Hace aproximadamente 17 años, con mayor puntualidad en 1992, en Santiago de Chile, el ahora mítico tenor español Alfredo Kraus realizó una de las presentaciones más inolvidables que jamás haya dado para su fiel público ávido de escuchar su espléndida voz, deleitarse con ese squillo irrepetible y cálido, a la vez que elegante, delicado, sutil y tecnicamente bien trabajado. Ese era el cantante Alfredo Kraus, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1927 y que dejara este mundo en setiembre de 1999, tras haber cantado los roles más celebrados de la ópera italiana y francesa.
Y sí, en 1992 Alfredo Kraus, dando el recital del que les hablo, decide entregar a este público espectante la inmortal canción El día que me quieras, cuya autoría se la debemos a los compositores Carlos Gardel y Alfredo Le Pera. Según cuentan los más conspicuos relatores de sus vida, seguidores de su carrera y de su profesionalismo como sello indeleble de su canto, esta canción era una de las preferidas de su madre, y le recordaba aquellos años felices de infancia transcurrida en un hogar que viera dar al célebre tenor los primeros pasos en el mundo de la música, desde que a los 04 años de edad empezara con las primeras lecciones de piano, y a los 08 ya cantando en el coro de la escuela.
Puntualmente, cuando Kraus emprende el canto de la repetición del segundo más conocido fragmento de la canción, ese que dice "... la noche que me quieras...", ya lo hace con un semblante más "comprometido", emocionalmente hablando claro está, y, por ejemplo, al terminar la frase "... y un rayo misterioso..", ya la misma, en lo que implica a técnica, no es sostenida ni debidamente terminada, lo que delata que la mismísima emoción le ha subido a la garganta, y como se sabe, un canto como el lírico jamás puede ejecutarse ni llevarse a buen término si es que éste recurre a apoyarse en la garganta.
Ya para cuando asalta la frase, la última que cantase para esta canción y en este recital, "... y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá...", puntualmente, en el cantado de la parte "luciérnaga curiosa que verá", Kraus, sin estar fuera de tono, ya hace un canto de esta con piena gola (con plena garganta) para después simplemente parar. Así como lo oyen, Alfredo fraus no termina la canción porque se quiebra hondamente, y lo que más escarapela la piel es que diga "no puedo". Ese "no puedo", en ese momento justo, es por demás elocuente, ya que habla de la emoción que le embarga en aquel instante, emoción que defnitivamente no viene sola y sin la evocación de algún recuerdo, como el que les refería al inicio de este artículo, el recuerdo de la madre y de la infancia en aquel lugar de ensueño como es Las Palmas de Gran Canaria. Y también ese "no puedo" pareciera, creo yo, como que pedir disculpas, disculpas dirigidas a un público que idolatra a su cantante y que lo menos que podría merecer es una buena interpretación, y Kraus lo sabía, por ello dice "no puedo", como queriendo decir "no puedo, ya no me pidan más".
Algunos críticos de Alfredo Kraus lo acusaban de intérprete frío -apreciación más lejana a la realidad de su canto- y de haber claudicado a dar atisbos de mayor compromiso emocional a la hora de cantar todo con tal que la línea de canto siempre fuera lo más prístina posible, lo más perfecta. Y ciertamente, en el canto el que debe emocionarse es el público y no el cantante. Pero en aquella ocasión vence el sentimiento, las aparentemente rígidas reglas que el mismo Kraus se había impuesto en aras de un canto siempre bello, ese día quedaron de lado, y vimos, o mejor dicho, se vio al hombre que optó por dedicarse al arte y que en ese momento se declara como tal al cantar El día que me quieras, y no al artista de presentaciones anteriores que por profesionalismo había decidido ocultar al hombre que era para devenir en un instrumento de expresión de la pasión humana sin necesarimente verse contagiado por la misma a la hora de dar fe de aquélla.
Kraus ha trascendido su espacio y su tiempo, convirtiéndose en ejemplo de la necesidad que todos los hombres tenemos de superar nuestra condición humana, finita per sé, para, con el auxilio de los respectivos soportes culturales y simbólicos que nosotros mismos hemos creado con el deseo afiebrado de escapar de dicha finitud, dar el gran salto a la inmortalidad, y seguir viviendo entre nosostros a través de la música que exquisitamente interpretó durante sus 71 años de vida.
1 comentario:
Bueno, Rolando,aquí te va mi comentario a tu artículo sobre Kraus.
Luego de haber leído este artículo sobre Kraus viene a mi mente el concepto de nostalgia tratado en la novela Cien Años de Soledad de García Márquez.
Al igual que el coronel Aureliano Buendía, Kraus se encuentra en una situación que combinan pasado, presente y futuro.
En el momento en que Kraus se encuentra frente al ávido público chileno, él en ese instante habría de recordar -el pasado- de las tardes de su infancia acompañados de la tierna presencia de su adorada madre. Aquel ambiente fue el más propicio para el desarrollo de su voz.
En el presente; vemos a un Kraus exitoso. Es una de las mejores voces del mundo de la lírica y está dispuesto a interpretar las más exigentes notas.
Sin embargo al interpretar la famosa canción de Gardel – el día que me quieras – vemos al ser humano que en ese instante de su vida recuerda la primera infancia, pero también -aquí entra a tallar el futuro – Kraus parece sentir el primer llamado de la muerte que le invita a reunirse en el eterno con su amada madre. Él desde su interior presiente ese momento y la nostalgia de reencontrarse con su tierno pasado son suficientes para dar rienda suelta a su más profundos sentimientos.
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