Finalmente llegó Navidad. Nuevamente nos vemos imbuidos en la preparación de la tradicional cena navideña que congrega a la familia y a los amigos más cercanos y queridos, en la compra de los regalos para los nuestros, en decorar nuestras casas con las infaltables luces de colores para el árbol navideño, etc. Sí, es Navidad, y aunque parezca ya cansado el decirlo, una fecha como esta nos debe mover a pensar un momento sobre qué hemos hecho durante estos 12 meses con nuestras vidas y cómo nos hemos actuado con los demás. Navidad, creo yo, debería ser siempre una ocasión induscutible para ajustar cuentas en tal sentido, ajustárlas con uno mismo y con los demás, y procurar en buena medida alcanzar metas aún mayores que las ya habidas durante el año siguiente, pero sobre todo, evitar cometer los mismos errores de un año que está por irse y que, aunque suene a afirmación de sentido común, no volverá más.
Pero, ¿qué tan conveniente es desear que el tiempo vivido en un año regrese o, por el contrario, no vuelva a repetirse? ¿Qué hace que de ahora en adelante tengamos añoranza por re-vivir los días de un 2009 que acabará a la medianoche del 31 o, en cambio, esperar que el 2010 sea -si no total y plenamente distinto al año viejo que muere- por lo menos cualitativamente mejor?
Bueno, la respuesta se comprende de acuerdo al análisis y repaso de las experiencias vividas en el arco de tiempo transcurrido a evaluar. Por ejemplo yo, este año perdí a mi padre y el año pasado, antes del arrivo del 2009, esperaba que éste fuera en verdad un buen año, pero no fue así. Sin embargo, ya he asimilado su partida, pero luego de largas noches de sueños interrumpidos a las 3 am, luego de haber comprendido que no había ninguna otra presencia no corpórea en mi habitación y que pudiera responder al alma de mi difunto padre que me iba a visitar, y también luego de haber recapacitado y visto que no hay voces que susurran a mi oído mi propio nombre, que es el nombre de mi padre. Él ya partió, y parte de las lecciones que tenemos que aprender cuando vivimos es saber dejar ir a las personas, cosa que pasa por no aferrarnos demasiado a ellas. Tarde o temprano se irán.
¿Pero cómo no hacerlo? ¿Cómo no acostumbrarte a quien te acompaña, te llena con su presencia, con su palabra, y te hace sentir especial al momento de tomar contacto físico contigo? Debo reconocer que este año, emocionalmente hablando, no ha sido mi año.
He podido notar un considerable descenso de mis ganas de hacer las cosas, de emprender nuevos proyectos personales y de mantenerlos. He leído menos, he dejado el canto bastante de lado, he escrito con menos interés y riqueza más de un post que sólo hablaba de mi desolación. Todos estos fatales estados de ánimo -que no le deseo a nadie, es ahora que lo digo- no solamente los he podido probar por la ausencia de mi padre. Ha habido también otra ausencia: la del ser amado al que no sabría si llamarlo así porque a las finales parece que no lo amé tanto como habría debido y como se lo merecía. En todo caso, quizá deba referirme a él como el ser que amaba, y me amaba a mí. Pero usar estas palabras hastiadas de ser dichas ya no son poéticas hoy por hoy, además de no ser del todo explicativas de un tipo de relación humana que hubo entre nosotros y que yo acabé por inmadurez.
Sí, debo ser justo conmigo, pero sobre todo aquel ser, con G (la inicial de su nombre) y decirle...
No, decirte que sí, me has hecho falta. Me ha hecho falta saber que tenía que verte, que teníamos que vernos, con la asiduidad con la que lo hacíamos. Me ha hecho falta estar a tu lado, saber que me esperabas e ir a tu encuentro, y reposar en tu cama y que dijeras mi nombre en diminutivo y reprobaras con un movimiento de cabeza hacia los costados mi comportamiento tan inestable, y desearas que yo cambiara, que fuera menos prejuicioso y cruel, más espontáneo, sencillo y sincero.
