Hablar del arte y procurar definirlo es siempre la iniciación de una de las polémicas más acaloradas que puedan establecerse, no solamente por la pasión con la que sus interlocutores eruditos puedan comenzar y mantener la misma, sino por la naturaleza misma que los reúne a discutir. El arte, al no ser una ciencia -como la literatura- se deja asir menos por quienes buscan darle una conceptualización (ahora que lo pienso, ni siquiera la ciencia misma hoy día alcanza una conceptualización fija e imperecedera como la que se buscaba para ésta en los alberes de la Modernidad). Sin embargo, el arte continúa un decurso propio gracias a las manos y el talento de miles de hombres y mujeres alrededor del mundo que siguen trabajando por él y para él, y en tanto lo hacen van alcanzando las palabras justas para acercarse a una definición de lo que es su trabajo: el arte.
En la actualidad el número de artes se ha incrementado, dejando de ser un reducido grupo de solamente 05 de ellas (arquitectura, escultura, pintura, música y arquitectura) sino que las mismas, con la aparición de las nuevas tecnologías de la comunicación y el diseño se han reinventado y fusionado, hasta poder fijar nuevas artes, artes aún más artificiales que las que ya se conocían, y todas, absolutamente todas (aunque unas más que otras) pugnando por no dejar de ser reconocidas como tales. Conseguir una academia o instituto de crítica erudita de las mismas las termina de consagrar como tales, como superiores, precisamente porque en torno a las mismas se ha establecido todo un estudio y crítica institucionalizada de las mismas que las perfilan como componentes vitales de la cultura de nuestros días. Cuando no se habla de alguna de ellas es porque simplemente, o no existen o no vale la pena que se hable de éstas. Difícilmente hoy se deja de hablar de lo que el hombre produce y llama arte. Así, ¿qué es el arte?
Yo solamente diré en esta ocasión que si hay algo que pueda definir al arte es su capacidad de poder permitir que la persona que trabaja por él pueda expresar todo aquel mundo que contiene en su interior, en su alma, en su mente, y que le motiva a decir las cosas que siente y cómo ve el mundo, la vida, su interacción con las personas y cómo se lee a sí mismo. Producir arte no es una tarea fácil, empero. No me puede bastar saber pintar o componer una página musical para decir que hago arte, o para pretender que con ello se me llame artista. El arte implica una lectura y re-lectura del todo la cual pueda leerse y comprenderse a través de lo que el artista produzca, y que a su vez pueda permitir que los demás -con la lectura de la misma- al menos se sientan "conmovidos" con el mensaje que se intenta transmitir, lo recepten, asimilen y reproduzcan, tomando de dicho mensaje las palabras vivas del artista y de su batalla incesante con la búsqueda de valores como la verdad, la bondad y la belleza. Hacer arte como el que se conoce es también una forma de filosofar, de preguntarse por el todo y de comunicar las respuestas generadas al interrogar a ese todo.
El arte de la producción del arte demanda constancia, paciencia y entrega a la búsqueda de aquello por lo que buscamos una respuesta. No se trata de hacer arte por hacer arte, porque quizá el rsultado de una labor como aquélla no necesariamente lo produzca (es más, no creo que lo haga). El artista que no lucha por encontrar respuestas a sus preguntas es porque simplemente no se plantea interrogantes, y entonces es solamente un mero reproductor de formas llamadas estéticas y gratas a los sentidos. El artista, como el filósofo o el pensador social nunca está contento con lo que se le dice del mundo, la vida, las personas y de sí mismo. Necesita vencer esa suerte de ilusión de la transparencia que enmohece la realidad, su espacio, y que le engaña al hacerle ver que todo ya está dicho y que las cosas se entienden porque se entienden. El espíritu escéptico le domina, y reflexiona sobre lo que le rodea, lo cual implica todo un arte de pensar por el arte. Un compromiso desde el arte que requiere el arte del compromiso que definitivamente no muchos tienen, o que algunos tienen menos desarrollado que otros.
Soy un convencido que parte del rol del artista es comunicar lo que piensa, transmitir las respuestas a sus preguntas sobre el mundo de la vida, y que dé a conocer éstas porque -al conseguir mejor visión del todo- es generoso y concede a los simples mortales las herramientas para que vean lo mismo que él ve, o para que siquiera se hagan las mismas preguntas que él se hace, y por cuyas respuestas trabaja a través de su obra. No obstante, hay una especie de convención entre los artistas por la cual estos se reservan el derecho de admisión de los simples mortales al mundo de su producción de significados y significantes, confinando su obra a espacios como los museos en los que no comunican con el mejor de los lenguajes los hallazgos alcanzados. De esta forma, el museo deviene un espacio esotérico ¿Cómo así?
El simple mortal que visita un museo (y que lo hace con la mejor de las intensiones) pueda que no conozca lo que allí encuentre, que le sea difícil acceder a los significados de las obras en exposición, pero podría valerle su deseo de conocer (como de hecho le vale). Si antes no ha podido nutrirse del arte ¿por qué, en un museo por ejemplo, no encuentra la ocasión de hacerlo? ¿Debe dar media vuelta sobre su sitio y salir del museo rumbo a una academia de enseñanza superior del arte para estudiar y acceder a todo aquello que los museos encierran? Las puestas de arte en muchas ocasiones no dicen lo que el artista vio al crear su obra, y en el mejor de los casos emplean un lenguaje difícil y abstracto. Es que hablar en difícil da siempre una especie de marca de élite, suerte de carné que los otros miembros de tu élite te piden a ti, amigo artista, para que sigas perteneciendo a su selecto club. ¿Por qué, si los contenidos de aquellas obras son de valor (partimos de esta premisa), yo como simple mortal no tengo la oportunidad de acceder a ellos? ¿Mi ignorancia y la falta de oportunidades de estudio deben condenarme y resignarme por siempre a no acceder a tantísimos saberes, contenidos y significados que de poder "leerlos" harían más digna mi vida, digámoslo así?
Está bien, no tengo los conocimientos para acceder, ¿pero no podría ser parte del rol del artista enseñar sobre el arte a la vez que intenta producirlo? ¿Necesariamente el artista tiene que renegar de la pedagogia y mostrarse arrogante exponiendo una obra que solamente sus colegas eruditos entienen? ¿Por qué lo hace? ¿Por conseguir las palmas de estos? ¿El artista permitiría que yo, simple mortal, no acceda a los contenidos de valor que expresa en su obra, contenidos que podrían hacer que mi vida se vuelva más libre de prejuicios y de lecturas cuadriculadas del todo, más amplia de visión sobre el mundo, la vida, las personas y sobre mí mismo? Acceder a tal contenido podría reconciliarme con todo ellos, reconociliarme conmigo mismo. Aún así, ¿el artista consentiría que pierda todo esto simplemente por vanidad y por condenarme irremediablemente a ser ignorante por ser ignorante?
Las enseñanzas del arte caminan de la mano con el arte de enseñar, y en este sentido el artista puede ser un colaborador social que desde su puesto consagrado de trabajo contribuya a que en el mundo hayan menos personas dominadas no solamente por los estados, los mercados y el dinero, sino también dominadas por los fantasmas de sus temores y sus sobreexpectativas, de los pasos no caminados y de los senderos invisibles deseados que nunca se recorrerán. Si el arte se comprendiera y difundiera así más personas, desde la opacidad de sus vidas, lo buscarían, y comprendiendo el arte de esta forma, el artista podría dormir aún más plácido en la calidez de su taller fungiéndole de dormitorio una noche de madrugada en la que hasta tarde se quedó trabajando... Y todo, todo por el arte.
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