(Vista parcial)
Mira nuestra tierra
que gira con los dos
hasta estando oscuro.
Mira nuestra tierra
que nos ofrece el sol
y no nos deja solos.
Andrea Bocelli. Canto de la tierra
Al finalizar la primera década del pasado siglo XX el hechizo y la fiesta del movimiento modernista dio paso al Posmodernismo, que por su tono nostálgico y melancólico significó una reacción contra los excesos del Modernismo: la grandilocuencia, los oropeles colorinescos y sonoros fueron reemplazados por una expresión verbal más contenida y sobria y, por lo mismo, de mayor emoción humana. La reacción posmodernista se produjo en casi todos los países de Hispanoamérica. Existía entonces en los autores una intensión de conocerse a sí mismos y de buscar lo singular y lo propio de su mundo.
Algunos rasgos comunes de esta etapa son la vuelta a la tierra, a lo cotidiano, al hombre y a la liberación de falsos decorados en la expresión. La primera tendencia que se manifiesta es la narrativa regionalista que, en los diferentes países, expresa la singular relación hombre-naturaleza, carácter que poco a poco avanza hacia una temática que se interesa cada vez más por los procesos sociales y políticos en nuestro continente. Si se tuviera que buscar algunos rasgos generales diríamos que casi todos los relatos tienen un valor testimonial, de lucha que libra el hombre en una naturaleza inmensa, hostil y a veces indómita. Es en este sentido que en las obras más representativas lo descriptivo predomina sobre lo psicológico y los personajes tipo sobre las individualidades. Hay, asimismo, reminiscencias de estampas costumbristas, un vocabulario popular y precisas pinceladas de los paisajes.
El Regionalismo es, pues, la corriente que mejor se le opone al Modernismo: aquí el exotismo ha sido reemplazado por lo provinciano, lo nacional, lo común y corriente y, a veces, lo humilde.
A partir de esta etapa la novela queda unida a la realidad hispanoamericana y se convierte en un cuadro representativo de las raíces que unen al hombre criollo e indígena con su tierra. Desde entonces en nuestra literatura el protagonista tiene un nombre: cauchero, montanés, indio; y la naturaleza una designación concreta: pampa, llano, selva, montaña, sierra.
Los siguientes autores y obras son ejemplo de la narrativa regional:
- Horacio Quiroga (1878-1937) y sus relatos cortos.
- José Eustasio Rivera (1889-1928) y La vorágine (1924).
- Rómulo Gallegos (1884-1969) y Doña Bárbara (1929).
- Ricardo Guiraldes (1886-1927) y Don Segundo Sombra (1926).
En 1927 Gallegos se encontraba trabajando en una novela, La casa de los Cedeño, cuyo protagonista debía pasar unos días en un hato llanero. Por la necesidad de documentarse tuvo que viajar en abril de ese año a San Fernando, la capital del estado de Apure, donde entre los amables contertulios había un señor de apellido Rodríguez que le refirió la historia de un doctor en leyes y miembro de una familia distinguida, que terminó por perder sus propiedades y aún su propia integridad física y moral por haberse alcoholizado. Luego el mismo Rodríguez le habló de la dueña del hato: Mata del Totumo, una mujer que tenía fama de ser muy valerosa y de manejar la soga y el revólver mejor que cualquiera de sus peones. Gallegos se dio cuenta al instante de las enormes posibilidades novelescas que ofrecían ambos personajes. Así nacieron Lorenzo Barquero y Doña Bárbara, ella como símbolo de la naturaleza bravía; el otro, su víctima.
En 1929 su nombre adquirió fama mundial: en Barcelona se dio la primera edición de Doña Bárbara donde fue proclamada como la mejor novela por la Asociación del libro del mes. Al poco tiempo se conoció la misma novela en italiano, inglés, francés, portugués, alemán y otras demás lenguas.
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Se ha dicho de Doña Bárbara que es el fiel retrato del enfrentamiento de dos tendencias muy americanas: la lucha entre la civilización y la barbarie. Ello, en efecto, se ha dicho hasta la saciedad. Y sí, nuestro continente fue escenario del encuentro traumático de dos culturas, la hispana y la nativa, ello hacia el año 1492 cuando Colón dejó pasmados a los pobladores de las islas de Guanananí con sus carabelas, caballos y soldados de pesadas armaduras. Ahí empezó un largo proceso de interacción de dos formas distintas de pensamiento y cosmovisión, donde una de ellas, la española, se presentaba como la portadora de una cultura superior, bastante elaborada y desarrollada, que se creía con el legítimo derecho de imponerse sobre otra que era vista como una forma atrasada de vida, sin mayores logros en los campos de la ciencia y el saber y con un modo primitivo de ver el mundo. España inició así la colonización, implantando un régimen severo y poco justo a la par que le heredaba a todo un pueblo sometido diversos disposotivos socioculturales cuales formas de gobiero, educación, religión y estratificación de clases.
Posteriormente, la sociedad urbana ubicada en la capital de los países nacidos a la independencia a partir de 1810 hizo suyo el proyecto de "civilizar" a toda una nación con la idea de que la Modernidad y avances de aquellos tiempos de seguro no estaban asimilados por las regiones de la periferia. Se volvió la nueva portaestandarte de un concepto de cultura que debía ser superior por ser urbana, por estar concentrada en la ciudad capital, el heartland de todo un territorio.
Por su parte, las comunidades indígenas y amazónicas vivían una calma que no era gratuita, tras haber luchado y participado activamente en la guerra de Independencia por el establecimento de una patria libre y soberana. El conflicto se desata cuando se presenta este proyecto y los segundos aparentemente se resisten a asimilarlo.
En buena cuenta Doña Bárbara da testimonio de lo dicho. Sin embargo, en el reconocimiento de los problemas que agobian a nuestro continente radica un sentimiento americanista que nos regresa a nuestras raíces, a aquel lugar que es preciso reencontrar para entender nuestra identidad americana. Esta idea fluye a lo largo de la narración de Doña Bárbara, y de aquí en adelante nos propondremos demostrarla claramente pues consideramos que es ese un mensaje todavía más relevante que al autor interesa transmitir.
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