Me ha hecho falta un espacio como el de tu casa, sí, aunque ni tú hayas podido sentirte a gusto cuando teníamos nuestros encuentros amatorios allí. Me ha hecho falta la cordialidad de tu madre, que desde que te conocí y conocí a tu familia, fue la que con mayor cordialidad me abrió los brazos y me dio la bienvenida. Asimismo, me han hecho falta nuestras conversaciones, que casi siempre terminaban en discusiones sin un justo punto final a la hora de tomar mi carro en el paradero (hasta ahí nos acompañábamos, me acompañabas) y tras el vidrio empañado te dejaba con una carita desencajada, porque no sabías qué rumbo habría podido tomar lo nuestro al día siguiente, te jodía mucho no tener las certezas sobre lo nuestro que te eran necesarias para saber que yo te quería. No te las di jamás. No sabes cuánto lo lamento.
He extrañado sentir tu cuerpo junto al mío, tu inteligencia para saber qué puntos tocar y así hacerme sentir especial. He extrañado el encontrarnos en mi universidad, que mis amigas te vieran, que todo el mundo me viera junto a ti. Aunque tarde, sé ahora que ello era un orgullo para mí, porque no eras cualquiera, era una persona inteligente y culta. Lo sigues siendo hoy por hoy. Y así, podría seguir enumerando tus virtudes, pero más que otra cosa, lo que quiero ahora es poder reconciliarme con tu recuerdo y que éste me sea del todo grato. Quizá no me llegue a reconciliar jamás contigo, y cómo, si te hice lo que te hice luego de que hasta lo último, incluso en la muerte de mi padre, estuviste conmigo. Pero tuviste que hacer lo que hiciste... ¿por qué G?, ¿por qué? Lo habríamos podido hablar, pero lo hiciste para ofuscarme, para vengarte, lo sé. ¿Pero acaso no habíamos quedado como amigos? Tus últimas llamadas telefónicas me hicieron creer que algunas de nuestras comunes heridas se habrían podido cerrar, y que tras nuestra historia vivida nos quedaba una amistad, o algo parecido a ella, pero no fue así.
Ahora, sólo quiero que sepas que me pesa profundamente haber actuado como lo hice aquella vez, nuevamente con una reacción sobredimensionada a una acción inicial por parte tuya. Con ella te terminé de alejar de mí, y desde entonces, no ha habido alguien que ocupe el espacio que dejaste, el espacio que te obligué a dejar y del cual te expulsé, prácticamente hablando.
No sé si llegues a leer estas líneas, sí aún te asomes por mi blog a leer qué estoy haciendo y qué estoy pasando, como yo aún lo hago contigo. No sé si luego de leer esto decidas finalmente perdonarme, y si lo haces, entonces me lo hagas saber de alguna manera para así hayar el sosiego que me falta. Y mucho menos sé si después podamos pensar tan remotamente en retomar al menos una amistad o algo parecido a ello, y si para cuando llegue ese día -que podría ser dentro de mucho tiempo- yo aún siga con vida. Es que sé que no viviré mucho, por eso te lo digo, no lo sé...
Yo, en todo caso, deseo que estés bien -no sólo ahora que es Navidad y sé que no la celebras- sino siempre. Y si nunca llegaras a leer estas líneas, al menos, con este ejercicio de escritura he podido descargar mi alma de tanta culpa, pero en parte.Esto no basta ni bastará jamás.
Hoy, yo mismo he querido hacerte justicia, y aunque no lo haga diciendo tu nombre y tan sólo diga la inicial del mismo, quiero que se sepa que me pesa hondamente el haberte fallado. Y que los que conocieron nuestra historia lean y sepan que sí llegaste a ser importante en mi vida. Pero más que por ellos, esto lo he hecho por ti, G, por ti, que escribiste un importante capítulo de mi vida, lástima que tú nunca vayas a poder decir lo mismo respecto de mí.
Algún día G... algún día...
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