Todos creemos que podemos amar, todos creemos que podemos ser amados... Y sin embargo el amor es una de las cuestiones más difíciles de resolver por el mismo hecho de que nos toca como ningún otro sentimiento o estado de ánimo puede hacerlo. El amor nos vincula a otra persona con la que se desea compartir un día algo más que hoy un hola y mañana un adiós.
En torno a la idea de qué es y cómo debe ser una relación amorosa giran diversos mitos: uno de ellos nos dice que es durante las horas de la intimidad sexual cuando la pareja puede expresar de manera acabada su amor por el compañero/a. Así, la cama y las cuatro paredes de una habitación (en el más cómodo de los casos) se constituye en un espacio que propicia la más poderosa y vital de todas las interacciones que puedan tener dos personas que dicen amarse, y que en un escenario como aquel van a dejarse ver por completo, empoderando de una u otra manera al otro/a al des-cubrirle el propio cuerpo. Se desnuda el alma misma.
Pasar a un estadío de la relación amorosa como éste implica mucho más de lo que la gran mayoría de personas imagina. No lo imagina porque el amor sufre una suerte de desacralización y cada vez más se pierde el asombro ante la novedad de conocer un cuerpo que no es el propio. Ya no sucede ese milagro que es deleitarse con unas formas corporales que no son las nuestras y que indefectiblemente nos remiten a las propias al reconocernos tan humanos como lo es el cuerpo que se nos presenta en un momento como ése. Llegar a ese momento y permanecer en él requerirá despertar un tipo de amor especial: el amor erótico.
El amor erótico nos exige una fusión completa con el compañero/a. Éste se caracteriza por su exclusividad al buscar compartir un deseo sexual que debe entenderse como resultado del mutuo conocimiento de dos personas que han llegado a la convicción de que se aman y que se pueden permitir un des-cubrimiento similar. Se comparte un deseo sexual sano y propiciado por el amor. No sería legítimo compartir uno que viene siendo estimulado por la angustia de la soledad o por el mero hecho de conquistar/ser conquistado, o por la simple vanidad. Desear físicamente a alguien no podrá constituir en ningún momento un argumento válido para decir que se ama a alguien. Es todo lo contrario, como nos lo dice Erich Fromm en El arte de amar:
El amor puede inspirar el deseo de la unión sexual, pero si el deseo de la unión física no está estimulado por el amor jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio...
Muchas veces la atracción sexual nos puede engañar creando la ilusión de la unión. Empero, si no hay amor esta unión falaz termina dejando a sus protagonistas tanto o más solos de como estaban al inicio. Satisfecha la necesidad orgánica se vuelve a la realidad, se descubre la no-unión de esos cuerpos y los involucrados se sienten avergonzados porque caen en la cuenta de que han des-cubierto sus cuerpos y sus almas a la persona equivocada. Pasa lo mismo que en el relato bíblico en que Adán y Eva comen la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal e instantes después reconocen una culpa: han hecho lo que no debían hacer a la vez que tienen conciencia del mal uso que le han dado a sus cuerpos y a la posibilidad de des-cubrirlos.
Si bien es cierto que el amor es un acto voluntario, y que uno se entrega libremente a quien decide amar, lo cierto también es que esa entrega y ese des-cubrir no pueden darse de buenas a primeras. El amor y elegir amar a alguien debe ser una cosa pensada, debe implicar una elección racional donde puedan primar el juicio y la sensatez que ayuden a perfilar una propuesta de promesa amorosa que se espere duradera.
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