Ante mí la hoja vacía de palabras que con su implacable blancura espera verse colmada de palabras que al menos digan algo interesante, y no creo ser capaz de conseguir decir nada interesante. Me pasa una vez más: siento que toda inspiración me ha abandonado y que no seré capaz de expresar nada porque simplemente nada tengo que decir. Es en verdad frustrante esta sensación de solamente poder expresar la imposibilidad de no poder expresar, y con esto ya hay una palmaria contradicción que de todas maneras prueba que ya estoy diciendo algo. La ironía de la palabra, que tiene un poder más contundente que el que creemos cotidianamente tiene. Pasa siempre así: expresamos más de lo que decimos y casi nunca nos percatamos de ello, sí, del discurso entre líneas de nuestras innumerables alocuciones. Yo, esta vez, por una fortuna del destino, quiero decirlo así, he conseguido no poder irme en esta ocasión sin darme cuenta que ya estoy diciendo algo.
Y es que cada día que pasa me pregunto: ¿qué de nuevo puedo decir hoy?, y al responder a esta interrogante diciendo que nada tengo que decir ya digo algo. Digo que me siento poco motivado a decir algo que en verdad lo considere importante y digno de ser narrado. ¿Qué me pasa? Busco diversas fuentes en las cuales encontrar un poco de inspiración para decir algo, y sin embargo nada me conmueve lo suficiente como para decir “de esto quiero hablar”. ¡No!
Quizá esté pasando por un momento en el cual, sin quererlo, he llegado a caer en la cuenta de que no tengo un horizonte claro bajo el cual quisiera caminar por el resto de mis días, que sigo pensando serán breves. Pero considero que empieza a sonar burdo el tomar como tema recurrente de mis post el aún no probado hecho de que viviré poco. Quizá quiera llamar la atención, ¿pero qué raro, ni siquiera yo mismo llego a asustarme tanto por esta posibilidad? Definitivamente, estoy procurando un drama con tan poco talento como para hacerlo parecer verídico. Sin embargo, en el pasado creo haber sido un buen actor que fingía emociones y sentimientos que jamás tuvo. ¿Estuvo mal que procediera así? En verdad eso tampoco lo sé a ciencia cierta hoy por hoy. Y ello también es lamentable porque a estas alturas ya debería tener la más mínima certeza de que obre mal, y no obstante, sigo pensando que fue lo más correcto fingir, mentir, para sentirme menos solo, en esos corrosivos momentos en que la soledad no era mi amiga sino mi más cruenta antagonista y no había descubierto que, negociando adecuadamente con ella, ésta habría podido llegar a ser mi más leal cómplice, sí, la cómplice de aquellas aventuras clandestinas de placer y espera eterna de algo que quizá nunca vendrá, pero que de todas maneras seguiré esperando, creyendo que el día de mañana será mejor y el sol brillará con un poquito más de fuerza, dejándose ver tras esas nubes demasiado grises y groseras que lo opacan todo y que tiñen de color tristeza la vida cotidiana de muchas personas como yo que quizá no sé llamen Rolando pero que son muy humanos como él, como yo.
Con cada amanecer cuento los días para que llegue el verano. Yo nací en verano, un 23 de enero, y no creo que eso haya sido coincidencia. El verano es la estación del sol, del mar que luce aún más espléndidas sus olas; la estación que nos ilumina mejor las cosas, la realidad, la vida, y nos saca por tres meses de aquella idea errónea de que todo es opaco y que sólo puede presentarse a nuestros ojos recurriendo a una maldita escala de grises que nos hace pensar que no hay más colores con los cuales nuestros ojos puedan deleitarse un sábado por la mañana en que provoca no pensar mucho en qué vas a vestir ese día, sino en tomar un poco de dinero e ir a almorzar a gusto en algún restaurante cercano, claro, gozando de una excelente compañía. Así, sí vale la pena vivir, porque sabes que una ocasión como esa se va a repetir.
Es poco probable que sólo vaya a darse una única vez. Son pocos los eventos de la vida que solamente acaecen una vez y ya nunca más se vuelven a repetir. Así como algunos males de nuestra vida se producen y retornan a nuestros días posteriormente, cuando pensamos que ya se habían ido del todo, así también las cosas más gratas y dulces de la vida regresan para reavivar nuestro gusto por ellas y para decirnos que hay más colores en la paleta de prueba del pintor eterno que no sean los infelices grises, sino también el rojo, el azul, el verde y sobre todo el negro, que no es luctuoso, unánimemente, como se podría pensar. También es el complemento perfecto para los demás colores que sin él no podrían terminar de tener armonía y adecuado equilibrio.
Y es que necesitamos de un tercero, por más independientes y suficientes que nos sintamos, para poder avanzar, o también para retroceder, y saber que no vamos solos. La soledad no augura la llegada de la paz, hay que dejar esto bien en claro, pero el tumulto no propicia el sosiego definitivamente, así que a buscar el término medio, y para ello, para esta tarea específica, yo procuro encontrar los elementos en medio de una habitación silenciosa que solamente me dice cuán bella es Vieni sul mar en la voz de Andrea Bocelli. Y la paz, a su vez, aunque menos improbablemente, puede ser garante de la llegada de la felicidad. En todo caso, no motiva con más ánimo a pensar que esté cerca y que finalmente sabremos qué es, pero la ansiedad, sin quererlo, nos hace abandonar tal estado de paz, de calma también, y así perdemos el sendero hacia ese muy anhelado deseo que hombres y mujeres de todas las generaciones y desde todos los confines de la tierra han deseado alcanzar y hacer suyo.
Hay quien dice que soñar no cuesta nada, y con ello miente: cuesta tiempo, dedicación y sobre todo muchas energías, las que al ir agotándose se llevan la juventud, la mucha o poca que podamos tener, y esto de acuerdo a la hora en que nos hayamos decidido empezar a soñar, ¿y qué hora fue esa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario