domingo, 13 de febrero de 2011

Amor, amor... ¿Y tú me amas?...


Quien no conoce nada, no ama nada.
Quien no puede hacer nada, no comprende nada.
Quien nada comprende, nada vale.
Pero quien comprende también ama, observa, ve...
Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa,
más grande es el amor...

Paracelso (1493 - 1541).


Por tercer año consecutivo me he resuelto a escribir nuevamente sobre el amor, más aún estando a un día de la celebración del Día del amor -que según algunos otros pobres infelices también conmemora el día de la amistad.
Vuelvo a escribir sobre el amor porque lo considero uno de los temas más recurrentes en mi agenda personal de sensaciones y sentimientos, porque una vez más llegaré a este día solo (ello no quiere decir que ya sean tres años consecutivos sin haber conocido el amor, como ridículamente podría decirse). El amor -y siempre retorno sobre esto- es un tema capital para mí. Mi constante preocupación siempre ha girado en torno al establecimiento del vínculo amoroso, su naturaleza, la permanencia del estado de enamoramiento y el fracaso del mismo. Y es que alcanzar una compresión que quiere decirse plena sobre el amor y las miles de formas que puede adoptar no resulta algo fácil.

Mejor dicho, el amor nunca llega a ser un sentimiento fácil por más madurez y experiencia que se pueda contar en el mismo. El amor nos reta constantemente a escrutarlo y comprenderlo -o en el más antojadizo de los casos a comprenderlo sin consentir en que lo escrutemos- a lo largo de todas y cada una de las etapas de nuestra vida. De ahí que nunca vaya a ser posible establecer un concepto absoluto del amor vista su relatividad ontológica.
Retomando algunas de las últimas ideas del primer párrafo, en lo referente al éxito y fracaso del amor, deberíamos decir, pues, que éste -como bien lo anota Erich Fromm (1900-1980) en su libro El arte de amar- es en efecto un arte y por ello requiere conocimiento y efuerzo. Este post y los siguientes que escriba en el curso de las próximas semanas buscarán comentar algunas de las ideas fundamentales de este libro -cuya magnífica lectura agradezco a mi hermano Paul- y escudriñar el problema del amor que no es otra cosa que el problema de ser amado y cómo conseguir hacernos dignos de amor.

Las personas por lo general piensan que no tienen que aprender a amar, y así le dedican escasísimo tiempo a ejercitarse en un arte como éste. Es más, ni siquiera lo consideran como tal sino que prefieren asumir y enfrentar las cuestiones amorosas de manera espontánea y hasta lúdica. ¿Pero por qué se da esto? Sin querer darnos cuenta todos estamos sedientos de amor, y si no lo creemos veamos parte de lo que consumimos: películas de temática romántica que nunca dejamos de ver, o canciones diversas cuyas letras todas nos hablan de cómo se vive el amor. Sin embargo, ante esta fiebre de amor poco son los esfuerzos que se disponen para comenzar una empresa afectiva como ésta del mejor modo posible. Nuevamente, se vive la experiencia amorosa con espontaneidad ilusa y poco consistente dejándole paso al frenesí y a lo que el destino pueda deparar.

Como ya anoté, pensamos que enamorarnos es sencillo aunque sí coincidimos en que encontrar quien nos ame o amemos es una de las cosas menos ligeras que puedan existir. Y es que como bien escribe Fromm:

No existe ninguna otra empresa humana que comience con tantas esperanzas y expectativas y que fracase tan a menudo.

Esta situación está atravesada por la confusión que hay entre enamorarse y el estado permanente de estar enamorado. Después de los innumerables traspiés que sufrimos al andar el sendero del amor se hace necesario examinar las causas de este fracaso y estudiar el significado del amor. Fromm considera que dedicamos poco tiempo a aprender el arte del amor porque no proporciona dinero o prestigio aunque beneficie al alma. En ese sentido, el amor no nos resulta una actividad que proporcione ganancias muníficas -materialmente hablando- pero reconocemos su importancia espiritual al experimentar estados de bienestar cuando nos sabemos amados o amamos. Al establecer un vínculo amoroso no solamente buscamos unirnos a alguien que no es nosotros sino que asumimos el compromiso de trascender la propia vida individual y encontrar complementariedad en ese otro que vamos a amar. La respuesta preclara a ese deseo de fusión interpersonal es al amor.
Entender las tantas aristas del amor pasa por entender que esta fusión no suprime la individualidad de los dos componentes que forman la relación amorosa. Citando a Fromm:

En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.

Así, se afirma por enésima vez que el amor es fruto de la libertad y no puede ser resultado de compulsar violentamente estados de ánimo ni situaciones circunstanciales a fin de éste surja. Amor, entonces, no es obsesión ni presión. Es el fluir de dos voluntades que en su diferencia se complementan y consideran que unidas pueden andar. En la comprensión de la dinámica del amor está uno de los primeros pasos para encarar una actividad como ésta. Y hablar de la dinámica del amor comporta ver que el principal de todos sus movimientos está en dar y no en recibir. Fromm no puede ser más claro al decírnoslo:

El amor es una actividad y no un efecto pasivo; es un estar continuado, no un súbito arranque. En el sentido más general puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir.

En el dar se hace demostración de vitalidad. Dar es una declaración de la exuberancia del ser, desbordante, pródigo, vivo y dichoso. En medio de esa rutilancia del dar se cuida, respeta, se conoce y se toman cuidados en favor de lo que se ama. Nos preocupamos por la vida y crecimiento del ser amado y con ello damos un paso importante hacia la renuncia del egoísmo con el establecimiento de un vínculo solidario con quien nos complementa y enriquece.

Se ama aquello por lo que se trabaja
y se trabaja por lo que se ama.