus aficiones, puedo notar que tengo muchas cosas en común: una misma mirada, un espíritu inquieto y una sensualidad que quiere abrirse paso. Sigue escribiendo