El domingo de la semana pasada fui al cine con mi amigo Christian. Aprovechamos que se celebraba el Día del cine y nos dimos cita en Larcomar para ver Actividad paranormal 2, una película que recomiendo porque se luce con brillo propio como film de suspenso y de terror. Es una de esas películas que -sin llegar a ser una pieza maestra en este rubro de películas- consigue captar la atención del espectador de principio a fin, hasta hacer que uno brinque en su asiento de lo impresionado que puede quedar con ver el desarrollo de los hechos que la misma cuenta.
Más allá de entrar a comentar el argumento o la calidad dramática de sus actores, lo que quiero en esta ocasión es comentar un poco la importancia de tener miedo.
El miedo es uno de esos estados de ánimo que la mayoría de las personas no deseamos pasar. Bueno, en mi caso es una sensación que siempre he repelido con el mayor de mis esfuerzos. Siempre he conocido el miedo, y sobre todo, el miedo a lo que me es desconocido y no me es posible conocer. De pequeño era un niño miedoso, muy a diferencia de mi hermano que más de una vez se sonreía cuando le pedía a mi madre que se acostara a mi lado y que no se marchara hasta que me hiciera dormir. Le tenía miedo a dos cosas: a la noche -o lo que es más o menos lo mismo- a la oscuridad y a quedarme solo. Siempre he odiado la soledad, aunque con el paso de los años me he ido acostumbrando a ella. Pese a ello, aún no me es fácil estar solo. No digo que ahora tenga miedo a quedarme solo, pero ante ello muestro temor -que no es lo mismo a tener terror.
¿Por qué las personas podemos llegar a tener miedo? ¿Son nuestros miedos o temores similares? ¿Y de qué sirve tener miedo o temor? ¿Hay alguna utilidad práctica en llegar a pasar por un estado de ánimo de esta naturaleza? Precisamente lo que comento sobre el miedo que sentía cuando niño puede responder en alguna forma a estas preguntas. ¿Quién más que un niño para estremecerse de modo tal ante lo que no conoce, o ante lo que conoce y no desea que venga? El temer como un niño puede alcanzarnos remembranzas de esa etapa de nuestras vidas que no volverá más: la niñez. No somos más niños, y en efecto, ¡cuánto bien podría hacernos volver a serlo por tan siquiera unos instantes y recordar miles de cosas bellas y buenas que nos acompañaron durante aquellos años! Volver a actuar sin interés por lo que se nos va a dar a cambio de lo que hagamos, dejar de pensar mal de las personas o de que éstas van a hacernos daño, ver con inocencia el mundo, y a través de esa inocencia leer la vida y su pureza con claridad y sin tantos velos que son los múltiples convencionalismos sociales que nos marcan la pauta de desenvolvimiento personal y social.
Y cuando tenemos miedo, o tememos algo, solamente deseamos que tales sensaciones desagradables se vayan y que regrese la calma, la tranquilidad... El sosiego.
¿Cuánto sabemos de él? La mayoría de nosotros pasa buena parte de su vida deseando vivir en paz, pero en verdad son pocos quienes piden para sí mismos el sosiego. ¿Por qué pasa esto? ¿Es que hay una diferencia entre ambos?
En tanto que desear la paz comporta un estado de armonía que más de uno puede compartir con otro a la vez, el sosiego es un placentero estado de ánimo que se perfila como un goce muy personal, un goce que halla su réplica en la contemplación de la propia alma que no se ve invadida por la desolación, la ansiedad, la duda o la incertidumbre ni por turbación alguna. Cuando esto pasa se conoce el sosiego. Así, pues, unir esfuerzos por materializar cualquier proyecto de paz debe necesariamente pasar por alcanzar una armonía interior que es por excelencia la base para encaminar un proyecto mayor, más ambicioso y comunitario como es el de conseguir la paz entre los hombres y mujeres que pueblan esta tierra.
¿Y acaso cuando niños no deseamos alguna vez vivir en paz, y tomarnos de la mano con nuestros semejantes sin pensar en guerras ni enfrentamientos? Quizá hoy por hoy ya hayamos postergado un anhelo como este porque vivimos enfrascados en las preocupaciones de la vida cotidiana, que nos absorben sobremanera y que nos ponen como agenda otras preocupaciones menos etéreas. Pero cuán importante sería poder actualizar un deseo como éste, y así poder volver a sentirnos niños de nuevo.
Es siempre más bello revivir lo bueno que alguna vez fue. Ello, -como más o menos he querido mostrarlo- mejora la vida.