sábado, 10 de julio de 2010

Hizo lo mejor que podía...


Caminante son tus huellas
el camino nada más.
Caminante no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Antonio Machado (1875-1939). Caminante no hay camino...

Hace poco tuve la oportunidad de conocer algunos pasajes de la historia de vida de un trabajador sexual que emplea las horas de los días de las semanas de sus meses dando masajes en un sauna. ¡No!, no se vaya a pensar que yo recurrí a sus servicios profesionales, tampoco se vaya a pensar que por vergüenza hago esta aclaración y con ella quiero ocultar que probablemente sí fui a verlo, ni mucho menos se piense que al dar esta justificación jamás pensaría en la posibilidad de hacerlo en caso que algún día piense que de una experiencia como tal podría conocer otros placeres llamados "non sanctos" por la gente cucufata de nuestra ciudad.

Bueno, el hecho es que un miércoles él pudo hablarnos algunos pasajes de su vida a un grupo de chicos, en los que me incluía yo naturalemente, y todos lo oíamos ávidos de saber más sobre la vida de un masajista profesional. Cuenta que a la temprana edad de 18 años aproximadamente empezó, primero, como trabajador sexual, y muchos años después conseguiría establecerse como personal estable de un sauna de Lima, pudiendo dejar con ello parques y calles de Miraflores, tan frías como solamente lo pueden ser en inviernos como los que ahora vivimos.
Saúl (por darle un nombre cualquiera) pasó una infancia y adolescencia muy duras: proviene de una familia disfuncional sin la presencia de unos padres cariñosos y preocupados que hubiesen visto por él, separados por problemas personales que no pudieron reconciliarlos jamás. De otra parte, la difícil situación económica por la que siempre atravesaron no le prometía un futuro como el que él se habría podido esperar. Supo lo que es trabajar desde muy joven, pero así como joven descubrió el mundo, joven también se inició como trabajador sexual. Saúl no niega que optó por ello viendo que era un trabajo rentable y en buena medida fácil de ejercer, sin contar además del hecho que era considerablemente placentero y gratificante.

Considera su trabajo bien remunerado y asume desde ahora que dentro de poco, cuando los años sigan pasando -y cuando ya no luzca como un hombre de 30 años pese a tener 42, no tenga más una estupenda complexión física y no sea ya guapo- deberá poner algún negocio que le traiga algunas ganancias y le permitan vivir sus posteriores años con alguna tranquilidad y sin el menor número de apremios. En ese sentido, Saúl sabe que no siempre será joven y bello, y no puedo dejar de ver en lo que dice que asume la vejez y la fealdad proprias de la vida y de la persona como el ocaso de algo que por sí siempre fue espléndido. Claro, tampoco se podría esperar que las considere como la oportunidad de repasar su trayecto de vida y buscar reconciliarse con los fantasmas de su pasado, esos que le impiden ver que no son causa del sendero de vida que decidió caminar.

En efecto, Saúl dice no culpar a sus padres de lo que fue su vida desde que a los 18 años supo lo que era el mal llamado "dinero fácil". Empero, no puede dejar de acusarlos que por la falta de apoyo que le brindaron él solamente encontró como única alternativa de vida el meretricio. Cuando le pregunté si, en medio de la confusión y malestar de esos años no había tenido absolutamente a nadie con quien conversar sus problemas y con quien intercambiar opiniones y pareceres, de quien recibir consejos y ayuda, me dice que no, que siempre estuvo solo y que no contaba con esos incondicionales amigos que le dijeran qué otros rumbos habría podido tomar su vida. En ese sentido, yo sé que miente. Es que me parece imposible que no haya habido nadie que le diga o está bien o está mal lo que hacía, o alguien que siquiera por curiosidad le hubiese preguntado sobre lo que empezaba a hacer. Simplemente no quiso decir nada, pero ¿por qué? ¿Sentiría vergüenza, miedo a la desaprobación?

Como Saúl hay muchas personas que se ven de una u otra medida constreñidas a asumir estilos de vida que, aunque desaprobados por nuestras conservadoras sociedades tercermundistas, muchas veces no encuentran caminos mejores que andar ni posibilidades de vida menos "indignas" que vivir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como sabrás Rolando hay muchas personas que no prostituyen sus cuerpos, pero sí sus mentes y sus acciones, en mi opinión ellos son peores que los que practican la profesión más antigua del mundo. El caso que citas es uno de los muchos que afortunadamente no terminó (aún) en una enfermedad venérea o en un virus conocido del cual provoca no hablar, pero nos expone una realidad oscura de la vida de las personas que acecha a la vuelta de la esquina o en alguna olvidada calle limeña, donde día a día se tejen las historias personales más extrañas y extravagantes aspirantes a ser recuerdos olvidados de nuestros pulcros oídos si es que algún día llegan a ellos.